Borrador de la comisión de despoblación del díA 27 de abril de 2015



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(Núm. exp. 715/000436)
El señor PRESIDENTE: Reanudamos la sesión de la comisión. El siguiente punto del orden del día es la comparecencia del gerente de la Asociación Forestal de Soria, Asfoso, don Pedro Agustín Medrano Ceña, para informar en relación con la materia objeto de estudio de la comisión.

Muchas gracias por estar aquí hoy. Muchas gracias por el tiempo que habrá dedicado previamente para preparar su comparecencia en la comisión y por la documentación que ya nos ha aportado.

Como ya hemos comentado en su momento el funcionamiento de la comisión, no pierdo más el tiempo y le cedo a usted la palabra para que empiece a hablar.
EL SEÑOR MEDRANO CEÑA (Gerente de la Asociación Forestal de Soria, Asfoso): Señor presidente de la comisión, señores senadores, buenas tardes a todos. Les agradezco sinceramente la invitación para comparecer hoy aquí y poderles explicar la línea de trabajo que, desde la Asociación Forestal de Soria, venimos desarrollando en estos últimos años, en la que tenemos depositada nuestro corazón y nuestras ilusiones de futuro para con nuestra tierra, y especialmente por si pudiera ser de utilidad para el fin último que a todos los que estamos aquí nos une, que no es otro que volver a dotar de vida a nuestras zonas de montaña.

Me llamo Pedro Agustín Medraño Ceña, tengo 45 años, soy ingeniero de montes, vivo en un pequeño pueblo de montaña de la provincia de Soria y tengo un hijo y una hija que acuden a una escuela rural.

Desde hace casi 20 años desempeño mi labor profesional en la Asociación Forestal de Soria. Desde allí, junto con mis compañeros de trabajo, y arropados por una directiva valiente y por el cariño de miles de personas, venimos desarrollando una iniciativa innovadora, a caballo entre lo forestal, lo histórico, lo etnográfico, lo cultural y lo emocional, que alguien consideró que podría ser de su interés, y que desde nuestro parecer está marcando un nuevo modelo de actuación en el desarrollo de las zonas de montaña.

El trabajo que me ha traído aquí, estrictamente hablando, se centra en la recuperación y puesta en valor de los montes de socios. Ciertamente es un día triste para hablar de las montañas, con la tragedia de Nepal tan reciente, pero seguiré adelante con mi intervención, la cual estructuraré en 4 bloques: El primero, de explicación de lo que son los montes de socios. El segundo, referente al trabajo que en estos años hemos venido desarrollando para su recuperación. El tercero, encaminado a elaborar unas conclusiones a partir de dicha experiencia y el cuarto, a modo de sugerencias o propuestas de trabajo hacia sus señorías.

Comenzaré con estas pinceladas iniciales, orientadas a explicarles lo que son los montes de socios. Tal vez la denominación de montes de socios no les resulte familiar, ciertamente es un término de nueva acuñación, que precisamente tiene previsto recoger la vigente reforma de la Ley de montes. Sin embargo, seguro que a sus señorías denominaciones como las de sociedades de baldíos, de vecinos, montes del común, montes en suertes, en varas, etcétera, sí que les resultan conocidas. Todas ellas son regímenes especiales de tenencia de la tierra, por las que esta no pertenece en exclusividad a una única persona física o jurídica, sino que pertenece a un colectivo, formados en muchas ocasiones por varios centenares de personas que comparten estos patrimonios en régimen de pro indiviso. Es una propiedad privada, pero colectiva.

