Concepto de medio ambiente en la obra de vicente de beauvais


Europa hasta finales del siglo VIII



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2.1.1. Europa hasta finales del siglo VIII.


La principal característica que sorprende del Imperio Romano es su carácter mediterráneo. El mar se erige como garantía de su unidad política y económica. Y, a medida que envejece, se acentúa más el carácter marítimo del Imperio. Es hacia el siglo III9 cuando se detecta una indudable decadencia, que, sin embargo, no parece haber afectado sensiblemente a la navegación en el Mediterráneo. Continúa manteniendo el contacto entre Oriente y Occidente, continúa el intercambio de productos manufacturados y naturales de climas diversos. La reforma monetaria de Constantino favorece el movimiento comercial al proporcionar el excedente numerario.

De las dos grandes regiones del Imperio, Oriente aventaja de forma clara y manifiesta a Occidente, no sólo por la superioridad de su civilización, sino también por su mayor vitalidad económica. La orientalización progresiva de la sociedad cristalizaría definitivamente en Bizancio. Además, esa orientalización, cuyo vehículo es el Mediterráneo, es una prueba evidente de la importancia cada vez mayor del mar. Al envejecer el Imperio, se debilita y retrocede por el norte, concentrándose cada vez más en las costas.

Precisamente, lo que codician los bárbaros del norte son esas mismas costas, esas regiones privilegiadas, con suave clima y naturaleza fecunda, unidos a la riqueza y los encantos de la civilización.

A comienzos del siglo V la totalidad de Occidente es invadida, sus provincias se transforman en reinos germánicos, los vándalos en África, los visigodos en Aquitania y en España, los burgundios en el valle del Ródano, los ostrogodos en Italia10. Sólo abarca los países mediterráneos y deja en evidencia el objetivo de los conquistadores, el mar. Es hacia él hacia el que todos se dirigen. Si los francos lo hicieron más tarde fue porque al llegar tardíamente, encontraron el lugar ocupado.

El establecimiento de los germanos en la cuenca del Mediterráneo no supone el punto de partida de una época nueva en la historia de Europa. El objetivo de los invasores no era anular el Imperio Romano, sino instalarse allí para disfrutarlo. Lo que conservaron sobrepasa en mucho a lo que pudieron destruir o aportar de nuevo11. La civilización sobrevivió a su dominio, se impuso a sus vencedores por la Iglesia, por la lengua, por la superioridad de las instituciones y del derecho.

El Mediterráneo se mantiene para los germanos como lo que era antes de la invasión, el centro mismo de Europa, el mare nostrum. Colonizado por los bárbaros, el mundo nuevo conserva en sus líneas generales la fisonomía del mundo antiguo. Italia conserva las últimas escuelas y difunde el monacato al norte de los Alpes. Todo el vigor que la Iglesia de Occidente pone de manifiesto se halla en las regiones mediterráneas. Sólo allí posee una organización y un espíritu capaces de grandes empresas. El cristianismo fue llevado a los anglosajones desde las lejanas costas de Italia. En ciertos aspectos, la sociedad europea se ve más afectada por la cristianización que por los cambios políticos, lingüísticos, étnicos y económicos.

De forma aún más clara el movimiento económico se revela como una continuación directa del Imperio Romano. Incluso continuador de esa decadencia que se vislumbraba en los últimos siglos del Imperio. La mayor parte de las ciudades actuales se levantan en el lugar donde estaban situadas las ciudades romanas. Igualmente la Iglesia calcó sus circunscripciones de las administrativas del Imperio12. Al sobrevivir al Imperio en el que se había fundado, la Iglesia contribuyó a salvaguardar la existencia de las ciudades romanas. Estas ciudades conservaron sus decuriones, cuerpo de magistrados provistos de una autoridad judicial y administrativa. Siguen siendo los centros de la actividad económica al mantener su condición de mercado de los campos de sus alrededor, domicilio invernal de los grandes hacendados, y centro de un comercio cada vez más desarrollado a medida que se aproxime a las costas del Mediterráneo.

Una prueba indirecta de la actividad, circulación, importaciones y exportaciones son las rentas del theloneum (telonio), peajes establecidos por la administración romana a lo largo de los caminos, puertos, puentes, etc. Los reyes francos lo mantuvieron y sacaron recursos tan abundantes que los cobradores de dichos impuestos, los thelonearii, se encuentran entre sus funcionarios más útiles.

El mantenimiento del comercio y de las ciudades se explica por la pervivencia del tráfico mediterráneo. La cuenca del Mediterráneo no deja de constituir la unidad económica que se había formado secularmente en el seno de la comunidad imperial. El sistema monetario de los reyes francos puede dar pruebas de esta evidencia. Este sistema es romano-bizantino. Lo es por las monedas que acuña, el solidus, el triens y el denarius (el sueldo, el tercio del sueldo y el denario); lo es por el metal que emplea, el oro; lo es por el peso que asigna a las especies; lo es por las efigies que imprime.

Esta imitación absoluta tuvo por causa la necesidad de mantener una paridad con la moneda imperial que facilitara las íntimas relaciones entre el comercio merovingio y el comercio general mediterráneo. Marsella es el gran puerto de la Galia. Una navegación muy activa la vincula a Constantinopla, Siria, África, Egipto, España e Italia. La cantidad de monedas que son acuñadas allí durante la época merovingia proporcionan una prueba material de la propia actividad de su comercio. Bajo su influencia, todo el comercio de la Galia se orienta hacia el Mediterráneo. Lo telonios más importantes están situados en los alrededores de la ciudad, la feria de Saint-Denys pone en contacto a los mercaderes anglosajones con los de Lombardía, España o Provenza. El comercio de la Galia merovingia se encuentra con los otros reinos germánicos ribereños del Mediterráneo, los ostrogodos de Italia, los vándalos de África y los visigodos de España.

En todo esto resalta con fuerza la continuidad del movimiento comercial del Imperio Romano que, tras las conquistas germanas no acabaron con la unidad económica de la Antigüedad. Aunque el gran mar no pertenece a un solo estado, a pesar de las transformaciones que presenta, el mundo nuevo no ha perdido el carácter mediterráneo del mundo antiguo. En sus costas se concentra y se nutre lo mejor de su actividad.

Y aparece el Islam. En vida de Mahoma (571-632) nadie hubiera podido prever, ni siquiera imaginar, el cambio absoluto que se iba a producir en el curso de la historia. El orden mundial que había sobrevivido a las invasiones germánicas no pudo hacerlo a la del Islam. Bastaron poco más de cincuenta años para que se extendiese desde el mar de China al océano Atlántico. Derriba al Imperio Persa (633-644), arrebata al Imperio Bizantino Siria (634-636), Egipto (640-642), África (643-708) e irrumpe en España (711). Cuando su fuerza de expansión quedó agotada, para comienzos del siglo VIII, había cambiado la faz de la tierra. Su repentino empuje había destruido el mundo antiguo, se acabó la comunidad mediterránea que se agrupaba a su alrededor. Repentinamente le son arrebatados los países donde había nacido la civilización, el culto del profeta sustituye a la fe cristiana, el derecho musulmán al romano, la lengua árabe a la lengua griega y latina.

El Mediterráneo se transforma en un lago musulmán, desde entonces separa Oriente y Occidente europeos. Se rompe el vínculo que aún unía el Imperio Bizantino con los reinos germánicos del oeste. Pero su efecto no es inmediato ni directo. Sería años más tarde, y a causa de las hostilidades entre el Islam y el Imperio, cuando se pierde toda posibilidad de contacto entre Oriente y Occidente.

El Imperio carolingio impedirá que el Islam se extienda al norte de los Pirineos, pero ni podrán ni querrán arrebatarles el dominio del mar. Dicho Imperio será puramente agrícola, continental, dando lugar a un orden económico nuevo, el de la Edad Media primitiva.


