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APÉNDICE

APÉNDICE

ILUSTRACIONES



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Fig. 1. William Hogarth, Mariàge à la mode: tête à tête (1743)

The National Gallery, Londres



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Fig. 2. Thomas Gainsborough, La familia Byam (1762)

Holburn Museum of Art, Bath.



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Fig. 3. William Hogarth, Los niños de la familia Graham (1742). Tate Gallery, Londres.





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Fig. 4. Billete de entrada para la “circulating library” de Francis Noble en Londres (aprox. 1750-1760)




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Fig. 5. Thomas Gainsborough, Mrs Philip Thicknesse (1759-1760). Art Museum, Cincinnati




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Fig. 6. Joseph Highmore, Pamela abandona la casa de Mr B. en Bedfordshire (1743). Cuadro original en Fitzwilliam Museum, Cambridge.




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Fig. 7. Thomas Rowlandson, Vauxhall Gardens (1784).Victoria and Albert Museum, Londres.




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Fig. 8. Johann Sebastian Muller, Vauxhall Gardens (1751).Victoria and Albert Museum, Londres.




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Fig. 9. William Hogarth, “A Rake´s Progress”: el libertino sentado en la cárcel (1735). Cuadro original en Soane Museum, Londres.



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Fig. 10. Jean-Antoine Watteau, Busto de niña (aprox. 1716). Colección particular





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Fig. 11. Joseph Highmore, Pamela desmayándose (1754) National Gallery of Victoria, Melbourne.





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Fig. 12.Hubert Gravelot y Francis Hayman, Pamela huyendo de Lady Davers (1742) Sizergh Castle, Kendal.




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Fig. 13. Joseph Highmore, Pamela en el dormitorio con Mrs Jewkes y Mr B. (1743-4). Tate Gallery, Londres.




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Fig. 14. Francis Hayman, Robert Lovelace preparándose para raptar a Clarissa Harlowe (1753). Southampton City Art Gallery, Southampton.




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Fig. 15. Thomas Stothard y William Walker, Los Harlowe juzgan a Clarissa (1783). Bodleian Library, Oxford.




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Fig. 16. William Hogarth, Los sirvientes de Hogarth (aprox. 1750)

Tate Gallery, Londres.



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Fig. 17. Joseph Wright of Derby. El reverendo d´Ewes Coke con su esposa Hannah y Daniel Parker Coke MP (1780). Royal Academy of Arts, Londres.




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Fig. 18. Thomas Stothard and James Heath, Clarissa en su lecho de muerte (1784). Bodleian Library, Oxford.



1 Lennard Davis subraya en Factual Fictions: The Origins of the English Novel (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1983) la especial situación que ocupa la obra de Defoe en la novela del siglo XVIII. Davis asocia la novela de la época a un sistema ideológico en cuyo "discurso" hay que distinguir una "matriz indiferenciada" de la que surgirá, por una parte, el periodismo y la historia, y por otra, la novela. Según dicho autor, habría que situar la obra de Defoe en un punto en el que el "discurso" se inclina a dividirse en los dos "subdiscursos" mencionados, pero en el que todavía no ha tenido lugar una separación propiamente dicha. De ahí el extraño protagonismo que ha ocupado Defoe en la historia de la novela inglesa, un protagonismo que no impide que quede fuera de la corriente principal (pp. 154-55).

2 Arne Melberg, Theories of Mimesis, Cambridge / New York: Cambridge University Press, 1995, p.3.

3 Paula R. Backscheider, en Revising Women: Eighteenth-century “Women´s Fiction” and Social Engagement (Baltimore / London: The Johns Hopkins University Press, 2000), expone que la novela, en mayor medida que otros géneros literarios, no se limita a interpelar al lector, ofreciéndole la posición desde la que el texto es más “inteligible”, sino que lo erige en juez. El hecho de que éste experimente que la voz narrativa le habla a él o a ella directamente y que tiene a su alcance más información que cualquier personaje crea una impresión de intimidad y cercanía, uno de los rasgos más persuasivos del género (pp. 15-17).

4 John Loftis, “The Limits of Historical Veracity in Neoclassical Drama”, en England in the Restoration and Early Eighteenth Century: Essays on Culture and Society, London / Berkeley: University of California Press, 1972, p. 27.

5 En este sentido, la labor resulta más sencilla cuando se trata de una época como el siglo XVIII en la que no se distinguen tantos niveles culturales ni una audiencia tan fragmentada como en la actualidad. Por otra parte, al tratarse de una literatura que no estaba tan influida por los conceptos de “individualismo” y “originalidad” como la literatura contemporánea, las ideas y actitudes que podemos abstraer de las obras tienden a una mayor uniformidad (Richetti, Popular Fiction before Richardson: Narrative Patterns 1700-1739, Oxford: Clarendon, 1969, pp 12-3).

