Hacia el verano de 1985 el presidente libio Mu'ammar al-Gadafi se había convertido en el mismísimo diablo para la mayoría del mundo occidental. Reagan fue el único que autorizó que fuese atacado por bombarderos, pero los israelíes consideraron responsable a Gadafi de haber facilitado gran parte de suministro de armas a los palestinos y a sus restantes enemigos árabes.
Es difícil reclutar a los libios. No los aprecian en ninguna parte, lo cual ya constituye un problema, y deben ser contratados en Europa, pese a que no son grandes viajeros. Libia tiene dos puertos principales: en Trípoli, su capital, y en Bengazi, situada en el golfo de la Gran Sirte, hacia el noroeste. La marina israelí había estado controlando las actividades libias, principalmente mediante patrullas regulares por toda la costa del Mediterráneo. Israel considera el pasillo de Israel a Gibraltar como su «tubo de oxígeno»: constituye su vínculo con América y con la mayor parte de Europa, tanto para las importaciones como para las exportaciones.
En 1985 Israel mantenía relaciones relativamente estables con los restantes países costeros del Mediterráneo sur: Egipto, Marruecos, Túnez, Argel, pero no con Libia.
Éstos contaban con una marina bastante importante, mas tenían serios problemas para su mantenimiento y mano de obra: los buques se caían a trozos. Aunque disponían de grandes submarinos que habían adquirido a la Unión Soviética, no sabían cómo sumergirlos o les daba miedo hacerlo. Las patrulleras israelíes se enfrentaron por lo menos en dos ocasiones a los submarinos libios. Mientras que cualquier submarino se apresuraría a sumergirse, ellos retrocedieron hacia el puerto en franca huida.
Los israelíes tenían una subdivisión de escucha en Sicilia, que compartían con enlaces italianos, quienes también tenían allí una división para tal fin. Pero ello resultaba insuficiente porque los libios, que apoyaban a la OLP y practicaban distintas actividades subversivas, amenazaban las costas israelíes. Israel considera su línea costera como su «bajo vientre», la frontera más vulnerable frente a un ataque y sede de la mayor parte de su población e industria.
Gran cantidad de armas y municiones facilitadas a la OLP procede por vía marítima de Libia, en su mayoría siguiendo la denominada ruta TLT: de Trípoli, en Libia, a Trípoli, en el Líbano. Los israelíes recogían por entonces algunas informaciones sobre las actividades libias a través de la República del África Central y del Chad, implicadas en serios choques fronterizos con las fuerzas de Gadafi.
El Mossad contaba con «observadores navales», por lo general civiles, reclutados a través de sus bases en Europa, simplemente para tomar fotografías cuando los barcos entrasen en puerto. Ello no implicaba auténtico peligro y facilitaban algunas indicaciones visuales de lo qué sucedía en el interior de los muelles. Pero aunque descubrieran cargamentos de armas —más que nada por casualidad—, existía una clara necesidad de conseguir acceso a informaciones específicas sobre el tráfico que entraba y salía de Trípoli y de Bengazi.
En una reunión en la que intervinieron el departamento de investigación sobre la OLP del Mossad y el jefe de la división del Tsomet para las relaciones con Francia, el Reino Unido y Bélgica, se decidió intentar el reclutamiento de un controlador de tráfico portuario o de alguien que trabajara en las oficinas del capitán del puerto de Trípoli, con acceso a informaciones más específicas sobre el nombre e itinerario de los buques, pues aunque el Mossad conocía los pertenecientes a la OLP, ignoraba dónde se encontraban en un momento determinado.
Y si deseaban hundirlos o capturarlos, primero debían localizarlos, y ello es difícil cuando no se conoce exactamente la ruta de un barco en el momento en que zarpa. Muchos se mantenían próximos a la costa —lo que el Mossad calificaba de «arañar la costa»— y evitaban internarse en alta mar, donde podían ser detectados por radar, algo difícil cuando están próximos a la costa porque la imagen puede ser absorbida por el ruido de las montañas, o cuando se hallan en uno de los múltiples puertos, ocultos entre ellas, resultando prácticamente invisibles. Y luego, cuando emergían, acaso no estuvieran seguros en cuanto a su identidad. Hay muchísimos buques en el Mediterráneo: la VI Flota norteamericana, la flota rusa, toda clase de barcos, comprendidos los mercantes de todo el mundo. El Mossad no se halla, pues, en libertad de hacer lo que quiera. Todos los países que rodean las costas del Mediterráneo disponen de su propio radar, por lo que debe andarse con mucho cuidado con lo que se hace.
