Tunguska Notas generales



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Sana26.06.2017
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Sirena

Charles Bradner fue despertado por la campanilla de su teléfono sobre el velador. Antes de tomar el aparato, encendió la lámpara y vio la hora. Eran casi las dos de la madrugada. Tomó el aparato y dijo, todavía semi dormido:

 ¿Aló?

Del otro lado de la línea escuchó una voz que lo hizo despertar instantáneamente, como si le hubiesen tirado un balde de agua fría.



 ¡Mariner!

Charles Bradner respondió apresuradamente:

 Voy para allá.

Colgó el teléfono, saltó de la cama y fue a toda prisa hasta el baño.


De acuerdo con mi reloj, eran las 19:10 hrs. La puesta de Sol había sido muy bonita y, como siempre, yo la veía desde la isla. Hacía diecisiete horas que me había comunicado con Charles, lo que indicaba un atraso de dos horas en relación a las quince horas que él garantizó le llevaría llegar si yo tuviese la suerte de encontrar el patrón dejado por el Explorador.

Prácticamente yo no había conseguido dormir con toda la excitación causada por los últimos acontecimientos. Salvador sabía todo y durante la mañana me ayudó a revisar nuevamente todo el sistema operacional de la estación. Como era de esperarse, nuevamente no encontramos nada.

Nuestra primera pregunta era: “¿Cuál mecanismo utiliza el Explorador para invadir el sistema operacional y controlar los computadores y el sistema de comunicación?”

Continué mirando la pista de aterrizaje del aeropuerto de Mataveri cómodamente sentado en la terraza de la estación. Hasta ese momento no había señal del avión. Era una linda noche de luna nueva y el cielo se veía lleno de estrellas. La brisa estaba un poco fría, pero estaba bien abrigado y era muy agradable sentirla en el rostro.

Estaba mirando las estrellas cuando noté que una de ellas comenzó a moverse y después pude notar el parpadeo de las luces de un avión. Pensé: “sólo pueden ser ellos”. Descendí de la terraza y fui hasta el teléfono de la sala de comunicaciones. Llamé a Salvador, avisándole la llegada de Charles Bradner. Yo lo esperaría en casa y juntos iríamos hasta el aeropuerto.
Estacionamos la van y nos dirigimos hasta la puerta de desembarque. El avión había sido más rápido que nosotros y el grupo de Charles nos aguardaba: el coronel Deering, Bolton y Smith. Le presentamos a Salvador al coronel y fuimos directamente a la estación Rapa Nui, después de cargar el equipaje en la van. Nos reunimos, finalmente, en la sala de comunicaciones de la estación. Charles parecía bastante impaciente, mientras el coronel, más bien calmado, se sentaba cómodamente en una sillón.

 Bien, joven el coronel Deering rompió el silencio, ¿qué significa eso de que usted ha hecho contacto con un… como dijo Charles… un “Mariner”?

Charles se apresuró a hablar:

 Fue un código que acordé con Raymond. Creo que lo que él dirá ahora, nos sorprenderá.

(N157: es raro que tenga que explicar lo del código ahora, siendo que estuvieron varias horas juntos con el coronel en el avión.)

 ¿Por qué usted dice eso?  quiso saber el coronel.

 ¡Sólo mire la cara de Raymond!

Los cinco me miraron. Cuando los ánimos se calmaron, el coronel prosiguió:

 Se nota que estamos tensos. Bien, Raymond, soy todo oídos. Cuénteme sobre su descubrimiento.

Carraspeé un poco antes de hablar. Todos me miraban atentamente.

 Estuve últimamente intentando, sin éxito, encontrar el último rastro del patrón dejado por el Explorador. No lo encontré en el sistema operativo ni en el disco de los computadores de Rapa Nui, ¿y saben por qué? los cinco gesticularon negativamente. Simplemente porque el Explorador borró todos los vestigios de su paso por Rapa Nui.

Percibí cuán sorprendido quedó mi público con la noticia. El coronel Deering dijo:

 ¿Cómo puede tener tanta certeza de eso, Raymond?

 Les mostraré.

Haciendo un gesto a los cuatro (N158: antes eran cinco), me senté frente del terminal cuya pantalla era de mayor tamaño y esperé que todos se acomodasen.

 ¡Lo que sucedió es que el Explorador me encontró a mí!

Los cuatro (N159: antes eran cinco) quedaron atónitos. El coronel, impaciente, me apresuró. (N160: no se entiende cómo lo apresuró.)