6 Es éste un término acuñado por Raymond Williams en The Long Revolution (London: Penguin, 1965, p. 64), cit. en John Richetti, Popular Fiction before Richardson, Oxford: Clarendon, 1969, p. 9.

7 Jennie Batchelor expone el regimen disciplinario reinante en la “Magdalen House” y la importancia simbólica del uniforme que llevaban sus internas en Dress, Distress and Desire: Clothing and the Female Body in Eighteenth-Century Literature, Basingstoke / New York: Palgrave MacMillan, 2005, pp. 139-49.

8 Para una definición completa del término "ideología" en contraposición al de "mentalidad" véase el siguiente apartado, pp 20-22.


9 Annales E.S.C., 1958, pp. 725-53.

10 Introducción al coloquio del ENS de Saint-Cloud, 15-16 de mayo, PUF, 1965, cit. en Dosse, L´histoire en miettes: des "Annales" à la "Nouvelle Histoire", Paris: Éditions La Découverte, 1987, p. 200.

11 “Idéologie et appareils idéologiques d´Etat”, La Pensée, junio de 1970.

12 Dale Spender calcula que se escribieron aproximadamente 2.000 novelas a lo largo del siglo XVIII, de las cuales sólo un pequeño porcentaje ha sido incluido en el canon literario. Este proceso de selección es habitual. Lo atípico es que aproximadamente la mitad de esas novelas fueran escritas por mujeres, y que ninguna poseyera, al parecer, una calidad incuestionable. Spender concluye, pues, que o bien las leyes de la probabilidad resultan inútiles o bien hay motivos culturales que operan en contra de las mujeres a la hora de incluir su obra entre esa minoría selecta (The Rise of the Woman Novelist. From Aphra Behn to Jane Austen, Oxford / Cambridge: Basil Blackwell, 1986, p. 119).

13 Véase Evelyne Berriot-Salvadore, “El discurso de la medicina y de la ciencia”, en George Duby y Michelle Perrot (ed.s), Historia de las mujeres, vol. III, Madrid: Santillana, 2000, pp. 385-431.


14 M. Mitra, en Educating the Eighteenth Century Heroine: The Lessons of Haywood, Lennox and Burney (U.M.I., 1994), distingue entre autoridad “patriarcal” y autoridad “paternalista”. Esta última, basada en la imagen idealizada del padre (o del marido), como amante protector constituía un tipo de autoridad “suavizada” que pudo anular en muchas mujeres los deseos de rebelión (pp 58-9).


15 Edmund Leites relaciona este fenómeno con la creencia puritana de que la esposa debía velar por la moralidad de su marido, una creencia compartida por otras ramas del protestantismo y por el catolicismo, pero que cobró mayor importancia entre los puritanos porque consideraban a la familia la unidad religiosa y ética fundamental. Gran parte de su instrucción moral y de la revisión de su conducta personal tenía lugar en el seno familiar (The Puritan Conscience and Modern Sexuality, London / New Haven: Yale University Press, 1986, p. 119).

16 Véase E.J. Clery, The Feminization Debate in Eighteenth-Century England: Literature, Commerce and Luxury (Basingstoke / New York: Palgrave MacMillan, 2004, pp 6-11) y Jennie Batchelor, Dress, Distress and Desire (Basingstoke / New York: Palgrave MacMillan, 2005, p. 20).

17 Nos referimos a “the middle station” o “the middling sort of people”, expresiones comunes a finales del siglo XVII y principios del XVIII que mostraban la conveniencia de referirse a la sociedad según una división tripartita.


18 Vivien Jones, en Women and Literature in Britain 1700-1800 (Cambridge University Press, 2000), apoyándose en recientes investigaciones de Amanda Vickery y Lawrence E. Klein, cuestiona la distinción absoluta que ha establecido la crítica entre las esferas pública y privada y considera necesario seguir investigando las vías por las cuales la mujer formaba parte de la compleja red de comunicaciones que modelaba la opinión pública (pp. 6 y 106).

19 En The Domestic Revolution: Enlightment Feminisms and the Novel (Baltimore / London: The Johns Hopkins University Press, 2000) Eve Tavor Bannet enfatiza que ya desde el momento de su publicación la obra de Locke fue interpretada de maneras incluso opuestas según se subrayaran sus aspectos igualitarios o los feudales-jerárquicos. Quienes se refirieron a Two Treatises para mejorar la situación de la mujer se basaban en que Locke estableció la razón y la educación como condiciones para el autogobierno, la libertad, la igualdad y la plena ciudadanía, quedando excluidos tan sólo “Lunatics, Ideots, Innocents, Children and Madmen” (p. 31).



