Mesa temática: "La relación pasado-presente en los estudios de Asia y Africa antiguas"



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Congreso Nacional ALADAA Argentina 2004

El Futuro de los estudios de Asia y Africa en la Argentina”
9 y 10 de noviembre de 2004

Instituto de Relaciones Internacionales UNLP



MESA TEMÁTICA: "La relación pasado-presente en los estudios de Asia y Africa antiguas".

Coordinadores: Dr. Marcelo Campagno (UBA, UNLP), Prof. Cristina De Bernardi (UNR), Dra. Susana Murphy (UBA; UNLU), Prof. Eleonora Ravenna (UNR).
PONENCIA: Posiciones historiográficas y comprensión de la historia de las sociedades antiguas de Asia y Africa. El caso Mesopotamia.

Autora: Cristina De Bernardi (UNR).
Se dice en la fundamentación de la presente Mesa Temática que la historia siempre se escribe desde el presente y acuciada por los problemas del presente. A esa perspectiva es necesario añadirle, que a su vez, el presente está construido sobre la urdimbre tejida por las múltiples fuerzas que actuaron en el pasado, por las corrientes de opinión que las expresaron y por las herramientas conceptuales, que a su vez, le dieron continente.

Son sobradamente conocidas las dificultades que los seres humanos hemos tenido –y tenemos- para aceptar las diferencias culturales, la alteridad; y la perversidad de los prejuicios que han emergido de esta situación, los que dieron sustento a la justificación del sometimiento, a la esclavización, e incluso ha debido acuñarse un término para sus formas más nefastas: etnocidio, o sea lisa y llanamente la supresión del otro.



Distintas corrientes de pensamiento y experiencias de convivencia que se han llevado a acabo con fortuna, han hecho mucho para cambiar este estado de cosas, pero no ha alcanzado para transformar de fondo esta situación; que además se infiltra permanente e insidiosamente en la información, ya sea esta científica, escolar, o proveniente de los medios de comunicación masivos, la que refleja mucho más preconceptos que realidades. Lo dicho se corresponde plenamente con lo que constituye la consciencia de la mirada “occidental”, sobre Asia y Africa y tiene tras de sí un extenso recorrido. Esta ponencia intentará dar cuenta de la connotación del concepto de etnia, de las consecuencias de su uso erróneo -solapado con el de raza-, su reemplazo por el de tribu; términos cuyos significados atribuidos han nutrido la supuesta comprensión de las sociedades no europeas, como reflejo especular de la civilización, identificada, a su vez, con la forma política del estado-nación. Se analiza también el renacimiento del concepto de etnia, a partir, aproximadamente de la década del 60, con nuevos contenidos vinculados a vigorosos procesos históricos, que se han ido profundizando en las últimas décadas, generalizándose incluso su uso dentro de los países centrales, al calor de fenómenos mundiales de migraciones, diáspora, y debilitamiento de los estados nacionales, consecuencia de la denominada “globalización”, que, contrariamente a lo que su nombre indica, ha fragmentado las identidades, generando alteridades incluso al interior de los países centrales. En esa trama histórica, el presente está interpelando con fuerza al pasado.


Primeras apreciaciones modernas sobre la alteridad.

Desde el siglo XV los europeos comienzan con los primeros viajes de exploración, descubrimiento y colonización del mundo y se encuentra con otros hombres y mujeres, otros paisajes, otras lenguas, otras costumbres. Este fenómeno alcanza su maduración durante la expansión neocolonial de los siglos XIX y principios del XX, cuando ya la creencia en la “superioridad occidental”, con el triunfo de la razón, la cientificidad y la técnica, estaba plenamente asentada, y las teorías del evolucionismo social 1 permitían explicar la superioridad de la civilización frente a la barbarie. Fueron los usos del mismo, al autoasignarse Europa el ser la cumbre de ese proceso -y no la propia teoría, al menos no en todas sus versiones, como lo ha señalado Vere Gordon Childe 2- lo que le dio una connotación de justificación del expansionismo colonial y el sojuzgamiento de otros pueblos. El progreso había instalado su norma, basada en la superioridad material y “moral” que justificaba las necesidades de expansión geográfica y sometimiento o aniquilación de otros pueblos, en aras de las necesidades de la civilización; en realidad las necesidades de materias primas y mercados del capitalismo en fase expansiva. La justificación las relaciones de dominación coloniales encontraron un campo propicio en las diferencias socio-económicas, políticas y culturales de los pueblos con los que se tomó contacto y a los que no sólo se consideró como salvajes o bárbaros, sino que se construyó un estereotipo imaginario de raigambre histórica 3. Mientras, la antropología (bajo la denominación de etnografía o etnología) se desgajaba como disciplina con estatuto propio, de las ciencias naturales y de la historia, acompañando este proceso que exigía la comprensión del otro para beneficio de las administraciones coloniales.

Fue en ese contexto que el vocablo etnia 4, derivado del griego ethnos, voz que tiene el significado de "pueblo" (ancestros comunes reales o míticos, tradición, lengua) comenzó a reemplazar en el discurso académico al término nación 5 (que en latín, natio, posee contenidos similares, aunque acentuando la idea de localización: pueblo del mismo origen, con un mismo lugar de nacimiento). Esto respondía a la necesidad de las administraciones coloniales de diferenciar a la minoría blanca, proveniente de estados-naciones “modernos”6, de la población colonizada. En realidad, en el propio ámbito europeo, los modernos estados nacionales, desgajados de los antiguos imperios, estaban de hecho constituidos por distintas etnias 7, de las cuales, una se constituyó en hegemónica, pasando las demás a transformarse en minorías con status especiales, o se tendió a su disolución bajo formas presionadas de integración, con el objeto de lograr el ideal (casi siempre incumplido) de estado moderno: un gobierno, un pueblo, una lengua 8.

Sin embargo, en esas primeras etapas de los estudios sistemáticos sobre los contactos entre grupos humanos diversos, el término etnia queda opacado por los de raza y tribu, conceptos difundidos por la etnografía y la etnología (nótese la misma raíz que etnia, etnicidad, etc.), para dar cuenta de la alteridad de los pueblos con los que tomaban contacto los europeos.

El término raza, utilizado en sentido clasificatorio, propio del impacto del desarrollo de las ciencias naturales sobre las ciencias sociales, llegó a tener consecuencias funestas al dar supuesto sustento científico al prejuicio de la existencia de razas inferiores y superiores 9. Esto, junto al antisemitismo en ascenso en Europa a fines del siglo XIX y principios del XX, tuvo su expresión más dramática en los movimientos nazi-facistas. La pretendida cientificidad de estos trabajos acusaron también una errónea identificación entre raza y lengua, en el marco de las importantes investigaciones de lingüistas y filólogos en la catalogación de las diferentes lenguas de ese mundo ampliado en sentido espacial y temporal, haciendo de la contraposición ario-semita uno de los casos testigo 10. El desarrollo de la arqueología, que acompañaba el proceso de colonización sobre los territorios de Asia y Africa a los que el hombre blanco llevaba la “civilización”, generó también un creciente interés por la Europa arcaica y permitió dar los primeros pasos en la unión de conjuntos ergológicos, lengua y cultura, al analizar, sobre esas bases, procesos migratorios que explicaban nuevas presencias por la superioridad racial del conquistador ario o indoeuropeo (expresada también en nuevas tecnologías), por sobre la superioridad numérica del conquistado 11.