 Otra cosa sorprendente es que dejó todo registrado, inclusive nuestra conversación.

 ¿Su qué? exclamó Smith.

 ¡Habló con él, Raymond! Charles no pudo evitar el tono de felicidad en la voz.

 Espere un poco, Raymond dijo el coronel. ¿Usted nos está diciendo que habló con él, de hablar propiamente tal?

 Si, coronel, pero fue un diálogo corto y extraño.

 ¡Quiere decir que el ser de las profundidades del océano, que Charles hipotéticamente afirmó que existía, de verdad existe, Raymond! dijo Bolton, con entusiasmo.

 Calma, señores respondí. Déjenme mostrarles.

Tecleé dos comandos y en la pantalla apareció una ventana de imagen. El sistema de comunicación estaba activado, listo para reproducir un archivo. Después, tecleé un comando más y el archivo con el diálogo se abrió.

El coronel Deering, Charles, Salvador, Bolton y Smith se inclinaron hacia el monitor para no perder nada de lo que iban a escuchar. Una voz metálica y fría se dejó escuchar en el alto parlante. Lo que iba siendo dicho aparecía también escrito en la ventana de comandos, sin embargo la de imágenes continuaba sin nada.

 ¿Raymond Poe…supongo, …nos puede ayudar?

(N161: esta frase está sin “supongo”, antes)

Raymond Poe…estamos solicitando su ayuda.

Pasaron unos segundos y se escuchó mi voz, un poco alterada por la sorpresa.

 ¿Quién es usted?

Consejero.

 ¿Cuál es su nombre?

 ¿Nombre?

El extraño hizo una pausa de apenas tres segundos antes de responder:

Mi nombre asociado es Consejero. Solicito su ayuda.

 ¿Cuál es su problema? Se oyó mi voz en un tono de curiosidad.

Solicitamos que nos rescate… Nuestra prioridad es obtener un diálogo claro. Esta es nuestra posición.

En la ventana de comandos apareció una posición geográfica con su respectiva latitud y longitud y en la pantalla de imágenes una nítida fotografía de satélite de la Isla de Pascua y un punto rojo parpadeando en una posición del océano muy cerca de la isla. Entonces, Salvador exclamó:

 ¡La posición está muy cerca de Tongariki!

 Salvador, ¿cuánto tiene de ancho esa punta de la isla? preguntó el coronel.

 Casi dos kilómetros, coronel.

 ¡Entonces, el extraño está indicando un punto a casi un kilómetro de la costa de la isla!

 Suficientemente cerca. Puede ser un rescate fácil. La profundidad no debe ser grande agregó Charles.

(N162: se echa de menos algún cuestionamiento al rescate. Nadie sospecha alguna mala intención de los extraterrestres. Además no se establece que lo sean. Esta parte está muy rápida: se supone mucho y se explica y establecen pocas cosas.)

Repentinamente se escuchó un “bip  ding dong” en el computador. Todos me miraron, inquisitivos. (N163: queda raro poner la onomatopeya del sonido. Diría que sonó, nada más).

 Ese es mi programa de búsqueda. Olvidé desactivarlo. ¡Él detectó el último patrón y ese fue el final del contacto!

En la pantalla apareció el mensaje Search concluded, matching pattern.

El coronel Deering rompió de nuevo el silencio:

 Bien, es obvio que esa fue la firma de… ¿cómo lo llamaremos, entonces? preguntó el coronel Deering.

Quedamos en silencio. Charles se aventuró a argumentar:

 Creo que el nombre Explorador no calza y no sé decir por qué. Es sólo intuición.

Bolton y yo, por el momento, no imaginábamos nada nuevo y adecuado.

 Podríamos usar el mismo nombre por el cual se identificó, el de Consejero agregó Smith.

 ¿Por qué estamos discutiendo el nombre que se le debe dar? ¡No es la cosa más importante ahora! argumentó Salvador.

El coronel asintió, inmediatamente, de buen humor.

 Usted tiene razón, Salvador, pero es una tradición de la agencia. El nombre correcto de una operación o iniciativa nuestra es un factor importante, pues así evitamos problemas de comprensión y comunicación.

 ¿Entonces, qué tal el nombre Sirena? sugirió Salvador alegremente, conteniendo la risa.

Todos nos miramos. La sugerencia hecha por Salvador parecía haber sido bien aceptada. Entonces, el coronel decretó:

 Si nadie tiene una sugerencia mejor, le dejaremos el bautizo a Salvador. Nuestra operación se llamará Sirena. Smith, tráigame un mapa. (N164: ya van mucho nombres: explorador, mariner, sirena. ¿Por qué no poner uno y dejarlo hasta el final? Explorador sería bueno: representa al Consejero y la nave también estaba explorando).

