Tunguska Notas generales


Isla de Pascua, 31 de junio de 1908



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Isla de Pascua, 31 de junio de 1908

El cortejo fúnebre se aproximaba lentamente al cementerio, seguido por prácticamente todos los habitantes del pueblo. Todos quedaron consternados por la muerte repentina del Tangata Ivi Atua que, a pesar de la avanzada edad, parecía tener todavía mucha vida por delante.

El nuevo sacerdote del pueblo encabezaba el cortejo profiriendo en voz alta, de vez en cuando, algunos rezos. El entierro estaba atrasado, todos en el pueblo quisieron ir a dar un último adiós a aquel hombre que había protegido y contado muchas veces la historia de la isla, que había aprendido el idioma y las enseñanzas de los antiguos misioneros. Pero, sobre todo, el hombre de los consejos justos y de las profecías de buenos augurios. Dejaba un vacío y llevaba consigo para la tumba la historia no escrita.
El atardecer ya había avanzado, el Sol casi se había puesto cuando el sacerdote hizo una última parada, a las puertas del cementerio, para una última oración. Ya al lado de la sepultura, con el pueblo reunido alrededor, hizo un bellísimo sermón, digno del hombre que allí dejaban, emocionado por las circunstancias.
Las primeras estrellas ya se veían en el cielo, que permanecía rojizo en el horizonte. La brisa salobre acariciaba el rostro de los tres niños que todavía estaban en el cementerio.

Emocionados, depositaron en la tumba un puñado de flores que ellos mismos habían cortado. El sacerdote se aproximó, hizo una breve oración y, amablemente, acompañó a los niños a la salida del cementerio.


(NN081: vamos a sacar este párrafo)

Isla de Pascua, hoy

La música cesó y los presentes aplaudieron con entusiasmo la actuación del grupo folclórico, lo que me hizo despertar del ensueño en que me perdí, de los recuerdos de tres años atrás. Aplaudí también, como si hubiese estado atento a la actuación.

La noche era perfecta y momentos después salíamos alegres del hotel Hanga Roa. Miramos el cielo estrellado y despejado de nubes. La brisa marina acariciaba nuestros rostros, dándonos una sensación de paz y grandeza.

Abrazando a Myriam, la miré a los ojos y después la besé dulcemente. Estaba en casa, en una casa real que, hasta el momento, estaba en paz.


(NN082: le vamos a sacar el título)

(NN083: lo vamos a reemplazar por un viaje solo de Poe a Isla de Pascua en que finalmente decide pasar a ver a su hija al cementerio, y a saludar a sus suegros y pedirle matrimonio a Myriam cuando vuelva a EEUU. ¿Muy novela rosa? Dame tu opinión).

El adiós

Fue un arduo trabajo para Myriam Grey, mi ex siquiatra, terminar con mi nostalgia. Digo mi ex siquiatra porque si hoy yo, Raymond Poe, necesitara nuevamente de algún tratamiento, ella no podría atenderme, ya que estamos casados hace cinco meses. El trabajo de Myriam fue difícil porque yo permanecería pocos días en Pasadena, donde ella tiene su consulta. (N019: esto no fue así, ella tuvo harto tiempo para tratarlo porque después se fue a Santa Mónica.)

Todos los acontecimientos y la absurda pasión que envolvió mi ser me dejaron deambulando por el laboratorio que el Jet Propultion Laboratory y la NASA montaron, apoyados secretamente por el Pentágono, para, según ellos, obtener una recolección completa de información en interés de la nación y el planeta. La comprensión y el apoyo de Maynard Clark, el coordinador y jefe del proyecto en el cual yo trabajaba, fueron fundamentales para mi libertad de acción en mis malos momentos. Sistemáticamente, Maynard me llamaba la atención y me pedía sensatez, además de forzarme a una terapia con una amiga de él, la maravillosa Myriam, mi paciente esposa actualmente.