El origen de estas formas de propiedad se remonta fundamentalmente a las políticas desamortizadoras de mediados y finales del siglo XIX por las que el Estado expropió, para posteriormente poner en venta, los bienes de las consideradas manos “muertas”. En nuestras zonas de montaña, la desamortización que más repercusión tuvo fue la civil, resultante de la expropiación de gran parte de los patrimonios municipales. Poniéndose en juego la base de la subsistencia de la comunidad, pastos, caza, leñas, madera, etcétera, a los habitantes de los pueblos no les quedó otra alternativa que reorganizarse y pujar en esos remates de manera conjunta, al objeto de recomprar lo que había sido de ellos. Cada uno en función de sus posibilidades, en muchos casos buscando el dinero donde no existía, nuestros antepasados adquirieron para sí estos terrenos hipotecando durante generaciones sus modestas economías familiares. La superficie ocupada hoy en día por los montes de socios en España posiblemente supere el 1 500 000 de hectáreas, fundamentalmente localizadas en las zonas de montaña. Tan sólo en la provincia de Soria, la superficie ocupada por este tipo de montes es de al menos 150 000 hectáreas, una superficie como casi toda la provincia de Gipuzkoa junta. El peso no es menor en otras zonas de España como Guadalajara, donde se subastaron 150 000 hectáreas, o como en Asturias, donde el peso de lo vendido por lo menos alcanzó las 100 000 hectáreas. Por si fuera de su interés, les he proporcionado a sus señorías una separata correspondiente a la revista Ambienta, en la que viene perfectamente detallado todo este trabajo de acreditación documental. La problemática asociada a este tipo de montes era su imposibilidad de gestión, derivada de su condición de pro indiviso. Permítanme que despliegue este extenso documento que nosotros denominamos sábana y que corresponde a la comunidad titular del monte de socios al que yo pertenezco. En sus más de 7 metros de longitud aparece recogida toda la sucesión generacional recuperada, desde los compradores iniciales del monte en el año 1905 hasta hoy, y por columnas se muestran sus hijos, sus nietos, sus biznietos y sus tataranietos, hasta llegar a nuestros tiempos actuales, en una recopilación que afecta a varios centenares de personas.

Los montes de socios se rigen por las disposiciones contenidas en el Código Civil, por las que se exige la acreditación documental de las transmisiones y por las que se establece un sistema de mayorías de al menos el 50 por ciento de las cuotas en la toma de decisiones ordinarias, y que incluso llega a ser del 100 por cien para la adopción de determinados acuerdos. Como podrán comprender, una exigencia imposible de cumplir habida cuenta de la sucesión generacional acontecida tras los más de 100 años transcurridos desde su compra y del grado de dispersión geográfica actual del grupo de condueños, situación que ha conducido a este tipo de montes a su casi total abandono. Que nuestras montañas cuenten con esa ingente cantidad de superficie sin producir, que la provincia de Soria disponga en su interior de casi una provincia de Gipuzkoa sin generar actividad es un lujo que nuestra sociedad no se puede permitir.

Para dar solución a esta situación y permitir la administración de estos patrimonios forestales, la Asociación Forestal de Soria promovió una modificación normativa que finalmente tomó cuerpo en la disposición adicional décima de la Ley 43/2003, en la que se contempla la creación de las Juntas Gestoras.

La constitución de una junta gestora permite que personas como nosotros, descendientes de los antiguos compradores, podamos recuperar la capacidad de gestión de este tipo de montes, simplificando sobremanera las exigencias impuestas por el Código Civil. La publicación de la disposición adicional décima ha supuesto un auténtico punto de inflexión en la situación de abandono y olvido reinante. Hoy contamos en España con 51 Juntas Gestoras formalmente constituidas, localizadas en 6 provincias y en 4 comunidades autónomas diferentes, y lo que es más positivo, con una dinámica de solicitudes que sigue creciendo de forma exponencial. En la actualidad somos más de 15 000 las personas directamente implicadas con la gestión de la tierra recibida de nuestros mayores a través de esta figura.

