CAPÍTULO SIETE
LA ENCUESTA
El doctor había dado a conocer su informe. Dos transeúntes casuales, que pasaron no lejos de la puerta de la finca, declararon como testigos. Habían hablado los miembros de la familia, facilitando detalles sobre la salud del viejo Isaac en los últimos tiempos, citando los nombres de personas que podían sentir alguna animosidad contra él (un par de adolescentes que habían sido reñidos por Isaac seriamente, con motivo de unas travesuras). La policía había oído rotundas afirmaciones de inocencia. Habían hecho acto de presencia también varios de sus patronos esporádicos, entre ellos Prudence y Thomas Beresford. El veredicto había sido: asesinato cometido por persona o personas desconocidas.
Tommy pasó un brazo por los hombros de Tuppence cuando caminaban junto a un grupo pequeño de gente que esperaba a la salida del juzgado.
—Lo hiciste muy bien, Tuppence —dijo él cuando entraban ya en su jardín, en dirección a la casa—. Muy bien, realmente. Mucho mejor que los otros. Te expresaste con toda claridad y te escucharon con atención. El juez pareció sentirse muy complacido contigo.
—No me interesa que nadie se sienta complacido conmigo —contestó Tuppence—. Me ha producido un gran disgusto la muerte del viejo Isaac. El pobre fue aporreado en la cabeza brutalmente...
—Alguien se la tenía guardada al pobre, supongo —indicó Tommy.
—¿Por qué? ¿Por qué?
—Lo ignoro, querido.
—Yo también, pero he pensado que podía tratarse de algo que tuviera que ver con nosotros.
—¿Quieres decir que...? ¿Qué quieres decir, Tuppence?
—Tú me entiendes. Es... este lugar. Nuestra casa. Nuestra nueva y querida casa. Con su jardín y todo lo demás. Es como si... Yo creía que era la casa que por todo nos convenía.
—Yo todavía sigo creyéndolo.
—Sí. Tú te has mostrado en todo momento más optimista que yo. A mí me asaltó en seguida una inquietud... Pensé que aquí existe algo malo, perverso, algo que proviene del pasado.
—No las pronuncies de nuevo... —pidió Tommy.
—Que no pronuncie... ¿qué?
—¡Oh! Esas dos palabras que tú sabes.
Tuppence bajó la voz. Acercándose mucho a Tommy, dijo en un susurro:
—¿Mary Jordan?
—Pues sí. En ella estaba pensando.
—También estaba en mi mente, supongo. Pero, ¿qué tiene que ver lo sucedido con lo de por aquí ahora? Nada. Me imagino que nada.
—El pasado no debería tener que ver nada con el presente... Pero en ocasiones, uno se halla íntimamente ligado con el otro, por lazos que no somos capaces de imaginar, que no creemos que puedan existir.
—Según tú, pues, muchas cosas del presente son consecuencia directa del pretérito...
—Sí, es una especie de larga cadena. Con soluciones de continuidad, ciertamente, y sólidos empalmes de vez en cuando.
—Jane Finn y todo lo demás... Como Jane Finn en nuestras aventuras cuando éramos jóvenes y además deseábamos tenerlas.
—Y las tuvimos —dijo Tommy—. A veces, cuando miro hacia atrás, me pregunto cómo pudimos escapar de todo aquello con vida.
—¿Y las otras cosas? ¿Te acuerdas de cuándo nos asociamos, fingiéndonos detectives?
—Nos divertimos lo nuestro —afirmó Tommy—. ¿Te acuerdas?
—No quiero recordar nada. Si me refiero al pasado es por lo que en él pudimos aprender, por lo que supuso para nosotros como ejercicio... Luego, tras aquel episodio, vivimos otra prueba.
—¡Ah! —exclamó Tommy—. La de la señora Blenkinsop, ¿eh?
Tuppence se echó a reír.
—La señora Blenkinsop... Nunca olvidaré aquel momento, cuando entré en la habitación y os vi sentados allí...
—Como tuviste valor, Tuppence, para hacer lo que hiciste? Moviste el guardarropa o lo que fuera aquel mueble y escuchaste la conversación que sostuve con el señor No-sé-qué. Y más adelante...
Tuppence rió de nuevo.
—N o M y «Goosey Goosey Gander».
Tommy se quedó pensativo antes de decir:
—Tú, sin embargo, no irás a sugerirme que todos esos episodios nos han llevado a esto...
