7-b Impacto de la Guerra Franco-Prusiana y programas secularizadores(1870-1889)
Ocurrida la derrota de Francia en la Guerra Franco-Prusiana (Sedan, 1870), con la caída de Napoleón III, la Comuna de París, y el surgimiento de la III República (Thiers), el impacto en Latinoamérica fue altamente sugerente, alcanzando a Centroamérica, al Cono Sur, incluido Chile, pero también a Venezuela y luego a Bolivia.
En Centroamérica, Guatemala con su presidente Justo Rufino Barrios habían intentado imponer sus políticas liberales invadiendo El Salvador y Honduras en 1876 para luego en abril llegar a un Acuerdo de Paz en Chalchuapa, ratificado por una Junta de Notables en Santa Ana (El Salvador) y elegir []para presidente a Rafael Zaldívar; y en Honduras a Marco Aurelio Soto. Pero no conforme con los resultados obtenidos, ocho años después, en 1884, Barrios intentó emular a Morazán restableciendo las Provincias Unidas de Centroamérica con el apoyo de El Salvador y Honduras. Pero el salvadoreño Zaldívar abandonó la unión con el respaldo de México y Estados Unidos. Estos últimos temían las reformas liberales y la competencia de un estado fuerte en América Central, por lo que siguiendo la regla del “Divide y Reinarás” boicotearon a Barrios. El presidente guatemalteco Barrios había emprendido una campaña militar para restablecer por la fuerza la unidad centroamericana. Pero Costa Rica, El Salvador y Nicaragua se aliaron para oponerse a las pretensiones de Barrios. Para concretar sus planes, Barrios invadió El Salvador en marzo de 1885. Sin embargo, la intentona fracasó pues Barrios murió sorpresivamente en la Batalla de Chalchuapa.
En el caso del Cono Sur el partido liberal mitrista en Argentina (admirador de Gambetta y de Cavour) fue militarmente derrotado a manos del autonomismo nacional conservador o roquista (1874), aconteciendo lo que metafóricamente se denominó la “Muerte de Buenos Aires”; y seis años después le siguió la Guerra por la Federalización de Buenos Aires (1880) bajo el liderazgo de Julio A. Roca, que consagró --a posteriori del México de Juárez—un programa centralizador de modernidad temprana, de separación de la iglesia y el estado, de laicismo en la educación pública, de autonomía en la educación universitaria, de secularización en materia de registros civiles (nacimientos, matrimonios y defunciones), de inmigración masiva europea, y de paz armada con Brasil y Chile (Abrazo del Estrecho), pero que no tuvo en consideración la suerte y el destino de las comunidades originarias militarmente vencidas.
En Chile, su ejército tempranamente prusianizado se convirtió luego del triunfo en la Guerra del Pacífico (1879) en exportador de misiones militares al Ecuador, Colombia, El Salvador, Venezuela y Nicaragua. Con la Guerra del Pacífico, de Chile contra Perú y Bolivia, la conciencia de inferioridad militar hizo que Bolivia retirara su ejército del frente por la Quebrada de Camarones (1879). En Venezuela, la prusianización del ejército fue alentada bajo el influjo de la germanofilia de Guzmán Blanco, líder del liberalismo amarillo o «Hegemonía Guzmancista» (1877-88). Efectos semejantes se dieron en México, que ante la inminencia de la ofensiva prusiana en Europa, el ejército francés fue repatriado por orden de Napoleón III, para luego producirse la caída del liberalismo Juarista y su reemplazo por un conservadorizado Porfiriato.
Estas políticas europeas expansionistas en América Latina, sirvieron de precedente para que quince años después, Alemania (Bismark), Francia e Inglaterra desataran la segunda globalización, que se expresó en una política colonialista, la partición o reparto del África Subsahariana (Conferencia de Berlín, 1884) entre los cinco imperios post-westfalianos (Alemania, Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Italia). Otro cuarto de siglo más tarde las potencias aliadas (Entente) triunfantes en la primera Guerra Mundial (Francia-Inglaterra-EEUU-Italia) ampliaron la segunda globalización pues lograran la partición de los imperios Otomano y Austro-Húngaro con el Tratado de Versailles (1918), lo cual vino a desatar la Segunda Guerra Mundial.
