Israel dependía única y exclusivamente del Creador- del Dios de quien se dijo: «... pues no es difícil para
הוהיsalvar con muchos o con pocos» – 1 Samuel 14:6.
Así, Dios hace que Gedeón se deshaga de sus 32,000 soldados, a fin de que Israel no cometa la grave ofensa
de creer que su salvación estaba en manos de algún “hombre ungido” (o “Mesías”), de carne y hueso: «Y
הוהיdijo a Gedeón: El pueblo que está contigo es mucho, para que yo entregue a los madianitas en su mano,
NO SEA QUE SE ALABE ISRAEL CONTRA MÍ, DICIENDO: MI MANO ME HA SALVADO» - Jueces
7:2. Al final, Dios reduce el ejercito de Gedeón a tan solo 300 hombres.
Entonces, le informa que será el
mismo Creador (y no los restantes 300 hombres), quien salvara a Israel:
«Entonces
הוהי dijo a Gedeón: CON ESTOS TRESCIENTOS HOMBRES que lamieron el agua OS
SALVARÉ (YO
הוהי OS SALVARÉ, NO EL HOMBRE), y entregaré a los madianitas en tus manos...» -
Jueces 7:7.
Alguien podría decir: Pero, ¿No es cierto que, aunque Dios mismo salvó a Israel, siempre “necesitó” de los
300 hombres de Gedeón? La respuesta es un rotundo ¡NO!; pues, en realidad, DIOS NO NECESITA DE
NINGÚN SER HUMANO PARA SALVAR A SU PUEBLO. ¿Como estamos seguros de esto? ¡Pues porque
lo enseña la Escritura! Esta dice que, en tiempos del Rey Ezequías (II Reyes 18:17), Senaquerib trajo un
gigantesco ejercito contra Jerusalén. Israel no tenían fuerza alguna para siquiera intentar
combatir tan grande
multitud. ¿Donde estaba el hombre que Dios necesitaría para salvar a su pueblo? ¿Donde estaba el Mesías
Salvador? La respuesta es que, el Mesías que habría de salvar tanto al pueblo como al liderato Israelita, no
estaba fuera de ellos mismos; estaba en sus bocas, y en sus corazones: ese Mesías serian las palabras de
confesión («Entonces Ezequías rey de Judah envío a decir al Rey de Asiria que estaba en Laquis: “YO HE
PECADO”...» - 2 Reyes 18:14). El Mesías sería acudir a Dios con un corazón rasgado, contrito, y humillado:
«Cuando el rey Ezequías lo oyó, rasgó sus vestidos, y se cubrió de cilicio, y entró en la casa de Yah»- 2
Reyes 19:1. El Mesías, sería clamar directamente a Dios, reconociendo que no
hay poder alguno en el
Hombre, sino solo en el Creador: «Y oró Ezequías delante de
,
הוהי diciendo:
הוהי Dios de Israel, que moras
entre los querubines, sólo tú eres Dios de todos los reinos de la tierra; tú hiciste el cielo y la tierra... Ahora,
pues, oh
הוהי Dios nuestro, sálvanos, te ruego, de su mano, PARA QUE SEPAN TODOS LOS REINOS DE
LA TIERRA QUE SÓLO TÚ,
,
הוהי ERES DIOS (y no hay poder alguno fuera de ti)» - II reyes 19:15&19.
¿Cual fue el resultado de la confesión y la humillación de Ezequías y de su pueblo? Pues que, esa misma
noche (mientras el pueblo descansaba) Dios intervino personalmente, obrando una milagrosa y sobrenatural
Salvación: «Y aconteció que aquella misma noche salió el ángel de
,
הוהי y mató en
el campamento de los
Asirios a ciento ochenta y cinco mil; y cuando se levantaron por la mañana, he aquí que todo era cuerpos de
muertos» - 2 Reyes 19:35.
Así, sin necesidad de hombre, Rey, o Mesías humano alguno, el Creador salvó a Israel. Y lo hizo por medio
del único y verdadero Mesías: el espíritu que se manifiesta en palabras de arrepentimiento, de confesión, de
quebranto, y de humillación. Como está escrito: «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la
eternidad, y cuyo nombre es el Santo: YO HABITO en
la altura y la santidad, y CON EL QUEBRANTADO
Y HUMILDE DE ESPÍRITU, PARA HACER VIVIR EL ESPÍRITU DE LOS HUMILDES, Y PARA
VIVIFICAR EL CORAZÓN DE LOS QUEBRANTADOS» - Isaías 57:15. Y, enseñando que las palabras de
confesión y arrepentimiento son mejores que la expiación hecha por medio del sacrificio de becerros, dice
literalmente el profeta Oseas: «Vuelve, oh Israel, a
הוהי tu Dios. En verdad, tu pecado ha sido la causa de tu
caída. Toma contigo palabras (de arrepentimiento) y vuelve a
הוהי tu Dios. Decidle, “Perdona todos nuestros
pecados, y recibenos misericordiosamente, para que podamos ofrecer los becerros de nuestros labios”» -
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Oseas 14: 1-2.
Es decir, el estado caído de Israel, no es debido a alguna causa física, o externa; y por esto es
que, su solución, tampoco es una física, ni externa (como lo sería un humano Rey “Mesías”). El estado caído
de nuestro pueblo Israel (el Tabernáculo de David) es el producto directo de nuestro pecado; y, su Salvación,
no está en nada ni nadie fuera de traer a Dios palabras de arrepentimiento; venir a Dios con un corazón
contrito, para confesar y abandonar nuestro pecado. Como está escrito: «SI SE HUMILLARE MI PUEBLO,
sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, Y BUSCAREN MI ROSTRO, Y SE CONVIRTIEREN DE
SUS MALOS CAMINOS; entonces YO OIRÉ DESDE LOS CIELOS, Y PERDONARÉ SUS PECADOS, Y
SANARÉ SU TIERRA» - II Crónicas 7:14.
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