Tesis doctoral



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IV. 1.2. La Providencia
La influencia de la Providencia en el destino de los seres humanos es una creencia común a la mayoría de las religiones. El término se suele utilizar para referirse a las disposiciones del ser sobrenatural que gobierna el mundo (Viner, 1972: 4). Ya en la mitología romana encontramos un ejemplo de determinismo religioso en la creencia en el “Fatum”, personificación del destino entendido como irrevocable decisión divina. Por lo que respecta a las novelas seleccionadas, muchas de ellas reflejan una visión cristiana utópica. La convención del final feliz viene a expresar la existencia de una realidad superior implícita, que trasciende a la realidad empírica. Si la heroína abraza las virtudes cristianas en medio de un mundo corrupto obtiene una recompensa que suele consistir en un matrimonio feliz y la retirada al campo, un refugio de armonía natural y afectuosa vida familiar (Beasley: 1982: 12-8). Defoe, de creencias puritanas, admite esta lógica en el prefacio a Moll Flanders:

there is not a wicked action in any part of it, but is first and last rendered unhappy and unfortunate; there is not a superlative villain brought upon the stage, but either he is brought to an unhappy end, or brought to be a penitent (3-4)


La creencia en la Providencia enlaza aquí con la función didáctica que se le supone a la literatura, que para muchos escritores de la época debe reflejar y fomentar un punto de vista moral recompensando a los personajes con una conducta social moralmente deseable y castigando a quienes carecen de ella, lo que se suele describir con el término de “justicia poética”.


En la tradición cristiana, especialmente durante los siglos XVII y XVIII, se distingue entre la Providencia en general, es decir, la actuación divina a través de causas secundarias o de las leyes de la naturaleza, y una Providencia “particular”, “especial” o “extraordinaria”, que implica una actuación directa por parte de Dios, ya sea mediante una manipulación especial de las leyes de la naturaleza o la supresión de las mismas (Viner, 1972: 4). En cualquier caso, la Providencia actúa según un propósito último o “telos”. En las novelas analizadas, y al igual que sucede con la actuación de la Fortuna, dicho propósito no se suele alcanzar mediante avances sistemáticos sino a través de sorprendentes “coincidencias” o “accidentes”, “milagros” que salvan a las heroínas en el momento oportuno de dilemas imposibles de resolver de otro modo. Otra característica destacable de la Providencia es que suele actuar cuando el ser humano deja de confiar únicamente en sus propias fuerzas y se abandona a ella.
La creencia en la Providencia plantea la compleja cuestión de hasta qué punto los seres humanos son responsables de sus actos. Algunas heroínas, como Moll o Roxana, se ven inmersas en situaciones extremas, lo que podría llevar a creer que sus actividades delictivas son inevitables o al menos excusables. Sin embargo, Defoe parece enfatizar que ambas se dejan llevar por la codicia y son, al menos hasta cierto punto, responsables de su propio destino. Por otra parte, las creencias puritanas de dicho autor le hacen ver cada acontecimiento de la vida de una persona como potencialmente imbuido de significado moral y espiritual. Sus personajes interpretan, pues, muchos acontecimientos mundanos como indicaciones divinas que les pueden ayudar a encontrar su lugar en el plan eterno. En este mismo sentido, Cynthia G. Wolff afirma que la obra de Richardson está endeudada con el puritanismo tanto en la forma de definir a los personajes como en los métodos literarios elegidos para ello. Según la tradición puritana un examen de conciencia exhaustivo le permitía a una persona no sólo reconocer las ocasiones de pecado y sus propias debilidades sino la existencia de un plan de salvación preestablecido en su propia vida. En este sentido, las experiencias a las que se refieren tanto Pamela como Clarissa en sus cartas y diarios tienen una significación religiosa ineludible (1972: 16-24). En cualquier caso, la tradición cristiana en general y no sólo la puritana abunda en ejemplos tanto teológicos como literarios de la visión del ser humano como un ser sometido a múltiples tentaciones, pruebas y juicios, y merecedor, por tanto, de las consiguientes recompensas o castigos tanto en este mundo como en el próximo (Fortuna, 1980: 45).
Moll, que como vimos anteriormente atribuye en un principio a la Fortuna las múltiples vicisitudes a las que se ve sujeta, se siente abandonada por Dios cuando el caballero de Bath, que la mantenía, cae gravemente enfermo y decide reformarse. Moll se lamenta entonces en los siguientes términos: “I was left as if I was forsaken of God´s grace, and abandoned by Heaven to a continuing in my wickedness” (136). Con posterioridad, consigue convertirse en una esposa convencional con su quinto marido, pero él se arruina y muere a causa de este infortunio. Moll se refiere a lo sucedido como “a sudden blow from an almost invisible hand” (207), y describe sus vanos intentos de sobrevivir honradamente como “bleeding to death, without the least hope or prospect of help from God or man” (208). Finalmente, se ve obligada a delinquir y teme que todo sea un castigo divino:

