Concepto de medio ambiente en la obra de vicente de beauvais


Capítulo 68: Otras teorías al respecto



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Capítulo 68: Otras teorías al respecto


Hay también quienes defienden que los vientos contrarios, al chocar entre sí, producen un gran fragor, que es el trueno, y una parte del aire se ve obligada a descender violentamente hacia las capas inferiores, que es el rayo. Otros, sin embargo, consideran que el viento que hay encerrado dentro de la nube —de una manera muy similar al aire que podemos notar en nuestros intestinos— va desplazándose por dentro de la nube; por tanto, las nubes son como una especie de vejiga que, cuando revienta, expele el aire que tenía encerrado dentro con tal fuerza que, si desciende hacia la tierra y se topa con algo, es un rayo: mientras la nube esté entera, el viento que se mueve por dentro genera un sonido continuo y monótono similar a un mugido: así es como los truenos predicen las lluvias por venir. Pero cuando las nubes, siguiendo con la metáfora de la vejiga, se rompen o, mejor dicho, revientan, crean un ruido agudo, que es capaz de tumbar o incluso perturbar a un hombre, al que se le llama con propiedad atónito.

Aristóteles, por su parte, afirmó que de la tierra se evaporan muchas partículas, secas unas, húmedas las otras. A las secas tanto la fricción del movimiento como los rayos del Sol las pueden convertir en fuego: si desciende hasta nuestra parte del cielo con poca fuerza y difuminado, es un relámpago; si es lo bastante fuerte como para alcanzar la tierra, es un rayo. Según Aristóteles, la diferencia entre ambos no es de naturaleza, sino de fuerza: un relámpago es un rayo que no alcanza la tierra y, por tanto, un rayo es un relámpago que sí alcanza el suelo. Otros opinan que en verano el calor domina los cielos, por lo que cuando una nube, que está hecha de agua, llega a las capas altas, ambos contrarios —es decir, el fuego y el agua— chocan entre sí, de donde surge movimiento y sonido: si sumergimos en el agua un trozo de hierro al rojo vivo, por pequeño que sea, enseguida producirá una gran reacción; piensa entonces: ¿qué podría pasar si una nube, que está hecha de agua, tocara tal cantidad de fuego? Que el choque entre los contrarios produciría fuego, que —tal y como se ha dicho— puede ser un rayo o un relámpago.

En conclusión, estas son las diversas teorías, todas ellas muy brillantes, sobre los truenos, rayos y relámpagos que en modo alguno condeno, puesto que todas son posibles y verosímiles.

Capítulo 69: ¿En qué lugares y en qué estaciones caen rayos y en cuáles no?


Plinio, libro 2484: Una corriente de aire o una concentración de vapor, cuando luchan por escapar de las nubes donde han quedado encerrados, producen los truenos y, si consiguen forzar su camino y se inflaman, rayos. Es raro que caigan rayos en verano y en invierno, aunque por causas diametralmente opuestas: en invierno el aire es más espeso debido al mayor grosor de la capa de nubes y todas las emanaciones de la tierra están tan frías y heladas que pueden apagar cuantas partículas ígneas hubiese en el cielo: por esto nunca afectan los rayos a Escitia485 ni a sus heladas regiones vecinas; al contrario sucede con el desmesurado calor de Egipto: las emanaciones cálidas y secas de la tierra no llegan a condensarse más que en unas nubes tenues y endebles. En primavera y otoño, por contra, los rayos son mucho más frecuentes, porque en ambas estaciones se alteran las condiciones del invierno y el verano: por esta razón en Italia son frecuentes, ya que con esos inviernos más suaves y esos veranos tormentosos el aire es más sensible y en cierta manera es como si estuviéramos siempre en otoño o invierno.

Observaciones sobre el laurel, las focas y las águilas De cuanto nace en la tierra, el rayo nunca golpea al laurel ni alcanza más de cinco pies de profundidad bajo tierra. Por esto, los miedicas consideran que no haya nada más seguro que una cueva muy profundas o una tienda [col275] hecha con pieles de unas bestias llamadas focas, porque son el único animal marino al que los rayos no alcanzan, al igual que a las águilas de entre todas las aves, por lo que las se suele representar como las portadoras del arma del rayo.

