Concepto de medio ambiente en la obra de vicente de beauvais

Capítulo 75: Cómo se manifiesta la luz del Sol en él

Aristóteles: El arco iris es como un espejo del Sol, porque si la Tierra es esférica, el vapor que surja de ella adoptará un forma esférica también. Este vapor, si tiene un composición al elevarse proporcionada —es decir, si no tiene mucho más de un tipo de vapor que de otro—, puede suceder que cuando se condense tenga una forma de lente y se interponga en el camino del Sol: la aparición de un arco iris no es más que la formación de una nube cóncava y arqueada en el camino de y frente a los rayos del Sol.

El hecho de que haya un color verde en medio del arco iris se debe a que el brillo es más intenso en el interior de una nube cóncava que en sus extremos y que el blanco se encuentre por encima se debe a la ligereza de las nubes acuosas, que parecen blancas, al igual que la orina más blanca y brillante es la más liviana y acuosa. De esta manera, no hay duda de que si alguien mira a una nube que cubra el Sol, la verá blanca y sin otro color, pero si la mira en el agua, la verá de un color muy semejante al arco iris: esto sucede porque nuestra vista no es lo suficientemente potente como para discernir y aprehender la verdad de los colores según se va acercando al Sol. Mas cuando nuestra mirada enfoca el agua, la vista sí que puede penetrar el agua para comprender los colores y su verdad.

¿Por qué hay tal variedad de arco iris? Séneca, en la obra antes citada: Un arco iris no es otra cosa que la luz del Sol atravesando una nube hueca llena de vapor. Es muy raro que suceda de noche, porque la Luna no tiene tanta fuerza para traspasar las nubes y derramar el mismo calor que ellas soportan cuando el Sol está en lo alto, por lo que el arco iris que resulta apenas tiene color. Los diferentes colores que un arco iris presenta tienen su explicación en la propia atmósfera: algunas nubes están muy hinchadas mientras que otras son más ligeras, unas son demasiado densas como para que el Sol las atraviese, otras en cambio son demasiado ligeras como para evitarlo. Todas estas divergencias hacen que luces y sombras se entremezclen y generen esa maravillosa variedad de tonalidades de un arco iris. Lo podemos comprobar también cuando sale el agua a presión por alguna fuga de una tubería, que cuando está suspendida en el aire frente a los rayos del Sol también alberga un arco iris.

La causa de este fenómeno estriba en la humedad: no tiene lugar si el cielo no está nublado. Pero también podemos preguntarnos cómo sucede: algunos opinan que hay un tipo de gotas que dejan pasar la luz del Sol y otras que son lo suficientemente densas como para no dejarla pasar: de unas puede surgir la luz; de las otras, sólo sombra, por lo que cuando ambas se mezclan se produce el arco iris, en el que brilla la parte que permite el paso al Sol y es más oscura la que lo rechaza, y cuya sombra oscurece también sus inmediaciones. Otros, en cambio, rechazan de plano esta explicación: podría parecer cierto —señalan—, si el arco iris tuviera tan solo dos colores, por lo que estaría compuesto de luz y sombra. Mas nosotros podemos distinguir algo de naranja, algo de turquesa y otros colores más a la manera de finos trazos de una pintura, aunque no podrás distinguir si son unos colores diferentes o no a no ser que compares los primeros con los últimos: tan prodigioso es el arte de la naturaleza, que es capaz de convertir en diferente lo que se encontró uniforme.

Capítulo 76: La unión de muchos reflejos forma una sola imagen turbia

Otros, por su parte, consideran que cada una de las gotas de lluvia actúa como un espejo, que cada una refleja la luz del Sol y que todos estos reflejos al caer se cruzan entre sí y se confunden: por tanto, en la atmósfera se embarulla una enorme cantidad de reflejos del Sol. Un observador tiene la sensación de que todos estos reflejos parecen enturbiarse y, como la gran distancia a la que se halla le impide diferenciarlos, la suma de todos los reflejos emborrona la imagen final, tal y como afirma Aristóteles: a causa de su absoluta ligereza — nada hay más ligero que el aire y el agua— la mirada rebota ⁵⁰⁷. De hecho, nuestra visión también rebota contra el aire espeso pero, cuando nuestra agudeza visual es roma y débil, con cualquier golpe de aire desfallece: de ahí que a algunos les parezca que se encuentran consigo mismos, como si estuvieran viendo su propio reflejo [col280] por todas partes, porque la débil fuerza de sus ojos no puede ni siquiera hendir el aire más cercano sino que se le resiste; les sucede ante cualquier tipo de aire lo que a los demás les sucede tan solo con el aire espeso. Por tanto, como una nube repleta de agua es más densa, nuestra visión no la puede atravesar: como hay tantas gotas, hay espejos por todas partes, pero al ser tan pequeños tan solo manifiestan el color del Sol sin ninguna forma⁵⁰⁸. En cambio, cuando ese reflejo surge de todas las incontables gotas [de lluvia] que caen sin espacio entre ellas, ya no hay un sinfín de reflejos dispersos sino que adoptan una forma continua e ininterrumpida que siempre va al contrario que el Sol: cuando el Sol está poniéndose, el arco aparece bien alto; cuando está en lo alto, más bajo.