Smith apareció rápidamente con un mapa con muchos detalles de la isla y una apreciable faja de océano alrededor. Con el mapa abierto sobre la mesa, el coronel buscó el punto exacto indicado por las coordenadas dadas por el “extraño”. El lugar quedaba realmente a poco más de un kilómetro de una de las costas de Tongariki. Entonces, el coronel, como si estuviese coordinando una acción de guerra, dijo:

 Charles y Salvador, a primera hora de mañana, van al lugar a investigar lo que hay allá. (N165: debería haber alguna discusión sobre el peligro de acercarse a Sirena.) Raymond y Bolton permanecerán de guardia en la estación para comunicarnos cualquier nuevo contacto con Sirena. Smith y yo trabajaremos sobre las posibles acciones de rescate que se podrían realizar, porque es obvio que Sirena está sumergida. El coronel Deering miró la hora en su reloj de pulsera. Señores, es todo por hoy. Mañana a las ocho horas comenzaremos nuestro trabajo. Que tengan todos un buen descanso. (N166: echo de menos algún comentario sobre el peligro que puede implicar rescatar a un desconocido tan poderoso.)


(NN036: en lo que sigue se van a agregar medidas de seguridad y un GPS en vez de brújula. Historia de los GPS: los aparatos civiles hasta el 2001 tenían 150m de error inducido en la posición. Entonces EEUU lo dejó en cero. Después del 2009, el 2010, por ejemplo, lo aumentó a 300m. Francia está tratando de poner otro sistema de satélites para otro sistema GPS, pero no ha podido porque EEUU ha usado todas las pocas influencias que tiene para impedirlo. Ellos andan con un GPS militar que les da la posición exacta).

(N167: en lo que sigue, queda raro que Poe cuente algo donde él no estuvo.)

Mirando la brújula, (N168: pondría un GPS, es más moderno) Charles gritó mientras paraba el motor:

 ¡Ahora Salvador, lance la boya!

Salvador lanzó una pequeña boya roja, que tenía un ancla con una larga cadena de plástico de color amarillo. Charles movió el bote hasta quedar flotando cerca de la boya de señalización. Después, ambos lanzaron el ancla del bote en el agua. Vestidos con ropa de buceo, se colocaron los snorkels y las gualetas y se lanzaron al agua. Charles llevaba una cámara filmadora submarina en la mano.

Fueron descendiendo gradualmente hasta casi treinta metros de profundidad. Entonces, se detuvieron, ayudados por una cuerda que trajeron del bote. El equipo de buceo permitía que llegasen con seguridad hasta ahí solamente.

A un gesto de Charles, Salvador dejó caer una barra metálica de tres metros, pintada de blanco, amarillo y rojo. Después, sacó de dentro de una bolsa colgada en su cinturón una antorcha (N169: bengala) submarina. Encendiéndola, la lanzó en la dirección en que la barra se había hundido.

El agua estaba transparente pero, por la hora del día las nueve de la mañana la iluminación del Sol era oblicua. Eso hacía difícil ver en aguas más profundas. Por eso debieron lanzar otras antorchas (N170: bengalas) para iluminar el fondo del área en que se encontraban. Estaban sobre una especie de canaleta con un ancho aproximado de trescientos metros y cuyo largo no era posible estimar.

Charles iba filmando sistemáticamente la región mientras Salvador lanzaba las antorchas (N171: bengalas) tres antorchas (N172: bengalas) hasta aquel momento. Todo se veía razonablemente bien hasta cien metros de profundidad. La barra iba viéndose cada vez más pequeña, hasta que apareció una roca sobre la cual quedó depositada.

Las antorchas (N173: bengalas), que poseían un peso de plomo adicional adosado a su estructura, también comenzaron a alcanzar el fondo de esa región, distribuyéndose de forma desordenada.

Salvador observaba detenidamente el área iluminada. La visibilidad no era buena pero sus esfuerzos lo compensaban. Casi directamente bajo ellos se veía un objeto no muy grande que, si no estuviese aislado sobre una roca grande, no sería notado. Salvador pellizcó el brazo de Charles e indicó el lugar que había llamado su atención.