Séneca, en la obra antes citada486: Los rayos suelen golpear la cumbre de las montañas, porque están más cerca de este fuego que cae desde el cielo y por esto es natural que el fuego las encuentre antes. Doquiera que caiga un rayo, no hay duda de que allí habrá un olor a azufre, que, dada su naturaleza pesada, puede causar locura si se respira mucho.

En un día despejado no pueden caer rayos y no debemos tenerles miedo, ni tampoco pueden caer en una noche serena. [Pero quizá preguntes:] “¿Por qué? ¿Acaso no se ven caer rayos en noches tranquilas y despejadas en las que se ven las estrellas?” Sí, pero sabes que en verdad las nubes están allí donde se produce el resplandor, aunque a nosotros no nos deje verlas la curvatura de la tierra. Así pues, puede darse que al chocar algunas nubes a ras de suelo salte alguna chispa que se pueda ver desde nuestra posición, con un cielo sereno.



Extracto del libro “La naturaleza del mundo”: Por otro lado, en Oriente no suelen haber tormentas en verano, porque entonces allí el tiempo es extremadamente cálido y seco y es imposible que la humedad, incluso si llegara al cielo, pudiera condensarse, sino que el calor del aire la disiparía automáticamente; allí ocurren en invierno, porque entonces sí que se eleva una cantidad suficiente de humedad desde la tierra y el aire sigue estando lo bastante caliente como para causar su emanación. Así esta combinación de calor y humedad templa la atmósfera de tal manera que sea muy fácil la formación de nubes a partir de estos vapores y tengan lugar vientos y choques entre nubes requeridos para que salten rayos y truenos. Por tanto, nuestro verano europeo es comparable al invierno en Oriente.

Capítulo 70: Reflexiones morales de Séneca respecto a nuestro pavor ante los rayos


Séneca, en la obra antes citada487: “Prefiero —me dices— no temer los rayos que conocerlos; lo que deseo es que me libres del miedo a ellos antes que explicarme su naturaleza”. Bien, pues, accedo a tu petición, porque creo que todas las lecciones deben ir acompañadas de algo de provecho: mientras estudiamos los misterios de la naturaleza, nuestro espíritu se debe fortalecer y librarse de sus angustias, no para evitar los golpes del azar —que nos llueven por todas partes— sino para resistirlos con entereza y paciencia: lo más que podemos hacer es no perder esa batalla pero nunca podremos zafarnos de ella. Desprecia a la muerte y despreciarás todo cuanto nos la puede causar, ya sea una guerra, un naufragio, el ataque de un animal salvaje o el derrumbe de una casa: ¿crees que pueden hacer algo más que separar el alma del cuerpo? Por más cuidados que tomes, no lo podrás evitar; por muy feliz que seas, no te perdonará; por más que luches, no lo vencerás.

Cobremos fuerzas ante la desesperación: hasta los animales más despreciables, a los que la naturaleza tan solo les ha enseñado a huir, cuando no tienen escapatoria intentan forzarla con sus cuerpos pese a no ser agresivos: Sentencia no hay enemigo más peligroso que el envalentonado por su angustia; un hombre valiente y desesperado intenta actuar como tal. A todos nos espera la muerte, la pregunta no está en el qué, sino en el cuándo: tarde o temprano ha de venir. Entonces, ¿por qué no te parece signo de una enorme estulticia y estupidez pedir una moratoria a la muerte con grandes alharacas? ¿No te parecería despreciable un hombre que, entre un pelotón de condenados a muerte, pidiera como gracia ofrecer su cuello el último al verdugo? Pues lo mismo hacemos nosotros cuando consideramos que morir más tarde es un gran don: todos estamos condenados a muerte; ¿qué diferencia hay entre nacer para morir y que te envíen a morir?

¡Ay, loco! ¡Cómo te olvidas de tu propia fragilidad si tienes miedo cuando truena! ¿Acaso vivirás eternamente, si escapas a los rayos? Ya te encontrará la espada, ya te buscará la piedra, ya te matará la enfermedad: un rayo no es el mayor de tus peligros, tan solo el más llamativo. Sin duda que sería mala tu suerte si la extrema velocidad de tu muerte se adelantara a que la sintieras, si tu muerte no te tuviera en cuenta. Palideces de miedo ante cada trueno, te aterroriza cualquier nube, cada vez que ves un relámpago, te sientes morir. ¿Te parece que es más noble morir de miedo que por un rayo? Levántate ante las amenazas del cielo y aunque todo el mundo esté ardiendo piensa que no tienes nada que perder por grande que sea la muerte.



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