Tesis doctoral


III. 6. DIGNIDAD U ORGULLO



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III. 6. DIGNIDAD U ORGULLO
Las heroínas poseen, en general, una dignidad innata, prueba de su virtud y de su nobleza interior. A pesar de las múltiples limitaciones que se les imponen tanto social como culturalmente, parecen ser conscientes de su valía e incluso de su superioridad moral, lo que a veces se traduce en un desafío a la autoridad masculina. Al ser seres “dependientes” que deberían manifestar obediencia y humildad son consideradas orgullosas o soberbias cuando reafirman su voluntad y no se pliegan a la conveniencia de los demás.

Por otra parte, la dignidad u orgullo (según se interprete) puede constituir la principal defensa de la virtud de la heroína. Así, por ejemplo, Lovelace afirma, siguiendo las tesis de Mandeville, lo siguiente: “Pride is perhaps the principal bulwark of female virtue” (carta número 110, Mr Lovelace a John Belford, pág. 427). En la misma línea, Sidney Bidulph, ante las alabanzas de su madre por haber renunciado a Faulkland, admite: “my mother praises me and calls me a heroine. I begin to fancy myself one: our pride sometimes stands in the place of virtue” (54). En otras ocasiones, sin embargo, el orgullo de las heroínas complica la resolución de determinadas situaciones comprometidas, como veremos en Clarissa y en Memoirs of Sidney Bidulph.

La dignidad u orgullo de las heroínas de Richardson, Pamela y Clarissa, enlaza directamente con la defensa de su virtud. Así, a pesar de su humilde extracción, Pamela asegura preferir la pobreza a ser deshonrada, por lo que no se somete a Mr B., al que replica en múltiples ocasiones. Él la tacha de arrogante, llamándola a menudo “saucy”, “insolent”, “bold-face”, “saucebox”, etc. Cuando le propone una serie de ventajas económicas a cambio de convertirla en su amante, Pamela le responde con contundencia: “sir, will I dare to tell you, that I will make no free-will offering of my virtue. All I can do, poor as that may be, I will do, to preserve my honour” (229-30, cursivas en el original). Tras casarse con Mr B., su cuñada, Lady Davers, reconoce que la joven posee “a natural dignity” (Pamela II: 127) que le hace ganarse el beneplácito de los demás. Sin embargo, en una carta posterior a Lady Davers, Pamela admite, ya sea por sinceridad o sólo por modestia, que posee más orgullo que dignidad, “a little spark – not a little one, perhaps – of secret pride and vanity, that will arise, now and then, on the honours done me” (Pamela II: 246, cursivas en el original). Posteriormente será su virtud la que le permita considerarse superior a la condesa que coquetea con su marido: “while I wrapped up myself in my innocence, my first flutters being over, and thought I was superior, by reason of that, even to a Countess” (Pamela II: 294).

Tavor ve en Clarissa una respuesta de Richardson a las teorías de Mandeville, según quien tanto lo bueno como lo malo que hace el ser humano se debe exclusivamente al orgullo (1987: 65). Lovelace parece un ejemplo palpable de ello, pues es capaz de ser generoso siempre y cuando se reconozca su superioridad, como cuando decide no seducir a la joven Rosebud porque su abuela le trata con respeto y le pide que se apiade de su nieta. En el caso de Clarissa, la línea divisoria entre la dignidad y el exceso de orgullo resulta difícil de delimitar. Las virtudes de la joven habían dado lugar a todo tipo de alabanzas desde su más tierna infancia. En cierta medida, dichas alabanzas son la base de la identidad de Clarissa, que pugna por convertirse en el ser modélico que los demás quieren que sea. Sin embargo, al rechazar al pretendiente que su familia le propone las alabanzas se convierten en acusaciones de exceso de orgullo. Así, su hermana Charlotte, a la que Clarissa siempre ha tratado con una cierta superioridad, la define como “a pert young creature, vain and conceited (…) the only judge (…) of what was right and fit” (carta número 8, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 63). La joven, sin embargo, distingue entre firmeza (“steadiness of mind”), y obstinación, que es lo que le atribuyen. En cualquier caso, Clarissa le demuestra a Mr Solmes su más profundo desdén; en una ocasión se niega a que le coja la mano y habla con su madre como si su pretendiente no se encontrara presente. En vista del cariz que van tomando los acontecimientos, la heroína empieza a creer que todo se debe al orgullo que lleva dentro; se pregunta entonces si “more secret pride and vanity than I could have thought had lain in my unexamined heart” (carta número 82, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 333, cursivas en el original). Con posterioridad, reconoce que pudo ser su orgullo uno de los factores que la empujaron a los brazos de Lovelace cuando imaginó que sus hermanos le iban a ganar la partida: “I dwelt upon their triumphings over me: and found rise in my mind a rancour that I think I may say was new to me; and which I could not withstand” (carta número 83, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 341). Lovelace, por su parte, intuye igualmente el orgullo de Clarissa y afirma: “ 'Tis pride, a greater pride than my own, that governs her” (carta número 253, Mr Lovelace a John Belford, pág. 868, cursivas en el original).