Maynard también aceptó mi ausencia del laboratorio cuando yo huía por un tiempo a la Isla de Pascua, sin ninguna autorización. Para la desesperación de Myriam, mientras yo era su paciente. Esas fugas intempestivas, sin previo aviso, estropeaban totalmente mi tratamiento. Por otro lado, creo que ese hecho hizo que ella se interesara más por mí como un paciente fuera de lo común y, gradualmente, se interesara de modo cada más personal y menos profesional. (N020: se entrega un resumen con toda la historia en estos dos párrafos. Me parece que hay mucha información que no es posible de digerir tan rápido.)



Isla de Pascua, hoy


(N021: habría que poner algo más específico. El año, por lo menos. Así queda como si fuese el presente de todos nosotros, pero es sólo el presente de Raymond y el futuro para nosotros.)
Hacía apenas un día que habíamos llegado a Isla de Pascua, llamada por sus habitantes Rapa-Nui. Era el principio de nuestras vacaciones y Myriam había sugerido que, lo antes posible, me despidiese de los recuerdos de la isla. Lo encontré muy razonable y habíamos estipulado un plazo de cinco días; tiempo suficiente para que Myriam visitara los puntos turísticos y para que yo dijera adiós.

Alojamos en la casa de los Paoa Riroroko, Salvador y Jimena, un matrimonio de profesores que yo conocí en mi primer viaje y con los cuales había hecho una buena amistad.

Era de mañana y todos ya habíamos desayunado cuando golpearon la puerta. Era Juan Rapu Tepano, también conocido mío. Juan tenía una docena de caballos percherones y, esta vez, él nos prestaría dos para pasear el día completo.

Las presentaciones fueron simples:

 Juan, esta es mi esposa, Myriam.

Juan hizo una leve reverencia, apretando la mano de Myriam.

 Es un placer conocerla, señora. Nosotros no sabíamos que Ray se había casado.

 Ya hace cinco meses, Juan replicó ella con una delicada sonrisa.

Súbitamente apareció Jimena con una cesta de meriendas adecuada para colgar de la silla del caballo, y luego después llegó Salvador, añadiendo:

 Fue Juan quien nos prestó esta cesta.

Yo agradecí de corazón:

 Gracias, amigo Juan.

 No hay por qué Ray, para eso están los amigos. Y, aprovechando la oportunidad, María y yo quisiéramos que todos ustedes fueran a cenar a casa hoy.

 Gracias agradecimos todos.

Nos despedimos y emprendimos la marcha, sin prisa, en nuestros briosos caballos. El día estaba esplendoroso, la humedad se sentía un poco en el aire y, probablemente, teníamos unos 22 grados de temperatura.

Cada uno de nosotros estaba equipado con sombrero de paja, traje de baño bajo la ropa, toallas y la cesta de meriendas que, por el peso, debía estar bien provista, sin faltar una botella de buen vino chileno.

Salir del pueblo de Hanga Roa a esa hora de la mañana era fácil, pues había poco movimiento. Yo quería que Myriam pudiese disfrutar el paseo y mirar todo. Cruzamos el pueblo, yendo hacia el norte a través de la calle Policarpo Toro. Cruzamos la calle Te Pito te Henua.

Quedaron atrás, a una cuadra de distancia, una oficina del gobierno regional y la iglesia del pueblo. Continuamos paralelos a la línea del mar hasta vislumbrar Tahai, a nuestra izquierda. (N022: ¿qué es Tahai? No se entiende lo que sigue, si no se explica.) Le mostré a Myriam, ante nosotros, el museo de la isla. A pesar de sus protestas, la visita quedaría para el día siguiente.

A medida que íbamos aproximándonos a Tahai, los ojos de Myriam brillaban de admiración y esto me hacía feliz. Ella exclamó:

 ¡Mira, querido, uno de ellos tiene sombrero!

 Sí respondí, el sombrero se llama pukao.

