Shammua subía a Jerusalén, transitando por la orilla del mar Mediterráneo. Entonces,
vio un barco que era
castigado por el mar. En un abrir y cerrar de ojos, el barco se hundió, junto a todos sus pasajeros. Entonces,
noto que un hombre logro sobrevivir, aferrándose a un pedazo de madera.
Este hombre fue finalmente arrojado [desnudo], a la orilla de la playa. Cuando volvió en si, el hombre
procedió a esconderse entre las piedras del lugar. Todo esto sucedió mientras los Hebreos de esa comarca
subían a una fiesta en Jerusalén.
Viendo a los peregrinos que pasaban, aquel el hombre les grito diciendo: “Yo soy un descendiente de Esaú,
vuestro hermano. Dadme por favor cualquier tipo de vestidura,
para cubrir mi desnudez, pues el mar me ha
dejado sin nada”. A lo cual los Hebreos respondieron: “Que así como el mar ha hecho contigo, haga también
con todo tu pueblo”.
Mientras el hombre miraba alrededor, noto que el Rabino Eleazar Ben Shammua caminaba entre esos
peregrinos. Entonces el naufrago le dijo: “Veo que eres un hombre venerable, y respetado por tu pueblo; se
que, en tu sabiduría, reconoces la dignidad de cada ser humano. Ayúdame, y dame un vestido para cubrir mi
desnudez, pues el embravecido mar me ha despojado de todo lo que poseía”.
Al oír esto, el Rabino Eleazar Ben Shammua se quito uno de los siete mantos que llevaba puestos,
y se lo dio
a aquel hombre. Entonces le tomó y, volviendo a su casa, le dió de comer y de beber. Luego, procedió a darle
doscientos denarios, y le regaló la mula en la que cual solía cabalgar, de modo que aquel hombre pudo volver
a su patria con gran honra y honor.
Algún tiempo después, murió el perverso Cesar; y, aquel hombre que había naufragado, fue elegido para
reemplazarle. Entonces, procedió a emitir un decreto contra aquella provincia. El decreto ordenaba que todos
los hombres fueran ejecutados, y que las mujeres fueran tomadas como botín de guerra.
Entonces los Hebreos de aquella comunidad dijeron a Eleazar ben Shammua, “¡Ve e intercede por nosotros!”.
El Rabino Eleazar les contestó, “¿no sabéis que este gobierno no hace nada sin que se le pague? Ellos
dijeron, “aquí hay cuatro mil denarios- Ve, e intercede por nosotros”. El los tomo, y se fue.
Cuando llego al portón
del palacio imperial, dijo a los guardias, “decid al emperador que hay un Hebreo
parado frente al portón, y que quiere saludarle”. Al oírlo, el emperador dijo, “¡tráiganlo!”.
Pero cuando el emperador vio que el Hebreo no era otro sino el Rabino Eleazar, salto inmediatamente de su
trono, y postrándose ante Eleazar le dijo, “mi Señor, ¿que has venido a buscar aquí, y porque te has
molestado en llegar hasta este lugar? El Rabino Eleazar contestó diciendo, “en
nombre de aquella provincia,
he venido a pedirte que anules el decreto que has emitido”.
El emperador contestó, “¿Hay algo en la Torah que sea falso? Eleazar respondió, “¡No!”. El emperador dijo,
“¿No está escrito en vuestra Torah, ‘Un Amonita o un Moabita no entrarán en la Asamblea del Señor’ (Deut.
23:4)?¿Y por que razón?: ‘Porque no os recibieron con pan y agua en el camino’ (Deut. 23:5). Pero también
está escrito, ‘No aborrecerás al Edomita, por que es tu hermano’ (Deut. 23:8).
¿No soy yo un descendiente de Esaú vuestro hermano? ¡Y a pesar de todo eso, los Hebreos de esa provincia
no me trataron con la bondad que se les ordeno! Y cualquiera que transgrede la Torah, incurre en pena de
muerte”. Entonces el Rabino Eleazar dijo, “Aunque contra ti son culpables, perdónalos, y ten misericordia de
ellos”.
El emperador le contestó diciendo: “¿No sabe mi Señor que este gobierno no hace nada sin que se le
pague?”; Eleazar contestó: “Tengo conmigo cuatro mil denarios. Tómalos,
y ten misericordia de este
pueblo”; El emperador le dijo: “te presento de vuelta esos cuatro mil denarios, en pago por los doscientos
denarios que me diste.
Y, a cuenta del bien que me hiciste, y en recompensa por la comida y la bebida que me diste, perdonare a
toda aquella provincia. Ahora, entra en la casa de mi tesoro y, en recompensa por el manto que me regalaste,
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toma de allí los setenta mantos que mas te complazcan. Entonces, vuelve en paz a los tuyos”.
Cuando el Rabino Eleazar Ben Shammua volvió a su comunidad, sus vecinos le aplicaron
el verso que dice,
“echa tu pan sobre las aguas, porque después de muchos días lo hallaras”- Eclesiastés 11:1.
En resumen, el compromiso del Rabino Eleazar Ben Shammua con la vida de justicia, misericordia, y
humildad prescrita en la Torah, terminó convirtiéndolo en el ungido (Mesías) que salvó de la muerte a su
comunidad. De ese mismo modo, todo creyente está llamado a vivir la vida de obediencia a Dios que le
permitirá convertirse en el Mesías (ungido de Dios) cuyos méritos pueden salvar a su comunidad.
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