All therefore whatsoever they bid you observe, that
observe and do; but do not ye after their works: for they say, and do not
”- Matthew 23:3 (“sowing and
reaping”, “eye for an eye”, “action, and reaction”… The fair and just answer to contradictory request is a
contradictory reply)
El Significado ético y moral de la fiesta Hebrea de las Cabañas (Sukkot), así como de toda la Ley de
Moisés
El significado de la fiesta Hebrea de Sukkot, así como el de toda la Ley de Moisés, es uno y el mismo. Es
decir, la Escritura no es un juego de distintos mensajes, de entre los cuales tenemos que escoger cual sea el
mas vigente, o el mas relevante. No es como dice la noble tradición Cristiana; que alega que el mensaje de
Dios cambia-- que primero fue la Inocencia; luego, la Ley; y mas tarde, fue la Gracia.
¡No! Dios no decidió “jugar a esconderse”; ni tampoco falló en prever que, un mensaje cambiante,
condenaría a los creyentes a vivir en un perpetuo estado de incertidumbre, donde nunca sabrían con certeza si
siguen o no el último mensaje; o si el último mensaje es el de Jesus, el de Muhammad, o el de José Smith.
¡No! La Escritura tiene un solo mensaje.
Y, ese mensaje, tiene muy poco que ver con teología, pues es uno de naturaleza ética, y moral. Este mensaje,
está prefigurado en todos los mandamientos; en todos los ritos; en todas las figuras, en todos los relatos, y en
todas las ordenanzas de la Ley. Y las fiestas anteriores y posteriores a Sukkot (la fiesta Hebrea de los
tabernáculos) son un maravilloso ejemplo de todo esto. Verá usted, este periodo de fiestas comienza con
“Rosh ha Shanah”, es decir, el año nuevo Hebreo.
La tradición Hebrea dice que, en Rosh Ha Shanah, Dios juzga al mundo entero, y decide quien ha de morir, y
quien ha de vivir; quien ha de enfermar, y quien ha de sanar; quien ha de enriquecer, y quien ha de
empobrecer. Y esto significa que todo hombre debe reconocer la existencia de un Juez y un juicio en el
Universo. Entonces, luego de Rosh Ha Shanah, se concede un periodo de diez días de gracia, hasta que llega
la próxima fiesta, llamada “Yom Kippur”.
Yom Kippur es el día de la expiación. Y durante los diez días que trascurren entre Rosh Ha Shanah y Yom
Kippur, Dios concede a cada persona la oportunidad de buscar el perdón Divino; mostrando de ese modo su
su sincera contrición y arrepentimiento.
Así, durante estos diez días, los creyentes Hebreos tratan de hacer todo el bien posible; de alimentar al
hambriento, de mostrar misericordia al que sufre, y de hacer la paz con sus enemigos.
Al llegar Yom Kippur (el día del juicio), el decreto es finalmente “sellado”. Es decir, si se había escrito algún
decreto negativo, o alguna condena contra esa persona, el arrepentimiento que mostró durante esos diez días,
borra y anula ese mal decreto.
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Pero, inmediatamente después de Yom Kippur (es decir, inmediatamente después de este “juicio final”),
viene la fiesta de”Sukkot”. Y, en Sukkot, los Hebreos hacen una pequeña cabaña; una frágil y humilde
vivienda portátil. De hecho, el techo de esta humilde vivienda debe estar “quebrado”.
Es decir, debe estar suficientemente incompleto como para que, a través de él, podamos ver las estrellas.
Durante los próximos siete días, el creyente Hebreo debe abandonar la comodidad de lo que, hasta esa época,
fue su cómodo y permanente hogar; para morar en cambio en esa humilde y quebradiza vivienda temporera,
que es la Sukkah.
La Sukkah tiene la intención de recordarnos la jornada que realizaron nuestros ancestros en el desierto. Pero,
esa jornada en el desierto, es en realidad un prototipo de nuestra jornada en este mundo.