Como derivación de la Segunda Globalización, del Congreso de Berlín (1884) y de la Partición (Reparto) de África se registraron en el Caribe (Cuba, Puerto Rico, Haití, República Dominicana), en Centroamérica (Nicaragua-Honduras) y en el sudeste asiático (Filipinas), sucesivas y crónicas ocupaciones y anexiones norteamericanas, producto de su victoria en la Guerra con España o Guerra Hispano-Americana (1898), del “derecho legal” a intervenir (Enmienda Platt, 1901), de la diplomacia de la cañonera (gunboat) o “Big Stick” de Teddy Roosvelt (1898-1902, 1916-24, 1926), y de la más prosaica adquisición venal a los dinamarqueses de las Islas Vírgenes (1917). Estas políticas intervencionistas se las disimuló primero mediante el discurso del “panamericanismo”(Lixinski), materializado en repetidas Conferencias Panamericanas (1889-1910). Luego, durante la presidencia de Cleveland en USA, Venezuela esgrimió la Doctrina Monroe para frenar la expansión británica en la Guayana, exigiendo infructuosamente que la frontera se estipulara en el río Esequibo (1895). Más tarde, Roosevelt aplicó la política del Buen Vecino (1933), heredera del Destino Manifiesto y antesala de la Alianza para el Progreso, política que alcanzó su institucionalización, en 1948,con la Organización de los Estados Americanos (OEA). Pero tampoco el interior del continente latinoamericano estuvo ajeno a esta corriente expansionista. La Guerra del Acre o del Caucho entre Bolivia y Brasil (1899-1903), originada en un tratado firmado por el presidente boliviano Mariano Melgarejo, conocido como Tratado Muñoz-Neto (1867), se precipitó por la Revolução Acreana de colonos y siringueros brasileros (mecanismo semejante al que apelaron los colonos tejanos para quedarse con Texas), que concluyó merced a la conciencia de inferioridad militar, que hizo que Bolivia aceptara finalmente un armisticio (1903).
De todos estos casos históricos recuperamos una veintena de unidades narrativas que operan como nudo secundario del drama histórico iniciado con la conquista europea, y prolongado con la expulsión de los portugueses (1640), la expulsión jesuítica (1767), y las particiones provocadas por las guerras independentistas, y cuyos estereotipos inferiorizantes en la conciencia colectiva se perpetuaron a lo largo de la PaxBritannica (siglo XIX) hasta los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
8.- Crisis complementaria del estado-nación moderno y contradicciones con el discurso modernizador (1889-1918)
Más luego, las elites liberales dominantes en América Latina entran en una crisis complementaria, producto de elementos externos (intervención norteamericana en Cuba y anexión de Puerto Rico), e internos derivados del triunfante discurso regeneracionista y precursor del modernismo (Nuestra América de Martí, y Horas de Lucha de González Prada), que las fractura políticamente y da lugar a una numerosa serie de reformas: a) en materia económica y social, el abolicionismo esclavo en Brasil, el constitucionalismo social, el reformismo anti-rentista georgiano, y el desarrollo ferroviario; b) en materia política la ampliación de la ciudadanía (mujeres, analfabetos, indígenas); c) en materia pedagógica el auge del normalismo, el multilingüismo, y la reforma universitaria; y d) en materia cultural y artística el auge del incaísmo modernista andino (Aguirre Morales), el impresionismo, el simbolismo, y el modernismo arielista (Darío, Rodó), que reaviva el sueño bolivariano, con la resistencia al Monroísmo («América para los americanos»), y con la defensa del derecho de autodeterminación de los pueblos (Perera San Martín).
Para su análisis recuperamos una larga serie de eventos violentos que se contradicen con los discursos modernizadores del positivismo tales como las insurrecciones populares, los golpes de estado, las revoluciones y guerras campesinas, la resistencia indígena por la tierra y la resistencia obrera en las ciudades y la resistencia a las intervenciones norteamericanas (pérdida del Istmo Panameño por parte de Colombia), lo que permite ampliar la ciudadanía, y la democracia; y dar lugar al constitucionalismo social, y las reformas agrarias y sociales del siglo XX.