Charles filmó varios segundos el objeto indicado por Salvador y después continuó filmando sistemáticamente el resto del área que estaban investigando. (N174: insisto que debieron haber tenido algo de miedo y haberse protegido de algún modo antes de bajar a investigar. Llevar sensores de radioactividad, o de algún tipo de emisiones peligrosas, por ejemplo.)


En la tarde, estábamos todos reunidos delante de un aparato de televisión viendo la filmación hecha por Charles y Salvador. Las imágenes se sucedían ante nuestros ojos atentos, que observaban cada detalle. Las imágenes no eran muy nítidas, a pesar de la iluminación de las antorchas (N175: bengalas). Pedí que interrumpiesen la película.

 ¡Ahí está! dije con entusiasmo.

Todos miraron la imagen detenida. A primera vista no veían nada. Me levanté, entonces, y con un puntero mostré en la pantalla del televisor un lugar de la imagen.

 Miren, es ahí. Esta es la estructura.

Al principio no se distinguía nada, pero con mi orientación pudieron ver un objeto con forma de huso. (N176: Raymond queda muy como súper héroe: sólo él puede ver algo y los otros cinco no.)

 ¡Sí! exclamó Salvador, es lo que yo vi, pero yo la vi mejor.

 Aparecerá mucho mejor más adelante  dijo Charles. Esta imagen es anterior al momento en que usted me pellizcó el brazo.

 ¡Parece una bomba! exclamó Bolton.

 Señores, ¿podríamos continuar mirando la película? solicitó el coronel Deering.

Smith hizo avanzar nuevamente la película. Todos permanecimos en silencio, mirando. La imagen se volvió un poco más clara con la cantidad de antorchas (N177: bengalas) que fueron lanzadas. Las rocas se veían mejor. Algunos peces pasaron delante de la cámara. La imagen capturada se fue desplazando hasta que el cuerpo en forma de huso surgió en la pantalla y esta vez, los detalles aparecieron más nítidamente.

 ¡Smith! Detenga la imagen ordenó el coronel. Él se levantó de su sillón y se dirigió al televisor. Se aproximó y se alejó del aparato tres veces, como si estuviese enfocando sus ojos para ver mejor. Cerca del cuerpo se veía una antorcha(N178: bengala). ¿Dónde está la barra de medida?

 Cerca, coronel respondió Charles, pero no aparece en la misma imagen.

 Entonces, veamos. ¿Cuál es el largo de una antorcha (N179: bengala)?

 No lo sé respondió Salvador, pero aun tenemos algunas para poder medir su largura, agregó. (N180: ¿por qué no sabe la longitud de la linterna si la tuvo en la mano? Salvador queda como tonto. Suena racista: justo el lugareño es el tonto del grupo.)

 Entonces trae una y la medimos, solicité.

Salvador trajo una antorcha (N181: bengala) y la medimos con una cinta métrica.

 Miren, tiene cuarenta centímetros. (N182: no se sabe que es Raymond el que habló. Y sigue apareciendo como el brillante del grupo con cosas bastante triviales.)

Entonces, me dirigí al televisor y medí con los dedos las veces que el tamaño de la antorcha (N183: bengala) cabía en el cuerpo en forma de huso.

 Tres, cuatro y cinco… ¡Vean! Parece que el cuerpo mide unos dos metros de largo por unos cincuenta centímetros de ancho en su parte central.

 Exactamente como Bolton dice agregó Smith. Parece un proyectil. Es como una bomba.

 Sin embargo con ambos extremos simétricos e iguales. ¿Ahora, cuál es la profundidad? preguntó el coronel.

(N184: aquí termina muy brusca la historia. Habría que seguir con la discusión del rescate, ya que para allá apunta la pregunta del coronel. No queda bien, así como está.)


(NN037: aquí insertaría lo que le pasa al coronel en EEUU. Los trámites que hace, las reuniones a que asiste, la permanente presencia de Jilienski (Pierce) oponiéndose a lo que él desea, etc.)

Había pasado más de una semana y yo todavía estaba en la isla. Con Salvador nos alternábamos en la estación con la esperanza de recibir una nueva comunicación de Sirena, pero para nuestra frustración nada aconteció. Por otro lado, tampoco teníamos noticias del coronel. Él, Charles, Bolton y Smith partieron bastante decepcionados ante la imposibilidad de sacar a Sirena del lugar donde estaba. (N185: ¿por qué no se puede? Esto es lo que se debería aclarar al final de la sección anterior).