Cuando Clarissa se plantea huir de Harlowe Place como último recurso para evitar el matrimonio con Mr Solmes, imagina que su familia le negará la posesión de la propiedad que heredó de su abuelo y que es motivo de discordia. La joven le explica a su amiga Anna Howe que no querrá entonces entrar en litigio con su padre y que no podrá aportar, pues, ninguna dote, por lo que prefiere permanecer soltera: “I have too much pride to think of marrying until I have a fortune that shall make me appear upon a foot of equality with, and void of obligation to, anybody” (carta número 86, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 350). Lovelace intentará posteriormente que la joven acepte dinero de él, precisamente para doblegar su orgullo: “Nothing sooner brings down a proud spirit than a sense of lying under pecuniary obligations” (carta número 118, Mr Lovelace a John Belford, pág. 449). Clarissa, sin embargo, rechaza su dinero en varias ocasiones, así como el que le ofrecen Lord M., Belford, Hickman y las tías de Lovelace. Cuando éste le hace al fin una proposición formal de matrimonio, a ella le resulta difícil disimular su distanciamiento de él, que se ha convertido incluso en desprecio. Se intenta contener al recordar los consejos de Anna, que por carta le anima a admitir el matrimonio como única manera de resolver la situación, pero rechaza que la bese: “I repulsed him with a just and very sincere disdain” (carta número 187, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 600). Hiere así de nuevo el orgullo de Lovelace, que espera alguna señal de preferencia por parte de la mujer a la que quiere llamar suya.

Tras la violación y un periodo de locura y confusión, la dignidad de Clarissa va, paradójicamente, en aumento. Aparece de blanco ante Lovelace por iniciativa propia y le trata con desprecio, preguntándole irónicamente: “Was it necessary to humble Clarissa Harlowe down to the low level of thy baseness, before she could be a wife meet for thee?” (carta número 267, Mr Lovelace a John Belford, pág. 912). Rechaza luego el posible “arreglo” de una boda con Lovelace en los siguientes términos: “But I thank God, destitute as I am, that I am not, however, sunk so low as to wish to be thine” (carta número 274, Mr Lovelace a John Belford, pág. 929). En la escena en que Clarissa amenaza con quitarse la vida, demuestra una majestad natural tal que impresiona a todos los presentes, incluido Lovelace: “Every tongue silent, every eye awed, every heart quaking” (carta número 281, Mr Lovelace a John Belford, pág. 949). Finalmente, en su carta de despedida de Lovelace, si bien dice perdonarle, reafirma su superioridad moral sobre él: “But, indeed, sir, I have long been greatly above you: for from my heart I have despised you, and all your ways, ever since I saw what manner of man you were” (carta número 510.4, Miss Clarissa Harlowe a Mr Lovelace, pág. 1427).

Mediante la confrontación entre Lovelace y Clarissa, Richardson explora, pues, la tesis de Mandeville de que el orgullo está detrás de las virtudes sociales. Reconociendo que esto puede ser cierto, Richardson no admite, sin embargo, que la costumbre y la educación conviertan un vicio privado en un beneficio público, que facilite el bienestar de la sociedad en su conjunto. La confrontación entre Lovelace y Clarissa demuestra, por el contrario, que si el orgullo hace que las personas se consideren superiores al otro, cualquier acuerdo resulta imposible. El orgullo no posibilita, pues, el bien común (Tavor, 1987: 71-2). Por otra parte, Richardson parece seguir la tradición casuística al reconocer que la buena conducta rara vez es una cuestión evidente o incontrovertible. Si Clarissa da muestras de la dignidad que requiere su caso o de obcecación es una cuestión que exige un examen detallado desde cualquier punto de vista, algo más factible en una novela epistolar (Keymer, 1992: 96).
Analizaremos a continuación a Alovisa, Moll Flanders, Roxana, Betsy Thoughtless, Arabella y Sidney Bidulph, heroínas que dan muestras de lo que parece ser amor propio, soberbia o altivez. Hasta la modélica Amelia demuestra también orgullo en ciertas ocasiones.

