CAPÍTULO CATORCE
LA CAMPAÑA DEL JARDÍN
—Tú me entiendes, Albert —dijo Tommy.
Este y Albert se hallaban en la cocina. El último se encontraba fregando las piezas del servicio de té que acababa de bajar del dormitorio de Tuppence.
—Sí, señor —repuso Albert—. Le entiendo.
—Me figuro, ¿sabes?, que te verás avisado, en parte, por... Hannibal. Es un buen perro en ciertos aspectos —dijo Albert—. No le toma afecto a cualquiera.
—En efecto. No es uno de esos perros que acogen con alegría a los ladrones moviendo el rabo complacidos a la vista de una persona no merecedora de su cordialidad. Hannibal sabe bastantes cosas. Pero, bueno, creo que te lo he expuesto todo con claridad, ¿eh?
—Sí. No sé qué es lo que tengo que hacer si la señora... Bien. Yo he de hacer lo que la señora diga o decirle lo que usted me ha comunicado, o...
—Me figuro que sabrás ser diplomático —indicó Tommy—. Voy a hacer que se quede en cama hoy. Me marcho dejándola por entero a tu cargo.
Albert acababa de abrir la puerta principal de la casa, enfrentándose con mi joven embutido en un traje de mezclilla. El sirviente de los Beresford miró a Tommy, vacilante. El visitante entró en el vestíbulo, sonriendo afablemente.
—¿El señor Beresford? Me he enterado de que buscan ustedes a alguien que cuide de su jardín. Se han instalado aquí recientemente, ¿no? Ya he podido comprobar que el jardín de la casa se encuentra algo descuidado. Hace un par de años estuve trabajando para un señor apellidado Solomon... Es posible que haya oído hablar de él.
—¿El señor Solomon? Sí. Alguien se refirió a él hallándome yo presente.
—Me llamo Crispin, Augus Crispin. Si no tiene inconveniente, veamos que es lo que hay que hacer aquí.
—En este jardín han sido realizadas algunas modificaciones —comentó el señor Crispin.
Tommy le llevó a los macizos de flores, guiándolo luego hasta la parcela dedicada a las verduras.
—Aquí es donde en otro tiempo se cultivaban espinacas habitualmente. Más allá hay otras parcelas. También se criaban melones aquí.
—Me da usted la impresión de hallarse muy al corriente de todo lo concerniente al jardín.
—Es que he oído muchas cosas referentes a él en los viejos tiempos. Cualquier señora ya entrada en años de la localidad es capaz de hablarle de estos macizos de flores y Alexander Parkinson se refirió con frecuencia ante sus amigos a las hojas de digital.
—Debió de ser un muchacho fuera de lo corriente.
—Tenía ideas propias, ciertamente, y se hallaba obsesionado por las historias de tipo criminal. En uno de los libros de Stevenson dejó una especie de mensaje en clave. El libro era La Flecha Negra.
—Una obra excelente, ¿verdad? La leí hace cinco años. No había pasado hasta entonces de Secuestrado. Cuando trabajaba para... —Crispin vaciló.
—¿El señor Solomon? —sugirió Tommy.
—Sí, sí. Ése es el nombre. Por aquellas fechas oí contar ciertas cosas... del viejo Isaac. No sé si estoy equivocado, si capté mal los rumores... Tengo entendido que Isaac iba ya para los cien años y que trabajó para ustedes aquí.
—Sí. Teniendo en cuenta su edad —declaró Tommy—, se movía con desenvoltura. Sabía muchas historias, de las cuales nos hizo partícipes. Debían de habérselas contado. No eran fruto de sus experiencias directas.
—A él le agradaban las habladurías de los viejos tiempos. Tiene aquí algunos parientes todavía, ¿eh? Éstos escuchaban sus relatos e hicieron algunas comprobaciones a ellos referentes. Supongo que a usted también le habrán referido muchas cosas.
—En la actualidad, todo ello parece descansar sobre una lista de nombres. Son del pasado, nombres que, naturalmente, a mí no me dicen nada.
—¿Puros rumores?
—En su mayor parte. Mi esposa fue anotando todo lo que quisieron contarle. Ignoro si tendrán algún significado. Yo mismo me he procurado una lista. Llegó a mis manos ayer, realmente.
—Hábleme de ella.
