La fe en el Mesias NO ES el verdadero mensaje de la Torah (La Ley de Dios)
La Tanak (Escritura Hebrea) no tiene como finalidad el presentarnos una batería de verdades y mensajes que,
analizados subjetivamente, podrían justificar la exclusividad de casi cualquier postura teológica y/o
dogmática (Inocencia, Ley, Gracia, Judaísmo, Cristianismo, Islam, Mormonismo, etc).
Tampoco es la finalidad de la Escritura, el desconcertarnos con la abrumadora carga psicológica que implica
la necesidad de decidir por nosotros mismos cual de todas esas verdades y/o mensajes debemos abrazar. Es
que, EL CREADOR, NO ES UN DIOS DESPOTA, NI SADICO; Y MUCHO MENOS ESTA JUGANDO A
ESCONDERSE DE SUS CRIATURAS.
El propósito de la Escritura Hebrea, tampoco es revelar una multitud de mensajes que, en ocasiones, podrían
parecer contradictorios, y auto-excluyentes (Ley vs. Gracia/ Judíos vs. Gentiles/ Cuerpo vs. Alma/ Vida en
este mundo vs. Vida en el mundo que ha de venir/ etc).
La realidad es que, LA ESCRITURA HEBREA, CONTIENE UN SOLO MENSAJE: que repite sin cesar,
utilizando los recursos imaginativos de cada uno de sus compiladores; Profecías, metáforas, alegorías,
salmos, cánticos, proverbios, etc. Lógicamente, este mensaje tiene que haber sido revelado comenzando
desde el primer verso de la Escritura Hebrea.
Y es por eso que, Génesis 1:1, dice de la siguiente manera: “En principio, creo Dios los cielos…”. En el
original Hebreo, este primer verso de la Escritura, dice así: “Be reshit bara Elohim et ha shamaim…”. Pero,
en el idioma Hebreo, “Be reshit” no solo se traduce como “EN PRINCIPIO”, sino también como, “CON
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PRINCIPIO”. Es decir, el texto también significa: “Con principio, creo Dios los cielos…”
¿De que “principio” se nos esta hablando? Pues de la sabiduría que nuestros ancestros observaban en la
Creación de los cielos. Es que, aquellos esclavos Israelitas que recibieron los Libros de la Ley (Génesis,
Éxodo, Números, etc), no sabían que el Sol se hallaba a 93 millones de millas de la Tierra. Y, cuando
aquellos esclavos miraban a los Cielos, solo veían una bola de fuego (el Sol), moviéndose tranquilamente
entre las nubes cargadas de agua.
Para ellos, esto era un gran misterio, pues se preguntaban como podría ser posible que dos cosas antagónicas
entre si (el fuego y el agua), pudiesen convivir en armonía, sin exterminarse la una a la otra. Y, “el Principio”
que finalmente adquirieron de esta observación, fue que, la armonía que observaban, se debía a que el Sol y
las nubes ya moraban en los Cielos.
Es decir, que “el Cielo” es el lugar deparado para aquellos que, a pesar de ser enemigos naturales, pueden
vivir en armonía. Y esa es la historia de la humanidad: el que todos los hombres competimos los unos contra
los otros por obtener fama, poder, y reconocimiento; y, esta competencia, nos hace enemigos naturales.
Pero, el hombre que abandona este proceder, y se compromete a vivir en armonía con su prójimo (no
haciéndole aquel mal que no desearía para si mismo), ya esta listo para morar en los Cielos; como esta
escrito- “¡MIRAD CUÁN BUENO Y CUÁN DELICIOSO ES HABITAR LOS HERMANOS JUNTOS EN
ARMONÍA! … PORQUE ALLÍ ENVÍA YAH BENDICIÓN, Y VIDA ETERNA” – Salmo 133.
En base a lo hasta aquí expuesto, deducimos que, el mensaje de la Torah, es que el hombre que hace bien al
prójimo, recibirá el mismo bien que ha sembrado; pues, comportándose como lo hacen aquellos que ya
moran en los Cielos, gana el merito de también morar en los cielos [de, por así decirlo, “ser reunido con su
pueblo”, o “ser reunido con aquellos que han sido sus padres espirituales”].
