Tesis doctoral



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CAPÍTULO IV:
EL DESTINO DE LA HEROÍNA

The first mentioned Pair were indeed only married in the common Acceptation of the Word; that is, they were privileged to join Fortunes, Equipages, Titles and Expence; while Mr Glanville and Arabella were united, as well in these, as in every Virtue and laudable Affection of the Mind.


- LENNOX, The Female Quixote

El término “destino” comprende diversas acepciones. Por una parte, se asocia a “hado”, una fuerza desconocida que obra sobre las personas y los acontecimientos. Se puede referir asimismo a un encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal, o a la circunstancia de serles favorable o adversa a las personas esta supuesta manera de ocurrir las cosas. Por último, también se puede entender como meta o punto de llegada76. En nuestro análisis del destino de la heroína recogemos varias de estas acepciones. Así, en el apartado “Los factores sobrenaturales y el destino de la heroína”, nos referiremos a esa fuerza desconocida que obra sobre las personas y los acontecimientos, a la que unos denominan “Fortuna” y otros “Providencia”. En el apartado “Descripción y valoración del destino de la heroína”, analizaremos si el encadenamiento de los sucesos, considerado a menudo como necesario y / o fatal, les resulta favorable o adverso a las heroínas seleccionadas. Por otra parte, en este capítulo entendemos también y fundamentalmente “destino” como “destino final”, meta o punto de llegada de la heroína. Entre los factores que al menos nominalmente condicionan dicho destino final incluiremos los factores sobrenaturales a los que hemos hecho referencia y la actuación de una serie de “agentes del destino” tales como el seductor, la alcahueta, la familia de la heroína o su amiga íntima. Sin embargo, creemos que el destino final de la heroína se encuentra fundamental e indisolublemente ligado a las actitudes y características de la misma. Está cargado, pues, de significación, sobre todo de índole moralizante.

Pierre Fauchery, en La destinée féminine dans le roman européen du dix-huitiéme siècle, subraya el hecho de que el destino novelesco depende de las características de un determinado personaje en mayor medida que el destino trágico o épico, ya que estos últimos escapan, en cierta medida, a la responsabilidad humana:
Le destin romanesque se caractérise par un plus grande intimité avec sa victime; sécrété par l´être même au ras de sa vie, il se développe avec elle comme un frère siamois, compromis avec ses passions, ses aventures, sa routine quotidienne: la créature du roman fabrique son destin comme elle respire. (1972: 13)
La “naturaleza” femenina, tal y como la define la novela del siglo XVIII (que le atribuye una fragilidad esencial) es la fuente de la que emana el destino de la heroína. No sólo su debilidad corporal sino sobre todo los posibles excesos o insuficiencias de su composición moral pesan potencialmente sobre cada uno de sus actos y le pueden atraer un destino final adverso. El destino de la heroína, que en principio sería consecuencia directa, pues, de su personalidad y de su comportamiento, es siempre susceptible, sin embargo, de ser leído como manifestación de factores externos y/o trascendentes tales como la Fortuna y la Providencia. Así mismo, distintas circunstancias pueden condicionar a la heroína y diversos agentes del destino (el seductor, la alcahueta, etc.) pueden actuar como catalizadores del mismo, pero la responsabilidad última de lo que le ocurra parece recaer sobre sus propios hombros. Carol H. Flynn, por ejemplo, cree que Pamela y Clarissa, frente a otras heroínas más tradicionales, sobresalen por ser personajes íntegros e independientes que forjan su propio destino. En última instancia, dependen de sí mismas para su salvación (1982: 101). Otro ejemplo lo encontramos en Betsy Thoughtless. Sir Basil Loveit conoce a la heroína en compañía de la poco recomendable Miss Forward. Creyéndola una mujer fácil, Sir Basil consigue que Betsy se suba con él en su carruaje y la intenta llevar a un “bagnio”. En esos momentos de peligro, Betsy toma conciencia de su propia responsabilidad:

And at that instant recollected, that no help was near; – that she was in the power of a man, whose aim was her eternal ruin; – and that it was by her own indiscretion alone, this mischief had fallen on her (205)

Es cierto, sin embargo, que algunas de las características de la heroína escapan a su propio control. Su belleza, juventud y soledad la convierten en un ser particularmente vulnerable, aunque por ello también capaz de despertar mayor interés a nivel narrativo. Por otra parte, la cronología del destino femenino está enraizada en la sexualidad: de la vida de la heroína interesa la etapa que podríamos denominar de “confrontación erótica” (Miller, 1975: 39).