Alovisa, a quien su alto rango social, su fortuna y su orfandad permiten total libertad a la hora de elegir marido, se inclina por D´Elmont a causa tanto del prestigio del que goza en la corte como del hecho de que se muestra indiferente a sus encantos: “What,” said she, “have I beheld without concern a thousand lovers at my feet, and shall the only man I ever endeavoured or wished to charm, regard me with indifference?” (42).

Moll Flanders hace igualmente gala de un considerable amor propio desde muy temprana edad. Afirma que quiere ser una dama (“gentlewoman”) y que no le gusta la idea de servir, lo que provoca la hilaridad de las personas de su entorno. Ella se explica así:
for, alas! all I understood by being a gentlewoman was to be able to work for myself, and get enough to keep me without that terrible bugbear going to service, whereas they meant to live great, rich and high, and I know not what. (13)

Cuando el caballero de Bath la abandona, uno de los motivos por los que no vuelve a dicha ciudad es que no quiere que la dueña de la casa en la que residía allí se entere de su desgracia: “I was very loth she should know I was cast off as above” (136). Tras iniciar una exitosa carrera como ladrona, Moll se vanagloria de su fama y de las habilidades que ha llegado a desarrollar: “I grew the greatest artist of my time, and worked myself out of every danger with such dexterity” (234). Sin embargo, se muestra herida en su orgullo cuando la detienen y las prisioneras de Newgate se burlan de ella: “how did the hardened wretches that were there before me triumph over me! What! Mrs. Flanders come to Newgate at last? What! Mrs. Mary, Mrs. Molly, and after that plain Moll Flanders?”(301).

Roxana es igualmente orgullosa. Así, a pesar de que corre el peligro de que su hija Susan pueda darse cuenta de su auténtica identidad, le enorgullece que cuente su historia:
I cannot help confessing what a Reserve of Pride still was left in me; and tho´ I dreaded the Sequel of the Story, yet when she talk´d how handsome and how fine a Lady this Roxana was, I cou´d not help being pleas´d and tickl´d with it; and put in Questions two or three times, of how handsome she was? and was she really so fine a Woman as they talk´d of ? and the like, on purpose to hear her repeat what the People´s Opinion of me was, and how I had behav´d. (334, cursivas en el original)

La ejemplar Amelia, por su parte, parece dar muestras de orgullo en al menos dos ocasiones. Antes de declarársele y con el fin de provocar sus celos, Booth dice estar enamorado de Miss Osborne, su enemiga. Amelia le asegura que no la odia, dado que la desprecia demasiado: “Heaven is my witness, I despise her too much” (63). Por otra parte, después de que Mrs Atkinson la haya llamado “mojigata” (“prude”) varias veces, Amelia le acaba contestando de la siguiente manera: “I scorn to give you any ill language in return. If you deserve any bad appellation, you know it without my telling it you” (453).

Por lo que respecta a Betsy Thoughtless, es exceso de amor propio lo que demuestra en las ocasiones en las que no soporta que la recriminen, aunque lo hagan personas que quieren su bien. Así, leyendo una carta de Mr Trueworth, no puede evitar indignarse:

but when she came to that part of the letter, which seemed to reflect upon her conduct, and the way in which she chose to live, her native haughtiness reassumed its former power, and turned her all into disdain and rage. (248)

A Betsy le molesta también que sea precisamente Mr Trueworth quien la salve de ser violada a manos de Sir Frederick:

‘I am preserved, 'tis true,’ said she, ‘from ruin and everlasting infamy; – but then by whom am I preserved? – by the man who once adored, – then slighted, – and must now despise me.’ (389)