I reflected on my past life as not sincerely repented of, that Heaven was now beginning to punish me on this side the grave, and would make me as miserable as I had been wicked. (211-2)


Tras obtener las suficientes ganancias robando, “some kind spirit” (222) le inspira la idea de abandonar su carrera delictiva, pero la avaricia puede más. Cuando finalmente es encarcelada, la prisión de Newgate se le presenta como “an emblem of hell itself, and a kind of an entrance into it” (300). Convencida de que ha de expiar sus culpas en la horca, Dios parece perdonarla mediante la intervención de un clérigo, que le pide que no olvide su arrepentimiento. La bondad divina lleva a Moll a odiar sus pecados en mayor medida:

I had deeper impressions upon my mind all that night, of the mercy of God in sparing my life, and a greater detestation of my past sins, from a sense of the goodness which I had tasted in this case, that I had in all my sorrow before. (319)

Cuando consigue establecerse en América y ser aceptada por su hijo, recibe repentinamente la herencia que le había dejado su madre. Moll ve en todo ello la intervención de la Providencia:


really my heart began to look up more seriously than I think it ever did before, and to look with great thankfulness to the hand of Providence, which had done such wonders for me (370)
Lasselia, por su parte, no hace caso de las advertencias que le hace su ángel de la guarda tras conocer a De l´Amye, un hombre casado: “her ill Fate repell´d those Dictates of her Guardian Angel” (24). Comete el error de creer que “Errors, such as she was guilty of, were little taken notice of by Heaven” (83). La voz narrativa advierte, sin embargo, que cuando un amor ilícito no finaliza de por sí, la mala fortuna deja de ser “casual” y se convierte en punitiva:

the Hand of Fate, by some unforeseen, some unimagin´d Blow, dashes the short-liv´d Bliss, hurls us to lasting Wretchedness, and forces us to own, tho´ late, the sad Effects of our mistaken Zeal. (45)


Efectivamente, la relación ilícita entre Lasselia y De l´Amye se acaba descubriendo y la joven se ve obligada a ingresar en un convento.

Roxana consigue escapar de Francia con la fortuna del casero con el que convivía, que es asesinado, pero no se lo agradece a la Providencia por carecer de creencias religiosas:

had I had any Religion, or any Sence of a Supreme Power managing, directing and governing in both Causes and Events in this World, such a Case as this wou´d have given any-body room to have been very thankful to the Power who had not only put such a Treasure into my Hand, but given me such an Escape from the Ruin that threaten´d me (159).

