Torah, evolución, y el Juicio Divino
El relato de la Creación, muestra que Dios concedió inicialmente a “las aguas” (es decir, a “los mares”) el
poder de crear la vida. Como está escrito: «PRODUZCAN LAS AGUAS SERES VIVIENTES Y AVES...»-
Génesis 1:20. Note como el anterior verso afirma que, serian directamente “las aguas” [y no Dios] quienes
crearían aves y seres vivientes. A continuación, el Creador procedió a conferir a la Tierra, el mismo poder
creativo que con anterioridad había conferido a las aguas. Como esta escrito: «PRODUZCA LA TIERRA
SERES VIVIENTES SEGÚN SU GENERO...»- Génesis 1:24. De nuevo, note como se dice que, seria
directamente la Tierra [y no Dios], quien crearía los seres vivientes que se arrastran sobre ella. Finalmente, el
Espíritu Eterno decidió hacer una alianza creativa tanto con las aguas, como con la Tierra, a fin de crear una
vida superior; una criatura que cuya existencia tendría algo de agua, algo de tierra, y algo de espíritu. Como
está escrito: «Hagamos [es decir, hagamos las Aguas, la Tierra, los Ángeles, y Yo] al hombre, a nuestra
imagen y semejanza [es decir, hagámoslo de suerte que se asemeje al agua, a la tierra, y al espíritu
eterno]...»- Génesis 1:26.
Y lo anterior explica el hecho de que, en su primera etapa, la vida del hombre, evoluciona dentro de un
ámbito líquido (el líquido de la matriz materna). Luego, esa vida sale de ese ámbito líquido, y continúa
evolucionando en un ámbito “terrenal” [es decir, el ámbito seco que existe fuera del vientre materno].
Finalmente, esa misma vida sale de ese ámbito terrenal, y continúa evolucionando en un ámbito “espiritual”
(es decir, fuera del cuerpo físico). En otras palabras, la Escritura intima que, la muerte física, no detiene el
proceso de la evolución de la vida.
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Para resumir lo que hasta aquí hemos dicho: la Escritura intima que, la vida, evolucionó en el pasado (y
continúa aún evolucionando) en tres tres distintas “etapas” (o “procesos”). El primero de esos proceso, fue la
evolución de la vida animal marina. El segundo, fue la evolución de la vida animal terrestre. Finalmente, el
tercero, fue la evolución de una vida animal que adquiere “vida espiritual”; es decir, un proceso donde, la
vida animal, adquiere un “espíritu” (“conciencia intangible”, o “humanidad”) que le convierte en un ente
moral, capaz de tomar decisiones éticas que le permitirán a su vez sobreponerse tanto a sus instintos
animales, como a sus bajas pasiones. Y, el que la vida animal haya evolucionado antes que la vida humana,
quizás explique el verso que dice: «Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del
campo; MAS PARA ADÁN NO SE HALLÓ AYUDA IDÓNEA PARA ÉL»- Génesis 2:20. ¿Como es posible
que, después de que se le mostraran a Adán todos los animales, se diga que “no se halló ayuda idónea para
Adán”? ¿Es que hubo en algún momento la posibilidad de que Adán pudiese haberse casado con una vaca, o
con alguna oveja? ¡No! Lo que el verso probablemente intima es que, la Tierra pudo haber producido con
anterioridad un cierto tipo de vida animal (¿simio?) que tenía parecido con los seres humanos. Pero, a
diferencia de estos últimos, esa vida animal carecían de “espíritu” (es decir, de una conciencia ética y moral
como la de Adán).
A pesar de todo esto, la realidad es que, la mayor de todas las verdades contenidas en el relato de la Creación,
no es en sí misma la creación, ni tampoco lo es el proceso por medio del cual surgió la vida en nuestro
planeta. La mayor de todas las verdades contenidas en ese relato, es que el Creador es un ser tan
increíblemente extraordinario, que decidió utilizar su propia creación como instrumento para llevar a cabo
sus insondables propósitos. Es decir, a pesar de que Dios pudo haber creado directamente la vida, escogió en
cambio dotar a las aguas y a la tierra con algo de su poder divino; de suerte que, tanto el agua como la Tierra,
vinieron a ser dos de los muchos “ministros y embajadores” utilizados por Dios para administrar y dirigir su
Creación.