Es que, esta vida, no es sino la “jornada externa” que nos provee el Creador; una realidad circunstancial
externa, cuyo propósito es darnos la oportunidad de realizar una “jornada interna”; una jornada que ni
siquiera el Creador puede realizar por nosotros, pues tenemos que realizarla nosotros mismos. Y, esa jornada
interna, está prefigurada en estas fiestas.
Es que, como acabamos de decir, Sukkot conlleva abandonar la comodidad de nuestra vivienda principal, el
lugar donde hemos habitado la mayor parte de nuestra vida, para ahora morar en una humilde, frágil,
quebrantada, y transitoria habitación. Y esto significa que, la jornada que debe realizar cada hombre
(tipificada en la jornada que en el desierto hicieron nuestros padres espirituales) es la siguiente...
Reconocer primeramente que hay un Juez y un Juicio en el Universo; Que hay un Dios que habrá de juzgar
nuestras obras y nuestra vida. Y que, entendiendo esto, debemos proceder al arrepentimiento; procurando el
perdón de tal Dios; de ese Juez que un día habrá de juzgarnos.
Y, cuando ese juicio se efectúa, y nos hemos reconocido faltos ante el Juez, el próximo paso es demostrar la
sinceridad de ese arrepentimiento por medio de la “Sukkah”; es decir, haciendo que nuestras vidas se
conviertan en una Sukkah. ¿Como? Pues viviendo una vida humilde, y haciendo que nuestro corazón de
piedra que no reconoce a Dios y vive de espaldas al Creador (sin reconocer sus mandamientos ni su
voluntad) sea “quebrantado”.
Ese quebrantamiento (es decir, el encontrarnos “incompletos” o “faltos”) nos hace “mirar las estrellas”. Es
decir, volvernos al cielo (al Creador). La Escritura dice que, cuando Ha Shem dio la Torah (o Ley) a Moisés,
la escribió en Tablas de piedra. Pero, ante la indignación del pecado de Israel, Moisés procedió a romper esas
piedras.
¡Eso es lo que quiere Dios del ser humano!; que, ante la indignación por el pecado en su vida, el hombre
proceda a quebrantar su corazón de piedra. Y, que el producto de ese corazón quebrantado, sea un cambio de
vida; abandonar el “confort” (la comodidad) de la vida alejada de Dios, para vivir una vida de humildad; una
vida que demuestre un corazón quebrantado y arrepentido. ¡Esa es la Sukkah!: la vida de arrepentimiento.
Luego de la fiesta de Sukkot viene inmediatamente otra fiesta que se conoce como “Simja Torah”; esta frase
significa, “el gozo de haber recibido la Torah”.
Y de eso es de lo que se tratan las fiestas: de que entendamos que, cuando el hombre ha reconocido
finalmente que hay un juez; ha reconocido que hay un juicio que se avecina; ha procedido al arrepentimiento,
y ese arrepentimiento ha producido a su vez un cambio de vida, ese hombre puede entonces gozarse de que
ha recibido la Torah; porque, esta, es la verdadera Torah.
Es que el verdadero mensaje de la Escritura Hebrea no es un mensaje teológico ni dogmático, sino un
mensaje ético y moral; un llamado a abandonar la maldad, a darle la espalda al orgullo y a la rebeldía, para
comenzar en cambio a vivir la vida de humildad, de sencillez, y de quebrantamiento de corazón que agrada al
Creador-- Esa, es toda la Torah.
La tradición Hebrea cuenta que un gentil vino una vez ante el sabio Hillel, y le dijo: “me convertiré a la Fe
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Hebrea, si puedes enseñarme toda la Torah (toda la Ley) en el corto tiempo en que puedo sostenerme sobre
una sola pierna”.
Y Hillel le contestó diciendo: “Aquello que es odioso para ti (aquello que no te gustaría que te hicieran a ti
mismo), no lo hagas tu a tu prójimo. Esta es toda la Torah (es todo lo que hay que saber acerca de ella); el
resto, es solo comentario. Ahora puedes ir, y aprender el comentario”.
Y es precisamente esto de lo que tratan las fiestas Hebreas. Aquí en este mundo, los Hebreos tienen
“yeshivot” (escuelas) donde se estudia la Torah, el Talmud; los “Midrashim”; los mandamientos; las
tradiciones Hebreas y Judías.