Al ser abandonada por el príncipe tras la muerte de su esposa, que le induce a cambiar de vida, Roxana acepta su destino, dado que toda amante “is maintain´d indeed, for a time; but is certainly condemn´d to be abandon´d at last, and left to the Miseries of Fate, and her own just Disaster” (171). Al plantearse el matrimonio con el honrado comerciante holandés, Roxana parece sentir un cierto temor de Dios. Entre los motivos por los que no le parece conveniente aceptarlo como marido está el que tendrían que juntar su respectivas fortunas y eso acabaría repercutiendo negativamente en la de él, dado que la de ella ha sido adquirida de modo ilícito: “Shall I be Fire in his Flax! and be a Means to provoke Heaven to curse his Blessings!” (304, cursivas en el original). No puede evitar pensar en “the Justice of Heaven, which I had reason to expect would some time or other still fall upon me or my Effects, for the dreadful Life I had liv´d” (305). Finalmente, se lamenta cuando está a punto de descubrirse su verdadera identidad, pero a la vez alaba la justicia divina:

What a glorious Testimony it is to the Justice of Providence, and to the Concern Providence has in guiding all the Affairs of Men, (even the least, as well as the greatest) that the most secret Crimes are, by the most unforeseen Accidents, brought to light, and discover´d. (345, cursivas en el original)

Tras la muerte de su hija Susan a manos de Amy, su criada, Roxana menciona brevemente que le aguardaban en Holanda, a donde se vio obligada a huir, múltiples calamidades dado que “the Blast of Heaven seem´d to follow the Injury done the poor girl, by us both” (379).

En The Perplexed Dutchess sólo encontramos una referencia explícita a la Providencia. En lo más álgido del poder de Gigantilla

the time approach´d, which was ordain´d to show this haughty Woman there was a Power Supreme, which, when it pleas´d, could put a stop to the further Progress of her pernicious Designs. (53)

Es entonces cuando se produce la súbita muerte del marido de Gigantilla, el duque de Malfy, lo que acaba provocando la pérdida de poder y el exilio de ésta.

El providencialismo ingenuo que abunda en Pamela es fundamentalmente atribuible a la heroína; sin embargo, en la primera edición de la obra la voz narrativa se unía a ella para celebrar el poder de una Providencia que acaba recompensando siempre la inocencia. Richardson retiró ese pasaje en 1742, aludiendo a la salvación de su heroína con mayor prudencia. Asimismo, en sus obras posteriores prefirió presentar las intervenciones de la Providencia de una manera más irregular, lo que explica el contraste existente, por ejemplo, entre Pamela y Clarissa (Keymer, 1992: 208).

Los padres de Pamela, al entender desde el principio la gravedad de su situación, rezan por la joven y la encomiendan a la protección divina. Pamela, por su parte, al reflexionar sobre la precariedad económica en la que ha quedado tras la muerte de su señora, la madre de Mr B., les asegura a sus padres: “But Providence will not let me want” (44). Al negarse a aceptar las propuestas indecorosas de Mr B., éste, como medio de presión, le da permiso para volver con su familia. La joven da entonces muestras de estoicismo y se somete a la voluntad divina, como muestran algunos de sus versos:

Whate´er kind heav´n has designed,

Still may I keep an equal mind,

To the Eternal Will resigned,

And happy must be Pamela. (122)

Al despedirse del resto de los criados, uno de ellos, Mr Longman, que considera el comportamiento de Pamela irreprochable, le asegura de manera premonitoria: “Providence will find you out: remember I tell you so; and one day, though I may not live to see it, you will be rewarded” (131). Cuando Mr B., mediante el engaño, la hace conducir a otra de sus residencias, Pamela vuelve a someterse a la voluntad divina. Ante los esfuerzos del reverendo Williams por auxiliarla, la joven confía en que, en el caso de que resulte perjudicado, el Dios al que sirve le recompensará: “I hope it will be made up to you an hundred-fold by that God whom you so faithfully serve” (166). Ante el cariz que están tomando los acontecimientos, Pamela piensa en huir, para lo que se vuelve a poner en manos de la Providencia: “And so I trust that Providence will direct my steps to some place of safety” (208). Al resultar la huida imposible, Pamela se plantea el suicidio como último recurso para salvar su honor. Cuando se aproxima al estanque en el que piensa ahogarse, el hecho de caminar con una cierta dificultad al haberse lesionado un tobillo le permite tener tiempo para reflexionar, “for a ray of grace to dart in upon my benighted mind” (211). Decide entonces ponerse en las manos de Dios: “How knowest thou what purposes God may have to serve, by the trials with which thou art now exercised?” (213). E intenta explicarse su sufrimiento como “trials of my fortitude” (ibidem). Posteriormente, ese mismo estanque adquiere otra significación cuando Pamela encuentra paseando por su orilla a Mr B., cuya actitud ha empezado a cambiar:

And it was by the side of this pond, and not far from the place where I had that dreadful conflict, that my present hopes, if I am not to be betrayed by them, began to dawn. And sometimes I have the presumption to hope for an happy omen from hence; as if the Almighty would shew your poor daughter, how well she did, to put her affiance in his goodness (250)

Inesperadamente, Mr B. la deja volver con sus padres aunque, llevada por un impulso irrefrenable tras recibir dos cartas suyas, Pamela acaba volviendo a su lado. A punto de contraer matrimonio, la heroína reflexiona y considera su nueva situación como una recompensa de la Providencia:

I must sit down to ponder all these things, and to admire and bless the goodness of that Providence, which has, through so many intricate mazes, made me tread the paths of innocence, and so amply rewarded me, for what it has itself enabled me to do! (308)

Mr Andrews, el padre de Pamela, atribuye el afortunado destino de su hija tanto a la voluntad divina como al comportamiento ejemplar de la joven: “O my child, it is all owing to the Divine Goodness, and your virtue!” (345). Pamela, por su parte, considera que su increíble ascenso social sólo tiene sentido si se interpreta como un instrumento de la Providencia al servicio del bien común:

Great and good God! as thou has enlarged my opportunities, enlarge also my will, and make me delight in dispensing to others a portion of that happiness which I have myself so plentifully received at the hands of thy gracious Providence! Then shall I not be useless in my generation! (388)

Con posterioridad, Pamela se compromete a dejarle leer sus escritos a Lady Davers, hermana de Mr B., para que pueda comprobar que no ha sido, como pudiera parecer, su ambición o su astucia las que le han permitido casarse con él sino los designios de la Providencia:

I hope, when she has read them all, she will be quite reconciled; for she will see it is all God Almighthy´s doings, as I may say; and that a man of Mr B.´s parts and knowledge was not to be drawn in by such a poor young unexperienced creature as I am. (490)

En Pamela II, ante el cambio de vida experimentado por Mrs Jewkes, Pamela se siente efectivamente un instrumento de la Providencia, como le comenta a Miss Darnford:

How does it make me hope, that I am raised to my present condition, in order to be an humble instrument in the hand of Providence to communicate great good to others, and so extend to many those benefits I have received (63)

La heroína tranquiliza a Mrs Jewkes en el sentido de que el cruel comportamiento que le mostró “was but a necessary means in the hand of Providence, to exalt me to that state of happiness, in which I have every day more and more cause given me to rejoice” (64).

Clarissa, a quien su familia somete a una presión extrema para que se case con Mr Solmes, reflexiona sobre la gravedad de lo que está sucediendo y teme un destino adverso, ya sea como castigo de sus propias faltas o las de su familia:

I am afraid I am singled out, either for my own faults or for the faults of my family, or for the faults of both, to be a very unhappy creature! – signally unhappy! (carta número 82, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 332, cursivas en el original).