Arabella, protagonista de The Female Quixote, hace gala de un orgullo tan extremo que raya en el autoritarismo. Dicho orgullo es, por una parte, herencia paterna, y por otra fruto de sus falsas nociones, adquiridas a través de los romances heroicos que lee de manera compulsiva, acerca del poder que tiene una dama sobre el caballero que la corteja. Así, se muestra indignada ante la declaración de amor de su primo Glanville quien, en su opinión, no ha padecido aún los múltiples sufrimientos que le darían derecho a expresarse en esos términos. Por ello, le dice: “never hope I will suffer a Person in my Presence, who has affronted me in the manner you have done” (32). Y le hace un mero ademán con la mano para que no la siga. Glanville, sorprendido en un principio, se va dando cuenta de lo siguiente: “nothing pleased his Cousin so much as paying an exact Obedience to her Commands” (63). Arabella le recuerda la autoridad ilimitada que le confiere el amor: “Love requires a more unlimited Obedience from its Slaves, than any other Monarch can expect from his Subjects” (321). Sin embargo, si bien sus órdenes y expectativas son ridículas, la joven posee una dignidad natural que impone respeto. Así ocurre en el baile que se celebra en Bath, en el que a pesar de su extraña vestimenta de princesa Julia, “Her noble Air, the native Dignity in her Looks” (272) y su belleza imponen un silencio admirativo y respetuoso.

Por lo que respecta a Sidney Bidulph, rechaza trágicamente a Faulkland al someterse a las decisiones de su madre pero también al dejar que se interponga su propio orgullo. Cuando Lady Bidulph le cuenta que Faulkland había seducido con anterioridad a otra joven, Miss Burchell, a la que supuestamente prometió desposar, Sidney dice, por despecho, no querer verlo más: “This answer, dictated perhaps by female pride (for I will not answer for the feelings of my heart at that instant) was so agreeable to my mother” (49). Sidney no puede dejar de imaginar, además, la reacción de la gente al anularse la boda, “the ill-natured mirth of one half of the girls of my acquaintance, and the as provoking condolements of the other half” (53, cursivas en el original). Le confiesa a su amiga Cecilia que le gustaría que Faulkland se casara con la mujer a la que sedujo, pero no que se supiera en seguida, puesto que “that might look as if he forsook me for her. That, I own, would a little hurt my pride” (54, cursivas en el original). Tras su desgraciado matrimonio con Mr Arnold y la muerte de éste, Sidney, envejecida y arruinada, rechaza contraer un nuevo matrimonio con Faulkland. En este sentido, le confiesa a su amiga Cecilia: “Humbled as I am by adversity, my soul has still too much pride, or let me call it delicacy, to submit to this” (317). Cecilia lamenta la posterior boda de Faulkland con Miss Burchell, pero Sidney se reafirma en su decisión:

that I could be so mean as to owe the very bread that I and my children should eat, to his generosity ? Would you, my Cecilia, wish to see your friend so humbled? ´Tis not in the power even of the cold, hard hand of poverty itself, to dash me so low as that would do. (333-4)

Faulkland, a su vez, se casa con Miss Burchell para demostrarle a Sidney que es digno de ella: “make that proud heart acknowledge, spite of itself, that Faulkland was not unworthy of it” (318). Efectivamente, la heroína le confiesa a Cecilia: “My pride is of no use, he has raised himself in my esteem superior to every thing” (335). Y admite: “His triumph over me is now complete!” (336). Sin embargo, todavía tiene ocasión de dar muestras de orgullo cuando se niega a recibir ayuda en su desesperada situación económica. No informa a su amiga Lady V. de la muerte de su madre para que no se vea obligada a socorrerla y no quiere recurrir a su hermano, Sir George, ofendida por cómo ha tratado su esposa, Lady Sarah, a su sirvienta, Patty: “my mind is not become so sordid, fallen as I am, as to turn petitioner for relief.” (344). Finalmente, no acepta las 300 libras que le envía Lady V. porque sospecha, acertadamente, que proceden de Faulkland: “Contriving man! I will disappoint him; nor shall he heap such obligations on me as must sink me under their weight.” (349).