En el mismo contexto prejuiciado, las diferencias étnicas también fueron entendidas como la distancia entre la “civilización” y otras formas de organización social, en particular las sociedades tribales 12. Hay que recordar que el vocablo tribu remite al término latino tribus, o a su equivalente griego fylé términos que pertenencen al vocabulario más antiguo de las instituciones indoeuropeas 13. Una tribu indoeuropea era la organización social y política más vasta que existía antes de la aparición de la ciudad-estado; por lo tanto desde sus orígenes está connotada por su carácter organizacional. La organización en tribus, a su vez, fue asociada, o a la relación nómades-sedentarios como estadios evolutivos, o para contraponer la organización tribal a la nación 14; planteos que se mantuvieron en el marco del eurocentrismo y un uso discrecional del evolucionismo social mucho más allá de la finalización de la 2da Guerra Mundial. La caracterización de tribu resultó de la generalización de ciertas experiencias coloniales con tribus africanas y en especial con los beduinos camelleros y los pueblos árabes 15.



Escudriñando la historiografía de la Mesopotamia antigua


Muchos de los estudios sobre Mesopotamia fueron teñidos por esas ideas. Las diferencias lingüísticas quedaron demostradas desde temprano en Mesopotamia, cuando el avance en el desciframiento de la escritura cuneiforme, desgajó el sumerio de las lenguas semitas. Esto trajo aparejado un problema adicional, ya que los primeros registros conocidos, asirio-babilónicos habían otorgado un estatuto privilegiado a los hablantes de lengua semita, creadores, por tanto, de la primera escritura y la primera civilización, lo que ofrecía un background importante a los relatos veterotestamentarios, y a la relación judaísmo-cristianismo-cultura occidental. El descubrimiento del sumerio como lengua independiente, su carácter aglutinante, que condujo a emparentarlos con lo que se denominó “lenguas turanias” 16, fue utilizado, junto al ascenso del “mito ario”, para desbancar a los semitas del privilegio de creadores de la primera civilización y dio lugar a la reacción, -paradójicamente,también prejuiciada- de Joseph Halévy. Halévy sostuvo hasta su muerte que la civilización mesopotámica demostraba, por su unidad cultural, ser la expresión de una única raza: la semita. Las divergencias entre las lenguas sumeria y semita fue explicada por Halévy, a partir de considerar el sumerio como una forma ideográfica primitiva, mantenida por los sacerdotes como lengua sagrada 17. En el clima de la época las opiniones de Halévy fueron duramente atacadas como racismo, hipersensibilidad, rabinismo 18 y “chauvinismo judío” 19. Halévy, en realidad, compartía la identificación de raza y lengua, y la idea de la inevitabilidad del conflicto entre razas en contacto. Su obstinación en asignar un exclusivo componente semita a la cultura mesopotámica, debe entenderse desde la asunción de su identidad judía, en un marco de antisemitismo en ascenso -en Francia en particular, donde residía- y en polémica con prejuicios como los Ernest Renan, quien en su conferencia inaugural del Collège de France en 1862 pontificaba que “En polittique, comme en poésie, en religion, en philosophie, le devoir des peuples indo-européens est de rechercher la nuance, la conciliation des choses opposées, la complexité, si profondément inconnues aux peuples sémitiques, dont l’organization a toujours été d’une désolante et fatale simplicité”20. Este contexto desfavorable impidió valorar con ecuanimidad sus aciertos en su actividad como asiriólogo 21.

El “mito ario” se mantuvo en el tiempo, al punto que en 1937 Wolfran von Soden 22 atribuía el ascenso de los asirios a la mezcla de sangre hurrita -considerada aria- en la “raza semita”. Solamente por medio del agregado de una raza superior podría la raza semita inferior haber logrado el desarrollo de un imperio. A su vez, E. A. Speiser sugirió que “la relación filológica es por lo general fuertemente indicativa de afinidades raciales” 23. La difusión de la Antropología física y la antropometría, fue el correlato concreto a la noción de raza. Así, por ejemplo, S. Langdon en 1924 y H. Field en 1933, clasificaron cráneos del cementerio del Dinástico Temprano III en Kish como semitas (dolicocéfalos, o cabezas alargadas) o sumerios (braquicéfalos, o cabezas redondeadas) 24. Se indagó incluso en las características físicas representadas en el arte para identificar razas. E. Meyer en 1906 fue quizás el primero en categorizar el arte en sumerio y semita de acuerdo a las características físicas representadas 25. Moortgat extendió además esta distinción a una arquitectura sumeria y semita 26. De este modo, el material fósil, las representaciones de distintos tipos humanos, y la distribución de las lenguas podrían todas indicar la localización de estas diferentes razas, cuyos movimientos y migraciones conducían a conflictos “raciales” entre ellas.

Sin embargo, a pesar de la fuerza de las convicciones prejuiciadas prevalecientes en el momento –que tornan deshechables gran parte de estos trabajos-, algunos eruditos se opusieron desde un primer momento a estas asociaciones. Así, en 1936 Arthur Ungnad, a pesar de atribuir diferentes valores morales a cada raza, reconoció, que raza y lengua no coincidían, al menos en períodos históricos 27. Pero particularmente influyente fue la actitud de Thorkild Jacobsen, quien en su artículo "The Assumed Conflict Between Sumerians and Semites in Early Mesopotamian History" 28 publicado en los albores de la 2da. Guerra Mundial, se opuso enfáticamente a la identificación de conflictos raciales en Mesopotamia; demostró, por el contrario, una amplia convivencia, a través del análisis de inscripciones, fuentes literarias, usos de nombres personales y selección de dioses sumerios para legitimar el accionar de los reyes acadios. Su excelente trabajo instala fuertemente la idea de que las luchas entre ciudades son luchas por la hegemonía, y postula, a través del análisis de fuentes textuales, que incluso la unificación de Mesopotamia bajo el “semita” Sargón de Acad, era reflejado positivamente en la literatura sumeria posterior, evidenciando la inexistencia de un conflicto racial. Reconociendo sin titubeos el valor político del planteo de Jacobsen, es necesario observar que el autor prácticamente identificaba los conceptos de raza y etnia, lo que invalida, a la luz de los actuales estudios sobre etnicidad, su cerrada oposición a estos análisis.