Entre las insurrecciones populares, la Revolución del 90 en Argentina y el rol intelectual de Leandro Alem, derrotada merced a la superioridad militar que confirió al oficialismo el control de las comunicaciones ferroviarias; la Revolución Liberal, encabezada por el General José Santos Zelaya en León, Nicaragua (1893), la Revolución Liberal acaudillada por Eloy Alfaro en Ecuador (1895); la Revolución de Blancos contra Colorados en la República Oriental del Uruguay y el liderazgo campesino de Aparicio Saravia (1904); y la insurrección Radical de 1905 en Argentina, que consagró el liderazgo urbano y ciudadano de Hipólito Yrigoyen con su consigna del abstencionismo revolucionario. Entre los golpes de estado, el golpe militar republicano en Brasil contra la monarquía imperial, en 1889, reaccionó contra la abolición de la esclavitud que había sido proclamada por Pedro II un año antes (1888), como reflejo de la guerra de secesión en USA, y trajo como efecto no querido una sangrienta represión contra la Rebelión de Canudos (1897); y el golpe contra Balmaceda en Chile y la sublevación de la Armada que logró implantar la República Parlamentaria (1891-1925). Entre las guerras civiles, la Guerra Federal boliviana
armada por los liberales de La Paz aliados a los intereses del estaño y al ejército aymara de Pablo Zárate Willka (que ya revelaba la presencia de un activismo intelectual indígena) contra los conservadores del sur (o
Sucre) antiguos productores de plata (1898-1899); y la Guerra de los Mil Días (un trienio) de liberales contra conservadores en Colombia (1899-1902), continuación de la Guerra Civil de 1860-62, conflicto que quedó suspendido por la insurrección separatista panameña. Dicha insurrección derivó en la intervención norteamericana que le ocasionó a Colombia la pérdida del Istmo Panameño (1903), y cuyas principales víctimas económicas fueron los puertos de Cartagena de Indias (Colombia) y Punta Arenas (Chile). Y en Venezuela, Cipriano Castro había encabezado la Revolución Liberal Restauradora que derrocó a Guzman Blanco (1899), pero un par de años más tarde, Manuel Antonio Matos, el líder del liberalismo amarillo (guzmancista) lideró la Revolución Libertadora contra Castro (1901-1903). Estas sucesivas guerras y contra-guerras agobiaron las cuentas fiscales e incrementaron una deuda externa que desató un Bloqueo marítimo encabezado por las naciones acreedoras Europeas (Inglaterra, Alemania, Italia, 1902-03). Y entre las revoluciones campesinas, la Revolución desatada en México contra el Unicato científico-positivista del Porfiriato que le costó la vida a Francisco Madero, y la guerra popular que encararan el precoz indigenismo de Emiliano Zapata y el caudillismo social de Pancho Villa, derrotado --ferrocarriles mediante-- por los constitucionalistas de Álvaro Obregón (1910-20).
Estas cruentas rupturas políticas persuadieron a las elites opositoras del Cono Sur de la inutilidad de persistir con estrategias de resistencia beligerante, tal como se estaban experimentando en México, y las indujo a negociar los contenidos modernizadores de nuevas leyes electorales (Ley Sáenz Peña, 1912; Ley constitucional del Colegiado, 1918), reformas intelectuales y morales en los ámbitos universitarios (1906, 1918), e innovaciones artísticas herederas del impresionismo, como el muralismo mexicano (Orozco, Siqueiros, Rivera).
Por último, las elites liberales dominantes en América Latina entran en una tercera crisis, producto de la primera guerra mundial, de un severo antagonismo entre las posturas guerreristas del rupturismo y las pacifistas del neutralismo, entre cuyas secuelas se encontraba el proceso de Reforma Universitaria de 1918, que presagiaba el futuro abismo que traería el bonapartismo.
9.- Simbiosis de bonapartismo, proteccionismo y modernismo, revoluciones desde arriba, guerras mundiales y activismo intelectual indígena(1930-1960)
La crisis y el fracaso del cosmopolitismo liberal provocaron la reacción de un modernismo novomundista, representado por lo que se dio en llamar la Generación del 900, y un abrupto tránsito a una simbiosis de bonapartismo político y de dirigismo y proteccionismo económico. La gestación de esta amalgama acabó con diferentes regímenes políticos, que correspondieron a la etapa de la Tercera Guerra Civil Europea, con su Primera Guerra Mundial (1914-18) y las conflictivas derivaciones de la Paz de Versalles (1918).