Las comunidades locales han sabido responder a la oportunidad otorgada por la disposición adicional décima y han comenzado con empeño el trabajo de reconstrucción de sus respectivos paisajes, tratando de borrar la huella de tantos años de abandono con labores como limpiezas del monte, podas, desbroces de pastizales, reconstrucción de colmenares, repoblaciones forestales, plantaciones truferas, creación de zonas recreativas, recuperación de huertos, acciones educativas como campamentos infantiles, etcétera. Multitud de actividades encaminadas a que sus respectivos paisajes vuelvan a estar vivos.

La manera más habitual de comenzar es efectuar una planificación rigurosa de los diferentes recursos del monte y de su potencialidad productiva, siempre bajo la premisa de la conservación y de la recuperación de su diversidad natural, buscando que de nuevo en el monte haya espacio para todos. Se busca recuperar la experiencia de tantos años de gestión respetuosa para adaptarla a las oportunidades de los tiempos actuales, integrando la necesaria producción de materias primas con la creciente demanda de servicios, tratando de convertir de nuevo el monte en un espacio de convivencia y de multifuncionalidad. El camino a seguir consiste en hacer, en avanzar conservando, en generar riqueza y empleo hasta volver a construir un verdadero paisaje. Producir y reinvertir. Que lo que salga de la tierra, vuelva a la tierra.

Les decía al comenzar que la propuesta desarrollada es ciertamente innovadora. Y lo es por los siguientes motivos: En primer lugar, porque es una iniciativa verdaderamente nacida desde abajo, una demostración palpable de la capacidad que la sociedad civil tiene para autogobernarse. Una constatación práctica de la teoría defendida por la Nobel de Economía Elinor Ostrom en cuanto a la eficiencia de la propia comunidad para el gobierno de los bienes comunes. En segundo lugar, es también innovadora porque abre la posibilidad de desarrollo de un territorio de montaña no sólo a la población que vive allí, sino también a la que se tuvo que ir, pero que aún se siente vinculada con el pueblo y sigue conservando sus derechos de propiedad, generando por tanto un nuevo concepto de comunidad local, que directamente se nutre de las relaciones campo ciudad. Este hecho es tremendamente positivo y lo es porque extiende las posibilidades de desarrollo de las zonas de montaña a gente con maneras diferentes de ver la vida, obligándoles a tener que debatir y llegar a acuerdos para la adopción de decisiones. Algo así como la adaptación al siglo XXI del antiguo concepto del concejo. También es positivo porque permite superar situaciones de resignación o de conformismo, a veces demasiado habituales en los pueblos donde ya quedan pocas personas y se instalan mentalidades del tipo “con los que estamos aquí nos sobramos” o “cuantos menos seamos a más tocamos”; y es también especialmente positivo porque permite que personas de la sociedad urbana conozcan de primera mano la realidad y el día a día del medio rural, contribuyendo a generar lazos y sinergias entre lo rural y lo urbano, completamente necesarias para que nuestros pueblos dejen de ser una realidad inexistente para nuestra sociedad. En tercer lugar, la iniciativa también es innovadora porque se nutre de conceptos como el valor de lo pequeño, de lo diverso y porque su verdadera fortaleza no es el apostar en exclusividad por un solo uso del territorio, ni la acaparación de recursos a favor de una gran empresa o multinacional, sino defender un modelo multifuncional, desarrollado desde dentro y basado en los principios de una economía circular y de alcance, que potencie las fortalezas de los pueblos de montaña. Una modernidad basada en las enseñanzas del pasado.

Conclusiones. Podría ocupar todo el tiempo asignado a mi intervención contándoles multitud de ejemplos exitosos de puesta en valor de montes de socios, interesantes de conocer e ilustrativos de los diferentes paisajes y de las diferentes culturas de nuestras montañas, pero considero más operativo realizar una pequeña reflexión o valoración sobre la línea de trabajo desarrollada y sobre los aspectos que podrían ser extrapolables a las políticas que se apliquen en los territorios de montaña.

