Es decir, la vida que nos espera, es tan sublime que (en términos comparativos), la vida que al presente
experimentamos equivale a la muerte.
Por eso, en el lenguaje Hebreo, el cementerio es llamado “Bet Ha Chaim”, que significa “la Casa de la Vida”.
Trataremos de ilustrarlo por medio de un testimonio. Hace algún tiempo atrás, un hermano en la fe
experimentó un grave ataque de asma. El ataque fue tan fuerte que, en un momento dado, el creyente se vio a
sí mismo morir, viendo como su alma salía de su cuerpo. Entonces, su espíritu pasó al otro lado de esta
existencia (a la eternidad). Cuenta el creyente que, en aquel lugar (si es que realmente puede llamársele
“lugar”) se aparenta existir “fuera de tiempo y espacio”.
Allí no se siente duda, temor, cansancio, enfermedad, angustia, ni incertidumbre. No se experimentan las
cosas que intuitivamente asociamos con nuestra existencia terrenal; Allí no hay orgullo, ambición, lujuria,
codicia, ni engaño.
Solo se experimentan una paz, un poder, y un conocimiento tan grandes, que aparentan ser del tamaño del
Universo (¡infinitos!). Nuestro amigo le pedía a Dios no tener que volver jamás a esta vida (es decir, a existir
nuevamente en un cuerpo físico).
La experiencia de este amigo (al igual que la de muchos que han experimentado algo similar) concuerda con
el misticismo Hebreo; pues, en el original Hebreo de las Escrituras, había siete palabras distintas que se
traducían al Castellano como “Cielos”. La tradición decía que esto significa que, “Gan Eden” (el jardín del
Edén celestial), tiene siete divisiones.
Y estas divisiones son progresivas. Es decir, cada una de ellas corresponde a un grado mayor que el anterior.
Así, cada “cielo” también corresponde a una forma mayor de existencia. En la mayor de todas, los justos
existen en una forma que se describe alegóricamente como “sentados en compañía del Rey, y observando su
presencia”.
La menor de todas estas existencias, corresponde a aquellos que «No ven al Rey, no moran en Su Casa, no
suben la Montaña para encontrarse con el Rey, no están en Su Corte, no están en Su Tabernáculo, y tampoco
están en Su Santo Monte; pero están en cambio “de pie en Su lugar Santo”».
Quizás la menor de todas estas existencias, corresponda a resucitar en un cuerpo que, aunque físico, también
participe de la inmortalidad. La tradición Hebrea no es muy especifica en cuanto a este particular detalle;
limitándose a decir que, quienes participen de la resurrección física, lo harán en el cuerpo que tuvieron al
momento de fenecer; pero esto es solo para evitar que alguien pretenda alegar que el Creador en realidad no
resucitó a la misma persona que había fallecido.
En otras palabras, si la persona murió anciano, ciego y enfermo, será resucitado como un hombre anciano,
ciego, y enfermo; pero recibirá inmediatamente perfecta salud, visión infinita, y vida eterna. A pesar de esto,
en el sentido mas generalizado, es correcto decir que
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