Junto a estas muestras de orgullo, algunas de las heroínas a las que nos hemos referido dan así mismo muestras de humildad, sobre todo arrodillándose ante otra persona. Esto se debe, a menudo, a las diferencias sociales. Así, Roxana se arrodilla cuando llega el príncipe, le dice palabras respetuosas y se niega a levantarse hasta que le permita besarle la mano, en lo que casi parece constituir una ceremonia de homenaje o vasallaje. Un caso similar lo encontramos en Pamela, de condición social muy inferior a la de Mr B. Además de tratarle de “Sir” o “Master”, se arrodilla en numerosas ocasiones ante él. En una ocasión, cuando Mr B. le ordena a Mrs Jewkes que haga todo lo posible por contentar a Pamela, ésta se arrodilla y le besa la mano para agradecerle sus atenciones:

‘Permit me, sir’, said I with some confusion, ‘thus on my knees, to thank you, as I often wanted to do in the chariot, for all your goodness to me.’ And I had the boldness to touch his hand with my lips. (311)


Es entonces cuando él también se arrodilla ante ella, transformando la escena en una ceremonia de matrimonio, ya que le promete lo siguiente: “here, on my knees, as you on yours, I vow to you everlasting truth and fidelity” (ibidem). Más tarde, cuando ambos ya están casados, Pamela se vuelve a arrodillar ante él para interceder por algunos de los sirvientes. Mr B. la levanta, diciéndole: “My Pamela has too often been in this suppliant posture” (383). Pese a ello, Pamela se arrodilla de nuevo ante su marido y ante Dios a su llegada a la casa de Lincolnshire. Como muestras adicionales de humildad y quizás para que algunos lectores le puedan perdonar su asombroso ascenso en la escala social, Pamela le pide a Dios que la mantenga humilde, y a Mrs Jervis que la siga llamando Pamela en privado. Por último, cuando Mr B. y ella reciben la visita de otros nobles y todos la alaban profusamente, Pamela les comenta a sus padres con extrema humildad:

But I know, as my Lady Davers said, though in anger, yet in truth, that I am but a poor bit of painted dirt. What I value myself upon, is, that God has raised me to a condition to be useful to better persons than myself. This is my pride: and I hope this will be all my pride. (515, cursivas en el original)

A diferencia de Pamela, Clarissa tan sólo se arrodilla ante Lovelace con motivo del incendio en casa de Mrs Sinclair. Preocupado por Clarissa, Lovelace entra en su habitación. La joven, apenas vestida, siente que él puede aprovecharse de las circunstancias, por lo que se arrodilla y le implora con estas palabras:

see, at your feet a poor creature, imploring your pity, who for your sake is abandoned of all the world! Let not my father´s curse thus dreadfully operate! Be not you the inflicter, who have been the cause of it! But spare me! I beseech you spare me! (carta número 225, Mr Lovelace a John Belford, pág. 726, cursivas en el original)

Lovelace, impresionado por la belleza de Clarissa y por esta actitud tan distinta de la que le suele mostrar, desaprovecha la ocasión: “retired like a fool, a woman´s fool, as I was! – I sneakingly retired! – Couldst thou have believed it?” (pág. 727).

Amelia se arrodilla en una ocasión ante su madre, cuando ésta la descubre con Booth en casa de su nodriza. Sin embargo, el Doctor Harrison, autoridad moral de la novela, la levanta inmediatamente y la recrimina, indicándole que uno sólo se debe arrodillar ante Dios: “Use that posture, child, only to the Almighty” (81).

Finalmente, Sidney Bidulph se arrodilla ante su hermano, Sir George, por motivo de fuerza mayor, puesto que intenta evitar que se enfrente en duelo a su marido, Mr Arnold, después de que éste la expulsara de su casa acusándola de adulterio.



III. 7. SINCERIDAD

La sinceridad es una característica que ayuda al lector a discernir entre las heroínas virtuosas y las que no lo son. Las primeras son sinceras a pesar del precio que han de pagar por esta cualidad, que dificulta su supervivencia. Por el contrario, las heroínas disolutas o las que se encuentran en proceso de corrupción se caracterizan por su facilidad para mentir y fingir. Sin embargo, en circunstancias excepcionales, y siempre con el fin de evitar males mayores, una heroína virtuosa puede verse obligada a recurrir al disimulo, a las medias verdades o metáforas, e incluso a la mentira, como veremos en los casos de Pamela, Clarissa y Amelia. Esto parece transmitir una visión pesimista de la realidad, en el sentido de que en la gran mascarada de la vida hasta las personas honradas se ven obligadas a recurrir al engaño (Blewett, introducción a Amelia,1987: xiii).