Debido a las terribles consecuencias del planteo hitleriano acerca de la superioridad de la raza aria, y al peso de la autoridad académica de Jacobsen, se generó a partir de entonces, una predisposición contraria a los estudios étnicos en Mesopotamia, que, en consecuencia, pasa a segundo plano el tema de las peculiaridades de la relación súmero-acadia que -como es perceptible en la bibliografía posterior- es retomada luego desde otras perspectivas y con muchos resguardos.

A su vez, los vínculos entre acadios y amorreos, casi sin excepción, fueron abordados como relaciones dicotómicas entre pueblos nómades y sedentarios (y sus variantes de seminómades, semisedentarios, pastores, etc.), asociados a la interpretación de la relación tribus-estado. Ya se ha comentado supra que la caracterización de tribu resultó de la generalización de ciertas experiencias coloniales con tribus africanas y en especial con los beduinos camelleros y los pueblos árabes. Esto último reafirmó la idea del carácter naturalmente semita de los nómades, prejuicio que además tenía antiguo sustento en las versiones bíblicas de la historia del pueblo hebreo 29. J. T. Luke, lo ha señalado de modo expresivo: “In Near Eastern History, the Arab Bedouins became the primary source for Semitic Ethnic and cultural evolution, just as Arabic was basic for comparative Semitic Lingüistics. The Bedouins were Semites, living in the desert, tribally organized, and lacking all the marks of “higher civilization”. Therefore, they seemed to represent perfectly the “primitive” or original stage of Semitic evolution. Bedouin life was viewed as a fossil, displaying in the present the character of all ancient Semites” 30. El ejemplo de los raids beduinos, partiendo cíclicamente del desierto, para asaltar caravanas, aldeas y ciudades, dio lugar a la visión del desierto arábigo-sirio como patria de los semitas, presente en la mayoría de los estudiosos hasta hace poco tiempo 31.

Las posiciones que solapaban el vínculo necesario entre semita, nómade y organización tribal, se habían afianzado con las excavaciones iniciadas en la década del 30 por los franceses en Tel Hariri (Mari), en el Eufrates medio, y el extraordinario descubrimiento del archivo de la ciudad, con más de 20.000 tablillas correspondientes a tres generaciones de la primera mitad del siglo XVIII a.C. En ellas se mostraba un amplio espectro de relaciones entre los grupos tribales amorreos y estados urbanos, muchos de ellos con dinastías también amorreas. Una extensa lista de investigadores se dio a la tarea de transliterar, traducir y publicar las tablillas, tarea todavía vigente. Sólo por dar una idea de la enorme repercusión de este archivo entre los asiriólogos, cabe mencionar a J. Charles, G. Dossin, G. Boyer, M. Birot, J. Kupper, F. thureau-Dangin, entre tantos otros investigadores, quienes dieron cuenta de temas tan variados como los textos administrativos, la correspondencia “diplomática” , aspectos jurídicos; pero por sobre todo, desnudaron el aspecto multiforme de la relación entre los estados urbanos dirigidos por reyes amorreos, con las tribus del mismo origen (haneos, benjaminitas, suteos) aliadas a ellos o que los enfrentaban 32.

En el contexto historiográfico reseñado no sorprende que se interpretara esta relación directamente como expresión de la eterna oposición civilización o barbarie –como ya se ha reseñado supra- y como lo observa críticamente Pierre Briant en la introducción de su trabajo Etat et pasteurs au Moyen-Orient ancien 33, donde muestra que ese conveniente paradigma de origen estatal, que permite justificar la expansión territorial, toma de cautivos, etc., viene repitiéndose hasta nuestros días desde las fuentes clásicas y está presente incluso, en anteriores registros, como en la literatura sumeria del género de las “lamentaciones”, donde se atribuye la caída de la dinastía de Agade, a los nómades guteos y la caída de la dinastía de Ur III a los “nomades” amorreos 34.

El avance de los estudios sobre nomadismo y sus relaciones con la sociedad sedentaria, enriquecido por las interpretaciones cada vez más afinadas de las fuentes y del conocimiento etnográfico, condujo a aportaciones que serían claves para llegar a un enfoque posterior basado en el análisis de la etnicidad. Así los innumerables trabajos de Michael Rowton 35 ponían al descubierto la íntima relación entre nómades y sedentarios, a la que el autor caracterizara como dimorphic structure y la dependencia de los primeros a los segundos, condicionados por la necesidad del ganado menor (cabras y ovejas) de acceso a pasturas y aguadas, lo que lo llevó a acuñar el término enclosed nomadism. En 1969, el trabajo innovador de Luke 36, lamentablemente sin continuidad, opta por definir las características de los grupos que circulan en las adyacencias de Mari, como pastoralismo, para diferenciarlo de otras formas nomádicas de mayor autonomía.



Los modernos estudios sobre etnicidad.

Como bien ha señalado Maxwell Owusu 37, hasta la década 60-70 antropólogos, sociólogos y lingüistas estaban más interesados en la lógica interna de cada sociedad que en las relaciones entre sociedades y en la diacronía. Pero la historia no había cesado su movimiento y el fenómeno del denominado tercermundismo, el problema de la Revolución Cubana, la descolonización de Africa, la Guerra de Vietnam, estaban promoviendo actitudes críticas hacia las miradas occidentales sobre el resto del mundo.

Es ente período en que surge el enfoque moderno sobre el tema etnicidad. Por un lado, la antropología política 38, en la década del 60 comienza a cuestionar las miradas estáticas e internas del funcionalismo, el relativismo cultural y el estructuralismo -asumiendo que son todas escuelas de origen occidental 39-, para propender a una nueva concepción de la etnicidad, considerada no un imperativo cultural sino una estrategia de lucha. Hay que recordar que las monografías etnográficas de las décadas del 40 y 50 solían crear límites artificiales entre los estados modernos y los pueblos sin organización estatal, englobados, a veces arbitrariamente, como ya se ha consignado, bajo la denominación de “tribus”. Su reemplazo por los términos más neutros como etnia o etnicidad, señala Cecilia Hidalgo,“conlleva un viraje disciplinar hacia lo no aislado en oposición a lo aislado, hacia lo contemporáneo versus lo primitivo, a lo universalmente aplicable versus lo no-occidental, hacia un enfoque tanto subjetivista como objetivista, hacia la idea de fluidez de los límites y de los contenidos en que se funda la identificación étnica” 40.