Sin embargo, obtener alguna información específica en Libia era más fácil de decir que de hacer. Resultaba peligroso enviar a alguien allí y por entonces el Mossad se golpeaba la cabeza contra un muro de piedra. Por fin, en el curso de una reunión, alguien que había trabajado como «reportero» en Túnez y Argel para Afrique-Asie25 un periódico de lengua francesa que cubría temas árabes, sugirió que el mejor modo de comenzar era telefoneando sencillamente al muelle de Trípoli y enterándose de quién poseía la clase de información que ellos deseaban. De aquel modo, por lo menos podrían centrarse en un objetivo específico.
Era una de esas ideas sencillas que con frecuencia se pasan por alto cuando la gente se halla implicada en intrigas y detalles operativos complicados. De modo que se instaló una línea telefónica que funcionaría desde Tel-Aviv, pero que operaría a través de una oficina-apartamento de París, por si alguien trataba de detectar la llamada. La línea estaba conectada a una compañía de seguros francesa propiedad de un sayan.
Antes de que llamaran, el katsa ya se había preparado una cobertura completa como investigador de seguros. El hombre disponía de oficina y de una secretaria, de las denominadas bat leveyha, que significa «acompañante» aunque sin implicaciones sexuales. Se trata simplemente de una mujer local, no necesariamente judía, que se recluta como agente auxiliar y a quien se le facilita un trabajo en el que se precisan unos servicios femeninos. Ella estaría enterada de que trabajaba para la inteligencia israelí a través de la embajada local.
La idea se basaba en el concepto de mikrim ve tguvot, expresión hebrea que significa «acciones y reacciones». Conocían la acción, pero debían anticiparse a la reacción. Para cada posible reacción se prevé otra acción. Es como un gigantesco juego de ajedrez, salvo que no se planean más de dos reacciones con antelación, porque sería demasiado complicado. Todo forma parte de un planeamiento operativo regular que se sucede a medida que se realiza cada movimiento.
En la sala donde se encontraba el katsa, estaban Menahem Dorf, jefe del departamento de la OLP, y Gidon Naftaly, psiquiatra jefe, cuyo trabajo consistía en escuchar con audífonos e intentar analizar inmediatamente a la persona que respondía a la llamada.
El hombre que contestó en primer lugar no entendía francés, por lo que transmitió la llamada a otra persona. El segundo que se puso al aparato les facilitó el nombre del encargado, manifestando que regresaría al cabo de media hora, y colgó.
Más tarde el katsa volvió a llamar y en esta ocasión pidió por el capitán del puerto dando su nombre y, cuando consiguió que se pusiera al aparato, se identificó como un investigador de seguros de una compañía reaseguradora francesa.
Aquélla era la única alternativa con que contaban, de modo que tenía que funcionar. No sólo debía parecer verosímil la historia, sino que el narrador tendría asimismo que expresarse con convicción. Por ello el katsa explicó a su interlocutor la clase de negocios que realizaba, diciéndole que necesitaba tener acceso a ciertos detalles sobre algunos buques que se hallaban en los puertos y, por lo tanto, saber quién era el responsable.
—Yo soy el responsable —dijo el hombre—. ¿En qué puedo servirle?
—Sabemos que de vez en cuando se presentan buques ahí cuyos propietarios pretenden haber perdido o sufrido averías. Ahora bien, nosotros, los reaseguradores, no siempre podemos comprobar directamente esas reclamaciones, por lo que necesitamos conocer más detalles.
—¿Qué necesitan saber?
—Pues bien, por ejemplo, si han sido reparados o si se cargan o descargan. Como sabe, no tenemos representantes en ésa y nos gustaría que alguien cuidara de nuestros intereses. Si pudiera recomendarnos a alguna persona, lo retribuiríamos generosamente.
—Me parece que podré ayudarlos —repuso el hombre— Tengo esa clase de información y no creo que haya ningún problema en ello mientras se trate de tráfico civil y no de buques militares.