Concluimos que Sirena medía aproximadamente dos metros de largo y cincuenta centímetros de ancho en el centro (N186: eso ya está dicho recién) y, por el momento, estaba a ciento cincuenta metros de profundidad. Imaginaba que la demora del coronel en dar noticias se debía a dificultades en organizar un rescate en suelo extranjero, o convencer a sus superiores para invertir en esa operación de rescate. Pero de una cosa estaba seguro: el coronel Deering llegaría hasta el fin.

Pasaron ocho días más. En el noveno día me despertó el ruido de un helicóptero que estaba aterrizando cerca de la estación Rapa Nui. Todavía no conseguía vestirme completamente cuando golpearon a mi puerta. Era el coronel, que antes de saludarme dijo alegremente:

 Muchacho, vengo a llevarte a casa.
El helicóptero sobrevoló una vez el lugar donde una lancha de gran tamaño hacía las operaciones de rescate de Sirena.

El coronel y yo aprovechamos de dar una mirada rápida. Vimos que una grúa de la lancha acababa de izar un objeto de coloración oscura. Después, el helicóptero fue alejándose de la isla y tras hacer una gran curva en el aire, maniobró hasta posarse en la fragata USS Eugene, que se encontraba a algunas millas del lugar.

Instantes después, nos reunimos con Charles Bradner en la cafetería del navío para esperar la llegada de la lancha con Sirena. Nuestra conversación fue interrumpida por el asistente anunciando la llegada de la lancha con la “encomienda” y convidándonos a presenciar las operaciones.

Luego después, estábamos en la pasarela externa del puente viendo cómo era izada la lancha. La operación fue rápida y expedita. Después de que la lancha había ocupado su lugar en el navío, un grupo de marineros se apresuró en tomar el objeto en forma de huso, colocándolo en un contenedor especialmente preparado. A pesar del tamaño, el objeto parecía bastante liviano. Apresuradamente, llevaron el contenedor para adentro del buque hasta un compartimiento previamente preparado.


El coronel abrió la puerta del compartimiento. Nos dejó pasar a Charles y a mí cerrando enseguida. Nos aproximamos al contenedor. El coronel tecleó un código en un pequeño teclado en el costado de la caja y la parte superior de la misma se abrió, dejando ver el objeto, que no era exactamente negro. Tenía un tono azul marino. La superficie era absolutamente lisa, sin marcas o aberturas. (N187: es mucha complicación para describir el color. ¿Por qué no azul oscuro y listo?) Yo dije:

 ¡Entonces, este es el objeto que bautizamos como Sirena!

 Sí, espero que sea la pista correcta que nos lleve al que usted llamó Explorador agregó el coronel.

 ¿Vendrá la extraña voz del “Consejero” desde este objeto, o esto es una conexión con el Explorador? agregué.

 Sea lo que fuere dijo Charles, mostrando en su extensión el objeto en forma de huso, ¿para qué sirve esta cosa?

 Es lo que intentaremos descubrir respondió el coronel, que nuevamente tecleó un código y la tapa de la caja se cerró. Después, mirando a sus dos compañeros de aventura, nos informó, mirando furtivamente su reloj: Señores, en diez horas abordaremos el portaviones USS Nimitz, que está en operaciones en esta área del Pacífico Sur. De ahí, seremos llevados a Washington en un pequeño avión de transporte junto con nuestra carga gesticuló, mostrando el contenedor. Luego después nos invitó a salir.


Al anochecer, abordamos el viejo portaviones. Fuimos recibidos por el asistente, que nos condujo hasta el comedor para una merienda frugal. Las presentaciones fueron simples y conversamos poco mientras comíamos. El asistente dio la información de rutina del avión que nos transportaría hasta Washington, las condiciones meteorológicas y tiempo de vuelo. Sería un largo viaje, sólo con una breve escala en Panamá.
Yo observaba a mis colegas, que parecían absolutamente tranquilos, como si despegar a partir de un barco fuese algo rutinario y simple. Revisé mi cinturón de seguridad, vi, a través de la pequeña ventana, algunas luces del navío y el resto era oscuridad. Mi reloj marcaba las 21:30 hrs. Los motores del avión comenzaron a sonar. Este avión no era tan cómodo y equipado como el avión de la agencia.

El sonido de los motores se hizo más agudo, el fuselaje comenzó a vibrar. Ni tuve tiempo de acomodarme en el asiento cuando el avión fue catapultado, iniciando así la vuelta a casa de sus pasajeros, junto con su preciosa y extraña carga, Sirena como Salvador había bautizado al objeto.



(NN038: vamos a sacar el número y el nombre y los vamos a reemplazar por Quinta Parte)

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