Erickson recalca que el propio lenguaje de los personajes novelescos está íntimamente ligado a su destino: “their language is their fate” (1986: 10). Esto se debe, por ejemplo, a que lo que expresan oralmente o por escrito puede ser utilizado contra ellos o, por el contrario, contribuir a cambiar los prejuicios del lector, como en el caso de Lady Davers al leer los escritos de Pamela. De cómo influyen las palabras en el destino da fe la tradicional asociación entre la actividad de la costura, en el sentido figurativo de cómo hilan las Parcas la vida, y la de la escritura, cómo se va “desplegando” el destino de un personaje ante el lector. En este sentido, en Clarissa Lovelace le comenta a su amigo Belford, tras las muertes de su tío, de Belton, de Clarissa, de Mrs Sinclair y del capitán Tomlinson, lo siguiente: “Fate, I believe in my conscience, spins threads for tragedies, on purpose for thee to weave with” (carta número 515, Mr Lovelace a John Belford, pág. 1436).


IV.1. LOS FACTORES SOBRENATURALES Y EL DESTINO DE LA HEROÍNA
Hemos visto anteriormente que el término “destino” puede designar una fuerza desconocida que obra sobre las personas y los acontecimientos, a la que unos denominan “Fortuna” y otros “Providencia”. Tanto los clásicos como los escritores del siglo XVIII tendían a representar el poder impersonal o divino de dicha fuerza a través de una figura. Ésta era a menudo femenina, lo que podría deberse al hecho de que la aparente arbitrariedad del destino casaba bien con la supuesta inconstancia o falta de racionalidad que se atribuía a la mujer. Tenemos así a las Parcas o las Moiras helénicas, y a las figuras inglesas de “Dame Fortune”, “Dame Nature”, o “Lady Luck”. Sin embargo, en Roma se dio también la creencia en un dios “Fatus”, nominalización masculina de “Fatum”, que era el dios particular de cada individuo, símbolo del destino de cada persona.

Gran parte del programa cultural y científico del siglo XVIII iba encaminado a desvelar los secretos del universo, a desterrar falsas creencias y, en definitiva, a secularizar la sociedad. Spacks, analizando los argumentos de diversas novelas de esta época, llega a la conclusión de que es en la década de los años sesenta cuando se va abandonando una visión “providencialista” de la existencia, o por lo menos ésta empieza a experimentar algunos cambios. En este sentido, más que secularización propiamente dicha podemos hablar de un proceso mediante el cual las instituciones religiosas y su interpretación de los distintos acontecimientos que afectan al ser humano son lentamente desplazadas del centro de la vida social a su periferia. Por otra parte, a mediados del siglo XVIII parecen cambiar las hipótesis teológicas y morales. Filósofos tales como Shaftesbury y Hume así como los metodistas y otros grupos religiosos enfatizan la importancia de las emociones en la relación del ser humano con Dios. Él sigue manteniendo, evidentemente, el poder propio de un padre, pero también puede asumir atributos de madre (1990: 116-8).

En cualquier caso, cabe subrayar que “Fortuna” y “Providencia” son dos términos que en las novelas seleccionadas se emplean a menudo de un modo indistinto e intercambiable. Ligada a la existencia de la “Providencia” encontramos la “intervención diabólica”, el otro elemento constitutivo del binomio formado por el Bien y el Mal. Pues bien, la Fortuna, la Providencia y la intervención diabólica actúan, a nivel narrativo, como catalizadores de la acción en el sentido de que precipitan el movimiento o incluso el cambio radical en los modos estables de la existencia ficticia.

IV.1.1. La Fortuna
Fortuna era el nombre de la deidad latina que encarnaba el Azar. Equivalía a la “Tyké” de la Grecia Antigua que, según Hesíodo, era hija de Océano y Tetis, mientras que Píndaro la supuso hija de Zeus y una de las Parcas. En cualquier caso, la diosa Fortuna ha pasado a la posteridad como la personificación de la suerte favorable o adversa, y del destino ciego y caprichoso.

Nos referiremos, a continuación, a las distintas situaciones en las que la Fortuna interviene en las novelas analizadas. La mayoría de las referencias a ella, ya sea mediante los términos “fortune”, “chance”, o “stars”, suelen ser negativas en el sentido de que se trata de una fuerza desconocida y arbitraria que introduce bruscos cambios de situación en la existencia de los personajes afectados. Dichos cambios suelen ser el resultado de “accidentes” tales como una interrupción inoportuna, la muerte o enfermedad inesperadas de alguien cercano, el descubrimiento casual de algo que se mantenía oculto, etc.