Buscando una explicación a la fatalidad que parece presidir su destino, la joven cree que puede tratarse de una disposición de la Providencia para que no se sienta “out of the reach of the bolts of adverse fate” (333) y se abandone a ella. Con posterioridad a su huida involuntaria con Lovelace, la joven se considera de alguna manera culpable y se prepara para soportar “those shafts of angry providence” (carta número 145, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 508). Su amiga Anna Howe, por su parte, le recomienda que se case con Lovelace y añade: “Leave the rest to Providence; and follow as that leads” (carta número 150, Miss Howe a Miss Clarissa Harlowe, pág. 514). Con ironía, Lovelace opina que su intervención en la vida de Clarissa tiene un cierto carácter providencial: “is not calamity the test of virtue?” (carta número 152, Mr Lovelace a John Belford, pág. 519). La joven, mientras, asume su responsabilidad en la situación de privación de libertad a la que se ve sometida, “because it would be throwing upon the decrees of Providence a fault too much my own” (carta número 174, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 568). Anna Howe confía, en última instancia, en que todo tenga un sentido: “[Providence] must always have wise ends to answer in its dispensations”(carta número 177, Miss Howe a Miss Clarissa Harlowe, pág. 577). Añade, por otra parte, que en la adversidad ha apreciado cualidades en su amiga que no había advertido cuando ésta vivía con su familia y le escribe admirada: “ADVERSITY is your SHINING-TIME” (pág. 579, mayúsculas en el original).

Ante los peligros que la siguen acechando, Clarissa se pone en manos de Dios: “Let Providence decide for me as it pleases” (carta número 227.2, Clarissa Harlowe a Mr Lovelace, pág. 731). La joven da pruebas de una fe inquebrantable en la Providencia incluso tras su violación a manos de Lovelace. Considera entonces tan traumática experiencia como algo que Dios ha permitido a causa de su vanidad, y acepta resignada su destino: “Let my ruin, [...] be LARGE, be COMPLETE, in this life!” (carta número 333, Mr Belford a Robert Lovelace, pág. 1062, cursivas y mayúsculas en el original).

En Amelia, Fielding parece compartir la visión cristiana utópica a la que nos hemos referido con anterioridad a pesar de que, por su contacto con el mundo de la judicatura, tenía que saber de primera mano, por ejemplo, que el mundo recompensa a personajes más que dudosos mientras castiga a los bondadosos. Así, Amelia resulta, como veremos, paradigmática de aquellas novelas en las que el desenlace está “forzado” por el intento de demostrar el continuo control de Dios sobre el mundo. Fielding decide ignorar, pues, la dinámica interna de un conjunto de acontecimientos o circunstancias funestas, y ofrece a la heroína, en su lugar, el favor súbito y sorpresivo de la Providencia.

El Dr Harrison adoctrina a Booth sobre la actitud que ha de mostrar un buen cristiano ante la adversidad: “With how much great confidence may a good Christian despise and even deride all temporary and short transitory evils!” (132). Amelia, por su parte, considera que ha de estarle agradecida a Dios porque, a pesar de su desesperada situación económica, es feliz en su matrimonio: “I should think it all fully rewarded with such a man as I thank heaven hath fallen to my lot” (239). La amiga de Amelia, Mrs Bennet (más tarde Mrs Atkinson), consigue evitar que Mrs Ellison arruine la vida de Amelia como arruinó la suya propia. Sin embargo, manifiesta dudas a la hora de atribuir a la Providencia haber descubierto a tiempo el plan de Mrs Ellison, algo que en las novelas analizadas resulta excepcional:

and it was by mere accident only that I discovered it; unless there are some guardian angels, that in general protect innocence and virtue, tho´ I may say I have not always found them so watchful. (323-4)


Un personaje secundario, Robinson, reconoce a Amelia cuando ésta va a empeñar su retrato, y se refiere a esta casualidad como “an accident (...) by which, as things have fallen out since, I think I plainly discern the hand of Providence” (527). Cuando, finalmente, todo se resuelve al recibir Amelia la herencia que le había sido arrebatada por su hermana, el Dr Harrison le comenta a Booth: “providence hath done you the justice at last, which it will one day or other render to all men” (533). Es muy significativo, además, que la noticia de la herencia les llegue a Amelia y a Booth poco después de que éste se haya convertido al cristianismo (Speck, 1983: 103). Por otra parte, la mano de la Providencia se adivina igualmente en el castigo que aguarda a los personajes corruptos: el coronel Bath pierde la vida en un duelo, Mrs Ellison muere a causa de la bebida y el “lord” a causa de una enfermedad venérea, mientras que la hermana de Amelia fallece en el exilio.