—Se refiere a un censo —explicó Tommy—, el que se hizo el día... Bueno, yo anoté la fecha, la cual le facilitaré oportunamente. En el impreso aparecen anotadas las personas que pasaron la noche aquí. Se celebró una gran reunión. Hubo una cena.
—Todo eso, pues, referido a una fecha determinada, a una fecha quizás interesante, ¿no?
—Sí —replicó Tommy.
—Puede que se trate de un documento de gran valor. Un papel, tal vez, muy significativo, ¿eh? Hace poco que vinieron a vivir aquí, ¿verdad?
—Sí —repuso Tommy—. Y es posible que nos vayamos de esta casa pronto.
—¿No le gusta? La casa es muy hermosa y este jardín... Bien. Aquí podrá trazarse un jardín muy hermoso. Tienen ustedes unas flores preciosas. Sí, ciertamente que hay que iniciar una limpieza a fondo, quitar algunos matorrales e incluso árboles... He visto varios setos que están perdidos, en los que no volverá a haber flores. No me explico, la verdad, por qué quieren irse de aquí.
—Todas estas cosas que nos rodean están asociadas con el pasado y esta clase de asociaciones no resulta siempre grata —informó Tommy.
—El pasado... —murmuró el señor Crispin—. ¿En qué forma se conecta el pasado con el presente?
—Uno piensa que no hay por qué ocuparse de aquél, ya que ha quedado atrás. Pero siempre queda un residuo, por así decirlo, a nuestro alcance. Siempre hay un personaje o varios del pretérito que cobra vida merced a lo que cuentan los de nuestro tiempo. ¿Está usted realmente dispuesto...?
—¿Que si estoy dispuesto a trabajar para ustedes en el jardín? Sí, claro. Será para mi una tarea muy interesante. Esto de la jardinería constituye, verdaderamente, mi pasatiempo favorito.
—Ayer vino a vernos una tal señorita Mullins.
—¿Mullins? ¿Mullins? ¿Se dedica a estos trabajos?
—Creo que sí... Debe de ser así. Una tal señora Griffin dio su nombre a mi esposa. Ella nos la envió.
—¿Se pusieron de acuerdo con esa mujer o no?
—Me parece que no quedó concretado nada —explicó Tommy—. He de notificarle que contamos aquí con un buen perro guardián. Es un terrier de Manchester.
—Sí, esos perros son magníficos como guardianes. Supongo que creerá que su principal misión es la custodia de su esposa y que nunca permite que vaya sola a ninguna parte.
—Cierto —manifestó Tommy—. Nuestro perro está dispuesto a destrozar a quien se atreva a ponerle un dedo encima.
—¡Qué animales los perros! Son afectuosos, leales, serviciales... Y además, generalmente, se hallan armados de afilados colmillos. Será mejor que me guarde del suyo.
—No tema usted nada. Ahora se encuentra en la casa.
—La señorita Mullins... —dijo Crispin, pensativo—. Sí. Es interesante.
—¿Por qué le parece interesante?
—¡Oh! Porque... Bueno, yo no la conocería por ese nombre, desde luego. Es de una edad comprendida entre los sesenta y setenta años?
—En efecto. Por su aire, parece una mujer del campo. La ropa que viste le va....
—Ya. Creo que Isaac podía haberle contado algunas cosas referentes a ella. Tengo entendido que se vino a vivir aquí. De esto no hace mucho tiempo. Unas cosas coinciden con otras, ¿sabe usted?
—Me imagino que usted conoce detalles referentes a esta localidad, que yo ignoro —declaró Tommy.
—Yo no diría tanto. No obstante, Isaac pudo haberle impuesto ampliamente de numerosos datos. Él sabía muchas cosas. Eran viejas historias, generalmente. El viejo tenía muy buena memoria. Y aquí nadie se calla nada. Sí. En esos clubs para viejos todos dicen lo que saben. Circulan historias para todos los gustos. Alunas de ellas no son ciertas; otras se basan en hechos reales. Sí. Todo resulta sumamente interesante. Y... supongo que él sabía demasiado.
—Fue una pena lo de Isaac —declaró Tommy—. Me gustaría que la policía localizara al que lo mató. Era un viejo muy agradable y se portó muy bien con nosotros, ayudándonos en la medida de lo posible. Vamos... Continuemos echando un vistazo por aquí.
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