Coincidente con esta renovación, puede señalarse la influencia directa o indirecta que tuvieron algunas miradas críticas, sobre los estudios étnicos. Entre ellos los trabajos de Edmund Leach, David Easton y Georges Balandier, son algunos ejemplos de entre los muchos investigadores que cuestionaron las prácticas y teorías antropológicas sustentadas hasta el momento 41. Otro pilar de los estudios modernos sobre etnicidad fue instalado, por el denominado giro Barthiano, es decir las propuestas rupturistas de Frederick Barth en el Simposio realizado en la Universidad de Bergen en 1967 42. En él, Barth se opone a la tradicional mirada del etnógrafo y enfatiza la necesidad de considerar al grupo étnico como forma de organización social y remite, por tanto, al análisis del sistema de relaciones sociales, sus representaciones ideológicas, y los diacríticos identitarios que establecen las fronteras entre unos y otros grupos étnicos, cuyo grado de permeabilidad no implica la desaparición de las diferencias. Este último enfoque tendrá un efecto revulsivo en los estudios sobre Mesopotamia antigua, aunque llegarán con una década de retraso.


De los ’80 a nuestros días: nuevas alteridades, nuevas interpretaciones.

La década del 80 será marcada por el fenómeno de la denominada “globalización”; los 90 presencian la caída de la URSS -y por tanto el surgimiento de un mundo de poder unipolar-, por lo cual no es sorprendente ver surgir posiciones que por un lado, son una reacción contra las teorías generalizadoras y estructurales; y por otro se intenta considerar la autonomía del sujeto –tan empequeñecido y solitario en la aldea global- cuyas acciones son la fuente de creación de sentido, de significados, expresados en símbolos que los mediatizan. Este enfoque antropológico conocido como “interaccionismo simbólico”43, pone el acento en las relaciones intersubjetivas de construcción de las identidades individuales y sociales. Más allá de que esta posición implica subvertir las formas de análisis social, e incluso puede ser tachada de idealista, sus análisis han contribuido a comprender más profundamente el tema de las identidades individuales y colectivas en interacción, así como el poder de los símbolos en las sociedades humanas 44.



Simultáneamente se asiste al surgimiento de la la antropología histórica, recorte disciplinar que ha sido entendido de modos diversos y recibido también importantes críticas 45. La antropología histórica, plantea Marc Augé: “...en su intento de recuperar la modalidad particular de memoria (aprende, por ejemplo a interrogar los silencios, los olvidos o las deformaciones de las genealogía, aprende a apreciar el papel real y el funcionamiento ideológico de un suceso magnificado por al tradición)...” 46; también es un reflejo del hecho de que “Esa modernidad plantea así un mismo problema a la antropología y a la historia: ¿cómo tratar la diversificación sin precedentes de un campo de investigación que, sin embargo, abarca la totalidad del planeta?” 47. Y podría agregarse: y la totalidad de la historia? Desde otras perspectivas, la antropología histórica ha sido un intento de eludir los grandes modelos interpretativos para llegar a los temas más ligados a lo singular, entre ellos el de la construcción de las identidades. Estos nuevos enfoques instalan el estudio de minorías étnicas, migraciones, pluralismo cultural, tendiéndose un puente con el campo de estudio de la sociología histórica, preocupada particularmente por la comprensión del fenómeno de nación, nacionalismo, extranjería y etnicidad, reverdecidos, como ya se señalara, bajo el proceso de la denominada “globalización” 48. Este viraje temático hacia el tema de las identidades está connotado por el debilitamiento de los estados nacionales, que posibilita la irrupción del reclamo de las etnias minoritarias soterradas bajo ellos (el caso de la agudización de la lucha del pueblo vasco por su autonomía es un caso paradigmático); también el derrumbe de la URSS y la desintegración de la convivencia étnica en algunos países del “bloque del este”, antes garantizada por su superestructura política, como en el caso de la ex Yugoeslavia (enfrentamientos avivados por claros intereses políticos occidentales).

Resulta un tanto paradójico que fuese la sociología la que retomara este tema, en tanto que ya en 1925, Max Weber –uno de sus padres fundadores- señalaba que "Al concepto de comunidad étnica, que se disipa ante una rigurosa formación conceptual, se asemeja en cierto grado otro concepto, cargado por la mayoría de nosotros de acentos patéticos, el de nación, tan pronto como tratamos de aprehenderlo sociológicamente" 49. Su firme posición contraria al uso de estos conceptos se basaba en su convicción de que eran inoperantes para “toda investigación rigurosamente exacta” 50. Sin embargo, el tema, lejos de abandonarse, ha generado una abrumadora producción. Los trabajos de distintos autores, en su intento de interpretar procesos contemporáneos, buscaron clarificar el surgimiento de las naciones modernas (el estado-nación), los nacionalismos, y estimularon una nueva lectura sobre las sociedades antiguas al intentar descifrar, por comparación, otras formas identitarias en las sociedades pre-modernas. En algunos casos por extrapolación de sus planteos hacia sociedades para las que no fueron pensados, en otros por búsqueda de sustento empírico a afirmaciones teóricas de los autores, el tema ha incitado a reconsiderar críticamente la posibilidad de la construcción de vínculos político-identitarios, con fuerte apoyatura en una cultura y religión compartida y manipulada por las élites. Así se ha instalado la discusión en cuanto a la existencia de “naciones” antes de la era moderna, planteos que sustentan, entre otros Anthony Smith, que acuña el concepto de identidades políticas pre-modernas 51; o Samuel Grosby, que por su parte, reconoce en la antigüedad, ejemplos de una conciencia circunscripta a un límite territorial trans-local y de este modo quizás una nacionalidad, considerando la existencia de varias colectividades en el Antiguo Cercano Oriente que reúnen esos requisitos 52. A su vez Eric Hobsbawm y Benedict Anderson 53 han puesto de relieve la importancia de la dimensión religiosa como elemento emocional de la pertenencia identitaria, aspecto que necesariamente adquiere un mayor relieve en sociedades antiguas. Pero por encima de ello, se instala el interrogante acerca de la verdadera diferencia entre sociedades pre-modernas y modernas, o pre-capitalistas y capitalista: ¿Identifica realmente la etnicidad y la organización tribal a las primeras, mientras que la organización político-nacional es exclusivo patrimonio de la segunda? Tal vez habría que plantearse si esta dicotomía no es una herencia del planteo evolucionista, en su versión teleológica, con una natural fase final en la Europa moderna o capitalista, o –en la versión marxiana-estalineana- en el triunfo del socialismo. La visión unilineal de la historia condiciona pensar que el resurgimiento de la etnicidad y las nacionalidades anteriores al estado-nación son retrocesos, arcaísmos; en tanto que si se parte de premisas más flexibles, puede más bien observarse que la argamasa histórica está constituida de analogías y diferencias y que no hay un único sentido de desarrollo, sino una multiplicidad de desarrollos potenciales; muchos de los cuales fueron truncados a lo largo de la historia.


El fin del siglo XX y el nacimiento del XXI aparece así dividido entre dos pulsiones opuestas: respetar las diferencias en el marco de una sociedad multicultural, o extranjerizarlas, guetizarlas 54. Esta última opción podría llegar a tener un carácter supranacional, como indicarían las últimas guerras e intervenciones como las de Afganistán, Irán y más recientemente Iraq, lo que instalaría nuevamente lo que parecía una dicotomía superada: el enfrentamiento Oriente-Occidente 55.
Periodizando los enfoques modernos sobre etnicidad en Mesopotamia.