Amena, una de las protagonistas de Love in Excess, conoce al conde D´Elmont por un capricho de la Fortuna, dado que en el preciso momento en el que ella se baja de su carruaje para entrar en la corte él llega en el suyo: “Fortune (to whom this lady, no less enamoured than Alovisa, had made a thousand invocations) seemed to have alloted her the glory of his first addresses” (46). Al ofrecerle su mano, el conde nota que Amena tiembla de emoción, y a partir de ese momento inician una relación amorosa. Ante la oposición del padre de la joven, el conde y Amena se reúnen en los jardines de las Tullerías, donde tienen un encuentro amoroso que la joven achaca luego a “the influence of her amorous stars” (64). Al interrumpirles la sirvienta, Anaret, e informarles de que están buscando a Amena, ésta intenta volver a su casa pero no puede entrar por estar la puerta del jardín cerrada. Acaba entonces refugiándose, “by a whimsical effect of chance” (66), en la casa de su rival, Alovisa. Ésta consigue desembarazarse de ella y casarse con el conde. Sin embargo, tras un periodo en que ambos esposos se muestran felices, “ 'twas time for Fortune, who long enough had smiled, now to turn her wheel, and punish the presumption that defied her power” (88). El conde se enamora entonces de Melliora, de quien es tutor. Un conjunto de circunstancias obstaculizan su relación, por lo que el barón D´Espernay organiza un baile en su residencia para permitir que el conde se introduzca en la habitación de Melliora. Pero cuando resulta que la mujer con la que el conde tiene relaciones íntimas es Melantha, hermana D´Espernay, el conde se lamenta: “I believe your sister´s stars and mine have from our birth been at variance” (151). Al enterarse Melliora de que Alovisa está a punto de conocer su identidad, le pide al conde que vaya a verla a su habitación, lo que el interpreta como “this seeming change of his fortune” (164). Sin embargo, al oír a su esposa pedir auxilio se dirige hacia ella y la atraviesa accidentalmente con su espada. Melliora, sintiéndose culpable, se recluye en un convento.

Moll Flanders se queja de su mala fortuna cuando, tras perder a dos maridos, se encuentra sumida en la ruina. Cuando otra viuda arruinada como ella consigue casarse con provecho, Moll comenta que, mientras a ésta le sonríe la fortuna, “mine seemed to be upon the wane” (72). Tras casarse de nuevo y establecerse en Virginia, descubre que su marido, con el que ha tenido dos hijos, es su propio hermano. Sólo cabe esperar, pues, un destino adverso. La madre de ambos se lamenta en estos términos: ‘Unhappy child!’ says she, ‘what miserable chance could bring thee hither?’ (104). Moll regresa a Inglaterra, donde ya no atribuirá a la Fortuna sus circunstancias desfavorables, sino a un plan divino que busca su conversión (véase el apartado “La Providencia”, pp. 377-92).

Lasselia, por su parte, sufre un desfavorable cambio de circunstancias cuando el rey Luis XIV, por entonces amante de su tía, Madame de Montespan, se enamora de ella. La joven apenas puede hacer frente a los celos de su tía y lamenta el hecho de que “This Misfortune, as it was unforeseen, was the more terrible to be borne” (13). Se enamora entonces de De l´Amye, un hombre casado, y se convierte en su amante. En un momento determinado huye de casa de su tía intentando reunirse con él, pero, “as if Fortune had a Design to contradict her Inclinations” (35), no lo encuentra y acaba vagando de noche, perdida. En tal situación, Lasselia acepta las consecuencias de sus actos: “as she had run herself into this Misfortune, there was nothing for her to do, but patiently to bear whatever might be the Consequence” (37). Llega a un punto de agotamiento tal que cree que habría muerto “had not Chance directed him [De l´Amye] that way” (40). Por lo que se refiere a éste, “Fortune in this Particular was on her Side” (43, cursivas en el original), porque él es de naturaleza bondadosa y no tiene intención de abandonarla. Sin embargo, la Fortuna quiere también que Mademoiselle Douxmourie, enemiga implacable de De l´Amye, se aloje en la misma posada que Lasselia, “the Effect of the other´s [Lasselia´s] ill Fortune” (83), y logre que se descubra juntos a los dos amantes. De l´Amye acaba volviendo con su esposa y Lasselia es recluida en un convento.

Roxana ha de hacer frente al infortunio cuando su marido se arruina y la abandona. Se ve entonces obligada a desembarazarse de sus propios hijos y a convertirse en la amante de su casero. La repentina muerte de éste último la deja de nuevo abandonada a su suerte. Sin embargo, pronto se convierte en amante de un príncipe y comienza a gozar de una vida privilegiada; su relación con el mismo finaliza bruscamente cuando la repentina enfermedad y muerte de la esposa del príncipe le hacen arrepentirse y cambiar de vida. Tras lograr una fortuna y regresar a Londres, Roxana decide averiguar lo que ha sido de sus hijos, y descubre que una de sus sirvientas, Susan, es su propia hija. Otra coincidencia, que Roxana denomina “a strange Adventure” (260), es que vuelve a ver, después de once años, a un comerciante holandés que le había propuesto el matrimonio y con el que había intentado contactar posteriormente en vano. Se habría casado entonces con él “if the following Accident had not unluckily interven´d” (274), es decir, si su criada Amy no le hubiera informado, a su regreso de Francia, de que el príncipe la busca de nuevo. Éste último, sin embargo, tras una grave caída del caballo y tras temer por su vida, renuncia a Roxana definitivamente. Ella se casa entonces con el comerciante holandés, gracias al cual consigue títulos y una todavía más holgada situación económica. Sin embargo, cuando su hija Susan está a punto de descubrir la auténtica identidad de su madre, Amy la mata y el destino de Roxana se tuerce para siempre.

