La Torah (es decir, la Ley de Dios) enseña que הוהי (Adonai Yah, bendito sea) lo hizo todo bueno. Pero
también enseña que, luego de haber creado al hombre, Yah reconoció que “no era bueno que el hombre
estuviese solo” (Gen 2:18).
La realidad es que,
si el hombre estaba solo, ¡el causante de ello no era otro sino El Creador! Es decir, el
relato de la Creación muestra que (si nos atreviésemos a decir tal cosa) el Creador hizo “cosas buenas”, pero
también hizo cosas “no tan buenas”.
¿Que hizo Yah con aquello que “no era tan bueno”? Pues que procedió a reconocerlo de inmediato (por
iniciativa propia, y sin necesidad de que alguien tuviese que convencerlo). Entonces, luego de reconocer
aquello que “no era tan bueno”", el Creador procedió a “rectificarlo” (a, por así decirlo, “enderezar lo
torcido”).
En el caso de Adam, esa “rectificación” consistió en proveer al hombre de comunión y armonía con otro ser
humano (con “Hava”, o “Eva”). Como si lo anterior no fuese ya “difícil de tragar”, la Torah también enseña
que Yah (bendito sea) creo al hombre “a su imagen y semejanza” (Gen. 1:26).
¿Que significan estas palabras? Pues que, así como Dios hizo cosas buenas,
y cosas no tan buenas, de ese
mismo modo el hombre (creado a imagen y semejanza de su Dios) puede también escoger entre hacer “cosas
buenas”, y hacer “cosas no tan buenas”.
Y también significa que, así como el Creador pudo reconocer (y enmendar) aquello que “no era tan bueno”
(proveyendo al hombre comunión y armonía con su prójimo); de ese mismo modo el hombre puede
reconocer y enmendar sus errores, entablando una relación de comunión y armonía con su prójimo.
El anterior relato también muestra que, si bien es loable hacer “solo lo bueno”, es aún mas loable cuando,
luego de haber hecho lo que “no es tan bueno”, tenemos la suficiente humildad como para (por
iniciativa
propia) reconocer nuestro error, y proceder a “enderezar” lo que hemos “torcido” (nuestra relación con el
prójimo, sin importar si ese prójimo es el Creador, nuestros semejantes, o nosotros mismos).
Y la anterior verdad está confirmada en un Midrash Hebreo (Berachot 34b) que dice así: “En el (sublime)
lugar donde está de pie el penitente (entiéndase, aquel que ha reconocido su error, y procedido a
enmendarlo), no puede pararse ni siquiera aquel que es perfectamente justo”.
En resumen, si la Torah enseña que el hombre fue creado “a imagen y semejanza de Dios”, es porque el
Creador (bendito sea) anhela que el hombre obre de la forma que Dios mismo obró
durante el proceso de la
creación: Es decir, que escoja hacer lo bueno; y que, cuando no lo haga, tenga la humildad y la honestidad de
reconocerlo, confesando su error, y procediendo a rectificarlo.
Esto ultimo es lo que el Samaritanismo Reformado conoce como “Teshuvah”--
una palabra Hebrea que
literalmente significa “volver al camino recto” (“arrepentimiento sincero”, o “confesión y conversión”).
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