Haciendo una apretada síntesis, se puede reconocer tres momentos significativos en cuanto a un tratamiento crítico que reinstala la problemática étnica, en Mesopotamia, luego de un largo silenciamiento del tema. El primero de estos momentos de sello crítico, es el reclamo de Ignace Gelb en 1960, quien oponiéndose al planteo de Jacobsenn mencionado supra, en su trabajo "Sumerians and Akkadians in their Ethno-linguistic Relations" 56, presentado a la IXe Rencontre Assiriologique Internationale, propone la reconsideración del tema etnicidad, independizándolo de sus relaciones con el racismo y el nacionalismo. El autor atribuye singular importancia a la lengua, por lo cual denomina a las distintas poblaciones discretas, grupos etnolingüísticos. En sus propias palabras: “Before entering into a discussion of the main topic is necessary to clear up the terminology in respect to my use of the term “ethno-lingüistic”. Some time ago 57, I defined the terms “nation” (demos) and “people” (ethnos) in the following way; “The definition of “nation” is relatively easy: “nation” is a political term denoting a body of persons linked together by a state or by a common will to a state. Definition of the ethnic term “people” is more difficult, as the traits characterizing a people are more numerous and more complex. The main traits of a people are community of tradition, custom, religion, culture, language, an geographic position. Not all of these traits are equal strength, and indeed some of them may even be absent. Quite influential are the ties of common tradition in respect to descent. Compactness of geographic position is an important factor, even though parts of the same ethnic unit may times inhabit widely scattered areas. Religion as an ethnic tie varies in strength. Language as the vehicle of tradition is one of the strongest foundation of a people. As an outward expression language becomes the symbol with which a people is most easily identified. For a people to give up its language in favor of another normally means the renunciation of its own ethnic identity and subsequent assimilation into ethnic group from which the new language has been taken”. 58



Si bien este planteo no tendrá efectos inmediatos, será reconocido a posteriori y muestra en su plenitud los beneficios de la agudeza de un seguidor atento de los procesos sociales, en su campo de estudio y en el mundo del que es contemporáneo.

Un segundo momento crítico en relación a la problemática de los estudios étnicos en Mesopotamia antigua, se pone en evidencia a partir del reclamo de Kathryn Kamp y Norman Yoffee, en su trabajo publicado en 1980 “Ethnicity in Ancient Western Asia During the Early Second Millenium B.C.: Archaeological Assessments and Ethnoarchaeological Prospectives”, que ya se ha citado supra. Esta posición se articula con el denominado “giro barthiano” en los estudios étnicos, ya reseñado. Al mismo tiempo Kamp y Yoffe hacen una apuesta a las posibilidades heurísticas de la etnoarqueología 59, es decir a la posibilidad de recuperar las diferencias étnicas a partir del registro arqueológico. La etnoarqueología, forma parte de las transformaciones consecuencia de los trabajos de la denominada “New Archaeology”60, la arqueología procesual, que participando de un modo u otro (tal vez sólo del “clima”) de las posiciones renovadoras que, como se ha reseñado supra, cunden desde la década del 60, dirige una mirada crítica, respecto de los métodos e interpretaciones de sus predecesores 61, con una actualizada propuesta de ligazón a la antropología y las ciencias naturales y su interés en deducir modelos generales de comportamiento y adaptación; con énfasis en la comprensión de procesos diacrónicos en el marco de teorías sistémicas y de alcance medio; a lo que se sumará más adelante, desde los 70, la denominada “arqueología post-procesual”,62 con una idea de cultura como conjuntos heterogéneos de interpretaciones y representaciones superpuestas, e incluso opuestas, rescatando al individuo y su mundo simbólico; perspectiva permeable, además, a las influencias del marxismo, el estructuralismo, o los nuevos trabajos sobre el poder; incluso las posiciones del feminismo tuvieron su lugar 63.

El tercer momento crítico que se ha identificado se correponde al ciclo que encierra la realización de dos de los importantes eventos anuales para arqueólogos, filólogos, antropólogos, historiadores, dedicados al mundo antiguo-oriental: La 38e Rencontre Assyriologique Internationale realizada en París en 1991, abocada al tema La Circulation des Biens, des Personnes et des idées dans le Proche-Orient Ancien, y la más reciente que se llevara a cabo en Leiden en 2001 bajo el específico tema Ethnicity in Ancient Mesopotamia, que, como su nombre lo indica, reinstala la etnicidad como objeto de investigación en el ámbito de estos estudios, sorteando finalmente la interdicción de tres cuartos de siglo que pesara sobre ellos. Tal vez puede establecerse un ciclo madurativo de casi una década entre 1991 y 2002 , relacionado por un lado, con el propio desarrollo de los estudios del área; por otro, los planteos y revisiones críticas en cada una de las ciencias sociales y los acercamientos entre las mismas, que ha llevado a establecer nuevas delimitaciones; y trasvasando lo anterior las urgencias del presente que, desde el avance de la denominada globalización ha hecho estallar los moldes identitarios provistos por el estado-nación haciendo emerger viejas identidades étnicas, promoviendo el surgimiento de otras nuevas, o conflictos que requieren innovadoras miradas sugeridas por los actuales problemas migratorios, procesos de diáspora y consecuente situación de refugiados, inmigrantes y minorías étnicas y nacionales, que han estimulado estudios de procesos análogos en la antigüedad, aunque con las más afinadas precauciones en torno al uso de comparaciones 64.

La actualidad está demandando a los cientistas sociales un rigor metodológico superador del supuesto ascetismo positivista y el definitivo abandono del esquema evolucionista unilineal que permitía pensar cómodamente las antiguas culturas asiáticas y africanas (el denominado Cercano Oriente antiguo) como peldaños hacia la consumación de la civilización occidental; quienes luego de haber jugado su papel de escalón necesario habrían quedado como rezagos molestos e imperfectos. Es hora de intentar comprender al mundo en su intensa diversidad, recreando planteos éticos comprometidos con el conjunto de la humanidad y puliendo las herramientas instrumentales del análisis científico: los conceptos. Esta tarea abarca el continuum histórico: pasado, presente y futuro, con nuevos y enriquecedores enfoques. Los nuevos usos del concepto de etnia, liberado de su carga ideológica que lo asimilaba a la pertenencia racial, pareciera ser uno de estos instrumentos pertinentes para lograr una mirada más aguda y sensible sobre todo el arco histórico.