Gigantilla, protagonista de The Perplexed Dutchess, es una joven ambiciosa que parece haberse aliado con la diosa Fortuna: “Fortune, whose Favourite for a long time Gigantilla continued, seem´d to be auspicious to the Duke´s passionate Desires” (5, cursivas en el original). Efectivamente, Gigantilla logra alcanzar el poder tras casarse con el Duque gracias no sólo a su belleza, sino a que sabe despertar y mantener su interés así como desembarazarse de su prometida en el momento oportuno. Sin embargo, la repentina muerte del Duque durante su viaje a Sicilia precipita la caída de la protagonista, que no se deberá ya a los caprichos de la Fortuna, sino a un Poder Supremo que ejerce el papel de juez.

Tras rechazar Pamela las atenciones de Mr B., éste se muestra en un principio dispuesto a dejarla volver con sus padres. La joven se viste entonces con ropas sencillas y, mientras baja por la escalera resignada pero con la conciencia tranquila, cree poder enfrentarse con lo que le depare la Fortuna: “An humble mind, I plainly see, cannot meet with any very shocking disappointment, let fortune´s wheel turn round as it will” (88). Por otra parte, sus fuertes convicciones religiosas le llevan a poner su confianza en la Providencia, mientras que asocia todo lo negativo que le sucede con la Fortuna. Así, tras verse prisionera en la residencia de Mr B., se describe a sí misma como “set up by the gambol of fortune, for a may-game” (147). Asimismo, desconfiando del deseo de Mr B. de que se case con Mr Williams, Pamela le comenta a Mrs Jewkes: “I have been so used to be made a fool of by fortune, that I hardly can tell how to govern myself; and am almost an infidel as to mankind” (186). Más tarde tiene lugar el hecho “fortuito” de que Mr B. escribe dos cartas, una a Pamela y otra a Mrs Jewkes, y se confunde al meterlas en sus respectivos sobres, con lo que Pamela acaba estando al tanto de sus planes. Cuando, contra todo pronóstico, Mr B. le permite finalmente recuperar la libertad, Pamela le comenta a Mr Robert, el cochero: “here I am again! a fine sporting-piece for the great, a mere tennis-ball of fortune!” (280). Sin embargo, la joven regresa por voluntad propia al lado de Mr B. tras recibir dos cartas de éste. La visita inesperada de Lady Davers supone un último obstáculo, salvado el cual la virtud de Pamela se ve al fin recompensada.

Anna Howe, tras enterarse de que la familia de su amiga Clarissa la quiere obligar a casarse con Mr Solmes, la previene: “You are drawn in by a perverse fate against inclination” (carta número 10, Miss Howe a Miss Clarissa Harlowe, pág. 71). Clarissa, por su parte, se queja de su infortunio en los siguientes términos: “I am to be unlucky in all I do, I think, be my intention ever so good” (carta número 21, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág.113, cursivas en el original). El seductor, Lovelace, la considera también poco afortunada dado que la Naturaleza le ha asignado semejante familia:
sordid ties! mere cradle-prejudices! – For had they not been imposed upon her by nature, when she was in a perverse humour, or could she have chosen her relations, would any of these have been among them? (carta número 31, Mr Lovelace a John Belford, pág.145)

Clarissa presiente que todo se ha vuelto en su contra, que toda la prudencia de la que ha hecho gala será inútil: “yet all my wisdom now, by a strange fatality, likely to become foolishness” (carta número 57, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 243). Tras enterarse de que la van a llevar a la casa de su tío Antony para someterla a un aislamiento aún mayor, la joven percibe con claridad que no es dueña de su propio destino: “How am I driven to and fro, like a feather in the wind, at the pleasure of the rash, the selfish, and the headstrong!” (carta número 80, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 328). Y no puede dejar de lamentar su suerte: “What an ill-fated creature am I?” (carta número 82, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 336). Teme, además, que su destino sea inapelable: “Strange, I may well call it; for don´t you see, my dear, that we seem all to be impelled, as it were, by a perverse fate which none of us are able to resist?” (carta número 82, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 333, cursivas en el original). Lovelace, sin embargo, tras conseguir que la joven huya con él, no cree en fuerzas externas sino en que Clarissa desafía al destino en la medida en la que se comporta de un modo inadecuado con él: “But why will this admirable creature urge her destiny? Why will she defy the power she is absolutely dependent upon?” (carta número 108, Mr Lovelace a John Belford, pág. 423). La suerte, de hecho, parece estar del lado de Lovelace, que se refiere a “my old friend CHANCE; which has many a time been an excellent second to me” (carta número 131, Mr Lovelace a John Belford, pág. 473, mayúsculas en el original). Clarissa, por su parte, se queja de que la Fortuna no le es favorable: “And what but cross accidents befall me!” (carta número 201, Mr Lovelace a John Belford, pág. 651). Efectivamente, en un momento crítico es Lovelace quien recibe, por casualidad, la carta que Anna dirige a Clarissa, que él acaba denominando “the hinge on which the fate of both must turn” (carta número 245, Mr Lovelace a John Belford, pág. 846) y comenta:


What a perverse girl is this, to contend with her fate, yet has reason to think that her very stars fight against her! I am the luckiest of men! – But my breath almost fails me when I reflect upon what a slender thread my destiny hung (carta número 250, Mr Lovelace a John Belford, pág. 855)

La repentina enfermedad de Lord M. obliga a Lovelace a salir de Londres, lo que le permite a Clarissa escapar. Le pide entonces a su nodriza Mrs Norton que se reúna con ella, pero la grave enfermedad de su hijo se lo impide, con lo que la joven se resigna a la fatalidad: “I expect everything bad!”(carta número 307, Miss Clarissa Harlowe a Mrs Norton, pág. 987). Mrs Sinclair toma la iniciativa y manda detener a la joven por supuesto impago. Prisionera, Clarissa le explica por carta a su primo Morden que todo lo sucedido no habría sido posible si no se hubiera producido “a strange concurrence of unhappy causes” (carta número 448, Miss Clarissa Harlowe a WM. Morden, pág. 1301). Otra enfermedad repentina, la de la madre de Anna Howe, le impide a ésta reunirse con Clarissa, mientras que las cartas que podrían haber propiciado la reconciliación entre la joven y su familia sólo llegan a sus destinatarios tras la muerte de ésta. Dos días antes de su muerte, Clarissa le escribe a Lovelace: “my fate is now, at your perusal of this, accomplished. My doom is unalterably fixed: and I am either a miserable, or a happy being to all eternity” (carta número 510.4, Miss Clarissa Harlowe a Mr Lovelace, pág. 1425, cursivas en el original). Lovelace, por su parte, tras recibir una herida mortal a manos de Morden, primo de Clarissa, lamenta y a la vez acepta un destino punitivo que finalmente no ha podido esquivar:


There is a fate in it! replied my chevalier – a cursed fate! – Or this could not have been! – But be ye all witnesses, that I have provoked my destiny, and acknowledge, that I fall by a man of honour. (Carta número 537, F.J. de la Tour a John Belford, pág. 1.487)
Todo en la vida de Fanny Hill parece producto de múltiples “coincidencias”. La repentina muerte de sus padres la obliga a marchar a Londres. Allí, sola y sin dinero, cae pronto en las redes de una alcahueta, Mrs Brown. Tras el encuentro con su primer cliente, cuyos deseos la joven no llega a satisfacer dado su estado de nervios, Fanny conoce al amor de su vida: “he who now was the absolute disposer of my happiness, and in one word, my fate” (41). Sin embargo, “the sudden reverse of fortune” (58), les separa bruscamente; el padre de Charles lo secuestra y lo aleja del país. Sola y endeudada, Fanny se ve abocada a la prostitución. Consigue alcanzar una cierta estabilidad económica con Mr Norbert, pero “once more the caprice of it [my fortune], dash´d the cup from my lips” (142) y éste muere repentinamente. Tras enriquecerse en el prostíbulo de Mrs Cole, Fanny decide retirarse y aguardar “what the chapter of accidents might produce in my favour” (173). Conoce a un caballero mayor que la educa y del que hereda una cierta cantidad. Inicia con posterioridad un viaje por Lancashire en el que se reencuentra, “casualmente”, con Charles.

Amelia es una de las novelas del presente estudio en que más se reflexiona sobre la posible influencia de la Fortuna y la Providencia en la vida del ser humano. Ya en el capítulo I Fielding se refiere a la fortuna como un ser imaginario y afirma que todo lo que sucede es en realidad responsabilidad humana:
To speak a bold truth, I am, after much mature deliberation, inclined to suspect, that the public voice hath in all ages done much injustice to Fortune, and hath convicted her of many facts in which she had not the least concern. I question much, whether we may not by natural means account for the success of knaves, the calamities of fools (...) in short, for all the ordinary phenomena which are imputed to Fortune; whom, perhaps, men accuse with no less absurdity in life, than a bad player complains of ill luck at the game of chess. (13)

Sin embargo, a pesar de lo expresado por Fielding, en Amelia la Fortuna sí interviene de un modo activo y aparentemente caprichoso, aunque el autor insiste en que la infelicidad depende en última instancia de uno mismo.