Primera conclusión, para comenzar creo que compartirán conmigo que la recuperación de este tipo de paisajes es importante para nuestro país. Como ha expuesto algún otro interviniente en esta comisión, es interesante que como sociedad sepamos si queremos o no abordar esta recuperación. Y en este sentido, nuestra experiencia identifica tres elementos positivos que de por sí justifican la idoneidad de esta estrategia revitalizadora: el beneficio ecológico, el beneficio económico y el beneficio social.

Segunda conclusión, se trata de saber si esto de verdad le importa a nuestra sociedad, que es la que finalmente vota. Pues permítanme que les responda. El día 27 de noviembre del año 2011 el periódico El PAÍS tuvo a bien recoger en un reportaje el trabajo que veníamos desarrollando –les he dejado un dossier-. Tras su publicación, nuestra web y nuestro teléfono se colapsaron, así que nos dio por saber qué había pasado. Seguimos 3 noticias publicadas en ese mismo periódico ese mismo lunes. La nuestra, una relacionada con los mercados y una relacionada con un Real Madrid Barcelona y las consiguientes discusiones entre Mouriño y Guardiola. Pues transcurridos 3 días, la noticia del fútbol había tenido 13 000 entradas en lo que es la versión digital del periódico; la noticia de los mercados 39 000; y la noticia de nuestro trabajo 84 000 entradas. Señorías, esto realmente importa. Somos un país que ha crecido y que se ha desarrollado con una historia complicada, con el sacrificio de muchas personas honradas que se vieron obligadas a dejar sus pueblos y emigrar, pero que nunca pudieron olvidar la tierra que les vio nacer y todavía la sienten en su corazón.

La tercera conclusión la quiero destinar a destacar el acierto en la estrategia de recuperación empleada, que no ha sido otra que la de plantear la recuperación del carácter multifuncional de este tipo de paisajes forestales. Los montes de socios, como territorios de montaña que son, han sido modelados por una permanente interacción entre el hombre y la naturaleza. Para volver a dotarlos de vida se debe reconstruir esa relación de interdependencia que en su momento existió entre el conjunto de actividades, por la que todo era aprovechado y todo era complementario. Plantear la recuperación de espacios tan complejos en base al desarrollo de una sola actividad es un desacierto que solamente conducirá a la simplificación del paisaje, a la generación de desequilibrios internos y a la insostenibilidad del mismo. Plantear la recuperación de las zonas de montaña deberá realizarse con una metodología parecida a la de la recuperación de los montes de socios, con estrategias comunes, pero donde la escala de trabajo sea cada uno de los paisajes que la conforman, ya que cada paisaje es un ente dotado de personalidad diferenciada o, por qué no decirlo, de vida propia. Este posiblemente sea el elemento diferencial entre una estrategia de trabajo exitosa y las tradicionalmente aplicadas en nuestros territorios, basadas en políticas de carácter sectorial o en políticas de ordenación del territorio realizadas a escalas inadecuadas.

Señorías, si de verdad queremos garantizar la persistencia de los habitantes de las zonas de montaña, trabajemos por garantizar la persistencia de sus paisajes, entendiéndolos y manteniéndolos en su globalidad y en su complejidad. La sostenibilidad de las zonas de montaña solamente se alcanzará consiguiendo la sostenibilidad de sus paisajes, velando por un adecuado equilibrio entre el sector primario, el secundario y el sector servicios, y nunca cayendo en la fácil tentación de replicar en ellas modelos urbanos que sólo pretendan convertirla en un lugar de segunda residencia