2.1.2. La época de decadencia.


Occidente, a través de los fenicios, los griegos y los romanos, había recibido su civilización siempre de Oriente, había vivido del Mediterráneo y, ahora, por primera vez, tenía que vivir de sus propios recursos. Su centro de gravedad se desplaza hacia el norte, y el Estado franco, con un papel secundario hasta el momento, se erige en árbitro de su destino. No es casualidad el cierre del Mediterráneo por el Islam y la aparición de los carolingios. Entre uno y otro hay una relación causa efecto. Para que el Imperio franco sentara las bases de la Europa medieval fue condición esencial la caída del orden tradicional del mundo. Sin el islam no hubiera existido nunca el Imperio Franco, Carlomagno resulta inconcebible sin Mahoma13.

La civilización del siglo IX testimonia una ruptura muy clara con la civilización anterior. El golpe de estado de Pipino, el Breve, supone una orientación nueva en el curso seguido hasta entonces por la historia. Carlomagno, al ser nombrado emperador, creyó reanudar la tradición antigua, cuando, en realidad, la rompió. El Antiguo Imperio se convierte en un Imperio oriental, yuxtapuesto y ajeno al nuevo Imperio de Occidente. Este no es romano y sus principales colaboradores en materia religiosa y cultural son anglosajones o suavos. Los pueblos meridionales representan un papel secundario. Y la influencia germánica comienza a dominar.

El Imperio de Carlomagno es continental, cerrado, sin salidas. Vive una situación de aislamiento casi completo. Egipto deja de enviar papiro a la Galia una vez cae bajo el Islam, igualmente Siria, invadida dejó de mandar sus barcos y mercancías. Hacia mediados del siglo VIII el puerto de Marsella queda abandonado.

Los musulmanes afianzan cada vez más su dominio en el mar. Toman Córcega, Cerdeña y Sicilia en el siglo IX, fundan nuevos puertos. Sus flotas dominan el mar, flotas que transportan hacia El Cairo productos de Occidente.

Mientras tanto el Imperio de Carlomagno intenta protegerse de la agresión de los sarracenos y la de los normandos, sin conseguirlo. La devastación fue tan violenta que, en algunos casos, llegaron a desaparecer poblaciones completas. El carácter continental del Imperio Franco le impedía una eficaz defensa de sus costas, para lo que hubiera necesitado una defensa naval.

Tal situación es incompatible con la existencia de un comercio de verdadera envergadura. Solamente en el norte de la Galia existen todavía, durante la primera mitad del siglo IX, vestigios de cierta actividad. Los puertos de Quentovic y Duurstede son, hasta la destrucción por los normandos (834-844), los centros de un intercambio marítimo bastante amplio. Los paños tejidos por los campesinos de Flandes, llamados mantas frisonas (pallia fresonica) y los vinos de Alemania suministraban a esta flotilla material regular para la exportación. La sal de Salzburgo, la venta de esclavos, añadía cierto carácter comercial a los frisones.

Además de los frisones no se encuentran más comerciantes que los judíos. Eran numerosos y se hallaban en cualquier parte de Francia. De España recibían las especias y los paños con los que negociaban. Su comercio fue decayendo durante el siglo IX.

El comercio en la época carolingia se reduce a poca cosa. Después de la desaparición de Quentovic y Duurstede, queda en manos casi exclusivamente de los judíos extranjeros y reducido al transporte de algo de vino, sal, tráfico prohibido de esclavos y objetos de lujo traídos de Oriente. Desde el cierre del Mediterráneo por el Islam no se encuentra rastro de todo aquello que constituye la esencia de una economía de cambio. Los mercados del siglo IX no son más que pequeños mercados locales, con el propósito del abastecimiento de la población mediante la venta al detalle de artículos alimenticios de campo. La existencia de una calle de mercaderes (vicus mercatorum) en Aquisgrán no indica la presencia de negociantes, sino la de empleados del abastecimiento señorial.

Otra prueba de la decadencia económica se basa en la reforma del sistema monetario, empezado bajo el reinado de Pipino el Breve, y terminado con Carlomagno. Se abandonó el cuño de oro por el de plata, el sueldo pasa a ser una moneda de cuenta y las únicas monedas reales serán los denarios de plata. La renuncia a utilizar oro fue por necesidad, debido a la desaparición de éste en la Galia por la interrupción del comercio en el Mediterráneo.

El Estado no pudo mantener el monopolio de la acuñación de numerario. Dicha acuñación se va esparciendo sin cesar.

La época que desde el punto de vista cultural, literario, religioso y político puede considerarse un renacimiento14, no lo es respecto a la circulación y al comercio. Las grandes realizaciones de Carlomagno fueron hechas, bien por su poder militar, bien por su alianza con la Iglesia. Pero su poder no le sirvió para conseguir las necesarias salidas al exterior.

El siglo de Carlomagno, desde el punto de vista económico, es un siglo de regresión. La organización financiera así lo atestigua, el impuesto público deja de existir y los recursos del soberano se limitan a las rentas de sus dominios, a los tributos de los pueblos vencidos y al botín de guerra.

El reclutar sus funcionarios entre la aristocracia fue la causa esencial de la disolución del Imperio franco después de la muerte de Carlomagno. El Imperio carolingio sólo hubiera sobrevivido si hubiera tenido un sistema de impuestos, un control financiero, una centralización fiscal y un tesoro con el que pagar a sus funcionarios15. Estos mismos funcionarios se transformaron en agentes del poder y usurparon en provecho propio los derechos que hubieran tenido que ejercer en nombre del soberano.

Debido a su aislamiento del mar el estado se convierte en agrícola. Desde final de la Antigüedad, todo el Occidente se hallaba cubierto de grandes dominios que pertenecían a la aristocracia. La pequeña propiedad desaparecía para transformarse en grandes propiedades hereditarias, mientras que los antiguos granjeros libres se transformaban en colonos sujetos a la gleba.

La llegada de los invasores germanos no supuso ninguna conmoción. La aristocracia se enriquecía con nuevos elementos y continuaba, incluso con mayor rapidez, la desaparición de pequeños propietarios libres. Al comienzo del periodo carolingio ya quedaban muy pocos en la Galia, la necesidad de protección les obligaba a buscar la tutela de los poderosos. Los monasterios recibieron numerosas donaciones de tierra. Se mezclaban dominios eclesiásticos y laicos.

La Galia franca organizó estas propiedades en dos grupos, sometidos a regímenes diferentes. El primero, menos extenso, era explotado por el propietario; el segundo se repartía como tenencias entre los campesinos. Así, cada villa de la que se componía un dominio comprendía una tierra señorial (terra dominicata) y una tierra censal, dividida en unidades de cultivo (mansus) ocupadas por los campesinos (villani) a título hereditario, mediante la prestación de rentas, en moneda o especie, y de trabajos gratuitos.

Durante la época merovingia, el suministro y abastecimiento de las aglomeraciones urbanas se hizo gracias a los mercados, en los cuales se daba salida a los excedentes de sus productos. Tras la pérdida de las salidas comerciales, desapareció la posibilidad de vender al exterior por lo que resultó inútil seguir produciendo más de lo mínimo indispensable para la subsistencia de los hombres, propietarios o arrendatarios del dominio. La economía de cambio fue sustituida por una economía de consumo. Cada dominio constituyó un pequeño mundo aparte. El siglo IX se constituye como la época de la economía doméstica sin mercados.

Esta economía es absolutamente ajena a la idea del beneficio. Pero si los grandes propietarios renunciaron a la venta de sus productos fue porque no pudieron hacerlo de otro modo. Si comparamos la Europa carolingia con la Rusia meridional de la misma época observamos un fenómeno mucho más natural.

Las bandas de normandos varegas, escandinavos procedentes de Suecia, lograron durante el siglo IX el dominio sobre los eslavos de la cuenca del Dnieper. Construyeron recintos fortificados, los gorods, donde se instalaron en torno a los príncipes y a las imágenes de sus dioses. Los tributos impuestos a las poblaciones indígenas aseguraron la subsistencia de los invasores. Pronto se encontraron obligados a practicar una economía de cambio. Estaba situada entre dos regiones de civilización superior, al este el califato de Bagdad; al sur, las costas del Imperio Bizantino. El influjo fue notorio, el país que ocupaban ponía a su disposición productos particularmente apropiados para el tráfico con los imperios ricos y de vida refinada.