Pero, el hombre que hace mal al prójimo, niega la Sabiduría que prefiguran los Cielos, y será por tanto
privado de tener parte alguna entre los moradores del Cielo [es decir, su castigo sera no poder estar de pie
entre los Justos].
Los sabios de Israel, aludían a esta verdad utilizando el termino de “Medida por Medida” (o “ley de siembra
y cosecha”); y se referían al hecho de que, cada hombre, segaría el mismo bien que, durante su vida terrenal,
hubiese libre y voluntariamente sembrado; Y del mismo modo segaría todo el mal que hubiese sembrado, sin
nunca haberse arrepentido.
En resumen, el justo y perfecto mensaje de la Ley de Dios, es que los hombres deben hacer bien a todos, no
causando a otros aquel mal que no desearía sufrir en si mismo. Por ejemplo: quizás el dolor mas grande que
pueda experimentar ningún ser humano, sea ver como matan a una de sus inocentes criaturas. De este modo,
si jamás queremos sufrir este mismo mal, debemos entonces seguir el consejo de la Torah, que prohíbe que
hagamos tal cosa a ninguna persona inocente.
Y, no solo la Torah prohíbe que lo hagamos a otras personas, sino que ni siquiera permite que lo hagamos a
los animales. Y esta es la razón por la cual Moisés ordeno que, si me daba hambre (mientras iba de viaje por
el campo), y lo único que encontraba para comer eran los pollos de una mama pájara (que estaba echada con
ellos en su nido), debía primero espantar a la pájara, antes de tomar sus polluelos (a fin de evitar que viese la
destrucción de sus criaturas).
Por eso también la Torah prohíbe cocer al cabrito, en la leche de su mama. De hecho, la orden es tan enfática,
que la Ley la repite en tres ocasiones distintas (Éxodo 23:19, Éxodo 34:26, y Deuteronomio 14:21). ¿Por que
viola tal conducta la Torah? Pues porque va en contra su mismo espíritu, ya que equivale a la conducta del
criminal que pretende forzar a una mama a participar de la destrucción de su criatura (es decir, muestra un
total desprecio por el dolor ajeno).
De hecho, en Levítico 22:28, la Torah prohíbe matar en un mismo día a la madre y a su cría. ¿Porque? Pues
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porque es inmoral (cruel) el tener que sufrir en la mañana la perdida de la vida de una de nuestras criaturas,
para en la tarde sufrir la perdida de nuestra propia vida.
Este mismo espíritu de la Torah, se manifestaba también en la noble conducta de los miembros del
Sanhedrim, quienes ayunaban el día en que se veían forzados a ejecutar a algún reo. Con esta aptitud, estos
hombres piadosos mostraban su interpretación del mandamiento que prohibía «mezclar la carne con la
sangre”; como intimando que, la verdadera intención del mandamiento, era un llamado a no ser indiferentes
al dolor ajeno.
Desde tiempo inmemorial, los sabios de Israel enseñaban que la Ley tiene al menos cuatro niveles
interpretativos (PaRDeS); pero, este “mostrar a otros, el mismo bien que desearíamos para nosotros mismos”,
es la finalidad ultima de la Torah; la única interpretación por la cual el Creador (bendito sea) hará
personalmente responsables a cada ser humano.
Así, cualquier Rabino (sin importar si es Sefardita o Askenazi), cualquier teólogo Judío, cualquier líder
Reformado, cualquier político Israelita, cualquier Pastor, cualquier Imam, o cualquier otro líder religioso que
pretenda decir que el mensaje de la Torah es algo distinto a lo que hasta aquí hemos expuesto, esta faltando a
la verdad, y se expone a si mismo (al igual que a sus seguidores) a sufrir la misma suerte que Korah (Coré),
cuyo castigo fue descender a Gehinnom (el lugar de tormento).
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