1 El evolucionismo social, particularmente en la versión de Lewis Morgan en Ancient Society (Holt, New York, 1877), representó un legítimo intento de comprender la diversidad de desarrollos sociales, basándose en una comprensión darwiniana del ser humano, como parte de la evolución natural, contraria, por lo tanto, a los planteos creacionistas e idealistas, que son incluso perceptibles en la posterior teoría difusionista. (En español: La sociedad primitiva, Ayuso, Madrid, 1975).

2 Gordon Childe en su trabajo La evolución social, Alianza, madrid, 1973 (lra. ed. inglés 1950), en p. 10, comentando la teoría desarrollada por Charles Darwin, en Origin of species (New American Library, New York, 1859; en español, El origen de las especies, Grijalbo, México, 1958), señala que “(...) en la geología estratigráfica “después” significa “más arriba que”, en una serie continua de depósitos sedimentarios. Así, en la evolución orgánica, los términos “superior” e “inferior” adquirieron significado objetivo y se liberaron de su subjetividad antropocéntrica. El Homo sapiens ha llegado a ser el mamífero superior no sólo por su conciencia de ello, sino por ser la última especie en aparecer”. Childe intentaba de ese modo romper con el esquema prejuiciado de inferioridad-superioridad de las culturas; diferencia a Darwin, en ese sentido, de E.B. Tylor, que en su Primitive Culture ( Murray, London,1871; en español La cultura primitiva, Ayuso, Madrid, 1977), no sólo basa su análisis en “instituciones”, sino que les asigna un rol prefigurador en la historia posterior.

3 Así lo analiza Laënnec Hurbon en El bárbaro imaginario, FCE, México, 1993 (lra. ed. francés 1987); a su vez, Joan Bestard y Jesús Contreras en su trabajo Bárbaros, paganos, salvajes y primitivos. Una introducción a la Antropología, Barcanova, Barcelona, 1987, analizan el impacto del descubrimiento de América en la comprensión del mundo de los europeos, a la luz de la herencia greco-latina y su concepción de los “bárbaros”, o la experiencia de la “amenaza mongola” a Occidente. En épocas casi recientes todavía se observa este fenómeno, ver Trinchero, H.H., Los dominios del demonio. Civilización y barbarie en las fronteras de la Nación. El Chaco Central, Eudeba, Bs. As., 2000. Desde la perspectiva de las modificaciones que introdujo en Europa el descubrimiento de América: Jacques Barzun, Del amanecer a la decadencia, quinientos años de vida cultural en occidente (de 1500 a nuestros dias), Taurus, madrid, 2001.

4 Los griegos lo utilizaron para designar a las sociedades que no habían alcanzado la organización de ciudad-estado, instalando una visión de la alteridad desde un sesgo político

5 El antiguo uso del vocablo nación para referirse a un pueblo diferenciable de otros, con sentido semejante al de etnia, es evidente en los cronistas de la conquista y colonización de América, que se refirieron en esos términos a la “nación guaraní”, o “nación guaycurú”.

6 Walter Connor en su obra Etnonacionalismo, Trama, Madrid, 1998, utiliza un capítulo de su obra para analizar los que denomina “caos terminológico”, intentando poner de relieve los usos indiscriminados y superpuestos de los términos grupo étnico, nación, estado, nacionalismo, entre otros.

7 Importante compilación de Alfonso Pérez Agote, con artículos dedicados tanto a la problemática teórica como al análisis de casos, en Sociología del Nacionalismo, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, Bilbao, 1989. A su vez Inace Alvarez Dorronsoro hace un importante recorrido desde la identidad étnica al nacionalismo, incluyendo los “nuevos nacionalismos”, consecuencia de modernas situaciones en el plano internacional, en Diversidad cultural y conflicto nacional, Talasa, Madrid, 1993.

8 A esta situación hay que sumarle lo acontecido en los “nuevos estados”, como el caso de EE.UU. o Argentina, donde la nación como tal era inexistente debido a su dependencia de la inmigración, luego del cuasi exterminio de su población aborigen. Esto acentuó el intervencionismo del estado para garantizar la “integración”, proceso conocido también como “melting pot”. Una situación con puntos de contacto con la anterior se dio con la creación de la URRS y las naciones del este de Eruopa bajo su influencia, en la convicción de que el socialismo haría desaparecer las formas organizacionales entendidas como “relictos” premodernos. Ver, de entre la inmensa bibliografía actual, análisis puntuales como el de H. Díaz Polanco, La cuestión étnico-nacional, Fontamara, México, 1988; también M. Belchis “Instrumentos metodológicos para el estudio de las relaciones interétnicas en el período formativo y de consolidación de estados nacionales”, Hidalgo, C. & L. Tamagno (comp.), Etnicidad e identidad, CEAL, Bs. As., 1992, pp. 82-108. Para el caso del planteo socialista ver Y. V. Bromley “Procesos étnicos contemporáneos en la URSS”, en Pérez-Agote, Op. cit. supra, pp. 163-176.

9 La cabeza más visibles de este planteo es J.A. de Gobineau, con su obra The moral and intellectual diversity of races, Lippincott, Filadelfia, 1856 (original francés 1853).

10 Importante explicación sobre las influencias ideológicas en la comprensión de las culturas, incluyendo el problema de las lenguas, en el trabajo de Martin Bernal Atenea Negra. Las raíces afroasiáticas de la civilización clásica, Crítica, Barcelona, 1993. (lra. ed. inglés 1987)

11 Colin Renfrew realiza un recorrido crítico sistemático, además de aportar sus propias hipótesis, en su libro Arqueología y lenguaje. La cuestión de los orígenes indoeuropeos, Crítica, Barcelona, 1990. (lra. ed. inglés 1987)

12 El primero en formular teóricamente el término “tribu” fue Morgan en su obra Systems of Consanguinity and Affinity of the Human Family, Smithsonian Institution,Washington, 1870, donde postula que el parentesco es lo que domina la lógica interna de las relaciones sociales en las sociedades “primitivas”. A su vez, considera que una tribu es una sociedad completamente organizada, capaz de reproducirse.

13 Benvéniste, E., Le vocabulaire des institutions indo-européens, Les editions de Minuit, París, 1969.

14 Walter Connor,1998, Op. cit. supra, analiza esta cuestión en el punto de su obra “tribalismo”, pp. 105-108.

15 Como ejemplos de la inmensa bibliografía etnográfica que impactó sobre los estudios orientales, se pueden citar: Charles, H., “Tribus moutonnières du Moyen Euphrates”, Documents d´etudes orientales de l´institut Francais, VIII, Damascus, 1939; Coon, Carleton S., Caravan: The Story of the middle East, New York, 1958; discusiones como las compiladas en Helm, J. (Ed.), Essays on the Problem of Tribe.Proccedings og the 1967 Annual Spring Meetiing of the American Ethnology Society, Seattle, University of Michigan Press, 1968.