Mientras el Imperio Carolingio se hallaba aislado por el cierre del Mediterráneo, Rusia meridional hallaba salida a sus productos gracias a la atracción que ejercían dos grandes mercados sobre ella. Además, su paganismo les liberaba de los escrúpulos religiosos que impedían a los cristianos de Occidente relacionarse con los musulmanes. Lo único que buscaban era enriquecerse con los adeptos.

Los mercaderes rusos que llegan a Constantinopla tienen un barrio especial y sus relaciones con los habitantes de la ciudad están reguladas por tratados especiales que se remontan al siglo IX. Muchos de aquellos comerciantes se establecen allí de forma definitiva y se alistan en la guardia imperial. De esa relación recibieron el cristianismo (957-1015), tomaron su arte, su escritura, su organización administrativa. El tráfico comercial determinó la formación de la sociedad rusa de la Alta Edad Media.

De aquí surgen las enormes diferencias de dos sociedades contemporáneas, la carolingia y la rusa: en vez de una aristocracia señorial, una aristocracia comerciante; en vez de esclavos sometidos a la gleba, esclavos considerados instrumentos de trabajo; en lugar de una población campesina, una población reunida en ciudades; es decir, en sustitución de una economía de consumo, una economía de cambio, con una actividad comercial regular y permanente.

Pero la invasión de los pechenegos16 en el siglo XI de las costas del mar Caspio y el mar Negro tuvo consecuencias idénticas a las que tuvo para Europa occidental la aparición del islam. El periodo de economía comercial es sustituido por un periodo de economía agrícola.

Las mismas causas han producido los mismos efectos, y no en el mismo momento.


2.1.3. Las cités y los burgos.


Las primeras edificaciones construidas por el hombre parece que fueron recintos de protección. Las acrópolis de los griegos, las oppida de los etruscos17, los latinos y los galos, las burgen de los germanos, las gorods de los eslavos, no fueron en un principio nada más que lugares de reunión, pero fundamentalmente refugios. Consisten en un espacio, cuadrado o circular, rodeado de defensas hechas con árboles, tierra, piedras, protegido por un foso y con puertas. Un cercado.

En estos cercados sólo se congregaba la población a propósito de ceremonias o cuando la guerra obligaba a refugiarse. Pero lo que en un principio sólo era un centro ocasional de reunión se convirtió en una cité, centro administrativo, religioso, político y económico de todo el territorio de la tribu. En las cités de la Antigüedad clásica todos los hombres eran igualmente ciudadanos. La vida urbana se confundía con la vida nacional. El sistema municipal se identifica con el sistema constitucional. Y cuando Roma extiende su dominio este sistema se convirtió en la base del aparato administrativo del Imperio.

La Iglesia había establecido sus circunscripciones diocesanas sobre las cités romanas. Estas fueron respetadas por los bárbaros que mantienen el sistema municipal sobre el que se habían fundado.

La desaparición del comercio hizo a las cités más pobres y menos pobladas, pero esto no afectó a los obispos. Su poder y su influencia se iban acrecentando cada vez más. Al desparecer el poder del estado consiguieron imponerse a la vez por su autoridad moral, su potencia económica y su acción política. Cuando se hundió el Imperio de Carlomagno su situación se afianzó aún más. Los príncipes feudales no se inmiscuyeron en el poder de la Iglesia, y, en medio de la anarquía de los siglos IX y X, el prestigio de la Iglesia permanecía intacto.

La preeminencia de los obispos conferirá a sus residencias, es decir, las antiguas cités romanas, de una cierta importancia que las salvó de su desaparición en una economía en la que no tenían sentido.

Para la sociedad laica carecían de utilidad, los palacios de los príncipes carolingios se sitúan sin excepción en el campo, los condados, provincias del Imperio franco, estaban desprovistas de una capital. Los condes eran el centro de la administración de cada condado y sus castillos se encontraban generalmente en el campo.

Inútiles para la administración civil, las cités mantuvieron su carácter de centros de la administración religiosa. Cada diócesis permaneció agrupada alrededor de las cités donde se hallaba su catedral. A partir del siglo IX cambia el sentido de la palabra civitas, para convertirse en sinónimo de obispado y de cité episcopal. Civitas parisiensis designa al mismo tiempo la diócesis de París y la propia cité de París, donde reside el obispo. Las cités carolingias, empobrecidas y despobladas han pasado a manos de la Iglesia18.

El poder de los obispos sobre la población de las cités no deja de aumentar. Los privilegios que el clero comienza a disfrutar desde el siglo IV, favorece más la situación, más acentuada cuando los reyes francos prodigan documentos de inmunidad a su favor. Desde el siglo VII los obispos se ven investidos de una auténtica autoridad sobre sus hombres y sobre sus tierras.

Cuando la desaparición del comercio, la influencia de los obispos, ya de por sí muy amplia, no tuvo rival. Tenían completamente sometidas a las cités, cuyos habitantes dependían más o menos directamente de la Iglesia.

Su población debía estar formada por el clero de la iglesia catedral y de otras iglesias agrupadas en torno a ella, de los monjes de los monasterios que vinieron a instalarse a la sede de la diócesis, de maestros y estudiantes de las escuelas eclesiásticas, de servidores y, por último, de artesanos libres o no.

Se encontraban, también, unas torres donde habitaban los vasallos del obispo, dirigidos por su procurador o por su alcaide. A todo esto hay que añadir los graneros y los almacenes, en donde se acumulaban las cosechas de los dominios episcopales y monacales.

Casi siempre encontramos un mercado semanal, y, a veces, incluso se realizaba una feria anual (annalis mercatus). En sus puertas se cobraba el telonio y en el interior de sus muros funcionaba un taller de moneda. En las fiestas señaladas del año los fieles afluían a la cité, animándola durante unos días.

El obispo era el jefe espiritual y temporal. Su tribunal eclesiástico había ampliado su competencia, dependiendo tanto clérigos como laicos de él para cualquier materia: matrimonios, testamentos, estado civil, etc. Un régimen teocrático había reemplazado al régimen municipal de la Antigüedad. No había dominio en la Administración de la cité en el que, por derecho a autoridad, no interviniese el obispo como guardián del orden, la paz o del bien común. Todo indica que la administración episcopal fue, en general, beneficiosa y popular.

Las cités, al mismo tiempo que residencias episcopales, eran fortalezas. El viejo recinto romano siguió protegiendo a las cités de los nuevos peligros. Servían de refugio a las poblaciones de los alrededores y se constituyeron en la salvaguarda de una sociedad saqueada, invadida y atemorizada. Gracias a sus defensas pudieron resistir victoriosamente los asaltos de los invasores del norte y del sur.

El imperio carolingio se fragmentó desde mediados del siglo IX en una gran cantidad de territorios sometidos a otras tantas dinastías locales, vinculadas a la Corona por el frágil lazo del homenaje feudal. Los condes se arrogaron una autonomía completa al hacer de sus funciones una propiedad hereditaria, para reunir en sus manos, además del poder privado, el poder público que les había sido delegado. La fidelidad de vasallos no les obligaba a una dependencia absoluta, sino solamente a cierta clase de ayuda, principalmente militar.

En algunas regiones la descomposición de la autoridad del Estado no se detuvo a nivel de condes y duques, estos quedaron despojados de sus derechos y tierras por sus propios subordinados19.

Esta fragmentación resultó positiva al asumir los príncipes las obligaciones que su cargo imponía. A medida que su poder aumentaba se preocupan más por dar a sus principados una organización capaz de garantizar el orden y la paz pública.

La primera necesidad es la defensa, por lo que se observa, a partir del siglo IX, cómo cada territorio se cubre de fortalezas. El término más técnico es el de burgus.

Eran recintos amurallados, habitualmente de forma redondeada y rodeada por un foso. En el centro se encontraba una torre, el torreón. Una guarnición de caballeros (milites castrenses) tenía allí residencia fija. Un grupo de guerreros venía alternativamente a reforzarlo. La totalidad dependía del alcaide (castellanus). En cada burgo de su territorio, el príncipe poseía una habitación. A menudo contaban con una capilla o iglesia. Nunca faltaba un granero y bodegas para conservar el producto de los dominios de los alrededores.

