Concepto de medio ambiente en la obra de vicente de beauvais

[col276] Capítulo 71: Los resplandores que cruzan el aire⁴⁸⁸

Aristóteles, en la obra antes citada, libro 1: Algunas veces, nos parece que vemos en el cielo un fuego que lo cruza casi en horizontal —otras veces es más pequeño—. Este fenómeno se debe a que, cuando el Sol calienta la tierra al moverse por encima de ella, se eleva un vapor entremezclado con otros tipos de vapor según les haya afectado el calor. Así pues, se alza un vapor cálido y seco, que no posee ni un ápice de humedad; otro cálido y húmedo, que suele ser el responsable del bochorno, y un último frío y húmedo, porque está compuesto en su mayor parte por agua.

Es evidente que el vapor cálido y húmedo alcanza cotas menos altas que el seco, por lo que se disuelve y se transforma en aire; el frío y húmedo se eleva hasta que llega al punto en el que se coagula y condensa, de tal manera que se torna más pesado y se convierte en lluvia; por último, el vapor cálido y seco se eleva muy por encima de la tierra y quema el aire, a causa de la fuerza del calor que lo ha extraído, hasta que al final alcanza la frontera entre la región del aire y del fuego y estalla en llamas, por su proximidad al fuego superior y al movimiento de los astros. Así pues, cuando aparece en el cielo este vapor en llamas, sus dimensiones —alargado y delgado— hacen que parezca estirado y ahusado; mas, si es pequeño, su forma se parece más bien a la llama redonda de una vela.

Séneca, libro 5⁴⁸⁹: Escucha ahora mi opinión sobre esos fuegos que cruzan el aire en sentido transversal obligados por la fuerza del aire: está claro que hay una gran fuerza que los golpea ya que por la gran velocidad que llevan y su curso oblicuo dan la impresión de ser arrojados antes que de moverse a la suya. A mi juicio, estos fuegos tienen lugar debido a una violenta fricción que se produce cuando la presión del aire se inclina hacia algún lugar y, como no puede ceder, se opone: esta violencia origina diversos fenómenos ígneos: vigas, bolas, antorchas e incendios⁴⁹⁰; si no es muy violento, brota una luz más débil y “el vuelo de las estrellas arrastra una melena”. No hay noche que carezca de este espectáculo.

Pues bien, estos fenómenos tienen el mismo origen que los rayos pero con menor fuerza, de la misma manera que tan solo las nubes que chocan con mayor fuerza producen rayos mientras que las otras, relámpagos. Así nos lo explica Aristóteles: “la tierra exhala muchas y muy variadas sustancias, secas unas y húmedas otras, calientes unas e inflamables las otras” —y no debería sorprendernos esta variedad de vapores terrestres cuando incluso los objetos del cielo⁴⁹¹ no siempre aparecen con el mismo color, sino que Sirio se tiñe de un rojo más brillante, el de Marte es más suave y Júpiter, cuando nos llega, es puro—. Por tanto, no hay duda de que, de entre la enorme cantidad de partículas que ascienden al cielo, al menos una parte llegará hasta las nubes y se convertirá en el combustible del fuego, que puede encenderse no sólo a raíz de los choques entre las nubes sino también por el calor de los rayos del Sol, igual que en nuestro mundo sucede que el serrín impregnado de azufre puede encenderse incluso alejado del fuego. Por tanto, es razonable que una sustancia de este tipo entre las nubes es fácil que se encienda y que haya unos fuegos más o menos grandes según arda con mayor o menor fuerza esta sustancia.

Capítulo 72: Del Asub, es decir, de la estrella fugaz

Aristóteles, en la obra antes citada: Si esa masa de vapor en llamas antes mencionado se mantiene cohesionada, se puede extender de manera uniforme —es decir, tanto hacia arriba como hacia abajo— y adoptar la apariencia del llamado asub —de estrella fugaz—: el asub se produce de una manera muy similar al fuego, porque está encerrado en algún lugar hasta que al final surge de golpe y se manifiesta, como podemos entender a partir del asub descendiente, [que viene provocado porque] el frío había expulsado antes el calor del aire que había bajo la capa de nubes. Hay dos tipos de asub, a saber, uno ascendiente y otro descendiente: desde luego, el descendiente se produce por debajo de la capa de nubes, porque el calor superior ha desplazado al frío —es decir, al frío que hay por debajo de la capa de nubes—, por lo que el fuego fluye hacia abajo aunque, de acuerdo a su propia naturaleza, también sube. [col277] Por contra, el asub que asciende se genera a partir del vapor inflamado en las capas altas de la atmósfera, es decir, por encima de la capa de nubes.

Séneca, en la obra antes citada⁴⁹²: Las estrellas no pueden caer Es una soberana estupidez pensar que la estrellas pueden caer y saltar o mover y arrastrar algo: si fuera así, podrían dejar de existir. Lo cierto es que no hay noche en la que no se puedan ver a muchísimas estrellas moverse y desplazarse en las más variadas direcciones, mientras que las que habitualmente se suelen ver un sitio mantienen su acostumbrado brillo. Por tanto, podemos deducir que estas estrellas nacen por debajo de aquellas y enseguida desaparecen, porque no tienen ni fundamento ni sólido asiento. E igual que las estrellas se ocultan durante el día porque los rayos del Sol las oscurecen, estas también muestran su cara de día pero la luz del día es capaz de ocultarlas; sin embargo, si alguna vez consiguen brillar con la suficiente fuerza como para poder reivindicar su brillo durante el día, se podrán ver.

Extracto del libro “La descripción del mundo”: Aunque de noche puedan verse caer estrellas, hay que decir que no son estrellas sino diminutas partículas de fuego que la fuerza del viento ha arrastrado desde el éter y que enseguida se apagan en nuestra húmeda atmósfera.

Extracto del libro “La naturaleza del mundo”: El enorme tamaño de las estrellas A veces se puede ver cómo caen las estrellas por el aire, pero lo cierto es que apenas caen: si son de naturaleza ígnea y su lugar es el éter, nunca podrán llegar a la tierra; además, si cayera alguna de verdad, entonces abarcaría toda la superficie de la tierra o, como poco, una gran parte, ya que su tamaño es enorme por más que la distancia las empequeñezca. Muchas veces hay un gran viento y agitación en las capas superiores, aunque no en las inferiores, cuyo movimiento provoca que el aire se encienda y cruce el cielo en llamas: al moverse entre las estrellas nos da la impresión de ser una estrella, por lo que podemos pensar que realmente va a caer una de las estrellas en vez de este aire en llamas. Pero si alguien nos pregunta por qué una de esas estrellas luego no se ve, le responderemos que el humo que brota al extinguirse ese fuego en nuestra húmeda atmósfera nos impide verla. También podemos responderle que en verdad sí que podemos verla pero que, sin embargo, desconocíamos su existencia cuando la vimos primero: cuando, tal y como dijimos, el aire encendido se desplaza, le sigue de cerca otro aire más espeso y lento que se interpone entre nosotros y aquella estrella y nos impide verla; antes de que aquella estrella lo cruce y reaparezca, el firmamento, en su continuo rumbo hacia el Oeste, ya la transportó más lejos. Así pues, cuando vuelve a aparecer, pensamos que es otra cosa, porque [sucede] en un lugar diferente a donde la vimos antes.