su parte)
La Escritura Hebrea utiliza el pan como una alegoría; una que intenta prefigurar aquel alimento por medio
del cual el hombre puede sostenerse a si mismo (es decir, obtener vida). Y, es por esto que, el maná que
sostenía con vida a Israel (en su jornada a través del desierto), descendía directamente de los cielos; como
intimando que, así como el pan terrenal puede dar vida a los hombres, de ese mismo modo el pan celestial (la
palabra de Yah) puede dar vida a los hombres.
Note que el pan no es algo que surge espontáneamente; no crece por si mismo en las espigas. El pan, requiere
del trabajo y el esfuerzo de aquel que desea consumirlo; quien tiene que hacer el esfuerzo de recoger la
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harina, amasarla con agua, fermentarla, y finalmente cocerla.
En otras palabras, la Escritura intima que, no podemos “obtener vida” (alimentarnos), si no estamos
dispuesto a hacer el esfuerzo que ello demanda. De hecho, note que, aun los Israelitas que recibían el maná
del cielo, tenían que hacer el esfuerzo de salir a recogerlo, molerlo, y prepararlo. Como esta escrito: “El
pueblo se esparcía y lo recogía, y lo molía en molinos, o lo majaba en morteros y lo cocía en caldera, o hacía
de él tortas” (Num. 11:8)
¿Que significan estas cosas? Significan que Yah (bendito sea) no aprueba que, el pecador que desea obtener
vida [es decir, vida eterna], piense que puede hacerlo sin esfuerzo alguno de su parte. En otras palabras, Dios
no se agrada del concepto de la “salvación sin obras”, donde el hombre cree poder obtener el pan (la vida
eterna) sin esfuerzo alguno de su parte, y solamente confiando en el “trabajo” hecho por alguna otra persona
(Moisés, Jesús, Muhammad, etc).
¿Confirman estas cosas las Escrituras Hebreas? ¡Ciertamente! La Torah enseña que, luego de que Adán
rompiese su comunión con el Creador, este le dice que, de ese momento en adelante (es decir, ahora que
Adán se encontraba espiritualmente lejos del Creador), Adán tendría que ganarse el pan (obtener la vida) con
el sudor de su frente. Como esta escrito, «Por cuanto comiste del árbol de que te mandé diciendo “no
comerás de él”; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella... CON EL SUDOR DE TU
ROSTRO COMERÁS EL PAN hasta que vuelvas a la tierra... pues polvo eres » (Gen. 3:17&19).
De este modo, Dios intimó a Adán que, la manera en que “obtendría la vida”, sería “trabajando la tierra con
el sudor de su frente” (es decir, con su propio esfuerzo). Pero, surge una interesante pregunta: habiendo sido
creado del polvo de la tierra, ¿no era Adán en sí mismo un pedazo de tierra? ¿Cual de las dos “tierras” tenia
entonces que trabajar? ¿La tierra que conformaba su propio cuerpo? ¿O la tierra que era externa a su cuerpo?
Y, ¿no sería la una, el prototipo de la otra?
Esto último, era precisamente lo que el Creador deseaba ilustrar: que así como Adán tendría que trabajar
aquella tierra que era externa a su cuerpo, a fin de obtener el pan (la vida material); de ese mismo modo
tendría que trabajar la tierra conformada por su propio cuerpo (disciplinando sus pasiones y deseos), a fin de
obtener la vida del alma.
La Torah dice: «He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no
alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre... Echó, pues, fuera al
hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos
lados, para guardar el camino del árbol de la vida» (Gen. 3:22&24).
¿Por que impidió Dios que Adán comiese del árbol de la vida? Pues porque tal cosa habría equivalido a
“salvación sin obras”; es decir, a tratar de obtener vida eterna, en base al “trabajo” (o mérito) de alguna otra
persona. Es que, el mérito de haber sembrado el árbol de la vida, no le pertenecía a Adán, sino al Creador.
Así que, lo que Dios quería intimar, era que si Adán deseaba obtener “vida” [eterna], no podía tomar el fácil
atajo que implica el alimentarse del mérito de lo que otro había sembrado; tenia que seguir el camino camino
angosto que implica ganarse el pan (la vida eterna) “con el sudor de su [propia] frente”, es decir, por el
mérito de su propio esfuerzo; y no por el mérito de nadie mas [¡ni siquiera el del mismo Creador!]
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