Los burgos son, antes que nada, establecimientos militares a los que se les añadió en seguida, el de centros administrativos. El príncipe le otorga al alcaide la autoridad financiera y judicial de una zona, más o menos extensa a la que, desde el siglo X, se le llama alcaldía. La alcaldía depende del burgo como el obispado de la cité.

Pero el burgo no presenta el menor carácter urbano. Su población son hombres empleados a su servicio. No produce nada por sí mismo, vive de las rentas del suelo de los alrededores y no desempeña otro papel que el de consumidor.

Al lado de los burgos construidos por los príncipes, los monasterios hicieron construir, durante el siglo IX, recintos fortificados para protegerse contra los bárbaros. Estas fortalezas eclesiásticas presentan el mismo carácter que las fortalezas laicas. Fueron lugares de refugio y de defensa.

Según lo analizado, el periodo que comienza con la época carolingia no conoció ciudades en el sentido social, económico y jurídico. Las cités y los burgos fueron sólo plazas fuertes y centros administrativos. Sus habitantes no poseían derechos especiales, ni instituciones propias, y sus género de vida no les diferenciaba del resto de la sociedad.

Respondían totalmente a la civilización agrícola de su tiempo.

Aún así, las cités y los burgos han sido los puntos de referencia en la historia de las ciudades. Alrededor de sus murallas se formarán éstas, gracias a un renacimiento económico cuyos síntomas se anuncian durante el siglo X.

2.1.4. El renacimiento comercial


La evolución económica en Europa alcanza su punto más bajo a finales del siglo IX20. El siglo X fue una época de estabilización y de paz relativa. El régimen feudal se instala en Francia sobre los restos de la antigua constitución carolingia. Europa dejó de ser oprimida sin piedad, recuperó la confianza en el porvenir y, con ella, el valor y el trabajo.

Se pueden apreciar en los principados los primeros rastros de una organización que se esfuerza en mejorar la condición del pueblo. La necesidad primordial en esta época es la necesidad de paz, la más primitiva y esencial de todas las necesidades sociales. La primera Paz de Dios fue proclamada en 989.

En todos los campos se observa la misma explosión de energía: la Iglesia, después de la reforma cluneicense21, intenta purificarse de los abusos cometidos, y su entusiasmo arroja a sus fieles a la grandiosa y heroica empresa de las Cruzadas22.

El espíritu militar del feudalismo le hace abordar empresas épicas: caballeros normandos van al sur de Italia, a combatir contra bizantinos y musulmanes, y fundan el Reino de Sicilia. Otros normandos conquistan Inglaterra a las órdenes del rey Guillermo. Los cristianos al sur de los Pirineos se apoderan de Toledo y Valencia.

Todas estas empresas son también reflejo de una altísima natalidad. Los segundos abundan y, sintiéndose limitados por el suelo natal, intentan fortuna lejos. Los ejércitos están abarrotados de mercenarios y en todas las regiones se ofrecen brazos en cantidad abundante para realizar empresas de todo tipo.

El aumento de la población hizo posible recuperar terrenos improductivos. A partir del año 1000 comienza un periodo de roturación que continuará hasta el siglo XII23.

Europa se colonizó a sí misma gracias al crecimiento de sus habitantes. Los príncipes y los grandes propietarios comenzaron a fundar nuevas ciudades donde afluyeron segundones en busca de suelo cultivable. Empiezan a parecer grandes claros en los bosques, surgen los primeros polders en Flandes y la orden del Cister, fundada en 1098, se dedica inmediatamente a la labor de roturación y a la poda de árboles.

Parece que el aumento de la población y la renovación de la actividad evolucionaron en favor de la agricultura, pero su influencia también se dejó sentir en el comercio.

El comercio, desde antes del siglo XI inicia un periodo de renacimiento. Y son dos centros los que encabezan dicho renacimiento y lo encauzan: por un lado Venecia y por otro la costa flamenca. Y no es el resultado de algo externo, sino gracias al contacto que mantienen estos dos puntos con el comercio extranjero.

Los primeros habitantes de Venecia huían de la proximidad de los hunos, los godos y de los lombardos24. Se refugiaron en los islotes vírgenes de la laguna (siglos V y VI), en Rialto, Olivolo, Spinalunga y Dorsoduro. Faltaba todo, incluso el agua potable. Pero el mar es suficiente para quienes tienen iniciativa. La pesca y la salazón aseguraron la subsistencia de los venecianos, al intercambiar estos productos con los habitantes de las costas vecinas por trigo o cereales.

El comercio se les impuso por las condiciones de su medio. Desde el siglo VIII, el conjunto de islotes era la sede de una diócesis particular. Cuando se fundó la ciudad toda Italia pertenecía aún al Imperio Bizantino. A lo largo del tiempo permaneció bajo la soberanía de Constantinopla, constituyendo, en pleno corazón del Adriático, y a los pies de los Alpes, un refugio de la civilización bizantina. Mientras Europa Occidental se separa de Oriente, ella siempre le perteneció.

Venecia no deja de gravitar en la órbita de Constantinopla, a través de los mares sufre su atracción y siempre creció bajo su influencia.

Constantinopla aparece en el siglo XI como la ciudad más grande de todo el Mediterráneo. Con una población cercana al millón de habitantes, se entregaba tanto al comercio como a la industria. Era capital política, un gran puerto y un centro de manufacturación de primer orden. Una navegación ininterrumpida la vinculaba a las costas del mar Negro, de Asia Menor, de la Italia meridional y de los países bañados por el Adriático. Mientras conservó su poder, consiguió mantener su dominio sobre las aguas del mediterráneo oriental frente al islam.

Venecia se consagra25, desde el siglo VIII, al aprovisionamiento de Constantinopla, sus barcos transportan allí los productos de las regiones que le rodean: trigo y vinos de Italia, madera de Dalmacia, sal de las lagunas y esclavos conseguidos entre los pueblos eslavos de las costas adriáticas. En pago reciben tejidos de la industria bizantina, especias de Asia.

En cuanto al comercio y los negocios no existe ningún tipo de escrúpulo que afecte a los venecianos26. En el curso del siglo IX consiguen relacionarse con Alepo, Alejandría, Damasco, Keruán y Palermo.

A comienzos del siglo XI, el poderío de Venecia ha progresado de forma tan increíble como su riqueza. Guillermo de Apuleaya alaba “la ciudad rica en dinero, rica en hombres” y declara que “ningún pueblo en el mundo es más valeroso en las guerras navales, más sabio en el arte de guiar los barcos en el mar”.

Su poderoso movimiento económico se contagia a regiones colindantes. A través del Po se puso en contacto con Pavía, a la que no tardó en contagiar su actividad. Obtuvo de los emperadores germánicos el derecho a comerciar libremente y también el monopolio del transporte de todos los productos que llegasen a su puerto.

En el curso del siglo X, Lombardía se incorpora a la vida comercial. El espíritu de empresa se va desarrollando paulatinamente. La industria comienza a aparecer.

Bari, Tarento, Nápoles y Amalfi conservaban con Constantinopla relaciones análogas a la de Venecia. Su navegación no podía dejar de encontrar seguidores más al norte. Y, desde comienzos del siglo XI, Génova primero y Pisa después, vuelcan sus esfuerzos hacia el mar.

En el 935 los piratas sarracenos habían saqueado Génova, por ello, el mar debía ser abierto a la fuerza. Hacia 1015, una expedición es dirigida por genoveses contra Cerdeña. En 1034, se apoderan temporalmente de Bona, en la costa africana. En 1087, flotas de Génova y Pisa atacan Mehdia.

Los genoveses y los pisanos se consideran, frente al Islam, soldados de Cristo y de la Iglesia. Así, ante el contraataque cristiano, el islam retrocede poco a poco. Su retroceso definitivo viene marcado por la primera cruzada (1096). Hacia 1100 todo el Mediterráneo se vuelve a abrir a la navegación occidental.