El arco iris presenta tal colorido porque una parte de su color proviene del Sol y la otra parte de la humedad de la nube, cuya mezcla puede producir franjas verdes, azules, naranjas o rojas —tan gran variedad procede, en resumen, de uno brillante y el otro apagado—. En consecuencia, parece que tanto la nube como el Sol son necesarios para el arco iris, porque nunca aparece cuando el cielo está despejado ni tampoco cuando está tan nublado que el Sol se ocultado, por lo que si falta alguno de los dos no puede aparecer. En resumen, el color rojo procede del Sol, el azul de la nube y el resto a partir de la mezcla entre los dos.

Capítulo 77: La distorsión que provocan los espejos

La nube que genera el arco iris actúa como espejo del Sol A nadie le puede quedar duda alguna de que el arco iris es una imagen del Sol muy distorsionada debido a los defectos, las distorsiones y la naturaleza de la refracción, pero queda de sobra demostrado que es el producto de un reflejo por su instantánea aparición, pues no hay nada más rápido que la imagen que nos devuelve el espejo: un espejo no crea nada, sino que tan solo lo muestra. Así pues, el arco iris no es más que el golpe del Sol contra una nube que se cruza en su camino cargada de agua y con forma de arco tensado. Artemidoro, por su parte, explica el tipo de nubes que deben interponerse en el camino de los rayos del Sol para que resulte un reflejo de este tipo: si construyeras —afirma— un espejo cóncavo —lo que viene a ser media esfera cortada— y te separaras de su foco, cualquiera que estuviera a tu lado parecería estar al otro lado y más cerca de ti que del espejo; lo mismo sucede —continúa— cuando miramos el costado de una nube cóncava y redonda de tal manera que el reflejo del Sol surge de la nube y a nosotros nos parece más cercana y más curvada.

¿Qué se ve en un espejo? Lo cierto es que hay dos grandes teorías sobre los espejos: algunos consideran que lo que allí se ve es una ilusión, es decir, una imagen de nuestros cuerpos y del resto de objetos como una emanación separada de ellos; otros, en cambio, opinan que en un espejo no se ve nuestra imagen sino nuestros propios cuerpos, debido a que nuestra mirada rebota en él y nos mira a nosotros mismos. No obstante, nuestro objetivo no es discernir de qué manera vemos todo cuanto podemos ver en un espejo, sino que cómo la imagen del Sol llega a convertirse en un arco iris, que no se le parece ni en forma ni en color ni en tamaño. En primer lugar, hemos de partir de la base de que no hay nada más engañoso que nuestra propia mirada, incluso cuando examina los objetos más cercanos: Ilusiones ópticas un remo que se sumerja en un agua clara parecerá que esté roto, una manzana que miremos a través de un cristal parecerá más grande y también el Sol —a pesar de que todo apunte a que es más grande que la tierra— se torna tan pequeño a nuestra mirada que incluso algunos estudiosos han defendido que mide un pie de diámetro. Todos sabemos que el Sol es el objeto celeste más rápido de todos, pero nadie se lo creería si no fuera porque lo viéramos; en cambio, a la Tierra, que se desplaza a una velocidad extrema, nadie la nota moverse. Entonces, ¿también te sorprendería que nuestros ojos no distinguieran las gotas de lluvia ni captaran a tan gran distancia el minúsculo reflejo que surge de cada una? También tendrías que tener en cuenta que todo cuanto se ve a través del agua parece más grande: las letras, por ejemplo, por más pequeñas e ilegibles que sean, si se miran a través de un vaso de agua parecen más grandes y claras; lo mismo sucede con las estrellas vistas a través de las nubes, porque nuestra mirada patina ante la humedad y no puede captar con fidelidad lo que quisiera. Podrás comprobarlo sin problemas si llenas un vaso de agua y echas dentro un anillo: aun cuando el anillo repose en el fondo del vaso, verás que da la impresión de estar en la superficie; por tanto, ¿qué tiene de admirable que el Sol, visto a través de una nube húmeda, parezca más grande?

Tampoco los espejos dan una imagen siempre fiel de lo que reflejan: hay veces que incluso causan tal deformidad que da miedo verse reflejado, cuando las semejanzas que conserva no son sino para peor [col281]. Por contra, hay veces que la imagen devuelta permite complacerse en el propio cuerpo, cuando ensancha los músculos y realza el porte. Hay espejos que muestran sólo la parte derecha; otros, la izquierda, y otros que las retuercen e invierten. Y si esto es así, ¿por qué nos sorprende tanto que una nube actúe de espejo del Sol y distorsione su imagen?