—No tenemos interés alguno en su marina —repuso el katsa—. No estamos reasegurando su seguro.
La conversación se prolongó durante diez o quince minutos, durante los cuales el katsa se interesó por cinco o seis buques. Sólo uno de ellos, una embarcación de la OLP, estaba siendo reparada. El katsa le pidió una dirección donde poder enviarle el pago y facilitó la suya, así como su número de teléfono, al capitán del muelle, pidiéndole que le llamara siempre que tuviera alguna información que creyera pudiese ser útil.
Las cosas marchaban perfectamente y su contacto se mostraba tan confiado que el katsa se atrevió a preguntarle si, aparte de su trabajo habitual en el puerto, se le permitiría aceptar otro empleo como agente de la compañía de seguros.
—Yo podría realizar algunas operaciones —repuso el capitán del muelle—, pero sólo a tiempo parcial. Por lo menos, hasta ver cómo funciona.
—Magnífico. Le enviaré un manual y algunas tarjetas comerciales. Cuando tenga la ocasión de examinarlos, volveremos a hablar del tema.
La conversación concluyó: por fin contaban con un agente a sueldo en el puerto, aunque él ignorase que había sido reclutado.
El siguiente paso consistió en pedir al departamento comercial del Metsada que realizase el manual de seguros prometido, de modo que fuese coherente y les permitiese reunir la clase de información que deseaban. Al cabo de pocos días el manual se hallaba camino de Trípoli. Una vez se facilita un teléfono y una dirección a alguien en un proceso de reclutamiento, deben mantenerse vigentes por lo menos durante tres años, aunque nunca se supere el estadio número uno de dicho proceso, a menos que hubiese una confrontación que pudiera exponer al katsa, en cuyo caso debería cancelarse inmediatamente.
Durante casi dos meses el nuevo recluta facilitó regularmente sus informes. Pero durante una de las llamadas mencionó que, aunque había leído el manual, todavía no tenía demasiado claro qué representaría ser agente de la compañía.
—Lo comprendo —repuso el katsa—. Recuerdo que la primera vez que lo vi tampoco le encontré mucho sentido. Veamos, ¿cuándo disfruta usted de sus vacaciones?
—Dentro de tres semanas.
—¡Magnífico! En vez de tratar de solucionar este asunto por teléfono, ¿por qué no viene usted a Francia por nuestra cuenta? Le enviaré los billetes. Ha trabajado tan bien para nosotros que nos gustaría obsequiarle con unas vacaciones en el sur del país, y podríamos combinar un poco los negocios y el placer. Para ser más sinceros, con vistas a nuestra situación fiscal sería preferible que viniese usted aquí.
El recluta estuvo encantado: el Mossad no sólo le pagaba unos mil dólares mensuales, sino que durante el tiempo que le tuvo a su servicio hizo por lo menos tres viajes a Francia. Les era útil pero, aparte de su conocimiento de los buques que se hallaban en el muelle, no tenía relaciones muy importantes, por lo que no pretendían ponerlo en peligro. Tras reunirse con él personalmente, pareció que lo más conveniente sería sugerirle con delicadeza la intención de que hiciese otras gestiones, aunque siguieran utilizándole para que les informase sobre los buques de la OLP.
Al principio le interrogaban únicamente sobre algunos barcos que entraban en el puerto, con el pretexto de que eran los que estaban reasegurados por su compañía. Pero luego idearon un plan por el que el capitán del puerto les facilitaría la lista completa de todos aquellos que atracaran en el muelle, prometiendo pagarle de acuerdo con ello. De ese modo, le dijeron, ellos podrían facilitar aquella información a otros reaseguradores, quienes no sólo se sentirían satisfechos de pagar por tales informaciones sino que a su vez podrían compartir los beneficios con él.
Por lo tanto el hombre regresó muy satisfecho a Trípoli, donde siguió facilitándoles información sobre el tráfico portuario. En un momento dado un buque propiedad de Abu Nidal, el odiado jefe de la facción FALP-GC de la OLP se encontraba en el puerto aprovisionándose de equipamiento militar, comprendidos misiles antiaéreos autotransportables y muchas otras armas que los israelíes no deseaban que acabasen en manos de los combatientes palestinos vecinos de sus fronteras.