Los resultados de la primera cruzada27, el reino de Jerusalén y los principados de Edessa y Antioquía, fueron reconquistados por los musulmanes en el siglo XII, pero el mar ya había quedado en manos de los cristianos. Sus establecimientos comerciales se multiplican con rapidez. Con la conquista de Cerdeña (1022), Córcega (1091) y Sicilia (1058-1090) arrebatan a los sarracenos sus bases de operaciones.

Los genoveses y pisanos tienen la vía libre para cruzar hacia esas costas orientales donde llegan los productos del corazón de Asia. Pero estos progresos provocan los celos de Venecia. En 1100, una escuadra veneciana acecha el retorno de la flota que Pisa ha enviado a Jerusalén, y cae sobre ella hundiendo muchos de sus barcos.

Comienza entre las ciudades marítimas un conflicto que durará tanto tiempo como su prosperidad. La divergencia de intereses mantendrá una hostilidad entre los rivales interesados.

El comercio marítimo se generalizó, especialmente desde el siglo XII, llegando hasta Francia y España, aunque siempre Italia conservará la primacía de este primer renacimiento económico.

Las ciudades crecen con la misma fecundidad que las cosechas. El comercio suscita la industria, recuperando los antiguos municipios romanos una vida nueva y más exuberante que la alcanzada en la Antigüedad. Esta actividad se extiende más allá de sus fronteras, abriendo nuevas rutas a través de los Alpes, y siguiendo las rutas naturales que marcan el curso de los ríos, el Danubio por el este, el Rin por el norte, y el Ródano por el oeste.

Desde 1074 se menciona París a mercaderes italianos y desde comienzos del siglo XII, las ferias de Flandes atraen a un elevado número de comerciantes.

Durante la época carolingia, los Países Bajos manifestaron una actividad comercial sin comparación en el mundo que le rodeaba. Pero su facilidad de acceso determinó que no pudiera sobrevivir a las invasiones normandas. La enorme energía de los escandinavos les había lanzado hacia Europa occidental y hacia Rusia como aventureros y como conquistadores. Aspiraban a instalarse en regiones más ricas y fértiles que las de su patria. Finalmente tuvieron éxito en esta empresa. Los suecos se asentaron a lo largo de las vías que conducen del mar Báltico al mar Negro. Los daneses y los noruegos colonizaron los reinos anglosajones al norte del Humber y consiguieron de Francia la región que, desde entonces, se conoce como Normandía.

En el curso del siglo X, abandonan la guerra para dedicarse al comercio. Sus barcos surcan todos los mares del norte, son los únicos navegantes entre los pueblos de aquellas costas. Cada primavera, una vez que el mar se ha deshelado, se lanzan mar adentro. Gracias a ellos, la corriente comercial que, partiendo de Bizancio y Bagdad, atraviesa Rusia, se prolonga hasta las costas del mar del Norte. El papel de los escandinavos aparece absolutamente análogo al que Venecia desempeñó en el sur de Europa, restableciendo el contacto entre Oriente y Occidente.

La situación geográfica de Flandes favorecía que se convirtiese en la etapa occidental del comercio con los mares del norte. Quentovic no pudo levantarse de sus ruinas y fue Brujas la que le sucedió. A medida que el comercio crecía se concentraba progresivamente en Brujas, más cercana a Francia y mucho más segura.

Fue la existencia de una industria indígena una de las causas de la importancia comercial que alcanzó Flandes en una época tan temprana28. Los morinos y los menapios confeccionaban paños de lana probablemente desde antes de la ocupación romana. Las sayas (sagae) y las capas (birri) que se producían eran exportadas. Las invasiones germánicas no acabaron con esa industria, y los francos, que invadieron Flandes en el siglo V, continuaron trabajando en ella. La calidad de los vellones de los corderos garantizó su éxito. Parece que fueron los únicos productos manufacturados de la época carolingia que eran objeto de comercialización.

Estas telas debieron atraer la atención de los navegantes escandinavos del siglo X. Eran los productos más valorados, junto con las pieles del norte y las sedas árabes y bizantinas.

Así, el comercio y la industria se unen para proporcionar una actividad económica inusual en la región flamenca.

Flandes no es la única en disfrutar de los efectos saludables de la navegación con el norte, aunque el interior de Francia y Alemania no empieza a agitarse sino muy lentamente a instancias de la penetración económica que se propaga, bien subiendo desde Italia, bien descendiendo desde los Países Bajos.

En el siglo XII esta penetración consigue transformar definitivamente la Europa occidental. El comercio y la industria ejercen su influencia sobre la agricultura. Sus productos son insertados en la circulación general como objetos de cambio o materias primas. Se rompen las estructuras del sistema señorial y el campo se orienta a las ciudades.

Las antiguas ciudades romanas se revitalizan y se repueblan, enjambres de mercaderes se agolpan al pie de los burgos y se establecen a lo largo de las costas marítimas, al borde de los ríos, en las encrucijadas. Buscan protección en el recinto de las murallas, pero pronto el espacio de las cités y los burgos no bastó para contenerlos. Tuvieron que establecerse en las afueras de la ciudad o agregar al burgo antiguo uno nuevo o, un foris-burgus, es decir, un burgo de las afueras, un arrabal (faubourg).

Así nacieron, al lado de las cites eclesiásticas o de las fortalezas feudales, aglomeraciones mercantiles cuyos habitantes se dedicaban a un género de vida en perfecto contraste con la que llevaban los hombres del interior del recinto.

Desde el principio la aglomeración mercantil se había rodeado de una muralla por lo que se convirtió, a su vez, en burgo. El nuevo burgo no tardó en dominar al antiguo, los recién llegados habían triunfado sobre los antiguos habitantes. La villa de la Edad Media y, por consiguiente, la ciudad moderna, tuvo su cuna en el arrabal de la cité o del burgo, que determinó su ubicación.

Se había hecho indispensable para la sociedad al haber introducido en su organización una división del trabajo de la que ya no se podrá prescindir. Entre ella y el campo se establece un intercambio recíproco de servicios.

La subsistencia física del burgués depende del campesino, pero la subsistencia social del campesino depende a su vez del burgués, porque este le descubre un género de existencia más confortable, más refinado y, que, al aumentar sus deseos, multiplica sus necesidades29. La aparición de las ciudades promueve el progreso social. El trabajo, antes servil, se transforma en libre. Se revela el poder del capital.

La nueva Europa recuerda más a la Europa antigua que a la carolingia. La influencia económica de las ciudades sobrepasa en gran medida a la que tuvo en la Antigüedad. Respecto al desarrollo económico, la Europa medieval franquea los límites que había alcanzado en la época romana. La expansión comercial, que había empezado en Venecia y Flandes se difunde por todo el continente.

2.1.5. La nueva sociedad


La aparición de una nueva clase social permite emitir distintas hipótesis.

Lo que se plantea con certeza es el origen veneciano de dicha clase social. En el siglo VI Casiodoro describe a los venecianos como aventureros y comerciantes. En el siglo IX se habían originado ya enormes fortunas. El ejercicio del negocio ya se ha perfeccionado en el siglo X, época en la que la escritura está ampliamente difundida en Venecia. Parece que el crédito es el proceso que ha ayudado a conseguir este alto grado de desarrollo.

Un mercader obtiene de un capitalista una suma necesaria para constituir una carga. Con un interés que ronda el veinte por ciento, se fleta un navío por cuenta de varios mercaderes. Los beneficios son extraordinarios. El comercio proporcionó abundantes capitales a aquellos cuya suerte se ve favorecida por la energía y la inteligencia30.

El secreto se encuentra en la estrecha relación que siempre mantuvo Venecia con la organización comercial de Bizancio. Entre Venecia y Oriente el contacto no se perdió jamás, ni la tradición. En Venecia la profesión comercial es contemporánea a la formación de la ciudad y supone una supervivencia del mundo romano.

Ejerce una poderosa influencia en otras ciudades marítimas, pero no parece haber intervenido en la formación de la clase comerciante.

En el resto de Europa, la formación de esta nueva clase social sugiere otros orígenes.

Muchas de las hipótesis intentan establecer una relación entre estos “hombres nuevos” y los siervos que trabajaban en los telares domésticos de las cortes señoriales. Sería un origen señorial de la economía urbana que está en contra de que dicha economía debe manifestarse en un medio en el que exista libertad.