 Iré a verlos de cerca exclamó Myriam poniendo a su caballo en un trote suave. Yo iba a seguirla inmediatamente, pero me quedé un poco atrás para verla cabalgar graciosamente en ese paisaje diferente. El cielo azul, el mar al fondo con un azul oscuro verdoso, algunas nubes blancas y una brisa suave y fresca acariciando nuestros rostros.

Ella estaba por llegar al moai de sombrero cuando yo decidí seguirla. (N023: recién aquí se dice que se trata de moais, pero es tarde.) Trotando suavemente, hice saltar una cerca de piedras al caballo y continué en un ritmo suave hasta llegar al lado de Myriam. Ella había desmontado.

 ¿Y cómo lo encuentras? pregunté.

Con una expresión de satisfacción en el rostro, dijo que el lugar era bonito y después me pidió:

 ¿Sujetarías mi caballo? Quiero mirar todo a pié.

Mientras sostenía las riendas de su percherón, fui siguiéndola lentamente. Myriam visitaba cada moai. Palpaba uno, sacaba una o dos fotos de otro y pasaba al siguiente. No pensé que ella se fuese a entusiasmar tanto.

Finalmente, después de fotografiar la plataforma ceremonial de cinco moais cuatro de los cuales están semidestruidos ella tomó su caballo. (N024: esta es la explicación que se necesita la primera vez que se nombra a Tahai.)

 Y ahora, señor, ¿por dónde continuamos? preguntó alegremente.

 Con un día lindo como este, ¿no sería bueno darnos una zambullida? respondí preguntando. Myriam me miró con una sonrisa maliciosa, pues sabíamos que tomaríamos un baño de mar; sin embargo lo que ella no sospechaba era que yo había planeado de antemano el orden de nuestro recorrido.

Myriam montó nuevamente su caballo.

 ¿Lista? pregunté.

 Tú mandas respondió dulcemente.

 Tenemos que ir hacia el sudeste casi dos kilómetros para tomar la carretera hacia Anakena, un lugar muy bonito, y después otros siete kilómetros hasta llegar allá mismo. U olvidarnos de la carretera y economizar por lo menos dos kilómetros cruzando la isla indiqué con mi brazo, apuntando hacia el monte Terevaka.  ¿Qué prefieres?

Myriam pensó un poco.

 No me gustaría ir por la carretera. Si anduviésemos en automóvil, podría ser, pero… ¡a caballo! Lo mejor es irnos por el campo y sonrió dulcemente. (N025: queda un poco repetitivo que cada vez que Myriam habla, sonríe o mira tú adjetives la acción. Esto vale de aquí para adelante).

Continuamos, entonces, la marcha en nuestros briosos corceles hacia el norte y dejamos atrás la vista del museo de la isla, siempre siguiendo una ruta casi paralela al mar. (N026: ¿el museo no lo habían visto antes en el pueblo?) Algunas veces deteníamos nuestra marcha para que Myriam tomase fotos de algunos ahus y moais a lo largo del complejo de Kio´e. (N027: no se ha dicho que son ahus.)

Por nuestra velocidad, suponiendo que nuestros caballos corrían a seis kilómetros por hora, llegaríamos a Anakena cerca del medio día.

Siguiendo una huella paralela a la orilla del mar, pasamos cerca de dos ahu que quedaron a nuestra izquierda. Myriam descendió para fotografiarlos de cerca. A nuestra derecha, a algunos metros, se divisaba el sanatorio.

Comenté con Myriam que yo nunca lo había visitado y que no sería esa la oportunidad. En él fueron acogidos enfermos de lepra que llegaron a la isla, provenientes de Tahití, alrededor de 1860. El sanatorio fue construido en 1916 y hasta 1989 acogía siete hombres. No sé si todavía tenía algún enfermo. (N028: me parece un comentario apropiado para el presente, pero no para cuando ocurra esta historia. Habría que averiguar qué ha pasado con él para actualizar la información, de todos modos. Además, hay un salto muy grande en la historia que se salta nuestro presente.)