20 Peter Earle distingue cuatro tipos fundamentales. El primero consistía en un simple consentimiento pleno, libre y mutuo entre las partes, sin necesidad de ceremonia pública, cada vez menos reconocido. El segundo tipo era el matrimonio “clandestino”, que se celebraba en posadas y tabernas de ciertas zonas consideradas exentas de la jurisdicción eclesiástica, como los “Fleet marriages” de Londres. El “matrimonio por licencia” se celebraba en una iglesia de manera privada y sin amonestaciones, mientras que un matrimonio celebrado por la Iglesia de Inglaterra requería amonestaciones y ceremonia pública (The Making of the English Middle Class: Business, Society and Family Life in London, 1660-1730, Berkeley / Los Angeles: Univ. of California Press, 1989, pp. 177-180).

21 Peter Earle subraya la dificultad de establecer los límites exactos de lo que denomina “the middle station” o “the middling sort of people”, caracterizados por su capacidad de acumular y progresar, además de emplear capital y mano de obra. Por lo que respecta a los llamados “profesionales” conviene tener en cuenta los impuestos adicionales que se cobraba a quienes poseían una fortuna superior a las 300 o 600 libras (The Making of the English Middle Class: Business, Society and Family Life in London, 1660-1730, Berkeley / Los Angeles: Univ. of California Press, pp. 3-14). Armstrong, sin embargo, considera que pertenecían a los sectores medios de la sociedad quienes obtenían unos ingresos anuales de entre 1.000 y 10.000 libras (Desire and Domestic Fiction: A Political History of the Novel, Oxford: Oxford Univ. Press, 1989, p. 124).

22 Amanda Vickery explora en The Gentleman´s Daughter: Women´s Lives in Georgian England (New Haven / London: Yale University Press, 1998) la presencia femenina en los relativamente nuevos espacios de ocio comercializado que fueron surgiendo en esta época, como las “assembly rooms”, las “circulating libraries” o los “pleasure gardens”. Vickery cuestiona que la llamada “esfera pública” resultara tan amenazadora para la reputación de la mujer como se ha venido suponiendo (pp. 225-8).


23 En palabras de Virginia Woolf en Three Guineas (Hardmondsworth / New York: Penguin, 1977): “Marriage, the one great profession open to our class since the dawn of time until the year 1919” (p. 9).


24 Richetti, en The English Novel in History 1700-1780 (New York / London: Routledge, 1999), afirma que los “charity schools” fueron un fracaso filantrópico, fruto de una forma de paternalismo sentimental, al estar más orientados a controlar y pacificar a los desposeídos que a brindarles auténticas oportunidades de mejora (p. 244).

25 Dicha remuneración era, en general, escasa, lo que obligaba a una novelista que quisiera obtener unos ingresos respetables, cifrados en al menos 50 libras anuales, a publicar unas diez novelas al año. En caso contrario, tenía que recurrir, como la mayoría de las escritoras profesionales, a adentrarse en otros campos, como el de la prensa periódica (véase, por ejemplo, Cheryl Turner, Living by the Pen: Women Writers in the Eighteenth Century, London / New York: Routledge, 1992, especialmente pp 102-26).

26 Astell cita el caso de Mrs Veezey, a quien su marido encerró durante años en una buhardilla en condiciones tan lamentables que acabó por suicidarse. En el juicio él fue declarado inocente por haber alimentado a su mujer con pan y no haberla lanzado él mismo por la ventana (cit. en Vivien Jones (ed.), Women in the Eighteenth Century: London / New York: Routledge, 1990, p. 219).

27 Existía, sin embargo, la posibilidad de que una mujer denunciara a su marido ante los tribunales de la Cancillería (“equity courts”).

28 Se denomina “equity” a la parte del derecho inglés administrada inicialmente por el Lord Canciller (“Lord Chancellor”) y más tarde por la Cancillería (“Court of Chancery”). En la Edad Media, los litigantes tenían derecho a recurrir ante el rey, que solía regirse por la opinión de su Canciller; por lo que los recursos se acabaron dirigiendo directamente a éste. En el siglo XVII, James I estableció que prevalecieran las sentencias del Canciller sobre las de los tribunales de “common law” (A Concise Dictionary of Law, Oxford / New York: Oxford University Press, 1990, p.151).

29 El usufructo del que puede disfrutar un hombre viudo con respecto a los bienes inmuebles de su esposa, siempre que ambos hubieran tenido descendencia (Susan Staves, Married Women´s Separate Property in England, 1660-1833, Cambridge: Harvard University Press, 1990, p. 235).

30 Las “circulating libraries”, que prestaban libros a cambio de una cierta cantidad, parecen haber surgido entre 1730 y 1740. Eva Figes afirma que la primera se creó en Bath en 1725, mientras que Londres no contó con una hasta 1739. A finales de siglo, todas las ciudades principales contaban con establecimientos de este tipo, que adquirían, aproximadamente, 400 libros de cada 1.000 publicados (Sex & Subterfuge: Women Writers to 1850, New York: Persea Books, 1982, p. 9).