Cuarta conclusión, el valor otorgado a la gobernanza. Como podrán imaginar ustedes, recuperar esa multifuncionalidad inherente a nuestros paisajes no se podrá alcanzar si no se consigue redefinir la norma que armonice todas y cada una de las actividades interrelacionadas. Esta norma, este estatuto existió en todos y cada uno de nuestros pueblos. Como en el caso de los montes de socios, para definir el futuro de nuestras zonas de montaña deberemos partir del contenido de los pactos y normas internas con las que las comunidades locales se dotaron para conseguir que estos espacios se conservaran y mejoraran. La ordenanza reguladora del comunal -empleo la palabra comunal en su sentido amplio y no exclusivamente en los términos recogidos en la Ley reguladora de las bases del régimen local- estableció la manera de usar y gestionar cada uno de nuestros paisajes de montaña, al estilo de lo que hoy debería indicar un buen plan de gestión, marcando los tiempos, los modos y las formas con los que interactuar con los recursos naturales. Pero no sólo eso, también recogía los comportamientos y formas de actuación que los vecinos debían desarrollar en casos de necesidad. En algunos lugares, la emigración y la despoblación favorecieron que las ordenanzas dejaran de respetarse, y que muchos terrenos comunitarios pasaran a convertirse en fincas destinadas al uso privativo de los últimos vecinos o de terceros, simplificándose los paisajes de conformidad a los intereses de estos últimos usuarios, en muchos casos al dictado de las diferentes políticas agrarias comunitarias. En otros lugares han sido los propios ayuntamientos los primeros interesados en que los terrenos comunales pierdan su consideración, prefiriendo su calificación como patrimoniales. Tanto una como otra son estrategias cortoplacistas y conllevan un elevado coste de oportunidad y la pérdida de un importante patrimonio cultural y natural, en cualquier caso, incompatibles con la verdadera sostenibilidad de los paisajes de montaña.

La quinta conclusión es una consecuencia lógica de las dos reflexiones anteriormente expuestas, y es la referente a la necesidad de actuar con políticas integrales propias y no con actuaciones de tipo sectorial. La montaña no conoce dónde está la barrera que distingue lo forestal de lo agrícola o de lo ganadero, ni la que separa estos sectores más primarios frente a la actividad transformadora o al sector servicios. La montaña es agroecología y solo podrá recuperarse si se entiende y se reconoce la base de su funcionamiento, que es una economía familiar basada en la realización de diferentes tipos de actividad. Para reconocer este elemento diferencial de una sociedad organizada en unos principios diferentes, se hace preciso definir formalmente lo que es una zona de montaña, no sé si a través de nuevas legislaciones, o simplemente aplicando las ya existentes. Sea como fuere, necesitamos un marco diferencial para nuestras zonas de montaña, una estrategia que nos diferencie del resto del medio rural, que marque nuestros elementos comunes y que, a partir de ahí, nos impulse provocándonos potenciar la idiosincrasia de cada uno de nuestros paisajes.

La sexta conclusión es la referente al principio de mínima intervención administrativa, que ha sido otra de las claves del éxito del trabajo de recuperación de los montes de socios, reservándose la Administración una intervención mínima, tan sólo la verdaderamente necesaria, y trasladando a la sociedad civil el verdadero protagonismo en el trabajo de reconstrucción. Ciertamente es un reto, pero si lo que queremos es recuperar la vinculación de la gente con su tierra, tenemos que hacer a la gente partícipe y responsable en la toma de decisiones sobre los temas que les afectan. No se puede plantear una estrategia de recuperación poblacional en la que la Administración pretenda sustituir a la iniciativa de sus administrados. Eso sólo conduce a una mayor desvinculación.

Como forestal que soy no me cansaré de decir que la desvinculación es la principal amenaza que acecha a nuestros bosques y es una de las causas por las que se originan los incendios forestales. Sin embargo, no es una cuestión que afecte en exclusividad a este sector. Es una cuestión que acecha y que está presente en todos los momentos de la vida de los pueblos. Desde cuando se produce un cierre de una escuela rural, a cuando se retira de un pueblo el ciclo de la ESO y los niños tienen que abandonar antes sus casas, o a cuando se le priva a un comedor escolar de la posibilidad de comprar y cocinar la comida producida en el propio pueblo y esta es traída desde la capital dos veces en semana lista para ser calentada en un horno.