16 El término fue introducido por Max Müller, para referise a lenguas europeas y asiáticas que no eran indoeuropeas, semíticas o chinas y que actualmente se suelen considerar dentro del grupo uralo-altaico. Cf. Müller, M., The Science of Language, New York, 1891.

17 Halévy, J., “Observations critiques sur le prétendus Touraniens de la Babylonie”, Journal Asiatique, 1874.

18 Wiessbach, Sumerische Frage 138.

19 Prince, J.D, Materials for a Sumerian Lexicon, Part I, Leipzig, 1905.

20 Renan, E., De la part des peuples sémitiques dans l’histoire de la civilisation, parís, 1862, p. 16. Es harto conocida la influencia de Renan y del romanticismo en el ascenso de las ideas nacionalistas.

21 Detallada explicación de Jerrold Cooper sobre los aportes de J. Halévy en el campo de la asiriología y de la relación entre su condición de judío en un contexto de antisemitismo en ascenso, en “Posing the Sumerian Question: Race and Scholarship in the Early History of Assyriology”, AuOr 9, 1991, pp.47-66.

22 von Soden, W., “Der Aufdtieg des Assyrerreiches als Geschichtliches Problem”, AO 37 (1/2). Actualmente se piensa en la posibilidad de considerar el hurreo una lengua caucásica (Diakonoff, I & S. Starostin, Hurro-Urartian as an Eastern Caucasian Language, Münchener Studien zur Sprachwissenschaft, 1986)

23 Speiser, E. A., “The Bearing of the Excavations at Tell Billa and Tepe Gawra upon the Ethnic Problems of Ancient Mesopotamia”, American Journal of Archaeology 36, 1932, p. 30. Speiser reconoció más tarde que “existe una marcada discrepancia entre la evidencia de los cementerios descubiertos en Sumer y la apariencia de los sumerios históricos representados en los monumentos” , en su trabajo “The Sumerian Problem Reviewed”, HUCA 23 (2), 1950-51, p. 343.

24 Langdon, S., Excavations at Kish I (1923-1924), Geuthner, París, 1924; Field, H., “The Antiquity of Man in Southwestern Asia”, AA 35, 1933.

25 Meyer, E., Sumerier und Semiten in Babylonien, 1906. (Citado en Andrea Becker “Neusumerische Renaissance?. Wissenschaftsgeschtliche Untersuchungen zur Philologie und Archäologie”, BaM 16, 1985.

26 Moortgat, A., The Art of Ancient Mesopotamia, Phaidon, London, 1969.

27 Unnag, A., Subartu. Beitrage zur Kulturgeschichte und Volkerkunde Vorderasiens, Walter de Gruyter, Berlin, 1936, p. 3

28 JAOS, 59, 1939. Jacobsen mantiene su posición, aunque con aclaraciones, precisando su uso del concepto de raza y etnia y además reponde a las objeciones de Gelb, en su posterior trabajo “Iphur-Kishi and His Time”, publicado en Archiv für Orientforschung XXVI, 1978-79.

29 Por ejemplo el trabajo de A. Malamat “Aspect of tribal societies in Mari and Israel” presentado en 1966 a la XVe Rencontre Assyriologique Internationale., compilado por editado por J.R. Kupper en La Civilisation de Mari, Société d´Édition “Les Belles Letre”, París, 1967

30 Luke, J.T., Pastoralism and Politics in the Mari Period, PhD dissertation, University of Michigan, 1965, p. 1.

31 Desde viejos trabajos como el de J. Peters “The home of the Semites”, JAOS XXXIX, 1919; a tradicionales como el de S. Moscati The Semites in Ancient History, Cardiff, 1959.

32 Publicados, la mayor parte de ellos en las series ARM (Archives Royales de Mari) y ARMT (Archives Royales de Mari. Transcriptions et Traductions)

33 Briant, P., Etat et pasteurs au Moyen-Orient ancien, Cambridge University Press (Cambridge), Editions de la Maison des sciences de l´home, París, 1982

34 Kramer, S.N. “Lamentation over Destruction of Ur”, Pritchard, J. B., The Ancient Near Eastern Tetxs relating to the Old Testament. (ANET), 3ra. ed., Princeton University Press, Princeton, 1969., pp. 455-463; “Lamentation over the Destruction fo Sumer and Ur”, Pritchard, J.B., The Ancient Near East. Supplementary Texts and Pictures Relatin to the Old Testament,, Princeton University Press, Princeton, 1969, pp. 611- 619; Cooper, J. The Curse of Agade, The John Hopkins University Press, Baltimoore and London, 1983, pp. 50-63.

35 Rowton, M. B., “Autonomy and nomadism in Western Asia”, Orientalia, 42, 1973; “Urban autonomy in a nomadic environment”, Journal of Near Eastern Studies, 32, 1973; “Enclosed nomadism”, Journal of Economic and Social History of Orient¸17, 1974; “Dimorphic structure and the tribal elite”, Al-Bahit. Festschrift Joseph Henninger, Studia Instituti Anthropos 28, St. Agustin bei Bonn: Anthropos.Instituti, 1976; “Dimorphic structure and typology”, Oriens Antiquus, 15, 1976; “Dimorphic structure an the problem of ´apirû-'ibrîm”, Journal of Near Eastern Studies, 35, 1976; “Dimorphic structure and the parasocial element”, Journal of Near Eastern Studies, 36, 1977. Un resumen de sus trabajos, e importantes aportes de orientalistas como D. O. Edzard, J.N. Postgate, A. Malbran-Labat, E. Cassin, J. Bottero, se encuentra en el libro compilado por Jorge Silva Castillo, Nómadas y pueblos sedentarios, El Colegio de México, México, 1982, donde también se incluye un trabajo del compilador y la visión de un antropólogo : J.P. Digard.

36 Luke, Op. cit. nota 21.

37 Owusu, M., “La etnografía de los etnógrafos y la etnografía. Teoría y práctica de la antropología sociocultural: una reconstrucción”, Anuario de Etnología y Antropología Social, Vol. 2, México, diciembre de 1989.

38 Hidalgo, C L. Tamagno, Etnicidad e Identidad, CEAL, Bs. As., 1992, “Prólogo”, p. 5.

39 Un planteo ultra-crítico sobre estas escuelas se aprecia en el extenso manual de Marvin Harris El desarrollo de la teoría antropológica, Siglo XXI, Madrid, 1979 (lra. Ed. inglés 1968)

40 Hidalgo, Ibidem, p. 3.

41 Leach, E.,en español Sistemas políticos de la Alta Birmania, Anagrama, Barcelona, 1977; Easton, D., “Political Anthropology”, Biennal Review of Anthropology, 1959; en español: Antropología Política, Península, Barcelona, 1969; un poco más adelante, en el marco que estamos reseñando le seguiría su Teoría de la descolonización, Tiempo contemporáneo, Bs. As., 1973 (Original francés 1971).