Y, al final de los estudios, los Judíos confieren al estudiante un título de “rabino”. Este último, es un título
conferido por los hombres. Pero la tradición afirma que hay un titulo de Rabino que es conferido
directamente por el Creador.
Es que se nos cuenta de un Rabino (que en realidad nunca ejerció formalmente como Rabino), cuyo nombre
fue “Eliezer Ben Dordia”. La historia cuenta que no hubo una prostituta en el mundo que Eliezer Ben Dordia
no hubiese patrocinado.
Un día, oyendo que en una ciudad cercana al mar había una hermosa prostituta que demandaba por su
servicio una bolsa llena de denares, Eliezer echó mano de una de esas bolsas, y salio a visitarla; cruzando
para ello siete caudalosos ríos (como intimando que estaba dispuesto a exponerse a los riegos que fuesen
necesarios, con tal de satisfacer sus apetitos sexuales).
Cuando finalmente llegó al lugar, y ya se encontraba en la cama con la meretriz, está última “erutó”
repentinamente, y procedió a decir a Eliezer: “Así como este aire nunca volverá al lugar de donde ha salido,
así mismo tu arrepentimiento nunca será aceptado”. Estas palabras calaron tan profundo en el corazón de
Eliezer Ben Dordia, que fue y se sentó entre dos montes y collados.
Entonces dijo: “Montes y collados, pidan misericordia por mi”. Pero los montes y los collados le contestaron
diciendo: “Antes de pedir misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues
escrito está: “Porque los montes se moverán, y los collados temblarán...”- Isaías 54:10.
Entonces Eliezer dijo a los cielos y a la tierra: “¡Pidan misericordia por mi!”. Pero estos le contestaron:
“Antes de pedir misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está:
“porque los cielos serán desechos como humo, y la tierra se envejecerá como ropa de vestir”- Isaías 51:6.
Entonces pidió al Sol y a la Luna que intercedieran por él, pero estos le contestaron: “Antes de pedir
misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está: “La luna se
avergonzará, y el Sol se confundirá...”- Isaías 24:23.
Entonces dijo: ¡Estrellas y planetas, pidan misericordia por mi! pero estos le contestaron: “Antes de pedir
misericordia por ti, tenemos que pedir misericordia por nosotros mismos, pues escrito está: “Y todo el
ejercito de los cielos se disolverá”- Isaías 34:4.
Finalmente, Eliezer entendió que su perdón dependía de él mismo; de su propio arrepentimiento. Así que,
poniendo la cabeza entre sus rodillas, comenzó a llorar delante de Dios; a llorar en alta voz y a quebrantar su
corazón por causa de su maldad y su pecado, de suerte que comenzó a temblar.
Y continuo llorando, hasta que su alma salió de él. Entonces, una “bat kol” (es decir, una voz celestial) se oyó
decir: “¡El Rabino Eliezer Ben Dordia ha sido destinado a tener vida en el mundo que ha de venir!”.
Cuando mas tarde el Rabino Judah Ha Nasi (el Patriarca espiritual de su época) oyó todo esto, lloró
amargamente, y dijo: “¡Dios mio! ¿Como es posible que algunos logremos la vida eterna solo después de
largos años de arduo estudio y trabajo, de aprendizaje, de oración y de meditación; mientras que otros la
ganan en solo una hora?”.
Entonces añadió: “¡Y no solo se perdona a quien se arrepiente, sino que hasta se le otorga el titulo de
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“Rabino”!
¿Podrá haber algo mas maravilloso que esto? ¡Que el mismo Creador haya llamado “Rabino” a Eliezer Ben
Dordia, confiriéndole así el honor de llevar ese titulo? ¿Y por que? Pues porque Eliezer Ben Dordia aprendió
todo lo que había que saber acerca de la Torah: que el propósito de todos los mandamientos de la Escritura, y
de todas las leyes, es que el hombre proceda al arrepentimiento; a abandonar la maldad; a no hacer al prójimo
el mal que no desearía para si mismo.