Dichos regímenes, desplazados simultáneamente, con sus profundas diferencias, fueron el Porfirismo y su legitimación por el “cesarismo espontáneo” de Justo Sierra en México (1880-1910); el Gomecismo y su justificación por el “cesarismo democrático” de Laureano Vallenilla Lanz en Venezuela (1908-1935); la República Parlamentaria en Chile (1891-1925); el Cabrerismode Estrada Cabrera en Guatemala ilustrado con las pesadillas de Asturias (1898-1920), el Oncenio de Leguía y la autocracia representativa en el Perú, que vino a sustituir a la República Aristocrática de Piérola, y que estuvo combatida por Haya de la Torre (APRA) y por Mariátegui (1919-1930); el Yrigoyenismoen Argentina combatido por el socialismo de Juan B. Justo, la democracia progresista de Lisandro de la Torre, y una escisión del Radicalismo conocida con el apelativo de Anti-personalista (1916-30); la denominada República Velha, espacio político liderado por el coronelismo (1889–1930) en Brasil; el régimen liberal de los barones del estaño o Rosca Minera (Patiño, Hochschild, Aramayo) en Bolivia (1899-1921); y el placismo o civilismo plutocrático liberal en Ecuador, combatido por el alfarismo de Eloy Alfaro (1912-1925).
El abrupto tránsito al bonapartismo o revolución desde arriba, acontecido en la posguerra de la Primera Guerra Mundial (1914-18), fue alimentado inicialmente por un capitalismo industrial de guerra, por las rivalidades entre los rupturistas y los neutralistas; y luego por los discursos de la reacción conservadora con motivo de la Revolución Rusa (Gentile, Schmitt), internalizados en los versos de poetas latinoamericanos laureados (Lugones, Santos Chocano, Bilac), y materializados en golpes de estado y revueltas militares como el Tenentismo (1922) y la Columna Prestes (1925) (ver Compagnon). Más precisamente, la oración poética de Leopoldo Lugones en Lima, en el centenario de la batalla de Ayacucho, titulada “la hora de la espada” (1924), incubó un segundo “huevo de la serpiente”: el golpe de 1929 en Perú de Sánchez Cerro contra Leguía y el golpe de 1930 de Uriburu contra Yrigoyen en Argentina.
Esta incubación dio lugar en ciertos casos a políticas propias de la sociedad de bienestar o revolución desde arriba (Estado Novo), a una cinematografía histórico-patriótica (Cuartarolo), y a una música popular autóctona difundida radiofónicamente (que en la década del 20 fue el tango, en las décadas del 30 y 40 fueron los corridos mexicanos, y en la década del 60 fue la cumbia colombiana). Pero en otros casos más funestos dio lugar a una serie de golpes en cascada tales como el de Orellana Contreras en Guatemala en 1930, de Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador en 1931, de Marmaduke Grove en Chile en 1932, de Gabriel Terra en Uruguay en 1933, y contra Arosemena en Panamá en 1931. También dieron lugar a un conjunto de traumas tales como la reviviscencia mesiánico-populista que tomara cuerpo en el mito redentorista del hombre providencial (cesarismo personalista), la concepción patrimonialista del poder, la propaganda facciosa en los círculos mediáticos, el pretorianismo castrense y el para-militarismo de fuerzas de choque, y la extinción de la esfera pública democrática y parlamentaria y de la periodicidad de los cargos públicos.