Por lo que respecta a Betsy Thoughtless, Trueworth advierte a Betsy sobre las posibles consecuencias de sus múltiples imprudencias: “repeated inadvertencies may make heaven weary of continuing its protection” (173). De hecho, la heroína está a punto de ser violada en varias ocasiones. En una de ellas, cuando a la joven apenas le quedan fuerzas para defenderse de Sir Frederick, sus gritos hacen que el propio Trueworth entre en la habitación. Ella, que no le reconoce, le pide ayuda llamándole “whoever you are, that heaven has sent to my deliverance” (375). Con posterioridad, Betsy pierde, a causa de su frivolidad y falta de discreción, la posibilidad de casarse con Trueworth y se resigna a hacerlo con Mr Munden. Por lo que respecta a éste, la voz narrativa afirma que derrocha su oportunidad de ser feliz al no saber valorar los méritos de su mujer, Betsy, y lo explica del siguiente modo, evitando decantarse entre Providencia y Fortuna: “but happiness is not in the power of every one to enjoy, tho heaven and fortune denies nothing to their wishes” (439). El comportamiento de Mr Munden es tan deplorable que incluso espera que su mujer sea “comprensiva” con un “lord” que puede favorecer su carrera profesional. De hecho, Betsy no se habría librado de ser violada a manos de dicho “lord” “if her better angel had not in that instant directed her eyes to a bell” (489). En un momento en el que la joven experimenta una gran soledad, “heaven sent her a consolation” (499) en forma de encuentro con su amiga Miss Mabel, que le informa de que Trueworth ha enviudado. La inesperada muerte de Mr Munden obedece también a los designios de la Providencia para con Betsy, que “when once convinced, that she ought to be easy under this stroke of providence, became entirely so” (552-3).

En The Female Quixote, Arabella siente un gran dolor por la muerte de su padre pero se consuela pensando en los ejemplos de dolor todavía más intenso que ha encontrado en los romances heroicos. Su tío se lamenta, al oírla, de que esas “personas” a las que se refiere no supieran resignarse a los designios de la Providencia:

Pray, Niece, said he, were you acquainted with these People, who could not submit to the Dispensation of Providence, but, as one may say, flew in the Face of Heaven by their Impatience? (61)

Con posterioridad, Arabella, convencida de que su sirviente Edward es en realidad un noble que pretende secuestrarla, decide huir de su propia casa. Le dice, pues, a su sirvienta: “So, Lucy, let us commend ourselves to the Direction of Providence, and be gone immediately” (94-5, cursivas en el original). Creyéndose a merced de Edward, pide ayuda al ocupante de un carruaje, “thanking Heaven for sending this Relief” (99). Irónicamente, al subirse a dicho carruaje Arabella corre un peligro real, ya que el joven que viaja en su interior intenta raptarla. El carruaje vuelca, lo que permite que los criados, entre los que se encuentra Edward, y Glanville la rescaten. Arabella, sin embargo, no se muestra agradecida, puesto que cree a Glanville cómplice de Edward. Le advierte, pues, que, “if Providence fails me” (102), se suicidará si es necesario. Posteriormente, la joven teme por la vida de Glanville, que toma parte en un duelo, pero se resigna a lo que dicte la Providencia: “If it be the Will of Heaven he should fall in this Combat, resumed Arabella, he can never have a more glorious Destiny” (158, cursivas en el original). Por otra parte, cuando Sir George cuenta su historia traduciéndola al lenguaje de los romances heroicos, Arabella, creyendo que ha sufrido los dictados de la Fortuna, le tranquiliza y le asegura que sus virtudes permitirán que la Providencia acuda en su auxilio:


Therefore, illustrious Prince (for in that Light I shall always consider you), be assured, though Fortune has despoiled you of your Dominions, yet since she cannot deprive you of your Courage and Virtue, Providence will one Day assist your noble Endeavours to recover your Rights (209-10)
Sin embargo, Arabella detecta finalmente su inconstancia e infidelidad y le asegura:
Heaven will never restore you the Crown of your Ancestors, and place you upon the Throne to which you pretend, while you make yourself unworthy of its Protection, by so shameful an Inconstancy. (251)
En su introducción a Sidney Bidulph Frances Sheridan critica de un modo explícito la convención de la “justicia poética”, según la cual un autor debe asociar necesariamente la actuación de la Providencia con la recompensa a los virtuosos. Sheridan, por boca de Cecilia, la amiga íntima de Sidney, afirma que las decisiones de Dios resultan a veces insondables y se pregunta: “What then are we to conclude, but that God does not estimate things as we do? It is ignorant, as well as sinful, to arraign his providence”(7). Aboga, pues, por que las obras literarias reflejen lo que sucede en la vida real, en la que no se puede esperar necesariamente una recompensa para quienes practican el bien ni un castigo para quienes no lo hacen. Para ilustrar esta verdad, Cecilia ofrece a los lectores la historia de Sidney, “a woman of most exemplary virtue”, que, paradójicamente “was, through the course of her whole life, persecuted by a variety of strange misfortunes” (ibidem).

Sidney Bidulph es un modelo de estoicismo ante el infortunio. Sin embargo, no puede evitar lamentarse cuando el hombre con el que finalmente aceptó casarse, Mr Arnold, la acusa injustamente de serle infiel con Faulkland, la expulsa del hogar familiar y la obliga a separarse de sus hijas: “My God, for what calamities hast thou ordained thy creature! Tears, tears, you may well flow!” (147). Sin embargo, se dispone a ser paciente, convencida de que Dios “in his own time, shall raise me from the state of humiliation into which I am fallen” (158). Consciente de que se avecina la ruina económica de su marido, la asocia al comportamiento inmoral del mismo: “All this is the fatal consequence of Mr Arnold´s breach of his marriage-vow: all this, and much more, I fear, that is to come” (159). Tras reconciliarse con él, Sidney se encomienda a la Providencia: “I rely on that providence, who has hitherto protected me” (280). Posteriormente, enviuda y vuelve a rechazar a su pretendiente Faulkland, al que anima a casarse con Miss Burchell. Al enterarse de la verdadera naturaleza de ésta, y tras reflexionar sobre las múltiples circunstancias que en diversas ocasiones imposibilitaron su matrimonio con él, Sidney se pregunta: “Does not all this look as if some unseen power, who guides our actions, had set a stamp of disapprobation on the union between this man and me” (309). Ante la repentina enfermedad de sus hijas, Sidney no puede evitar lamentarse en los siguientes términos: “Providence thou canst inflict no more!” (345). Más tarde, se entera de la desesperada situación de Faulkland, que parece haber asesinado a su esposa, Miss Burchell, tras serle ésta infiel. Ante una situación tan extrema, Sidney finalmente se derrumba. Afirma desear no haber nacido y se queja de no merecer tales castigos:


have I been a murmurer at the decrees of providence? have I been an impious repiner when heaven has poured down its wrath upon my head? if not, why am I marked out for divine vengeance? (455)

Años después, la amiga de Sidney, Cecilia, le ofrece al lector la siguiente explicación:


she was, to use her own words, set up as a mark; and the deep afflictions that still pursued her, and clouded even her latter days with misfortunes, may serve to show that it is not here that true virtue is to look for its reward. (466)


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