—En cierto modo, sí —declaró Tuppence—. Yo me imagino que el señor Robinson no hubiera dicho lo que dijo, o muchas de las cosas que mencionó, de no haber tenido presente ésas. Aludió a mí también...
—Es que tú representas mucho en ellas.
—Pero ahora todo cambia. Estoy pensando en Isaac. Ha sido asesinado. Le hundieron el cráneo a golpes. Precisamente en nuestro jardín.
—¿No pensarás que esto está relacionado con...?
—Es inevitable pensar así —indicó Tuppence—. Eso es lo que quiero decir. Ya no estamos investigando un enigma de tipo detectivesco. Ya no centramos nuestra atención en el pasado para preguntarnos cuál fue la causa de la muerte de una persona hace muchos años. Todo se ha hecho personal. Completamente personal. ¡Pobre Isaac! ¡Muerto!
—Era un hombre muy viejo y probablemente esto ha tenido que ver con su desaparición.
—¿Es que no oíste el informe del médico esta mañana? Alguien deseaba eliminarlo. ¿Por qué razón?
—Si la cosa guarda relación con nosotros dos, ¿por qué no han llevado a cabo la misma intentona? —preguntó Tommy.
—Quizá prueben suerte en tal sentido. Cabe la posibilidad de que él se hallara en condiciones de decirnos algo. Tal vez se disponía a hacernos alguna revelación. Puede ser que amenazara a alguien, advirtiéndole que iba a hablar con nosotros, a confiarnos lo que pudiera saber sobre la joven o uno de los Parkinson. ¿Jugará algún papel aquí el asunto del espionaje de la guerra de 1914? Me refiero a los secretos que fueron vendidos... Y claro, había que obligarle a callar. Pero si nosotros no hubiésemos venido a vivir aquí, si no hubiésemos hecho ciertas preguntas, si no hubiésemos pretendido saber, eso no habría ocurrido.
—No te muestres tan afectada.
—Estoy profundamente afectada. Y lo que haga en lo sucesivo no será ya para distraerme o divertirme. Esto no tiene nada de divertido. Vamos a actuar de un modo diferente ahora, Tommy. Vamos a dar caza a un asesino. ¿Quién es el asesino? Desde luego, no lo sabemos. Pero podemos averiguarlo. Aquí ya no se trata del pasado, sino de ahora. Hablamos de una cosa que sucedió hace unos días, seis días. Hablamos del presente. Fue aquí, está relacionado con nosotros, con esta casa. Y tenemos que descubrir al culpable... Lo descubriremos. No sé cómo, pero alcanzaremos la meta señalada utilizando las pistas de que dispongamos. Me siento como un perro, con el hocico pegado al suelo, olfateando un rastro. Tendrás que convertirte en un perro de caza, Tommy. Habrás de ir de un sitio para otro. Como has estado haciendo hasta ahora. Tendrás que hacer averiguaciones por tu cuenta. Tiene que haber gente por los alrededores que esté informada de determinados hechos, por lo que les ha sido referido... Habrán oído ciertos relatos. Sabrán de algunos rumores, de habladurías...
—Pero, Tuppence, a mí me parece que no se nos ofrece la menor posibilidad de...
—Todo lo contrario, querido —insistió Tuppence—. No sé cómo ni en qué forma, pero creo que cuando uno tiene una idea real, convincente, algo que sabemos que es negro, malo, perverso, y matar al viejo Isaac de unos golpes en la cabeza fue un acto negro, maligno...
Tuppence guardó silencio de pronto.
—Podríamos cambiar el nombre de la casa de nuevo —sugirió Tommy.
—¿Qué quieres decir? ¿Llamarla «Swallow's Nest» en lugar de «Los Laureles»?
Una bandada de pájaros pasó sobre sus cabezas. Tuppence volvió la cabeza, mirando hacia la puerta del jardín.
—«Swallow's Nest» fue el nombre que tuvo en otro tiempo —agregó—. ¿Cómo rezaba el resto de aquella cita? Me refiero a la mencionada por tu investigadora. La Puerta de la Muerte, ¿no?
—No. La Puerta del Destino.
—El Destino. Esto es como un comentario de lo que le ha sucedido a Isaac. La Puerta del Destino... Nuestra Puerta del Jardín...
—No estés tan preocupada, Tuppence.
—No sé por qué... Es una idea que se me ha venido a la cabeza.
Tommy miró a su esposa, confuso.
—«Swallow's Nest» es un bonito nombre, en realidad —declaró ella—. Ha podido serlo. Quizá lo sea algún día.