No obstante, aquellos países en donde no se produjeron golpe de estado, por estar ocupados por potencias extranjeras o por estar sujetos a dictaduras militares, las contradicciones se acumularon y años más tarde en oportunidad de la II Guerra Mundial y su pre-guerra estallaron violentamente mediante suicidios (Brum en Uruguay en 1933), magnicidios (Gaitán en Colombia en 1948), insurrecciones populares (Bogotazo), o guerras económico-fronterizas. Los casos de resistencia o insurrección popular fueron el de Nicaragua, en oportunidad de la
ocupación norteamericana, la que fue encabezada por César Augusto Sandino (1927-1933); el de El Salvador en oportunidad de la resistencia contra la dictadura martinista (Hernández Martínez) que fue liderada por Farabundo Martí (1932); el de Puerto Rico con la Masacre de Ponce (1937) y la larga prisión y calvario de Pedro Albizu Campos (1937-1947); el del Paraguay en la resistencia contra Higinio Morínigo (1940-1948); el de Costa Rica, que en su lucha contra el fraude desató una segunda república (1948);
elde Colombia, cuando el asesinato de Eliécer Gaitán, que generó una pueblada conocida como el Bogotazo en 1948, y una postergada guerra entre Liberales y Conservadores que duró una década conocida como La Violencia (1946-58), reedición aún más sangrienta que la anterior Guerra de los Mil Días acontecida a comienzos del siglo, y el de Puerto Rico, con la revuelta Jayuya en la guerra del partido nacionalista (Albizu Campos, 1950). También fue el caso de la Revolución Nacionalista en Bolivia (Paz Estenssoro), producida a raíz de la derrota en la Guerra del Chaco (1952-64), encabezada por las milicias mineras, obreras y campesinas, y liderada intelectualmente por Carlos Montenegro, pero que debe reconocer una tradición indígena que arranca desde comienzos del siglo XX con cincuenta años de activismo intelectual entre los Curacas y Alcaldes Mayores Particulares (AMP), red de intelectuales indígenas que agrupaba alrededor de medio millar de integrantes inicialmente liderados por Gregorio Titiriku (Platt, Waskar Ari).
Asimismo, cuando las contradicciones se acumulan y los recursos naturales se valorizan en el mercado mundial, las rivalidades fronterizas se acentúan y estimulan la acción guerrera e irredentista de regímenes bonapartistas y nacionalistas que desbordaron los principios de la diplomacia, tales como el Uti Possidetis Iure ("como poseías así
poseerás") y la Libre Determinación de los Pueblos. Entre los casos en que valiosos recursos dieron lugar a guerras fronterizas que culminaron en procesos revolucionarios se destacó el caso de la Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, digitada por las petroleras Shell y Standard Oil(1932-35), que fue antesala de la Revolución de 1952. También se dio el caso de los conflictos que Perú tuvo en primer lugar con Colombia (1932-33) por la ciudad de Leticia y la cuenca del río Putumayo, ubicada en la entonces Comisaría colombiana del Amazonas (corredor geográfico entre Perú y Brasil), que terminó con la ratificación del Tratado Salomón-Lozano de 1922 (Trapecio Amazónico). Colombia venía de perder hacía treinta años el Istmo panameño y no estaba dispuesta a perder más territorio. Y en segundo lugar, esta ratificación dio lugar a su vez, una década más tarde, al conflicto que Perú mantuvo con Ecuador, conocido como Guerra del Cenepa, en la cordillera del Cóndor, por el dominio de las provincias de Tumbes, Jaén y Maynas (1941-1942), reincidiendo en 1981 y 1995, la última vez con el escándalo de la compra de armas argentinas por parte de Ecuador.