Y ese también es el caso con el ser humano; pues la realidad es que, a fin de preservar la raza humana, Dios
bien pudo haber hecho que los Mares y la Tierra continuasen produciendo [espontáneamente] “nuevos
Adanes” (es decir, hombres que sustituyesen a los que periódicamente fallecen). Pero, en su extraordinaria
generosidad, el Creador ha escogido compartir con el Hombre algo de su poder creativo, de suerte que el
Hombre pueda a su vez engendrar (o “crear”) nuevos hombres. Y esto convierte al Hombre en un ministro de
Dios, llevando a cabo el propósito Divino de preservar la raza Humana.
Es que, el Dios que adoran los Hijos de Israel, no es como un Rey humano, que se aferra celosamente al
poder. El Dios de Israel, es en cambio como un Noble y Grande Rey, que domina sobre un reino
infinitamente extenso. Y, a fin de llevar a cabo sus propósitos, este Rey confiere a sus mas fieles y nobles
súbditos, el poder requerido para administrar [en su nombre] todos y cada uno de los asuntos que atañen a su
grande e infinito Reino.
Y es por esto que, con respecto al juicio Divino que vino sobre el Rey Nabucodonosor, la Escritura no dice
en ninguna parte que haya sido Dios quien juzgase directamente a Nabucodonosor. Es que, Nabucodonosor,
fue en cambio juzgado por “el dicho de los santos”, y por “el decreto de los vigilantes”. Como esta escrito:
«LA SENTENCIA ES POR DECRETO DE LOS VIGILANTES, Y POR DICHO DE LOS SANTOS LA
RESOLUCION; para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres...»- Daniel
4:17. ¿Quienes son estos “vigilantes”? ¿Y quienes son estos “Santos”? Pues son precisamente aquellas
criaturas a quienes Dios ha designado sus instrumentos para la administración del Juicio y la Justicia Divina
sobre la Tierra. Aún así, note como estos “Santos Vigilantes”, confiesan sin ambigüedad alguna que, no son
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ellos mismos [sino el Altísimo] quien gobierna sobre el reino de los hombres”. Es decir, que su misión no es
otra sino llevar a cabo los propósitos de su Creador.
Y lo mismo es ilustrado en la historia del Rey Acab; pues, cuando este último fue juzgado [en los cielos], el
Creador se sentó entre sus ministros, del mismo modo que se sentaría un “av beit din” (es decir, “un padre” o
“presidente” de una corte de juicio) para escuchar los alegatos de los miembros de su corte («Yo vi a Yah
sentado en su silla, y todo el ejército de los Cielos estaba junto a Él, a su derecha y a su izquierda. Y Yah dijo,
¿quien inducirá [en mi nombre] a Acab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno [de sus ministros]
decía de una manera, y otro [de sus ministros] decía de otra. Y salio [del Mundo de los vivos] un espíritu, y
se puso delante de Yah, y dijo: “Yo le induciré”. Y Yah le dijo, “¿De que manera? El dijo: “yo saldré [de
vuelta a la Tierra], y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas”»- 1 Reyes 22:19-22). Y, una vez
escuchados los alegatos, y emitido el veredicto, el Creador procedió a designar un ministro que fuese y
ejecutare [en su nombre] la sentencia [«Y Él (Dios) dijo: “Le inducirás, y aun lo conseguirás; VE PUES Y
HAZLO ASÍ”»- 1 Reyes 22:22].
De este modo, la Escritura intima que, todo lo que el Creador ha hecho jamás en el pasado [o hará jamás en
el futuro], lo hace por medio de algún ministro previamente designado para tal tarea; es decir, por medio de
las aguas, por medio de la Tierra, por medio de algún ángel (o algún otro ser ajeno a nuestro mundo), por
medio de algún mensajero, por medio de algún espíritu, por medio de algún Santo, por medio de algún
vigilante, por medio de algún hombre, por medio de alguna criatura [una zarza, una mula, un asna, unos
cuervos, un gran pez, unos leones hambrientos], o por medio de algún fenómeno natural (un relámpago, un
torbellino, un horno de fuego, un mar embravecido, una llama de fuego, un silbido apacible, etc].
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