El Cristianismo es una santa, noble, e inspirante religión; pero la cruda realidad es que la teología
Cristiana no es sino una ingeniosa sarta de incoherencias, de contradicciones, de fanfarronería
religiosa, y de atrevidos malabares teológicos
La teología del Samaritanismo Reformado es tan clara y sólida como la piedra sobre la cual fue escrita la Ley
Divina. ¿Por que? Pues porque, estando cimentada sobre la inviolable ley de “Medida por medida” (o,
‘Siembra y Cosecha”), provee al creyente la absoluta certeza de que, si se compromete con vivir por los
mandamientos Divinos (no teniendo Dios fuera de YHVH; no haciendo ni adorarndo imágenes de hombres,
aves, peces, ni bestias; no asesinando; no robando; no adulterando, no calumniando; honrando a los padres,
guardando el dia de Reposo, etc), será a la postre exaltado por el Creador.
Como está escrito: «Acontecerá que SI OYERES ATENTAMENTE la voz de Yah tu Dios, PARA
GUARDAR Y PONER POR OBRA TODOS SUS MANDAMIENTOS que yo te prescribo hoy , también
YAH TU DIOS TE EXALTARÁ SOBRE TODAS LAS NACIONES DE LA TIERRA» (Deut. 28:1). De
igual modo, la teología Samaritana provee al creyente la claridad de saber que, si decide darle la espalda a los
mandamientos, le alcanzará la maldición.
Como está escrito: «Pero acontecerá, SI NO OYERES LA VOZ DE YAH TU DIOS, PARA PROCURAR
CUMPLIR TODOS SUS MANDAMIENTOS y sus estatutos que yo te intimo hoy, que VENDRÁN SOBRE
TI TODAS ESTAS MALDICIONES, y te alcanzarán» (Deut. 28:15).
Pero, a diferencia de la claridad, sencillez, y pureza que ofrece la teología Nazarena, la teología de la
hermana fe Cristiana está intencionalmente plagada de ambigüedades e incertidumbre. Es que, si
examinamos cuidadosamente los Escritos de esta noble tradición hallaremos que, mientras por un lado
proveen argumentos para justificar una postura teológica, por otro lado proveen argumentos para justificar la
postura contraria.
Es algo así como el discurso del astuto y taimado candidato político que, a fin de seducir a su electorado,
promete darle todas las cosas a todos los votantes. ¿Por que? Pues porque sabe que, enredando las cosas, no
se compromete en realidad con nada, ya que siempre podrá justificar su incumplimiento alegando que
simplemente ha sido malentendido.
De este modo, la ambivalencia de la noble teología Cristiana hace que sus creyentes sientan que “el templo
de su fe” va de aquí para allá, como quien deambula por el desierto. Es decir, mientras por un lado el
Evangelio afirma que Jesus no vino a abrogar la Ley (Mateo 5:17), en otro lado afirma que la Ley y los
profetas eran solo hasta Juan (Lucas 16:16).
Mientras afirma en un lugar que, el que ha visto a Jesus ha visto al Padre (Juan 14:9), en otro lugar afirma
que nadie ha visto jamás a Dios (1 Juan 4:12).
Mientras afirma en un lugar que la resurrección del Nazareno era indispensable para que el mundo alcanzase
arrepentimiento (obteniendo así la vida eterna, según Romanos 10:9), por otro lado afirma que nadie tenía
que resucitar de los muertos, a fin de que pudiésemos proceder al arrepentimiento (Lucas 16:30-31).
Mientras afirma en un lugar que la salvación es por fe, y no por obras (Efesios 2:8-9), en otro lado afirma
que, quien quiera entrar a la vida (eterna), debe guardar los mandamientos de la Ley (Mateo 19:17).
Mientras por un lado afirma que Dios es Uno (Marcos 12:29), por otro lado afirma que Dios es tres (1 Juan
5:7). Mientras, por un lado, se goza de que los nuevos creyentes no tengan que guardar la Ley (Romanos
6:14), por otro se goza de que los nuevos creyentes sean celosos en guardar la Ley (Hechos 21:20).
Mientras por un lado afirma que Dios no puede ser tentado por el Mal (Santiago 1:13), por otro lado afirma
que Jesus (la encarnación de Dios), fue tentado por el Mal (Lucas 4:2). Mientras por un lado nos prohíbe
servir a otro "Señor" fuera de Dios (Mateo 6:24), por otro lado nos exhorta a servir en adición al "Señor"
Jesus (Romanos 14:18 & Colosenses 3:24).