9-a.- Prototipos de cesarismos providenciales y modernidades tardías efímeras
Los diferentes prototipos de hombres providenciales con sus profundas diferencias para diversos períodos de sus respectivas actuaciones, se dieron en una docena de casos, tales como los personalismos providenciales y paternalistas de Ibáñez del Campo en Chile (1927-31 y 1952-58); de Getulio Vargas y su Estado Novo en Brasil (1930-54) --que entró en crisis y tuvo una segunda etapa populista cuando ingresó al frente aliado en la guerra mundial; de José María Velazco Ibarra en Ecuador (1934-60). También se dieron los personalismos castrenses de José Ubico en Guatemala (1931-1944), de Fulgencio Batista en Cuba (1952-1958), de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia (1953-57), y de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela (1953-1958). El bonapartismo personalista de Lázaro Cárdenas en México con su indigenismo encarado por intelectuales mestizos y su solidaridad con los exiliados españoles y rusos (1934-40), fue caracterizado por Trotszky como el de un bonapartismo sui generis (Tortorella). También se dieron los personalismos con aparatos paramilitares secretos o escuadrones de la muerte incorporados como sicarios y fuerzas de choque (para el control de la calle), el de Carías Andino con la Mancha Negra en Honduras (1936-1948); el de Anastasio Somoza García con las turbas de
“La Colacha” en Nicaragua (1937-1947 y 1950-1956); el de François Duvalier con sus Tonton Macoute en Haití (1957-71).Por último, se dieron los personalismos genocidas, tales comoel de Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-89),acusado de un genocidio selectivo y de haber colaborado con la Operación Cóndor (1975-1980); el del decano de los dictadores y gendarme del “patio trasero” norteamericano generalísimo Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana (1930-61), acusado de la Masacre de Parsley, cuando fue diezmada la población haitiana localizada en la frontera con la República Dominicana (1937), complicado en el asesinato del dictador guatemalteco Castillo Armas, el mismo que había derrocado a Arbenz (1954),y en el atentado contra el presidente de Venezuela Rómulo Betancourt a quien le quemaron las manos (1960);y el de Juan Domingo Perón en Argentina, quien hospedó al nazismo residual, alentó la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), cuya consigna de lucha era “haga patria mate un judío” (1946-1955), y en su tercer y último gobierno ordenó las matanzas de la Triple A (1974). En todos estos casos, el desenlace fue cruento, con insurrección militar y participación civil; y en el caso de Somoza Debayle (h) su caída fue precipitada por el saqueo oficial de la ayuda prestada por el gobierno norteamericano para paliar las secuelas del terremoto de 1972. El caso de la guerra partisana en Cuba contra Batista (Fidel Castro, 1959-2014) fue de tal dimensión que el Che Guevara llegó a formular una teoría del foco insurreccional, como puntapié inicial del proceso revolucionario, formulación que más tarde lo llevó a una derrota mortal en Bolivia (1967), y que tuvo sus emuladores a lo largo y ancho de todo el continente, con iguales trágicos resultados (Tupamaros, ERP, ELN).
Esta docena de casos de personalismos providenciales --entre paternalistas, vitalicios, dinásticos y paramilitares-- colapsaron en los albores de la Alianza para el Progreso (1960), nueva versión de la política del Buen Vecino (F. D. Roosvelt), dando lugar a una suerte de modernidades culturales tardías (reformismo de Arbenz en Guatemala, desarrollismo de Frondizi en Argentina y de Kubitschek, Quadros y Goulart en Brasil); a ensayos de integración y cooperación económica y social o industrialización por sustitución de importaciones, ejemplificados en el Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena (Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú); al despertar de un realismo mágico en el arte, la literatura y la geografía Macondista (Volek-Maya Restrepo); y a la presencia de una ciencia funcionalista que comulgaba en el pasaje de las etapas (feudalismo-capitalismo) y los despegues socio-económicos (Dobb, Baran, Sweezy-Rostow) y con la historia social (Braudel y la escuela de los Annales) con la consiguiente subestimación de la historia política y militar (como en la Historia contemporánea de América Latina de Halperín Donghi).
Estas modernidades tardías resultaron efímeras pues luego volvieron con más vigor los burocratismos autoritarios y genocidas. En Colombia, el Proyecto Educativo y Cultural de la República Liberal (1930-1946), contemplaba la presencia activa del arte cinematográfico (Galindo Cardona). Y en el Brasil, el modernismo tardío de las décadas 1940s/50s/60s, al decir de Rafael R. Ioris, sobresalió en los campos de la arquitectura, la literatura (poesía), y las artes visuales (pintura y producción cinematográfica),así como en la intelectualidad pública, tal como la expresada en el Instituto Superior de Estudos Brasileiros (ISEB).
Para todo ello recobramos un número de unidades narrativas vinculadas primero con el miedo, luego con la censura, más luego con la lógica disuasoria del terror y de las guerras partisanas y sucias (Guevara) y aventuras irredentistas (Malvinas/Falklands), y finalmente con los incendios de archivos y museos (Archivo de la Curia en Argentina), con el saqueo de yacimientos arqueológicos y paleontológicos (huaqueo), y con la expurgación de bibliotecas y editoriales (Castillo Armas en Guatemala).
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