Nos referiremos, en primer lugar, a aquellas heroínas a quienes la sinceridad pone en situaciones comprometidas, como Lasselia, Pamela, Clarissa y Amelia. La primera es incapaz de disimular u ocultar sus sentimientos hacia De L´Amye, un hombre casado: “She had too much Frankness in her Nature, and had been too little accustomed to Artifice” (26). Él se disfraza de mensajero y le entrega una carta de amor. Al verla reaccionar como esperaba, De L´Amye le revela su identidad y se entregan el uno al otro.

Mr B. se aprovecha a menudo de que Pamela es incapaz de mentir, preguntándole directamente lo que desea saber: “as you never, even in your severest trials, gave me reason to question your veracity, I make no doubt of the truth of what you have now mentioned” (305). Sin embargo, hay circunstancias excepcionales en que puede ser admisible el engaño. Así, la joven idea un medio de escapar y piensa en tirar sus ropas al estanque para que sus perseguidores crean que se ha ahogado. Al no conseguir su propósito, contempla lanzarse al estanque de verdad; imagina entonces que Mr B. creerá al fin, tras encontrar su cadáver, que realmente prefería su virtud a su vida, y le imagina, con una cierta delectación, pensando: “Now do I see she preferred her honesty to her life. She, poor girl! was no hypocrite, no deceiver; but really was the innocent creature she pretended to be!” (212).

Clarissa se caracteriza por una sinceridad casi extrema. Cuando escribe a Anna Howe, su íntima amiga, le comenta con toda franqueza el mal carácter de su hermano o la fealdad de su hermana. Lo único que parece ocultarle es la auténtica naturaleza de sus sentimientos hacia Lovelace, que tampoco admite ante sí misma. Su sinceridad se vuelve peligrosa cuando confiesa a sus familiares su desprecio por Mr Solmes. Como le dice a su tía Hervey, la sinceridad debe estar por encima de todo lo demás: “I would rather be thought perverse than insincere” (carta número 45, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 203, cursivas en el original). Por ello, se escandaliza ante el consejo de Anna de ser más diplomática para ganar tiempo: “to serve, or even to save, herself at the expense of her sincerity and by a studied deceit!” (carta 82, Miss Clarissa Harlowe a Miss Howe, pág. 336, cursivas en el original). Dada su incapacidad de comportarse hipócritamente, Lovelace la llama “The impolitic charmer!” (carta número 108, Mr Lovelace a John Belford, pág. 424). De hecho, su sinceridad, que rompe los códigos sociales, impide su supervivencia. Ejemplos de ello son la negativa de Clarissa a fingir que es la esposa de Lovelace ante el supuesto enviado de su tío, el capitán Tomlinson; la cruda exposición de su situación a Lady Betty Lawrence tras ser violada; la confesión de que ha estado en prisión, y la confidencia que les hace a Mrs Smith y a Mrs Lovick de que fue seducida y de que nunca ha estado casada. Lovelace, que contaba con el silencio de su víctima, se queja de que la “indiscreción” de Clarissa es tal que va a hacer imposible que le pueda proponer el matrimonio. Por otra parte, el seductor subraya el elemento subjetivo de toda verdad: “But though the lady will tell the truth, and nothing but the truth, yet perhaps she will not tell the whole truth” (carta número 346, Mr Lovelace a John Belford, pág. 1.095, cursivas en el original).

A pesar de lo expuesto, Clarissa tiene que recurrir al engaño en circunstancias excepcionales. Así, consumada la tragedia y cuando se encuentra muy enferma, desea evitar a toda costa que Lovelace la vea y perturbe su paz interior. Le escribe por tanto una carta en términos metafóricos, en la que le informa de que vuelve a la casa de su padre (refiriéndose a Dios): “You may in time, possibly, see me at my father´s, at least, if it be not your own fault” (carta número 421.1, Clarissa Harlowe a Lovelace, pág. 1.233). Sin faltar estrictamente a la verdad, consigue engañar a Lovelace haciendo uso del mismo recurso que había utilizado él tantas veces para confundirla, la explotación de la variabilidad semántica (Castle, 1982: 133).