El cielo tenía pocas nubes y el Sol calentaba nuestras pieles. Guié mi caballo hasta igualar con la montura de Myriam y comenté:

 El día está perfecto. Creo que sólo visitaremos Anakena y después haremos nuestra parada en Ovahe.

 ¿Qué hay en Ovahe, querido?

 Es una de las pocas playas de la isla y yo la considero la más bonita contesté.

 Está bien respondió Myriam con una mirada distante.

Nosotros habíamos previsto bañarnos en el mar y de hecho el día estaba perfecto. Continuamos nuestro camino bordeando el litoral hasta Motu Tautara, dos islotes que se pueden ver muy bien.

Descendimos de nuestros caballos y nos aproximamos un poco hasta poder ver bien ambos promontorios. Abrazados, estuvimos mirando romper algunas olas en las rocas. Myriam me besó delicadamente en la boca, un beso largo y dulce que hizo reaccionar mi cuerpo. Yo apreté su cuerpo contra el mío con el brazo derecho y con mi mano izquierda comencé, por encima de la ropa, a acariciar suavemente, más de manera apasionada, sus partes íntimas. Estuvimos así por lo menos por dos minutos.

 ¡Oh! Para, querido; alguien nos puede ver protestó Myriam dulcemente.

Yo, sin dejar de sujetar su cintura, miré para todos los lados y no vi a nadie.

 Está bien, querida. Y mirándola de forma maliciosa: Podemos continuar más tarde en nuestro cuarto.

 Sin duda dijo ella sonriente, besándome calurosamente.

Después de esa escena de pasión suspendida por el pudor de Myriam, montamos y emprendimos nuevamente nuestra marcha hacia Anakena. Motu Tautara quedaba atrás. Nos dirigíamos hacia el este.

Tomamos un trecho de la carretera que conduce a Hanga Roa, entre los ahu Vai Teka y Akivi. El Vai Teka quedó a nuestra derecha y cuando llegamos hasta el ahu Akivi, que estaba a nuestra izquierda, salimos de la carretera y comenzamos a rodear la suave falda del monte Teravaka, donde se encuentra el cráter del volcán Rano Aroi.

En esa área estábamos a 200 metros sobre el nivel del mar. La vista del resto de la isla y del océano ofrecía un lindo espectáculo.

Seguimos, lentamente, hacia el noreste hasta que nuestra huella nos llevó hasta un lugar entre Maunga Koro y Ru´i, dos promontorios no muy altos. Desde ahí se avistaba muy bien el Maunga Te Puha Roa, donde se encuentra la playa de Anakena, nuestro primer destino del día.

Cuando llegamos al principio de la plantación de palmeras, Myriam no se contenía de tanta excitación. (N029: queda brusco hablar de repente de la plantación de palmeras. Habría que avisarla con anticipación.) De hecho, el día asoleado y el paisaje se complementaban de tal manera que nos parecía estar dentro de un sueño. El verde de las palmeras y el pasto silvestre, el mar con su azul oscuro y el cielo con un azul más claro nos hacían creer que estábamos en un paraíso.

Myriam dijo:

¡Qué lindo lugar! ¡Qué diferente! Parece tener un aire mágico.

Miré a Myriam y su rostro parecía iluminado por la belleza del paisaje.

Aproximé mi caballo al de ella, y dije:

 Querida, estás maravillosa.

 Estoy feliz, amor. El viaje desde el continente hasta aquí… es todo tan diferente, tan maravilloso… tú que has sido tan dulce… suspiró profundamente ¡todo ha resultado tan bien! Vamos querido; vamos a ver ese conjunto de estatuas.

Myriam indicó con su mano.

 ¿Sabes cuál es el nombre de esa formación de esculturas?

 Es el ahu Nau Nau, querida, uno de los lugares más famosos de la isla respondí.

Myriam tomó la iniciativa y avanzamos hacia el ahu Nau Nau, hasta que llegamos a los pies de él.

La vista de frente de esos moais deja al turista impresionado y con Myriam no fue diferente. Ella se apeó y llevó el caballo cerca de mí.