Amelia es pronto víctima de la mala fortuna (sin tener en ello responsabilidad alguna) al sufrir un accidente y perder, aunque en grado mínimo, parte de su exquisita belleza. Con posterioridad, cuando se están acordando las capitulaciones matrimoniales entre ella y Booth, “an unexpected cloud arose suddenly in our serene sky, and all our joys were obscured in a moment.” (70). La repentina muerte de la hermana de Booth obliga a aplazar el matrimonio, y la madre de Amelia, Mrs Harris, intenta impedir entonces la celebración de la boda por preferir a un pretendiente rico. Se produce a continuación un hecho casual, que Booth le describirá años después a Miss Mathews del siguiente modo:
I am going now, madam, to relate to you one of those strange accidents, which are produced by such a train of circumstances, that mere chance hath been thought incapable of bringing them together; and which have therefore given birth, in superstitious minds, to Fortune, and to several other imaginary beings. (80)
El joven que debía entregarle una carta secreta al Dr Harrison, que iba a casar a Amelia y Booth, lo hace en presencia de la madre de ésta. A pesar de esta fatalidad, el Dr Harrison consigue convencer a Mrs Harris de que está moralmente obligada a aprobar dicho matrimonio. Cuando los Booth, tras su viaje a Gibraltar, se establecen en el campo y prosperan, el Dr Harrison, su mejor consejero, se ve obligado a ausentarse, lo que propicia que Booth cometa una serie de graves errores al invertir su dinero. Como él mismo explica,

Our happiness was, perhaps, too great; for fortune seemed to grow envious of it, and interposed one of the most cruel accidents that could have befallen us, by robbing us of our dear friend the doctor. (142)


Endeudados, los Booth se ven obligados a huir a Londres. Booth acaba en la cárcel, donde conoce Miss Mathews. La voz narrativa justifica entonces su infidelidad con ironía:
We desire therefore the good-natured and candid reader will be pleased to weigh attentively the several unlucky circumstances which concurred so critically, that fortune seemed to have used her utmost endeavours to ensnare poor Booth´s constancy. (148)
Miss Mathews le dice a Booth que la suerte de Amelia no es, al fin y al cabo, tan adversa, puesto que es feliz en su matrimonio: “there is a speck of white in her fortune, which when it falls to the lot of a sensible woman, makes her full amends for all the crosses which can attend her” (146). Booth consigue salir de la cárcel gracias a Miss Mathews y comenta, al verse libre de pronto, lo siguiente: “Fortune had done all this for him within an hour, without giving him the least warning or reasonable expectation of this strange reverse of his circumstances” (156). Por otra parte, teme que sus hijos tengan que hacer frente a “those waves of fortune, which have overwhelmed their father” (157). Al considerarse responsable de la ruina de su familia, le pregunta a Amelia: “Have I not stept between you and fortune, and been the cursed obstacle to all your greatness and happiness?” (Ibidem). Posteriormente, la voz narrativa reflexiona sobre la vulnerabilidad del ser humano, tras enfrentarse Booth con un soldado que estaba maltratando a su hijo Billy en el parque de St James: “how capable the most insignificant accident is of disturbing human happiness, and of producing the most unexpected and dreadful events” (179). Amelia, por su parte, al recibir una nota anónima que le advierte de un peligro inminente, exclama: “sure Fortune takes a delight in terrifying us!” (263). Sin embargo, la voz narrativa afirma que, a pesar de los envites de la Fortuna, la situación de Amelia no es tan desesperada: “for scarce any condition of fortune can be so. Art and industry, chance and friends have often relieved the most distressed circumstances, and converted them into opulence” (324). El autor añade que, en última instancia, la infelicidad depende de uno mismo: “tho’ Fortune may make thee often unhappy, she can never make thee completely and irreparably miserable without thy own consent” (324-5). Por otra parte, las desgracias de los Booth no son sólo producto del infortunio sino de una cierta falta de prudencia por parte de Booth y de las trampas y mentiras de sus enemigos. Cuando Booth pierde el poco dinero que le queda jugando a las cartas con unos conocidos de Mr Trent se podría haber afirmado, en principio, lo siguiente: “Fortune, according to her usual conduct, soon shifted about, and persecuted Booth with such malice, that in about two hours he was strip´d of all the gold in his pocket” (437). Sin embargo, el autor señala que, dado que esos hombres eran unos jugadores expertos, habían bebido menos que Booth, y se hacían señas entre sí, “it cannot be wonder´d therefore, that Fortune was on their side” (438). Con posterioridad, Amelia le propone a su marido mudarse al campo “till Fortune pleases to smile upon us” (538). Finalmente, cuando Amelia recibe la herencia que le correspondía por la muerte de su madre y que su hermana le había escamoteado, la voz narrativa concluye lo siguiente: “As to Booth and Amelia, Fortune seems to have made them large amends for the tricks she played them in their youth” (545).