31 Véase Cheryl Turner, Living by the Pen: Women Writers in the Eighteenth Century, (London / New York: Routledge, 1992, pp 133-143), y Barbara M. Benedict, “Jane Austen and the Culture of Circulating Libraries” en Paula R. Backscheider, Revising Women: Eighteenth-century “Women´s Fiction” and Social Engagement (Baltimore / London: The Johns Hopkins University Press, 2000, pp. 147-99).

32 E.J. Clery describe los múltiples aspectos innovadores de esta publicación en The Feminization Debate in Eighteenth-Century England: Literature, Commerce and Luxury (New York: Palgrave MacMillan, 2004), especialmente en el capítulo 2, “The Athenian Mercury and the Pindarick Lady” (pp. 26-50).

33 Para profundizar en el papel de The Female Spectator como impulsor de determinadas cualidades y comportamientos sociales para el sexo femenino véase Rosario García-Doncel Hernández, “Modelo femenino en la prensa inglesa del siglo XVIII”, en Mercedes Arriaga Florez (ed.), Escritoras y Pensadoras Europeas, Sevilla: Arcibel Editores, 2007, pp. 321-33.


34 Margaret J.M. Ezell, en The Patriarch´s Wife: Literary Evidence and the History of the Family (London / Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 1987) argumenta convincentemente que la exclusión intelectual de la mujer del siglo XVII no era tan acusada como pudiera creerse, lo que podemos hacer extensivo a la mujer del siglo XVIII. Véase especialmente el capítulo III, “Women Writers: Patterns of Manuscript Circulation and Publication” (pp. 62-100).



35 Véase la nota número 16.

36 Según E.J. Clery en The Feminization Debate in Eighteeth-Century England (Basingstoke / New York: Palgrave MacMillan, 2004) el término “feminización” lo emplearon por primera vez en estudios culturales del siglo XVIII Terry Eagleton en The Rape of Clarissa: Writing, Sexuality and Class Struggle in Samuel Richardson (Oxford: Basil Blackwell, 1982) y Nancy Armstrong en Desire and Domestic Fiction: A Political History of the Novel (Oxford / New York: Oxford University Press, 1987) (p. 2).

37 Este interés por la figura femenina no es exclusivo de la novela, sino que se advierte también en el género teatral, y más concretamente en la tragedia de mediados de siglo (J. Butt y G. Carnall, The Mid-Eighteenth Century, Oxford: Clarendon Press, 1979, pp. 171-2).

38 J. Paul Hunter defiende esta tesis en Before Novels: The Cultural Contexts of Eighteenth Century English Fiction (London / New York: W.W.Norton, 1990), a pesar de la escasez de datos. Se muestra además disconforme con que se equipare el saber firmar con el saber leer y considera que el número de posibles lectoras ha de ser corregido al alza por este motivo y porque la posición legal y social de las mujeres les ofrecía pocas ocasiones de firmar (pp 69-75).

39 “The Guilty One”, en The Newly Born Woman (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1986, p. 7), cit. en Paula R. Backscheider, Revising Women: Eighteenth-century “Women´s Fiction” and Social Engagement (Baltimore / London: Johns Hopkins University Press, 2000, p. 17).

40 Véase Cheryl Turner, Living by the Pen: Women Writers in the Eighteenth Century (London / New York: Routledge, 1992), especialmente pp. 91-129.


41 “There were no plays, no operas, no masquerades, no balls, no public shews, except at the little theatre in the Hay-market, then known by the name of F_____g´s scandal-shop” (The History of Miss Betsy Thoughtless, Oxford / New York: Oxford University Press, 1997, p. 45).

42 Mythologies (New York: Hill & Wang, 1972, p. 142), cit. en S.O.Weisser, Women and Sexual Love in the British Novel, 1740-1880 (London: MacMillan, 1997, p. 4).


43 Véase Eva Figes, Sex & Subterfuge: Women Writers to 1850 (New York: Persea Books, 1982), especialmente el capítulo 3, “Anxious Apologies”, pp. 21-32.


44 En este sentido, no se distinguen mucho de los nombres típicos de los romances heroicos, como los de algunas heroínas creadas por Madeleine de Scudéry: Clelia, Idalia, Philadelphia, Rivella, etc.


45 La referencia histórica de la obra parece haberla encontrado Defoe en el libertinaje de la corte de Charles II, si bien puede haberse inspirado también en la más contemporánea de George I. El personaje de Roxana habría resultado, pues, de una combinación de las distintas amantes de ambos reyes, como la conocida Nell Gwyn, amante del primero (F. Nussbaum,

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