Otras teorías defienden que la clase comercial se pudo formar en el seno de masas agrícolas. Pero el afán de lucro y el deseo de mejorar su condición no estaban nada extendidos en una población acostumbrada a un género de vida tradicional.

El comercio y la industria debieron reclutarse en su origen entre hombres desprovistos de tierra y que vivían al margen de una sociedad en la que sólo la tierra garantizaba la existencia. Estos hombres eran muy numerosos, gentes que vagabundeaban por el país e iban de una abadía a otra para recibir las limosnas reservadas a los pobres.

Muchos se engancharon en los barcos venecianos o escandinavos; otros a caravanas que se dirigían a los “puertos”. Su género de vida les impulsaba naturalmente a los lugares en los que la afluencia de hombres permitía esperar algún beneficio o encuentro afortunado. Una pequeña ganancia se podía transformar en una considerable ganancia. En una época con una circulación insuficiente y unas mercancías escasas, los precios debían ser muy elevados. El hambre aumentaba también las posibilidades del que supiera aprovecharlas.

Un ejemplo claro de este proceso lo encontramos en la biografía de San Goderico de Finchale.

Los ahorros de un pequeño buhonero, de un marinero o de un banquero, le proporcionaban una aportación de fondos suficiente por poco que supiera aprovecharlos. La búsqueda del interés dirige todas sus acciones. Y es posible distinguir el famoso “espíritu capitalista”. Su preocupación por buscar cada producto del mercado que le dé el máximo de beneficios está en oposición con la doctrina de la Iglesia, en contra de cualquier tipo de especulación y a favor de la doctrina económica del precio justo31.

Estos éxitos comerciales y económicos no eran posibles sin una asociación. Las fortunas empezaban a prosperar cuando se aunaban esfuerzos e intereses. El crédito personal aumentaba en función del crédito de la colectividad de la que formaba parte. Gracias a ello podían hacer frente a los rivales.

Y es la formación de las caravanas el ejemplo más notorio del comercio en la Alta Edad Media. Ya sea comercio marítimo o terrestre, la asociación siempre existe. Los barcos navegan en flotillas, y los mercaderes recorren el país en bandas. El comercio sólo pudo difundirse gracias a la asociación. Las gildes y hansas germanas, las hermandades, las caridades, las compañías mercantiles son todos los términos que responden a la agrupación en los distintos países de Europa. Lo que domina a las organizaciones económicas son las necesidades sociales.

Y es el gran comercio, o comercio a larga distancia, lo que caracteriza este renacimiento económico de la Edad Media. Cuanto más alejado era el viaje, más provecho sacaba el mercader. Salvo en invierno, el comerciante de la Edad Media está permanentemente en ruta.

Este hombre nuevo debía sorprender en la sociedad tradicional y la nobleza sólo tuvo desprecio para ellos, excepto en Italia, donde la aristocracia no tuvo reparos en incluirse en las operaciones comerciales. Para la Iglesia la vida comercial hacía peligrar la salvación del alma. Condenan la búsqueda del beneficio, a la que confunden con avaricia y siempre mantuvieron una actitud de desconfianza y hostilidad.

La actitud de la iglesia tuvo sus beneficios, ya que impidió un afán de lucro ilimitado, y consiguió evitar una sociedad medieval cargada de deudas. El miedo a la vida eterna atormentaba la conciencia de los mercaderes, y muchos en el lecho de muerte fundaban instituciones de caridad, o devolvían sumas conseguidas de forma injusta.

En la sociedad ocupaban un lugar muy peculiar ya que, en todas partes eran extranjeros. La mayor parte procedía de padres no libres, pero como la servidumbre hay que demostrarla, hubo que considerar como si hubieran disfrutado siempre de libertad. Ellos no reivindicaron la libertad, la adquirieron por uso y por prescripción.

La autoridad pública les tomó bajo su protección. Los príncipes, además, tenían mucho interés por atraerlos a sus países, donde generaban actividad nueva y aumentaban las rentas del telonio.

Su profesión exige, además, que el derecho se flexibilice y se adapte a las necesidades primordiales que esta novedad le impone. Necesitan un derecho más sencillo, expeditivo y equitativo. En ferias y mercados elaboran entre sí una costumbre comercial (jus mercatorum) que se remonta al siglo X. Este derecho se introduce en la práctica jurídica para los procesos entre comerciantes. Era un conjunto de usos surgidos en el ejercicio del comercio. Las grandes ferias habían presenciado la elaboración de una jurisprudencia comercial.

El comerciante aparece como un hombre privilegiado, que disfruta de un derecho excepcional, y escapa al poder patrimonial y señorial.

2.1.6. La vida urbana


La vida urbana siempre se ha desarrollado paralela y asociada al comercio y la industria. Una aglomeración urbana sólo puede subsistir mediante una relación de servicios que se establece entre la ciudad y sus alrededores. El comercio y la industria la conformaron tal como fueron, y su organización social y económica contrasta de forma sustancial con la organización social y económica del campo. Nunca había existido un hombre tan específica y claramente urbano.

El origen de las ciudades se vincula al renacimiento comercial. Italia y los Países Bajos son los países en los que el movimiento urbano se originó y se reafirmó32. Las ciudades se multiplican a medida que el comercio progresa.

Las ciudades medievales presentan una variedad extraordinaria. La vida urbana en un principio sólo se desarrolló en un número muy restringido de localidades, todas ellas de la Italia septentrional y de los Países Bajos.

Estas ciudades primitivas se concentran en regiones donde las comunicaciones eran más fáciles. El emplazamiento venía impuesto por las circunstancias naturales, como la orografía del terreno. Las primeras aglomeraciones mercantiles se establecieron en los lugares que la naturaleza predisponía a ser, o volver a ser, centros de circulación económica.

Ni los mercados ni las ferias fueron las causas de estas aglomeraciones, en unos casos por falta de poder de atracción, en otros por carecer de un carácter permanente. En algunos casos, una feria se radicó en un lugar donde más tarde existió una aglomeración comercial, seguramente la feria favoreció el proceso, pero en ningún caso la provocó.

Aunque más adelante la ubicación de éstas estará totalmente determinada por la búsqueda de intereses, en la Edad Media la técnica obliga al hombre a adaptarse al medio geográfico y social.

Desde el siglo X, su desarrolló y prosperidad continuará de manera ininterrumpida hasta el siglo XIII. De sus orígenes sólo hay pocos datos suministrados por historias escritas por monjes o clérigos, que medían la importancia de los hechos en función de lo que estos representaban para la Iglesia. Es a partir del siglo XII cuando aparece información un poco más abundante. En cuanto a fuentes del origen urbano no hay nada escrito o compuesto por burgueses anterior a finales del siglo XII.

Como ya hemos indicado en el capítulo anterior, los comerciantes se instalaron en el exterior de los burgos. Constituyeron el suburbio (forisburgus, suburbium), al que también se le llama burgo nuevo, en contraposición al burgo feudal o burgo viejo. Para designarlo también se utilizó el término portus.

Este término no hace en origen referencia a un puerto marítimo, sino a un recinto cerrado que sirve de almacén a las mercancías de paso. Los lugares en los que se aplican suelen estar cerca de los cursos fluviales y todos tienen un telonio establecido. Eran lugares donde se acumulaban mercancías destinadas a ser transportadas muy lejos. Es una plaza comercial permanente, un centro de tránsito ininterrumpido.

En la misma época aparecen textos donde se emplea la palabra port como sinónimo de urbs y civitas. La primera anglosajona y las otras dos latinas. La misma palabra que designa un establecimiento comercial ha servido para designar la ciudad.

De la fusión natural de dos centros de población de origen y naturaleza distintos, uno, más antiguo, la fortaleza, y otro moderno, la localidad comercial, surge la ciudad, en donde el primer elemento será absorbido por el segundo. El faubourg comercial sobrepasa en mucho la importancia del bourg feudal.

Las aglomeraciones comerciales se caracterizan por atraer continuamente a nuevos habitantes, por lo que cubren un espacio cada vez mayor. La disposición de estos arrabales sigue un modelo muy sencillo en los que un mercado, situado junto al río en el centro de la localidad es el punto de intersección de sus calles que, partiendo desde allí se dirigen hacia sus puertas, que dan acceso al campo. El suburbio comercial se rodea enseguida de construcciones defensivas.