—Se te ocurren las ideas más extraordinarias, Tuppence.
—«Aunque algo haya imitado el gorjeo de un pájaro.» Así terminaba la cita. Quizá todo esto termine de ese modo.
Poco antes de llegar a la casa, Tommy y Tuppence vieron a una mujer que se encontraba ante la puerta.
—¿Quién será? —inquirió Tommy.
—A esa mujer la he visto antes de ahora —manifestó Tuppence—. ¿Dónde? ¿cuando? No me acuerdo. ¡Ah! Es de la familia de Isaac. Vivían juntos, en la misma casa. Hay en ella tres o cuatro chicos, una muchacha... Claro, puedo estar equivocada.
La mujer dio la vuelta al verles, encaminándose hacia ellos.
—¿La señora Beresford? —preguntó, mirando a Tuppence.
—Si, sí...
—Creo que no me conoce... Soy la nuera de Isaac. Me casé con su hijo, con Stephen. Stephen murió en un accidente. Uno de esos camiones... Uno de los grandes. Fue en una de las carreteras M, la M-2, me parece que fue. La M-I o la M-5. No... Creo que el accidente se produjo en la M-4. De todas maneras... Han pasado cinco o seis años desde aquella fecha. Quería... quería hablar con usted. Usted y... usted y su esposo... —la mujer miró ahora a Tommy—. Ustedes enviaron flores al funeral, ¿verdad? Isaac les hacía algunos trabajos en este jardín, ¿no?
—Sí —respondió Tuppence—. Trabajaba para nosotros aquí. Esto que le ha pasado ha sido algo terrible.
—He venido para darles las gracias. Las flores eran preciosas. De las buenas. Era un ramillete grande, muy hermoso.
—Isaac se merecía eso y más —manifestó Tuppence—. Siempre fue muy servicial con nosotros. Nos ayudó mucho. Nos contó cosas acerca de esta casa, ya que nosotros no sabíamos nada sobre ella. Luego, me enseñó a arreglar el jardín, me dijo cuándo debía plantar los bulbos...
—Si. Conocía bien el oficio. No podía rendir mucho trabajo porque ya tenía muchos años y padecía de lumbago... No podía hacer todo lo que él quería.
—Era muy amable —dijo Tuppence—. Y sabía muchas cosas referentes a este lugar, a sus habitantes.
—Es verdad. Muchos de sus familiares vivieron siempre aquí. Estaban enterados por tal motivo de las cosas que habían sucedido en la localidad al correr de los años. En su mayor parte no las habían vivido, las habían oído contar. Bueno, señora, no quiero entretenerles. Sólo he venido a decirles que les estamos muy agradecidos.
—¡Por Dios! No debía haberse molestado...
—Me imagino que seguirá necesitando de alguien que les arregle el jardín.
—Claro —contestó Tuppence—. Nosotros no estamos en condiciones de ocuparnos de él. ¿Conoce... —Tuppence vaciló, temiendo ser inoportuna con lo que se disponía a decir—, conoce usted a alguien que esté dispuesto a venir a trabajar aquí?
—Así... de pronto... no sé decirle... Pero tendré presentes sus deseos. Nunca se sabe... Le enviaré a Henry... Es mi segundo hijo, ¿sabe? Si puedo solucionarle ese problema le enviaré a mi chico, para que le diga lo que hay. Buenos días...
—¿Cómo se llamaba Isaac? ¿Cuál era su apellido?, quiero decir —inquirió Tommy al entrar en la casa con su esposa.
—Bodlicott, creo. Isaac Bodlicott.
—Ésa es, pues, la señora Bodlicott...
—Sí. La señora Bodlicott es madre de varios hijos. Hay una chica entre ellos. Viven todos en la casa que queda en Marshton Road. ¿Tú crees que sabe quién mató al viejo Isaac? —preguntó Tuppence.
—Yo diría que no —repuso Tommy—. Me dio la impresión de que no sabía una sola palabra en tal sentido.
—No me explico a veces cómo miras a las personas que te rodean —dijo Tuppence—. Es bastante difícil de calibrar eso, ¿no crees?
—Esa mujer ha venido aquí con el solo propósito de darte las gracias por tus flores. No vi en ella nada que me indujera a pensar en un espíritu... vengativo. De abrigar algún rencor, lo habría exteriorizado.
—Es posible que sí y es posible que no —consideró Tuppence.
Esta siguió avanzando en el interior de la casa absorta en sus reflexiones.
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