 Sujétalo, por favor me pidió dulcemente. Sacaré una serie de fotografías, ¿está bien?

 Tarda el tiempo que quieras, yo ya conozco de memoria este lugar repliqué.

Desmonté y, a pié, llevé los dos caballos hasta las primeras palmeras. Escogí una de tronco delgado donde amarré las riendas de ambos caballos. Después, me dirigí hasta los pies del ahu Nau Nau y estuve mirando a Myriam mientras tomaba fotografías y el paisaje. Algunos minutos después Myriam se acercó a mí.

 ¿Qué hora es, querido?

Yo miré mi reloj. Era casi medio día.

 Tres minutos para el medio día, querida. Es hora de aprovechar este bonito día y meternos al mar, ¿verdad?

Myriam dio dos saltos de alegría.

 Claro que vamos, no me perdería por nada la oportunidad de nadar en esta agua. ¡Ah!… allí están refiriéndose a los caballos. Vamos a tomar nuestras cosas y meternos al agua.

Myriam me tomó de la mano y comenzó a llevarme hacia los caballos en forma enérgica.

 Calma Myriam, calma. No nos bañaremos aquí le advertí.

Ella paró de repente con un gracioso gesto de extrañeza.

 ¿Cómo no? haciendo un puchero. ¡Pero yo quería nadar en estas aguas, Ray!

 Y vamos a hacerlo argumenté, pero no exactamente aquí. Muy cerca de aquí está Ovahe, que es una playa más agradable y menos abierta.

 Bien, eres tú quien manda terminó, sin perder su entusiasmo.

En pocos minutos rodeamos el Maunga Te Puha Roa y llegamos a la playa de Ovahe, según mi opinión, la más bonita de la isla.

El día continuaba perfecto, cielo azul, unas pocas y pequeñas nubes blancas, la arena de Ovahe continuaba con su coloración rosa suave, y el agua, ¡aquella agua! Cristalina como un sueño.

Mientras yo apreciaba el paisaje, Myriam desmontaba y se sacaba su ropa, quedando sólo con el traje de baño que tenía puesto debajo.

 Chao… escuché, y vi a Myriam correr alegremente y sumergir su bello cuerpo en aquella agua cristalina. Estuve deleitándome con su alegría infantil en esas aguas del Pacífico Sur, tan lejos de casa… tan lejos de casa… Me vino a la mente el recuerdo de SPC en el laboratorio y la magnífica imagen de Lanyie. (N030: queda brusca la alusión a temas tan específicos, creo que habría que suavizarlo.)

 ¡Ray!


El grito me sacó de mis recuerdos. Era Myriam invitándome a entrar al agua. Yo grité:

 Más para allá, más para el centro indiqué la dirección con mi brazo.

 ¡Bien! respondió, comprendiendo el gesto.

A medida que me aproximaba, lentamente, desde la mitad de la playa montado en mi caballo y llevando el de ella, observaba cómo Myriam nadaba en la dirección indicada. “Ella es una buena nadadora”, pensé.

Llegué al lugar elegido junto a unos roqueríos bajos que dividen la playa en dos. Desmonté, amarré los caballos para que no huyeran, descargué la cesta que nos había dado Jimena con nuestra merienda, me saqué la ropa dejándola sobre una toalla que había extendido en la arena y corrí hasta el agua para juntarme con Myriam.

Ella se veía muy seductora con el traje de baño mojado pegado en a cuerpo. Sus atributos se hacían más evidentes cuando la ropa era ajustada. Estuve mirándola mientras venía a mi encuentro.

Su andar en el agua se volvió más lento cuando percibió que yo la estaba mirando y apreciando su cuerpo. Sus movimientos fueron más insinuantes, haciendo que una agradable impaciencia invadiese mi sexo. Gotitas de agua escurrían de su traje de baño, que más parecía una segunda piel. Su rostro, con una sonrisa sensual, estaba muy atractivo. Sentí todo mi cuerpo electrificado cuando nuestros cuerpos se juntaron.