Otra heroína que reniega de la mentira es Amelia. En una ocasión, cuando recrimina a su criada, Betty, por faltar a la verdad, le asegura: “I mortally hate a liar, and can forgive any fault sooner than falsehood” (245). De hecho, el doctor Harrison dice de Amelia que es “an Israelite indeed, in whom there is no guile” (395, cursivas en el original). Sin embargo, la heroína se ve obligada a mostrar una cierta flexibilidad en este sentido. Así, temiendo que su marido y el coronel James se puedan batir en duelo (dado que sospecha que éste último está enamorado de ella), confirma la creencia equivocada de Booth de que no quiere ir a casa de los James por tener diferencias con Mrs James: “She gave, therefore, a little into the deceit, and acknowledged the truth of what he had mentioned” (368). En otra ocasión, permite que Mrs Atkinson, de una estatura y voz similares a la suya, vaya en su lugar a un baile al que había sido invitada por el “lord” para seducirla. Amelia le confiesa luego a su marido dicho engaño: “Forgive me this first deceit I ever practised, and indeed it shall be the last” (425). Como Mrs Atkinson aprovecha la ocasión para obtener ventajas para su marido, Amelia teme por su reputación y se lamenta de haber recurrido al engaño, cuyas ramificaciones son impredecibles. Repite entonces la advertencia que le había hecho el doctor Harrison a menudo: “if one steps ever so little out of the ways of virtue and innocence, we know not how we may slide; for all the ways of vice are a slippery descent” (452).
Nos referiremos a continuación a aquellas heroínas que en un principio rechazan el engaño pero que acaban adoptándolo como único medio de sobrevivir en una sociedad caracterizada por la doble moral y la hipocresía. Dichas heroínas son Moll Flanders, Roxana, y Fanny Hill. En cuanto a Moll Flanders, se encuentra en cierto modo en una situación intermedia entre la sinceridad y la mentira, al menos si tenemos en cuenta su relación con el lector, al que confiesa lo que oculta al resto de los personajes61. Moll rechaza en un principio el engaño cuando el hermano mayor de la familia para la que trabaja la seduce y pretende luego casarla con su hermano menor, negándose a colaborar con él:

depend upon it 'tis impossible, and whatever the change of your side may be, I will ever be true; and I had much rather, since it is come that unhappy length, be your whore than your brother´s wife. (42-3)


A pesar de sus reticencias, Moll acaba aceptando. Posteriormente, tras múltiples vicisitudes y tras casarse dos veces más, descubre en Virginia que su marido es su propio hermano. No admite entonces el consejo de la madre de ambos de no revelar la verdad:

for my mother´s opinion was, that I should bury the whole thing entirely, and continue to live with him as my husband till some other event should make the discovery of it more convenient (...) that we might lie as we used to do together, and so let the whole matter remain a secret as close as death. (105)

Sin embargo, con el tiempo Moll va aprendiendo la utilidad social de la hipocresía. Con respecto al hombre al que confía su dinero a través de un empleado de banca, Moll juega sus cartas con más inteligencia. Él está casado, aunque asegura que su mujer le engaña, y le hace proposiciones deshonestas a Moll, que está a punto de responderle afirmativamente, pero decide aparentar ser virtuosa: “My heart said yes to this offer at first word, but it was necessary to play the hypocrite a little more with him; so I seemed to decline the motion with some warmth” (153). Moll no se acaba de comprometer con él, ya que espera encontrar mejores oportunidades en Lancashire, y confiesa lo siguiente: “I played with this lover as an angler does with a trout” (ibidem.). De hecho, a pesar de casarse con James, su cuarto marido, y tener un hijo de él, no pierde el contacto con este hombre, cuyo nombre se nos oculta. Se produce entonces una situación en la que su pretendiente, tras conseguir el divorcio, enviuda y pide en matrimonio a Moll, que no tiene por entonces noticias de James. A pesar de lo conveniente que resulta, la protagonista siente escrúpulos:

What an abominable creature am I! And how is this innocent gentleman going to be abused by me! How little does he think, that having divorced a whore, he is throwing himself into the arms of another! (199)

Sin embargo, Moll acalla su conciencia pensando en que será una buena esposa para él y que de este modo podrá compensarle por el engaño: “I will make him amends if possible, by what he shall see, for the cheats and abuses I put upon him, which he does not see” (199). Tras cinco años de feliz vida familiar, su marido se arruina y muere. Moll inicia entonces una carrera delictiva. Cuando se vuelve a encontrar con James en la prisión de Newgate, le miente al asegurarle que la han apresado por algo que no ha hecho y también sobre la cantidad de dinero que le queda. Tras ser deportados a América, no es capaz de contarle la verdad sobre su segundo marido y su hijo, que viven en Virginia. Sin embargo, tras morir el primero y tras haber establecido relación de nuevo con su hijo, Moll se sincera por fin con James: “I then freely gave my husband an account of that affair” (376).