En el inicio de The History of Betsy Thoughtless, se produce “a sudden turn” (12) que cambia la vida de Betsy. Su padre, que había tenido que acudir a Londres por asuntos legales, muere de modo repentino. La joven ha de ir a vivir entonces a la casa de uno de sus tutores, Mr Goodman, y queda expuesta a las poco recomendables influencias de la mujer de éste, Lady Mellasin, y de su hija Flora. Por otra parte, la llegada de uno de los hermanos de Betsy a Londres, “An unforeseen accident” (44), impide que Betsy pueda ir al campo a casa de Lady Trusty y beneficiarse de sus sabios consejos. Mientras la joven disfruta de la atención de múltiples pretendientes, su hermano Francis sólo aprueba a Mr Trueworth, y le advierte que tenga cuidado con “how you disregard the smiles of fortune, and become the enemy of your own happiness” (172). Betsy no hace caso de tal advertencia a pesar de que no consigue retener a sus pretendientes demasiado tiempo. En este sentido, la voz narrativa nos ofrece dos explicaciones: la inconstancia de los pretendientes en cuestión y la frivolidad de la propia Betsy. De hecho, Trueworth, cansado de las indiscreciones de la joven, le manda una carta de despedida. Mientras Betsy comienza a reflexionar sobre su conducta, se da la coincidencia de que alguien canta una balada que le recuerda la pérdida de Trueworth. Sin embargo, la voz narrativa parece descartar cualquier posible intervención del destino: “But as every little circumstance, if any way adapted to the passion we at that time are possessed of, touches upon the jarring string, and seems a missioner from fate” (250). La repentina enfermedad de Mr Goodman, que ha iniciado los trámites de divorcio de Lady Mellasin, obliga a Betsy a cambiar de residencia. Posteriormente, Trueworth se encuentra “casualmente” en casa de Mrs Modely cuando Sir Frederick intenta violar a Betsy, con lo que la joven consigue evitar un mal irreparable. Trueworth le comenta luego a los hermanos de ésta: “I shall always place the day in which my good stars conducted me to the rescue of her innocence among the most fortunate ones of my whole life” (381). El joven se acaba casando, sin embargo, con la modélica Harriot. Betsy es testigo involuntaria de cómo salen de la iglesia, “as if fate interested itself in a peculiar manner, for the mortification of this young lady” (418).

Tras perder la posibilidad de casarse con Trueworth, Betsy se resigna a contraer matrimonio con Mr Munden. Ambos están a punto de enzarzarse en una fuerte discusión, que podría haber evitado la boda, si la llegada inesperada de Francis no la hubiera interrumpido. Posteriormente, Miss Mabel le cuenta a Betsy que se ha producido “a succession of accidents altogether unforeseen” (501) y le informa de la repentina enfermedad y muerte de la esposa de Trueworth, Harriot. Esto hace reflexionar a Betsy, que es infeliz en su matrimonio con Mr Munden pero no se culpa de su infortunio:
since her own marriage, and that of Mr Trueworth with his lady, she had sometimes been tempted to accuse heaven of parciality, in making so wide a difference in their Fates: – and though the blame of her misfortunes lay wholly on herself, had been apt to imagine, that she had only been impelled by an unavoidable impulse, to act as she had done, and was fated by an invincible necessity, to be the enemy of her own happiness. (504)
La obra acaba con otras dos grandes “coincidencias”, el hecho de que Trueworth, “whom chance had brought to make the discovery of a secret” (542), aparezca en un recóndito jardín de Surrey en el preciso momento en el que Betsy está besando su retrato, y la posterior y repentina enfermedad y muerte de Mr Munden; ambos hechos posibilitan, finalmente, el matrimonio entre Betsy y Trueworth.

En The Female Quixote se alude a la Fortuna con considerable ironía. Cuando el padre de Arabella se dispone a quemar los libros de su hija, preocupado por el efecto que la lectura de romances heroicos está teniendo en ella, se nos dice:

Fortune, however, which never wholly forsook these illustrious Personages, rescued them from so unworthy a Fate, and brought Mr. Glanville into the Marquis´s Chamber just as he was giving Orders to have them destroyed. (55, cursivas en el original)

La repentina muerte del padre de Arabella deja a la joven sin tutela. Sir George, interesado sobre todo por su herencia, intenta entonces conquistarla. En una ocasión, ignora la suerte que ha tenido al no haber podido estrechar la mano de Arabella, algo que la habría indignado a causa de las peculiares pautas de conducta por las que se rige:


but, ignorant, how kind Fortune was to him in balking his Designs, he was ungrateful enough to go away in a mighty ill Humour with this fickle Goddess: So little capable are poor Mortals of knowing what is best for them! (87)