La pasión nos enloqueció. Dejamos de lado todo lo que nos rodeaba: el agua de mar, la arena seca, el monte y hasta un eventual turista que podría venir a conocer la playa de Ovahe.

Nos acostamos en la arena húmeda, impulsados por nuestras caricias íntimas, totalmente desinhibidos, y, gracias a la elasticidad de nuestros trajes de baño, conseguimos completar nuestro acto de amor y pasión, alcanzando un delicioso clímax que llenó de un placentero calor nuestras partes íntimas.
Era un poco más de las dos de la tarde cuando fuimos hacia el este, siguiendo la carretera que rodea HeKii y Pu o Hiro, región de algunos moais, muchas rocas con agujeros naturales y algunos petroglifos.

Son dos kilómetros y medio, aproximadamente, de recorrido hasta que la carretera cambia su curso para el sur y queda paralela a Poike Ditch, región donde según la leyenda se dio una batalla decisiva entre los Hamau Eepe y Anau Momoko (orejas largas y cortas, respectivamente), dos grupos étnicos que habitaban la isla en sus orígenes. (N031: creo que es mucha información lo de la batalla decisiva.)

Nuestro breve paso por Ovahe dejó una agradable sensación en mi cuerpo, tanto por haber hecho el amor como por la deliciosa merienda que comimos, gracias a las provisiones que nos diera Jimena.

Finalmente, llegamos a Tongariki. El volcán Rano Raraku estaba a nuestra derecha.

Myriam quería visitar y conocer Tongariki en detalle. Pero yo no estaba seguro si conseguiría hacerlo, pues ya era tarde. Pero sería posible ver algunos moais y petroglifos.

 Querida, mira con calma las cosas de Tongariki recomendé. Y después aprovecha para ver algo de los moais a medio hacer en Rano Raraku añadí, indicando con mi brazo.

Acercamos nuestros caballos y nos despedimos con un largo beso. Myriam sujetó firmemente mi mano y, mirándome profundamente a los ojos, me habló dulcemente:

 Ray, conforme acordamos, ahora es tu parte. Todo depende de ti, el adiós tiene que venir de lo profundo de tu corazón.

Ella no sacaba sus ojos de los míos; ahora era la doctora quien dominaba la situación y quería tener la certeza de que el paciente yo diese el último paso para sanarse, hacia la salvación o, mejor, para continuar con una vida normal como la que yo llevaba tres años atrás, y como la que comencé a tener después de enamorarme y casarme con Myriam. Yo respondí:

 Quédate tranquila. Mi adiós será de corazón. Tengo, ahora, mis responsabilidades y los pies en la tierra. Y además de eso, quiero que tengamos hijos. (N032: queda fuera de contexto el comentario sobre los hijos.)

El rostro de Myriam se iluminó. La doctora fue alcanzada de lleno por las palabras de su marido y sus temores se desvanecieron como por encanto.

 ¡Oh!, Ray, querido.

Permanecimos abrazados por un instante, tanto cuanto permitieron nuestros caballos. Yo agregué:

 Nos encontraremos aquí. Creo que demoraré menos que tú.

 Está bien, Ray. Entonces, hasta pronto.

Mientras Myriam seguía un poco hacia el oeste, yo tomé hacia el sur. Tenía que llegar hasta el final de la isla. Me encontraba, en ese momento, de pié en Hanga Nui, mirando hacia el sudeste. (N033: si el lector no tiene un mapa de la isla a mano, me parece que esta descripción no le aporta mucho.)

El color del mar parecía más oscuro sin perder su grandiosidad. La coloración en ese lugar siempre fue intrigante, impregnando de un aire misterioso el ambiente.

Fue pura coincidencia que el SPC (segunda personalidad compañera) llegara a esa región, a una distancia de casi un kilómetro de donde yo estaba en aquel momento. Habían pasado casi ciento doce años hasta que él o sea, ella despertara, y hacía tres años yo había tenido la suerte o el azar de que me escogiera para conocerla. (N034: 1908 + 112 = 2020. Aquí hay una clara referencia al “hoy” de la historia. Habría que explicitarlo en el subtítulo y poner 2023, tres años más.)