42 En español: Barth, F., Los grupos étnicos y sus fronteras, FCE, México, 1969.

43 Carlos Reynoso atribuye el surgimiento del “interaccionismo simbólico”, a la reacción, especialmente en EE.UU. contra el establishment académico. En Corrientes en antropología contemporánea, Biblos, Bs. As., 1998, p. 122 y ss.

44 En ese sentido son importantes, entre otros, trabajos como el de Goffman, E., Estigma. La identidad deteriorada, Ammortu, Bs. As. 1993 (lra. Ed. inglés 1963; lra. Ed. español 1970), o Turner, V., The forest of symbol: Aspects of ndembu ritual, Cornell University Press, Ithaka, 1967.

45 Hay diversos modos de hacer antropología histórica y también visiones críticas. Ambos aspectos quedan reflejados en los aportes recogidos en la revista española Historia social. Ver por ejemplo: Thomas, K., “Historia y Antropología”, Historia Social. U.N.E.D., Nº 3, Valencia, invierno 1989; Radding, CH., “Antropología e Historia o el traje nuevo del emperador”, Historia Social. U.N.E.D., Nº 3, Valencia, invierno 1989.

46 Augé, M., Hacia una antropología de los mundos contemporáneos”, Gedisa, Barcelona, 1995, p. 20. También El sentido de los otros, Paidós, Barcelona, 1994. Como puede observarse la antropología histórica se conecta en más de un sentido con la práctica disciplinar de la etnohistoria.

47 Ibidem, p. 26.

48 Entre los muchos trabajos y enfoques, se menciona: Balibar, e. & I. Wallerstein, Race, nation, clase. Les identités ambiguës, Édtions la Découberte, Paris, 1988, respondiendoa la preocupación por los efectos de la presencia de los miembros de las ex colonias francesas en Africa; Pérez-Agote, A. (Ed.), Sociología del Nacionalismo, Servicio Editorial Universidad del País Vasco, Bilbao, 1989. Particularmente el punto 1.2 “Aspectos étnicos”, con trabajos de J. Nagel, W. Connor y J.I. Ruiz Olabuénaga, sobre aspectos nacionales e internacionales de los movimientos étnicos modernos, su impacto sobre las democracias y el último citado sobre el fenómeno del País Vasco; también el texto de Joan Josep Pujadas, Etnicidad. Identidad cultural de los pueblos, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 1993.

49 Weber, Max, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1944, Tomo II, p. 74. (1ra. ed. alemán 1925).

50 Ibidem.

51 Smith, A., 1994, Op. cit.

52 Grosby, S., “Borders, Territory and Nationality in the Ancient Near East and Armenia”, JESHO, Vol 40, Part 1, February 1997.

53 Hobsbawm, E., 1991, 1993, Op. cit.; Anderson, B., 1983, Op. cit.

54 Las posiciones son muy disímiles: Fraser, Nancy, “La justicia social en la era de las “políticas de identidad”: redistribución, reconocimiento y participación”. En Apuntes de investigación del CECYP. Año II. Nº 2/3, Bs. As., Noviembre de 1998; “De la redistribución al reconocimiento?. Dilema de las justicias en la era ‘postsocialista’, Rev. New Left Nº 0, AKAL, Madrid, 2000; Díaz-Polanco, H., “El conflicto cultural en el umbral del tercer milenio”, Memoria, Nº 131, Enero del 2000, México, pp. 34-43; Taylor, Charles, El multiculturalismo y “la política de reconocimiento”,FCE, México, 1999 (Original inglés 1992); Bhabha, Homi K., El lugar de la cultura, Ed. Manantial, Bs.As., 2002 (Original inglés 1994); La problemática de la diversidad cultural, documento UNESCO 2000.

55  Edward Said, recientemente fallecido, alertaba hace ya tiempo sobre este problema; ver del autor Orientalismo, Ed. Libertarias, Madrid, 1990 (Original inglés 1978). Por el contrario, Samuel Huntinton, bajo un pretendido análisis racional, adopta la más desnuda posición occidentocéntrica en su obra El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Ed. Paidós, Bs. As., 1997.

56 Génova, 8, 1960.

57 El autor se refiere a "Hurrians and Subarians” (SAOC XXII), Chicago, 1944

58 Op cit., 1960, p. 259.

59 Como se desprende de la extensa cita transcripta supra. La tesis de Geoff Emberling Ethnicity and the State in Early Third Millenium Mesopotamia, Michigan, 1995, representa el intento más acabado de aplicar este método.

60 En español, Hooder, I., Interpretaciones en Arqueología, Crítica, Barcelona, 1988 (original inglés 1986), hace una buen análisis de este desarrollo disciplinar, a la vez que propone un enfoque más audazmente histórico y ofrece un repertorio bibliográfico representativo. También Colin Renfrew, Paul Bahn Archaeology: Theories, Methods and Practice, Thames and Hudson, 2000. Entre los innúmerables sitios de dicados al tema en internet, interesa destacar http://www.gomr.mms.gov/homepg/regulate/environ/archaeological/N02-G01-QAcombined.pdf, con su propuesta Calrifications or Issues Associated with the New Archaeology NTL 2002-G01, Resulting from March 13 2002 Workshop in Houstoon, TX.

61 Binford, Lewis R, “Archaeology as Anthropology”, American Antiquity, 28, 1962; Binford, L., "Archaeological Systematics and the Study of Cultural Processes", American Antiquity, 31, 1965.

62 M & I. Hodder, "Processual, Postprocessual and Interpretive Archaeologies" from Reader in Archaeological Theory: Post-Processual and Cognitive Approaches, David S. Whitley, ed., Routledge, London, 2002.

63 Engelstadt, E., “Images of Power and Contradiction: Feminist Theory and Postprocessual Archaeology.” Antiquity 65, 1991, pp.502-514.

64 Charpin, Dominique, “Immigrés, réfugiés et déportés en Babylonie sous Hammu-rabi et ses succsseurs”, La circulation des biens, des personnes et des idées dans le Proche-Orient ancien. Actes de la XXXVIIIe Rencontre Assyriologique Internationales, Paris, 1991, textes réunis par D. Charpin et F. Joannes, Editions Recherche sur les Civilisations, Paris, 1992, pp. 207-220; Durand, Jean-Marie, “Unité et diversités au Proche-Orient à l´époque amorrite”, Ibidem, pp. 97-129;  Mander, P. & F. Pomponio, “A Minor Old Babylonian Archive about the Transfer of Personnel”, JCE, Vol. 53, 2001, pp. 35-59; De Graef, K., “Les étrangers dans les textes paléobabyloniens tadifs de Sippar” (première partie) , akkadica 111, janvier-février 1999, pp. 1-48; (deuxième partie), Ibidem, nº 112, maart-april 1999, pp.1-17;  Lafont, S., “le Roi, le Juge et l´Étranger a Mari et dans La Bible”, RA 92, 1998.

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