Antes de la disolución del Imperio carolingio y de las invasiones normandas, el poder real había conseguido garantizar de alguna forma la seguridad pública, y, parece ser que los portus de aquella época eran abiertos. A partir del siglo IX no existe otra garantía que el refugio de las murallas.

Las primeras fortificaciones consistían en una sólida empalizada de madera flanqueada por puertas y rodeada por un foso. Su fin era prevenir un ataque por sorpresa. A partir del siglo XII se rodeó de muros de piedra, desde entonces fueron fortalezas. El viejo recinto perdió su razón de ser, se fueron abandonando los muros inútiles, sobre los que se construyeron casas que los cubrieron.

Es la necesidad de seguridad la que hace que las ciudades medievales tengan ese carácter de fortaleza. En esa época no era posible concebir una ciudad sin murallas, incluso se concebía como un derecho, un privilegio.

Los habitantes del nuevo burgo comienzan a recibir, a darse ellos, la denominación de burgueses. Este término jamás se aplica a los habitantes del burgo viejo, que aparecen con el nombre de castellani o castrenses. Esta denominación de burgueses no se utilizó en un principio en todo el mundo, pero las otras denominaciones como poortmanni o poorteers cayeron en desuso hacia finales de la Edad Media.

La burguesía primitiva no se componía exclusivamente de mercaderes viajeros. A estos se les debía añadir todos aquellos individuos empleados en el manejo de todos los accesorios necesarios para la práctica del negocio. Desde el siglo XI se detecta una gran afluencia de la población rural y para cubrir las necesidades de tanta población se hace indisoensable la presencia de todos aquellos oficios que mantuvieran las exigencias diarias: panaderos, carniceros, herreros, etc.

El comercio atrajo y concentró la industria en las ciudades. Flandes ofrece un claro de ejemplo de una industria que se desarrolla tras la época celta. El oficio de tejedor está ampliamente difundido y sus paños son transportados a zonas lejanas por la navegación frisona. Desde el siglo X los comerciantes transportan paño a Inglaterra. Los tejedores pierden su carácter rural y se transforman en simples asalariados. Comienza una explotación que lleva a los trabajadores a una existencia miserable, y estalla en los conflictos sociales de los siglos XIII y XIV.

La vieja tejeduría rural desaparece frente a las ciudades, cuyos productos, en el siglo XII, no tienen rival en los mercados europeos33.

Los paños alimentaron el comercio medieval más que cualquier otro producto manufacturado. Existe una metalurgia, mucho menos desarrollada, que se limitaba a trabajar el cobre.

Sea cual sea el tipo de industria, las áreas urbanas atraen hacia ellas cualquier industrial rural. Las ciudades ofrecen a los habitantes del campo toda clase de productos industriales. Así se establece el intercambio de servicios entre la población rural y la burguesía. Y una división del trabajo muy diferenciada entre las ciudades y el campo.

Pero es una situación claramente ventajosa para la burguesía, por lo que todos sus esfuerzos se encaminarán a combatir toda tentativa de introducir la industria en el campo. Defienden el monopolio que garantiza su existencia.

La relación de la burguesía con el resto de habitantes de la Edad Media fue muy difícil. Llegaban a lugares en los que había, no uno, sino en algunos casos, varios propietarios. Llegaban a lugares destinados a campos agrícolas y ellos edificaban. Inmediatamente estallaron los conflictos, eran inevitables, pero a pesar de todo no hubo más remedio que entenderse.

Todo estaba marcado por una época en la que la organización económica y política estaba basada en la posesión de tierras. Cada uno de los propietarios de los terrenos ocupados por los burgueses poseía su corte señorial. La superposición de competencias agravaba aún más las de las jurisdicciones. Junto a las cortes señoriales, subsistía un antiguo tribunal de regidores. A estas se añadía la corte eclesiástica.

Aunque a los comerciantes se les trata como hombre libres no ocurre lo mismo con el gran número de inmigrantes atraídos por la ciudad. Al proceder de los alrededores no podían disimular su estado civil. Por ello la mayoría de los artesanos conservaba su servidumbre original. Los propios mercaderes eran afectados por los golpes de la servidumbre. Su unión con una sierva, lo más común al no poder ambicionar el honor de casarse con la hija de algún caballero, tenía la consecuencia de la no libertad de sus hijos. La libertad que él disfrutaba no podía transmitirla a sus hijos.

Mientras la burguesía nacía y adquiría fuerza, la nobleza retrocede ante ella y le cede su puesto. En el norte de Europa abandonan las ciudades, retirándose al campo. En Italia o Provenza la nobleza no adquirió ese carácter rural. Fijó sus residencias en las ciudades. Así, la diferencia entre la nobleza y la burguesía no fue tan notoria en estos lugares. Los nobles se integran, incluso, en los negocios de los mercaderes, comprometiendo parte de sus rentas.

Los obispos tuvieron que luchar para mantener intactos sus derechos frente a los recién llegados. Se vieron obligados a permitir que construyeran casa en sus campos y sus cultivos. Pero el dinero obtenido por los lotes de terreno cedidos proporcionaba una fuente de ingresos cada vez mayor. Sus bautismos, matrimonios, donaciones, cofradías, multiplicaba el número y los recursos del clero secular. Sólo algunas abadías se establecieron en las ciudades. La orden del Císter sólo se estableció en el campo.

Es a partir del siglo XII cuando las órdenes mendicantes, dominicos y franciscanos, se asentaron en ellas. Sólo pidieron a los burgueses sus limosnas. Participaron en todas las agitaciones y miserias de los artesanos, se compenetraron con todas sus aspiraciones, y se convirtieron en sus directores espirituales34.


2.1.7. Las instituciones urbanas


En la ciudad se descubre la oposición de dos mundos distintos. La antigua organización señorial con todas sus tradiciones, ideas y sentimientos, que, si cede terreno, es a pesar suyo. Se comprometen a defender el orden establecido porque les beneficia y porque les parece indispensable para la conservación de la sociedad.

Y la burguesía, que acepta esta sociedad, admite sin discusión los privilegios y la autoridad de los príncipes, el clero y la nobleza. Sólo quiere obtener simples concesiones, concesiones que se limitan a sus propias necesidades, un lugar compatible con el género de vida que lleva. Estas concesiones son la libertad personal, la concesión de un tribunal especial para poder eludir la multiplicidad de jurisdicciones, una legislación penal que garantice la seguridad, la abolición de las prestaciones más incompatibles con su actividad, la posesión y adquisición del suelo y un grado más o menos extenso de autonomía política.

La propia libertad sólo se busca por las ventajas que confiere.

A partir del siglo XI se producen las primeras tentativas de lucha dirigidas por la burguesía. El movimiento tiende a su meta, logrando finalmente, en el transcurso del siglo XII, dotar a las ciudades de instituciones municipales esenciales que servirán de base a sus constituciones.

Los comerciantes toman la iniciativa y conservan la dirección de los acontecimientos. El grupo social que estaba más directamente interesado en el cambio se puso a la cabeza de la oposición. La democracia comienza por seguir el impulso de una élite que impone su programa a las confusas aspiraciones del pueblo.

Las ciudades episcopales fueron, al principio, el escenario de la lucha. Aunque la gran mayoría de los obispos se distinguía por su interés por el bien común, cuanta más conciencia tenían de sus deberes, más pretendían defender su gobierno contra las reivindicaciones de sus súbditos.

El movimiento comenzó en el norte de Italia. Los obispos nombrados tenían que hacer frente a una oposición en la que intervenían, tanto las reivindicaciones de los mercaderes, como el descontento provocado por la miseria de los trabajadores industriales. Los nobles participaron de esa agitación, ya que les proporcionaba la ocasión de sacudirse de la autoridad episcopal.

Se establecieron magistrados encargados de la administración de las ciudades episcopales, llamados cónsules35.

Los cónsules de Milán son citados por primera vez en 1107. Estos magistrados comunales tienen carácter anual, y son elegidos entre las diversas capas sociales.