Roxana es otra heroína que en un principio rechaza la mentira, pero que acabará amoldándose a la hipocresía de la sociedad. Cuando su criada Amy le quiere restar importancia al hecho de que Roxana necesite acostarse con su casero para poder sobrevivir, ella no se engaña y asume los cambios que implica la nueva situación: “for if I yield, 'tis in vain to mince the Matter, I am a Whore, Amy, neither better nor worse, I assure you” (74, cursivas en el original). A partir de ese momento, sin embargo, Roxana ya no podrá dejar de fingir y mentir. Así, por ejemplo, a la muerte de su casero en Francia se hace pasar por su esposa. Engañará posteriormente al príncipe y, sobre todo, al comerciante holandés, al que hace creer, por ejemplo, que es la viuda del casero pero que le sería difícil probarlo por haberse casado en secreto en Inglaterra. Posteriormente llegará incluso a fingir síntomas de embarazo para no tener que acompañarle a Holanda.

Cuando Fanny Hill llega a Londres, después de escapar del prostíbulo de Mrs Brown y tras una fallida historia de amor con Charles, se ve abocada a la prostitución. Al enterarse de que su amante, Mr H., le ha sido infiel, decide pagarle con la misma moneda, si bien le recibe como acostumbra: “I kept up, nobly, the character of our sex for art, and went up to him with the same open air of frankness, as I had ever receiv´d him” (69). Posteriormente, llevará a cabo uno de sus mayores engaños cuando se haga pasar por una joven virgen ante Mr Norbert, fingiendo “all the niceties, apprehensions, and terrors, supposable for a girl perfectly innocent, to feel” (133). Tras lograr una considerable cantidad de dinero y decidida a abandonar su profesión, finge ser una dama cuyo marido está embarcado. Al reencontrarse con Charles, le cuenta la verdad “with that sincerity, which from me, to him, was so much a nature in me” (186), lo que supone el inicio de su adaptación social.

Betsy Thoughtless es un caso típico de “heroína reformada”. Tras múltiples embustes, el optar por la sinceridad marca en ella el principio de su redención y de una nueva vida, como sucede con Moll Flanders y Fanny Hill. Betsy empieza a mentir para facilitar que su amiga, Miss Forward, pueda reunirse con Master Sparkish, que acabará dejándola embarazada y abandonada. Posteriormente, cuando Betsy juega con tres pretendientes a la vez, les dice a Mr Staple y al capitán Hysam que va a pasar la tarde con unas conocidas y lo que hace en realidad es darle a Mr Trueworth la oportunidad de declararse. Betsy vuelve a mentir cuando llega muy alterada a una cita con sus hermanos (tras haber sido testigo involuntaria de la boda de Mr Trueworth y Miss Harriot) y explica que ha estado a punto de tener un accidente. Sin embargo, todos estos embustes parecen llegar a su fin cuando Betsy se casa con Mr Munden, con quien será una esposa modélica a pesar de la inmoralidad de él. Tras la muerte de Mr Munden, a Lady Loveit le cuesta creer que Betsy esté afectada, y afirma que creería que finge “If I did not know you to be the sincerest creature in the world” (552).

Sidney Bidulph, por su parte, no recurre a la mentira pero sí a la ocultación. A pesar de que su comportamiento ha sido siempre irreprochable, su pudor le lleva a no mencionarle a Mr Arnold, su marido, su anterior compromiso con Faulkland. No quiere, además, desvelar la delicada historia de Miss Burchell. La discreción de la heroína, sin embargo, se vuelve contra ella, pues contribuye a que Mr Arnold crea las maliciosas calumnias de Mrs Gerarde en el sentido de que le es infiel con Faulkland. Sidney le ocultará luego a su marido que Mrs Gerarde no ha huido con Faulkland, como le han hecho creer, sino que ha sido secuestrada por él. Gracias a que oculta este dato, su reconciliación con Mr Arnold resulta posible.



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