Con posterioridad, Arabella, convencida de que su criado Edward es en realidad un caballero que se dispone a secuestrarla y que cuenta con la complicidad del resto de la servidumbre, decide huir del castillo en el que reside. Cuando, debido a su agotamiento, cree haber quedado a merced de Edward, pide ayuda al ocupante de un carruaje que pasa casualmente por allí. Se sube en él y habría sido, de hecho, secuestrada si el carruaje no llega a volcar. Ignorante de todo, “Chance conducted Edward to the very Spot where she was” (100, cursivas en el original). El desdichado criado intenta entonces destacarse en el rescate de su señora sin sospechar siquiera que, involuntariamente, ha sido él quien ha causado su huida. Posteriormente, la “repentina” enfermedad del primo de Arabella, Glanville, permite mostrar no sólo la irrealidad de las pretensiones de la joven, que le exige que viva, sino sus sentimientos hacia él. En otra ocasión, Arabella se queja de los peligros a los que la expone su belleza. Sin embargo, decide resignarse a un destino que no puede alterar no contribuyendo, al menos, a convertirse en su víctima:

since, by a fatal Necessity, all these Things will happen, whether I would or no, I must conform myself under the Uneasiness, which the Sensibility of my Temper makes me feel, by the Reflection, that, with my own Consent, I contribute nothing to the Misfortune of those who love me. (175)

Cuando el tío de Arabella le comenta que uno de los mayores temores de la joven, que la secuestren y la lleven a Turquía, es un riesgo muy improbable, la joven le replica:


May not the same Accidents happen to me, that have happened to so many illustrious Ladies before me? And may I not be carried into Macedonia by a Similitude of Destiny with that of a great many beautiful Princesses, who, though born in the most Distant quarters of the World, chanced to meet at one time in the City of Alexandria, and related their miraculous Adventures to each other? (261, cursivas en el original)

La condesa pretende poner a Arabella bajo su protección y hacerla entrar en razón, pero la repentina indisposición de su madre pone fin a su influencia. Con posterioridad, Arabella, acompañada por las hijas de Lady L-, se asusta al ver que unos jinetes se dirigen hacia ellas, y procura animar a sus compañeras a arrojarse al Támesis afirmando lo siguiente: “Fortune, which has thrown us into this Exigence, presents us the Means of gloriously escaping” (363).



Por último, nos referiremos a Sidney Bidulph, que le comenta a su amiga Cecilia en diversas ocasiones su convicción de que no ha nacido para ser feliz. Esto se confirma cuando se ve obligada por su madre a anular su compromiso matrimonial con Faulkland. Posteriormente, cuando Sidney se refiere a las intenciones de Mr Arnold de casarse con ella, no puede evitar describirse como “ill-starred” (79). Finalmente contraen matrimonio, pero Sidney prefiere no mencionarle a su marido su anterior compromiso con Faulkland. La casualidad quiere que éste último, tras ausentarse un tiempo de Inglaterra, vaya a instalarse en las cercanías de la casa de los Arnold. Se produce entonces un incendio en un teatro al que ha acudido Sidney y es Faulkland quien la salva heroicamente. Como ella se ha torcido un tobillo, Faulkland la acompaña hasta una “public house” cercana, de donde sale en ese preciso momento Mr Arnold acompañado de su amante, Mrs Gerrarde. Sidney descubre así que su marido le es infiel y provoca a la vez las sospechas de éste, lamentando “the malice of my stars” (137). Mr Arnold acaba expulsando a Sidney de su casa acusándola injustamente de infidelidad. La heroína le explica a su madre, resignada, que “nothing, but an extraordinary fatality, which could neither be foreseen nor avoided, had made me unhappy” (152). Sin embargo, su amiga Lady V. considera que Sidney es en cierta manera responsable de su propia desgracia y por ello le explica a Mr Arnold: “your lady´s misfortune was intirely owing to her great delicacy, and the nice regard she had to your peace and honour” (264). Los Arnold se reconcilian finalmente pero han de enfrentarse a grandes dificultades económicas. Para mayor fatalidad, Lord V., que había asumido las deudas de Mr Arnold para protegerlo, muere de modo repentino, y su hijo insiste en que se le pague. En Sidney Castle, la residencia familiar de los Bidulph, los Arnold disfrutan de una breve etapa de armonía familiar. Sin embargo, Mr Arnold muere en un desgraciado accidente, y Sidney reconoce resignada: “I am so inured to disappointment and grief, that I am almost become a stoic” (290). Tras leer la carta en que Faulkland explica lo que había sucedido en realidad entre él y Miss Burchell, una carta que podía haber cambiado el destino de ambos y que en su momento Lady Bidulph apenas leyó por encima, Sidney comenta “by what a fatality we have been governed” (336). La suerte de Sidney, que se enfrenta con valentía a la pobreza, parece cambiar cuando conoce a su pariente Mr Warner, aparentemente pobre también. Su generosidad hacia él es recompensada y recibe una fortuna, lo que supone “[a] happy turn in my fortune” (368). Con posterioridad, tras el trágico matrimonio de Faulkland con Miss Burchell y la supuesta muerte de esta última, Sidney se ve moralmente obligada a contraer un rápido matrimonio con su antiguo pretendiente. Sin embargo, hace gala de un gran estoicismo tras descubrirse que el matrimonio no es válido por haber sobrevivido Miss Burchell. Faulkland comenta entonces que a Sidney ya no le afectan los reveses de la fortuna: “Her heroic soul is still unmoved, and above the reach of adversity” (462).

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