El consulado se propaga inmediatamente desde Italia a ciudades de la Provenza. Marsella, desde comienzos del siglo XII, posteriormente Arles y Nimes.

Las instituciones urbanas nacen en la región flamenca y el norte de Francia casi al mismo tiempo que en Italia. El fervor religioso comunicó su fuerza a las reivindicaciones políticas y declaran “comunas” en medio del entusiasmo general.

Estas comunas36 aparecen como una organización de lucha y como una medida de salvación pública. Se exigió a todos un juramento que estableciese entre ellos la solidaridad indispensable, ante la eventualidad de una batalla.

Durante los primeros momentos, la burguesía y los obispos viven un estado de hostilidad permanente37. A pesar de todo, las comunas triunfaron. Fue fundamental el apoyo real que obtienen en Francia, a partir del reinado de Luis VI. Los monarcas capetos del siglo XII favorecieron la causa de los burgueses.

La entrada en la escena política de los burgueses tuvo como consecuencia el debilitamiento del Estado feudal en beneficio del Estado monárquico. Los reyes se dieron cuenta y se aprovecharon.

En todas las ciudades, con comunas o no, los burgueses forman una corporación, universitas, communitas o communio, en la que todos sus miembros constituyen las partes inseparables. La ciudad medieval no es sólo una amalgama de individuos, es en sí un individuo, colectivo, con personalidad jurídica. Algunas disfrutan de una jurisdicción y una autoridad menos completas que otras, suelen coincidir con aquellas en las que sus prerrogativas nacieron al abrigo de enfrentamientos intensos.

También los grandes señores feudales percibieron el efecto beneficioso del comercio y no entraron en hostilidades con los burgueses. Eso originó que, en la mayoría de las ciudades sometidas al poder de un príncipe laico, su desarrollo se produjera sin necesidad de recurrir a la fuerza.

París, la única ciudad que antes del final del siglo XII puede ser considerada como una auténtica capital de Estado, no consiguió obtener una constitución municipal autónoma38. El interés del rey por mantener su autoridad sobre su residencia habitual era totalmente ajeno a los duques y los condes.

El derecho urbano es un fenómeno de la misma naturaleza que el derecho feudal. Es la consecuencia de una situación social y económica común a todos los pueblos.

La condición de las personas es la libertad, todos los vestigios de servidumbre han desaparecido en los muros de la ciudad. Gracias a las ciudades, la libertad vuelve a ocupar su lugar en la sociedad como un atributo natural del ciudadano. Todo siervo que durante un año y un día haya vivido en el recinto urbano adquiere esta condición a título definitivo. La libertad es ahora, por derecho, el bien común de todos los burgueses.

Con la libertad personal va unida la libertad territorial. Es natural que el propietario de una casa adquiera a la larga la propiedad. La posesión urbana se convierte en una posesión libre. Puede traspasar la casa, alquilarla, cargarla de renta, utilizarla de garantía. El suelo urbano acabó por conseguir una nueva legislación apropiada a su naturaleza.

El derecho urbano suprimió también los privilegios señoriales y de las rentas fiscales. En el curso del siglo XII, el telonio se transforma en todas partes. En algunos casos es sustituido por una renta anual, en otros se modifican sus formas de recepción, pero casi siempre se coloca bajo la vigilancia y jurisdicción de la ciudad.

Igualmente ocurrió con otras leyes señoriales, como el monopolio de los molinos, el derecho de hospedaje, costumbres de todo tipo, opresivas y vejatorias, de las que, a finales del siglo XII, apenas queda el recuerdo. Los señores feudales acabaron por ceder.

Se transforma la misma base del derecho. No sólo se modifica el procedimiento, sino el propio contenido. Toda una nueva legislación se halla en las ciudades en vías de formación y la jurisprudencia de sus tribunales crea, de manera cada vez más abundante y precisa, una tradición civil.

El derecho urbano es tan característico como el civil. La palabra paz designa el derecho penal de una ciudad del siglo XII. Esta paz urbana es un derecho de excepción, más severo y más duro que el del campo: horca, decapitación, castración, amputación de miembros. Por él la ciudad se halla en estado de sitio permanente. Contribuyó a hacer de la ciudad una comuna. Está sancionada por un juramento, lo cual supone una conjuratio de toda la población urbana. Este juramento entraña precisas obligaciones e impone el estricto deber de mantener y hacer respetar la paz. Todo burgués juramentado está obligado a socorrer al burgués que pide ayuda39.

Otra necesidad imperiosa de los burgueses es la de poseer un sistema de impuestos. Este fue el punto de partida de las finanzas urbanas. El que se niegue a contribuir en tales gastos es expulsado de la ciudad.

Cada ciudad posee sus jueces particulares. En muchas ciudades hay, junto con los regidores, un cuerpo de jueces interesados en asuntos de paz. Estos se reclutan en su seno, y, aunque el presidente del tribunal es un oficial del señor, es la ciudad quien decide su elección.

En la ciudad comunal existe un consejo que la administra. Sus miembros reciben de la comuna la autoridad que poseen, son sus delegados. El consejo se encarga de la administración corriente en todos los dominios. Los estatutos que dicta constituyen una verdadera legislación municipal.

A partir del siglo XII, los mercaderes destinan una parte considerable de sus beneficios en provecho de sus conciudadanos, fundan hospitales, compran los telonios. Las catedrales que se levantan en el siglo XIII no serían concebibles sin el apoyo y contribución de los burgueses. Fueron para las ciudades medievales lo mismo que los templos para la Antigüedad.

La ciudad medieval vive y disfruta de una administración y una jurisprudencia dentro de sus muros que la convierten en una personalidad colectiva privilegiada.

2.1.8. La influencia de las ciudades en la civilización europea.


El nacimiento de las ciudades marca el comienzo de una nueva era en la historia de la Europa occidental. Conmocionó de forma fulminante la organización económica.

Al animarse el mercado, el trabajo permite el beneficio y, por lo tanto, una vida más confortable.

Pero el señor feudal también tiene medios para beneficiarse, el aumento de la población le proporciona los brazos necesarios para los trabajos de roturación y cultivo de terrenos antes baldíos. La superficie de suelo cultivado se ensancha sin parar, se adopta el principio del gran cultivo.

Nobles y clérigos fundan “ciudades nuevas”, aldeas establecidas en suelo virgen con parcelas de tierra, en las que atraen a nuevos campesinos. Pero campesinos distintos a los feudales. Son libres.

El estatus de los hombres se transforma al mismo tiempo que el régimen de las tierras, el comercio cubre todas las necesidades que los señoríos habían intentado colmar por sí solos.

El comercio y la economía urbana transforman una época provocando la desaparición del antiguo sistema feudal. La circulación favorece la producción agrícola, la orienta hacia las ciudades y, al modernizarla, la libera.

Sustituye progresivamente el trabajo servil por el trabajo libre. Es una consecuencia más del renacimiento económico.

Aparece una nueva noción de riqueza, la riqueza comercial. Ya en el siglo XI aparecen en las ciudades auténticos capitalistas, los cuales se transforman en prestamistas40. Los propios reyes recurren a los oficios de los financieros urbanos.

El poder del capital mobiliario los lanza a la vida política. La aparición del “baile”, en el siglo XII, es un síntoma del progreso político que va a permitir al rey establecer una verdadera administración pública.

El “baile” es un funcionario, con un sueldo en dinero, obligado a dar cuentas de su gestión. Está situado fuera de la jerarquía feudal.

Las relaciones entre príncipes y burgueses también tuvieron consecuencias políticas. En Francia los reyes no dejan de solicitar los servicios de las milicias urbanas. Poco a poco los príncipes adquieren el hábito de convocar a los burgueses a los consejos de prelados y nobles.

Así como las ciudades tuvieron una gran influencia en las transformaciones sociales, económicas y políticas de la Europa occidental en el siglo XII, no parece tan claro su papel en el movimiento intelectual que nos ocupa.

La burguesía medieval puede considerarse partícipe de establecer las bases que originarán los grandes movimientos de los próximos siglos, las bases del llamado Renacimiento.


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