Estaban enterados de la presencia de Nidal por su relación con las comunicaciones de la OLP, gracias a un desliz en los hábitos normalmente cuidadosos de conversación de aquél, y lo único que les quedaba era informarse exactamente por su inocente enlace, de dónde se encontraba el buque y cuánto tiempo permanecería allí. Éste les confirmó su ubicación junto a otra nave que también estaba siendo cargada con equipamiento destinado a Chipre.
Una cálida noche de verano de 1985 dos portamisiles israelíes de la clase SAAR-4 parecían estar efectuando su patrulla regular, salvo que en aquella ocasión se detuvieron el tiempo necesario para descargar seis comandos en un submarino pequeño, impulsado eléctricamente, con una especie de capota en lo alto, similar a un avión caza sin alas de la segunda guerra mundial o a un torpedo largo con un propulsor en la parte posterior. Se llamaba «submarino mojado» y los comandos cabalgaban en el fuselaje e iban vestidos para entrar en acción a base de trajes de neopreno y botellas de aire.
Una vez hubieron desembarcado de las patrulleras no tardaron en encontrar un barco que se dirigía al puerto, a cuyo casco se sujetaron mediante placas magnéticas.
La nave, que se trataba de un submarino, les facilitó la necesaria coraza protectora, porque el Mossad, por las conversaciones que había sostenido con el capitán del puerto, sabía que cada cinco horas la seguridad libia navegaba por el muelle arrojando granadas de mano en las aguas que provocaban enorme presión, suficiente para acabar con cualquier hombre rana que se hallase casualmente por aquella zona. Habían descubierto este sistema de seguridad en una ocasión en que el katsa distinguió una explosión como trasfondo y preguntó al capitán del puerto qué producía tal ruido. El hombre le explicó que se trataba de una medida de seguridad que se tomaba en la mayoría de puertos cuyos países estaban en guerra. Siria e Israel también lo hacían así.
Por consiguiente, esperaron en sus trajes herméticos que la seguridad realizase sus rondas y luego se deslizaron silenciosamente bajo las aguas llevando consigo minas adherentes que sujetaron en los dos buques de la OLP ya cargados, regresando al submarino. Todo aquel ejercicio se desarrolló en unas dos hora y media. Puesto que también sabían qué naves iban a zarpar aquella noche, se dirigieron a un petrolero próximo a la entrada del muelle, pero decidieron no asirse a él puesto que sería demasiado difícil desenganchar su diminuta embarcación una vez que el barco se hallase en plena corriente.
Por desdicha agotaron el oxígeno del submarino y también de la batería. Como no valía la pena tratar de llevárselo consigo una vez se encontraran en mar abierto, lo sujetaron a una boya, donde podrían recuperarlo más tarde, se ataron ellos a otra con una cuerda y realizaron lo que se denomina «el girasol», que significa introducir un chorro de aire en los trajes impermeables que los infla como globos y les permite sostenerse sobre las aguas sin tener que realizar ningún esfuerzo para mantenerse a flote. Incluso se turnaron para dormir, mientras uno de ellos se mantenía despierto vigilando constantemente. Al cabo de unas horas una patrullera israelí se les acercó atraída por las señales de sus comunicadores, los recogió y se alejaron rápidamente de aquel lugar.
Hacia las seis de la mañana de aquel mismo día se produjeron cuatro explosiones enormes en el puerto y quedaron destruidos dos buques de la OLP cargados con equipo militar y municiones por valor de millones de dólares.
El katsa supuso que las explosiones despertarían los recelos del capitán del puerto. En lugar de ello, aquel día cuando el hombre le llamó le comentó terriblemente excitado lo sucedido.
—¡Nunca imaginará lo que ha ocurrido! —le dijo—. ¡Han volado dos barcos que estaban en el puerto!
—¿Quién ha sido?
—¡Los israelíes, naturalmente! —repuso—. No sé cómo han podido descubrir qué barcos eran, pero así ha sido. Afortunadamente no estaba por aquí ninguno de ustedes y no tienen por qué preocuparse.
El hombre siguió trabajando para el Mossad durante otros dieciocho meses, atesorando una pequeña fortuna, hasta que un día desapareció, dejando tras de sí un rastro de buques de guerra de la OLP capturados y destruidos.
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