La desvinculación también afecta a la pequeña empresa local, como es el caso de los aserraderos o las pequeñas empresas de servicios de los pueblos, cuando no se les reconoce el valor añadido que generan en la localidad y en su entorno y se les conduce a procesos de contratación en los que el precio es el único criterio de selección, en muchos casos a través de contratas públicas preparadas para que comparezcan grandes empresas que se llevan todo el valor añadido fuera del lugar donde se produce. Y ahí es donde tiene que aparecer la intervención de la Administración, detectando estas disfunciones y facilitando su corrección, no favoreciéndolas.

Señorías, esto no quiere decir que no necesitemos de la ayuda de nadie. Los ciudadanos solos nunca podremos desarrollar esta titánica tarea de volver a dotar de vida a nuestras montañas. En este reto deberemos desempeñar un papel fundamental, asumiendo los derechos y responsabilidades que se nos asignen, pero precisamos del impulso y del apoyo de quien tiene la posibilidad de elaborar las normas, de quien tiene la capacidad para hacerlas cumplir y de quien tiene la posibilidad inversora. Deberemos ir juntos, en modelos colaborativos público-privados, y con una perfecta definición de los roles a desarrollar. Sólo así seremos capaces de avanzar.

Paso a la séptima conclusión. Dejo para el último lugar una de las cuestiones más importantes, que es la referente a la educación y a la importancia que se le debe otorgar a la formación en las zonas de montaña. Podremos ponernos a trabajar y ser capaces de cambiar el rumbo de nuestros territorios de montaña, pero si mantenemos el esquema educativo vigente, seguiremos preparando a nuestros hijos para que se marchen hacia las ciudades. Y es que continuamos aplicando en nuestros pueblos un modelo educativo urbano, que está pensado para abordar los retos de una sociedad urbana, pero no los de una sociedad rural. La familia rural ha cambiado. Antes en todas las casas se transmitía el conocimiento asociado a los saberes campesinos. Hoy no es así ya que cada vez menos familias del medio rural viven de trabajar la tierra. ¿Quién será entonces quien les enseñe? ¿Cuándo? Sin duda alguna, las zonas de montaña precisan de un modelo educativo diferenciado, propio, que recoja todas las enseñanzas necesarias para que nuestros hijos puedan enfrentarse a la sociedad globalizada del siglo XXI, pero que también sirva para fortalecer sus raíces y enseñarles a relacionarse con su entorno. No se trata de reclutarles de una manera forzosa en lo agrario. Se trata de ofrecerles la formación necesaria para asegurar su libertad de elección. Proporcionémosles raíces, que ellos encontrarán sus alas. Y en una sociedad cambiante, donde los patrones de trabajo están renovándose continuamente, la educación en el medio rural necesita abordar otra de sus grandes debilidades como es el conformismo; debemos fortalecer desde la escuela el espíritu emprendedor, en sus dos vertientes, en la económica y en la social, porque en la montaña todo es más difícil y hay que ser mucho más valiente para abordar cualquier iniciativa, así como para superar el estigma del fracaso. Corrigiendo esto estaremos contribuyendo a mejorar la sociedad del futuro, pero la realidad es que, en este momento, en nuestras montañas son muy pocas las personas en edad laboral capacitadas para desarrollar una actividad campesina con garantías de éxito. Y es una carencia que sufrimos día a día y que, al igual que en el caso de los montes de socios, puede llegar a limitar las posibilidades de desarrollo de los procesos de recuperación que se diseñen. Necesitamos centros de formación agrarios, o paquetes formativos al estilo de Empleaverde, ágiles y flexibles, que nos recuerden los oficios y saberes del campo. No para volver a pasear la manta de cuadros al hombro, sino para saber cómo usar la tierra hoy, cómo convertir la gestión en herramienta de conservación, como convertir los recursos naturales en productos y cómo insertarlos en los mercados globales del siglo XXI.


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