Me senté en el suelo, cruzando las piernas, y me acomodé en una postura relajada. Mis ojos estaban fijos en la dirección del rescate del SPC. Junté mis manos como si fuese a hacer una oración. La imagen de Lanyie me vino a la mente en todo su esplendor. Yo pensé, “cuán maravillosa debió haber sido ella, una mujer más allá de todas las expectativas”. Me habría gustado conocerla personalmente, mas el destino no lo quiso.

Por otro lado, me había prometido a mí mismo y a Myriam que no me iba a enamorar más de imágenes. Pensé en Myriam y mi corazón, felizmente, respondió bien. Pasión y deseo fue lo que sentí al pensar en mi mujer de carne y hueso.

“Bien, el adiós prometido”, pensé.

No sé a quién agradecer esta experiencia, que me trajo felicidad y aflicción, nostalgia profunda y desesperación. También ese conocimiento inesperado que me dejó insensibilizado por tan largo tiempo y… sí, y el amor por Lanyie… amor casi enfermizo, pero por el cual yo estaba muy agradecido. Fue una maravillosa experiencia.

“Lanyie, prometo que me esforzaré por encontrar las personas correctas, que puedan, algún día, conseguir tu rescate. Esta será mi prueba de amor a ti y mi agradecimiento al SPC por haberme escogido”.

El paisaje fue el único testigo de mi promesa solemne, sellada con la suave brisa que acarició mi rostro.

Di una última mirada al lugar, después caminé hasta mi caballo que, pacientemente, me esperaba. Monté y dije en voz alta:

Vamos amigo, vamos a encontrarnos con Myriam. Tenemos un compromiso en la ciudad esta noche… ¡arre!… ¡arre!…

(N035: queda raro que él se despida en Isla de Pascua de Lanyie, si ella está en Tunguska)
La cena en la casa de los Rapu Tepano fue magnífica. Las comidas en aquella casa siempre fueron fina y refinada, y esta vez María no fue menos. Ella realmente se estuvo magnífica. Tomamos un aperitivo con pisco sour y trocitos de calamar al horno como bocadillos.

El primer plato fue lechuga picada con choritos cubiertos con una salsa llamada pebre. El segundo plato fue mi perdición. La especialidad de María: langosta a la salsa rosé. A medida que comíamos, lo que básicamente se oía eran expresiones de placer y suspiros. La comida estaba maravillosa y el vino blanco chileno, fenomenal. Había pensado no comer postre, pero el helado que María nos sirvió era irresistible, excelente para dar un toque final a tan deliciosa cena.

Para completar, los Paoa Riroko y los Rapu Tepano tenían una sorpresa para nosotros. Después de cenar, fuimos alegremente hasta el hotel Hanga Roa, el mejor hotel de la ciudad. La sorpresa era la presentación de bailes y canciones típicas de la isla por parte de un conjunto folclórico. (N036: el comentario sobre el hotel contextualiza la historia en 2003. Desde 2004 hay un hotel Explora que es el mejor. Tal vez habría que decir que era el con más tradición, en vez del mejor.)

Myriam estaba maravillada con la noche. Todos nosotros, muy bien ubicados, nos deleitábamos con la tercera danza del grupo. Estuve mirando a la bailarina principal, primero su rostro y después su vientre que se movía en forma sinuosa, siguiendo la cadencia de la música.



La conformación del ombligo en su vientre era muy bonita. Continué mirando a la muchacha y me detuve en su rostro nuevamente. Ella tenía los típicos rasgos polinesios de una joven de unos veintitrés años, según mis cálculos. Mis ojos estaban fijos y me acordé fugazmente de Lanyie. Mi mente comenzó a recordar cómo todo había comenzado, tres años atrás.





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