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Irónicamente, los Escritos Cristianos afirman que no hay en ellos incertidumbre alguna. Como está escrito:
«Pero la sabiduría que es de lo alto (la fe Cristiana) es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna,
llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía» (Sant. 3:17). Pero la realidad es
que la ambigüedad y la incertidumbre son el fundamento de la fuerza de atrape que caracteriza a la fe
Nazarena.
Y, ya que la Escritura Cristiana dice “Si” y “No” (simultáneamente) a cada una de las posturas teológicas
previamente esbozadas en la Ley (una Ley que contiene solamente la verdad), no es exagerado afirmar que,
la palabra de Dios que pueda haber contenido el Evangelio, ha sido de algún modo contaminada con “la
palabra del hombre” (es decir, sus errores de juicio); pues es imposible argumentar (simultáneamente) a favor
de dos posturas extremas (y auto-excluyentes), sin que al menos uno de nuestros dos argumentos este al
menos parcialmente errado.
¿Con que analogía podríamos ilustrar este fenómeno? Pues quizás con la del agua que hizo Moisés brotar de
la peña, a fin de calmar la sed del pueblo Hebreo. En esta alegoría, “la Peña” son los diez mandamientos de
la Ley; “el agua”, es la verdad que emana de esos mandamientos; y, “la sed del pueblo”, es la necesidad que
de está verdad tienen aquellos que buscan la vida (eterna).
El creyente Samaritano es aquel que bebe el agua pura que mana directamente de la peña (de los 10
mandamientos). Por otro lado, el creyente Cristiano también bebe de esa misma agua; pero, como se
encuentra “lejos de la peña” (pues piensa que la obediencia a la Ley ya no es obligatoria), el Cristiano no
bebe en si del agua que sale directamente de la piedra, sino de la que, para llegar hasta él, ha tenido que
recorrer un largo tramo. Y, a lo largo de ese tramo, el agua que inicialmente era pura, ha adquirido impurezas
(arena, polvo, paja, sedimentos, etc).
¿Significa esto que no podemos tomar ya más de esta agua? ¡En lo absoluto! De hecho, si se encuentra usted
en medio de algún desierto espiritual, y esta es la única agua disponible, no dude en tomarla; pues, a pesar de
sus impurezas, podría salvarle la vida. Pero, si desea tomar agua pura y clara, debe subir al Sinaí, y tomarla
directamente de la piedra.
La Ley (o “Torah”) enseña que, en su deambular por el desierto, Dios concedió a los Israelitas construir un
arca de madera que seria el centro de su culto. Este centro de culto no era fijo, sino movible. En otras
palabras, el arca deambulaba “de aquí para allá”, tal y como los Israelitas deambulaban “de aquí para allá”.
De este modo, aunque adoraban al Creador, el culto de aquellos Israelitas tenía un aspecto de incertidumbre,
pues nunca sabían donde se hallaría el arca en la próxima ocasión. Pero, cuando llegaron finalmente a
Canaán (la tierra de seguridad y bendición), su culto dejo de ser ambulante, pues eventualmente construyeron
un Templo de piedra (un templo solido y estable) en la ciudad de Jerusalén (es decir, en un lugar fijo).
Lo anterior, no es sino una alegoría. Es que, al igual que aquel arca movible, “el arca” de la fe Cristiana (es
decir, su culto y adoración) está construido con madera. ¿Cual? Pues “la madera de la cruz”. Del mismo
modo, el Cristiano que ya ha abandonado el pecado, está prefigurado en el Israelita que ha salido de Egipto.
En otras palabras, así como el Israelita divagaba por el desierto, de ese mismo modo el creyente Cristiano
divaga en su corazón, pues no conoce con certeza cual es el camino (las enseñanzas) de YHVH (Yah). Como
está escrito, "... Y dije, pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos" (Salmo 95:10).
Aunque libre del pecado, este creyente Cristiano siente que divaga por el desierto de su fe [y de sus
EscrituraS]; deambulando de una postura teológica a la otra. Y esto quizás explique el que literalmente
existan miles de sectas cristianas; cada una de ellas reclamando ser la interpretación correcta de las mismas
Escrituras. ¡Pero esto no tiene que ser de esta manera! Al igual que los antiguos Israelitas, el Cristiano puede
“llegar a Canaán” (abrazar la fe Samaritana que surge de la Ley), y sustituir su ambulatorio culto por un culto
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permanente; un culto basado en un arca de piedra (es decir basado en premisas claras, fijas, y solidas).
Esta “piedra”, no es otra cosa sino “la piedra” de los Diez Mandamientos.
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