De eso es que se trata la Torah: de que el hombre reconozca que hay un Juez, y que hay un Juicio en el
Universo (¡eso es Rosh Ha Shanah!); que hay un día de juicio (Yom Kippur); que tiene que cambiar su estilo
de vida (¡eso es Sukkot!); y que, cuando hace esa jornada en su alma [es decir, psiquis interna], ya puede
regocijarse de que ha recibido la Torah (¡eso es Simja Torah!); de que finalmente ha entendido de lo que
realmente trata la Ley de Dios; y de que, al igual que Eliezer Ben Dordia, el Cielo ya le concede el titulo de
Rabino; pues ya conoce todo lo que hay que saber acerca de la Torah, y por ende puede ya enseñarla a otros.
Por esto es que la Torah no puede ser corrompida, como reclaman nuestros hermanos musulmanes, quienes
alegan que los antiguos Hebreos tergiversaron el mensaje de la Torah. Es que el mensaje de la Torah no
puede ser tergiversado alterando esta o aquella otra palabra, pues su mensaje no tiene nada que ver con
teología, ya que no es un mensaje de naturaleza dogmática.
El mensaje de La Torah (así como el de toda La Escritura), es en cambio un mensaje ético y moral; y, cada
una de sus enseñanzas, cada uno de sus ritos, y cada una de sus imágenes, tiene el propósito de darnos ese
mismo mensaje, no importa cuan extraño parezca ser.
Un buen ejemplo de ello lo era el que la Torah ordenaba que cuando una mujer daba a luz un niño, era
inmunda durante cuarenta días. Y todo lo que esa mujer tocaba era también inmundo. Pero alguien podría
preguntarse, “¿por que era inmundo el parto?”; Y, “¿que culpa tenía la mujer de dar dar a luz, si para eso
mismo fue ella creada?”.
La respuesta está en que, tal mandamiento, no tenía en realidad nada que ver con inmundicia ritual, ni
tampoco dogmática. El mandamiento tenía el propósito de proveer a la parturienta un respiro de todas sus
responsabilidades domésticas. Es decir, como todo lo que tocaba era inmundo, no se le podía exigir que
lavase la ropa, que fregase los platos, que barriese el piso, que cocinara la comida, que tuviera que mover
nada, que cargase a ninguno de sus niños, ni que hiciese labor manual alguna.
En fin, la mujer permanecía en la cama durante cuarenta días (el numero cuarenta tipifica el conocimiento
profundo del verdadero espíritu de la Torah, pues Moisés tuvo que permanecer 40 días en el Sinaí para poder
recibirla). Y, durante todo este tiempo, sus familiares y amigos realizaban por ella todas las labores del hogar.
Y esto daba a la mujer la oportunidad de recuperarse de su difícil parto.
Recordemos que en la antigüedad no existían los hospitales; no había anestesia, y tampoco existía la opción
de “parto por Cesárea”-- El parto era un proceso sumamente doloroso, y a menudo la mujer no lograba
sobrevivirlo.
Así, vemos como un mandamiento que a primera vista aparenta no tener nada que ver con hacer lo bueno, o
con la ética y la moral, es en realidad eso mismo: un llamado a hacer lo bueno. Es decir, haciendo inmunda a
la mujer parturienta, la Ley “forzaba” a sus familiares y amigos a tratarla con la misma deferencia y
consideración que desearían para ellos mismos, si estuviesen en la misma situación.
Y esto es el Samaritanismo Reformado: entender que el mensaje de la Ley de Moisés es un llamado a tratar
al prójimo (a Dios, a nuestros semejantes, y a nosotros mismos) con la misma deferencia y consideración que
desearíamos para nosotros mismos. La anterior máxima, encarna la vida de arrepentimiento y servicio que
agrada al Creador.
Es que, no podemos amar directamente al Creador; no podemos besarle, ni podemos abrazarle, no le
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podemos dar de comer, ni le podemos dar de beber. Pero, cuando amamos al prójimo (que esta hecho a
imagen y semejanza de Dios), estamos “matando dos pájaros con una sola pedrada”, pues no solo amamos al
prójimo, sino también amamos (indirectamente) al Creador.
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